EXPEDICIÓN ETNOGRÁFICA A GUINEA ECUATORIAL POR MANUEL IRADIER


Manuel Iradier fue un explorador y científico cuya gran obra fue la realización de varias investigaciones etnográficas, geográficas, botánicas y lingüísticas en África, datos publicados en dos tomos bajo el título África. Viajes y trabajos de las Asociación La Exploradora.

A finales del siglo XIX, reclamó para España más de cincuenta mil kilómetros cuadrados de la parte continental del golfo de Guinea, que reducidos a solo veintisiete mil, sentaron las bases de la nación Guinea Ecuatorial.

EXPEDICIÓN ETNOGRÁFICA A GUINEA ECUATORIAL
POR MANUEL IRADIER

Manuel Iradier y Bulfi nació en Vitoria-Gasteiz, el 6 de julio de 1854. Cuatro años después falleció su madre, dejando cuatro hijos. Su padre, sastre, les abandonó tras la muerte de su mujer y se marchó a Burgos. Manuel volvió entonces bajo la tutela de su tío Eusebio, quien deseaba que siguiera la carrera eclesiástica, pero él se negó e ingresó en el Instituto de Vitoria.

Creció entre sueños de aventuras y lecturas de libros de viajes. Desde joven había deseado viajar a tierras remotas y, ya en 1868, pronunció una conferencia sobre su proyecto Viaje de exploración a través de África. Para llevarlo a cabo, organizó la Sociedad Viajera La Exploradora en el convencimiento de que era necesaria la colaboración de otras personas que tuviesen las mismas inquietudes.

En 1870, confeccionó un ambicioso proyecto que recorrería desde Ciudad El Cabo, al sur de África, hasta Trípoli, en el Mediterráneo, en tres años y por cien mil pesetas, con la intención de reconocer el legado africanista que habían descrito Burton y Speke. Tras ser aprobado el proyecto en abril de ese mismo año, sus socios mantuvieron continuas reuniones para discutir cuál debía ser el equipaje, el trayecto, etc., y aumentaron la biblioteca con los últimos tomos acerca de las exploraciones.

En el curso de 1870-71, Iradier se matriculó en la facultad de Filosofía y Letras; y entre 1869 y 1873 escribió varios cuadernos etnográficos con el título Recuerdos de Álava. Su objetivo era realizar un álbum descriptivo de toda la provincia con meticulosas observaciones de todo tipo, incluyendo flora, fauna, climatología, costumbres, etc.

Su inquietud y la influencia de Henry Morton Stanley lo atrajeron a la exploración científica. Iradier admiraba a Stanley, un gran explorador inglés. Dio la casualidad de que el 2 de junio de 1873, en pleno desarrollo de la tercera Guerra Carlista, Stanley pasó por Vitoria como corresponsal del New York Herald, famoso ya por haber encontrado al desaparecido doctor David Livingstone y por haber escrito un libro-relato. Iradier consiguió hablar con él y exponerle su proyecto de atravesar África. Mantuvo una conversación en la que el vitoriano le describió su proyecto. Stanley, una vez que le puso al corriente de sus recursos, le aconsejó cruzar el continente de Oeste a Este, partiendo de las posesiones españolas del golfo de Guinea y le animó, asegurándole que, tras la primera expedición, gozaría de todas las ayudas que necesitara. Tras la entrevista, modificó sus planes y los expuso en el Ateneo de Vitoria.

El 30 de septiembre de 1874, Iradier consiguió su licenciatura en Filosofía y Letras y, el 16 de noviembre, se casó con Isabel Urquiola, dos días más joven que él e hija de un panadero de la ciudad.

IRADIER JUNTO A LA REVISTA ÁFRICA TROPICAL

La presencia europea de Guinea databa de 1470, cuando el portugués Fernando Poo descubrió la actual Bioko, que entonces se bautizó con su nombre. En 1778, Portugal se la cedió a España a cambio de unas tierras americanas, junto a la isla de Annobón, con derecho al libre comercio en la costa africana entre cabo Formoso, en la desembocadura del río Níger, hasta cabo López, al sur de Gabón, teniendo España el derecho a disponer de las tierras continentales comprendidas entre dichos puntos. Ese mismo año se envió una expedición que tomó posesión de Fernando Poo. Los británicos también la deseaban, por eso, en 1783, llegaron varios militares ingleses para negociar con los bubis, los nativos de la isla. En 1819, estaban plenamente establecidos en la isla y hasta bautizaron la actual Malabo como Port Clarence. El gobierno español la cedió a Gran Bretaña en 1827, como base para la lucha contra el tráfico de esclavos. En 1841, el gobierno pensó incluso en vendérsela para saldar una deuda. Se abrió un debate y se comenzó a buscar utilidad a aquella isla olvidada.

En 1841, se envió a la Marina para que tomara posesión y sustituyera los nombres ingleses. Rebautizó la capital como Santa Isabel, pero se hubo de nombrar gobernador a un inglés, pues no había habitantes españoles. Toda la población de Clarence Town era inglesa o nativos de las posesiones británicas que dominaban a los autóctonos de la isla. Al tomar posesión, los españoles llevaron un barco con colonos. De ellos, en cinco meses falleció el veinte por ciento y la mayoría de los supervivientes fueron repatriados. En 1864, el gobernador Pantaleón de la Torre propuso a las autoridades la ocupación de seiscientos kilómetros de costa entre río Bonny y Cabo Esterias, pero su propuesta cayó en el olvido hasta 1883.

Este era el panorama de Guinea Ecuatorial durante el siglo XIX, y en este marco político Iradier realizó grandes trabajos preparatorios para su primera expedición por aquellas tierras que se estaban perdiendo para España. Era una aventura que se entrevía peligrosa, puesto que hasta entonces los intentos de colonización de aquellos territorios habían sido poco menos que desastrosos. Partió en diciembre de 1874 con su mujer Isabel, su cuñada Juliana y diez mil pesetas. Llevaba instrumental científico, lápices, papel y dos fusiles. Se detuvo en Canarias, donde, el 24 de abril de 1875, embarcaron en el vapor Loanda.


MAPA DE GUINEA ECUATORIAL

Iradier realizó varias escalas a lo largo de la costa africana y en la actual Ghana. El 16 de mayo desembarcó en Santa Isabel, la capital de Fernando Poo. El gobernador trató de desanimarle, pero como vio que era inútil, se puso a su servicio. Allí se dio cuenta del abandono por parte del gobierno español y la falta de aprovechamiento de las grandes riquezas, de las que sólo sacaban beneficios los ingleses, siendo de esa nacionalidad también los transportes que unían la isla con Canarias. Se habían hecho concesiones de tierras a españoles pero estos no las ponían en explotación. La goleta española apenas visitaba las otras islas de Corisco y Elobey Chico. Annobon, muy alejada, estaba totalmente abandonada.

Se estableció en la isla de Elobey Chico, en la desembocadura del río Muni, en el golfo de Guinea. Construyó una cabaña y montó unas huertas, que serían base de futuras expediciones al interior africano. Su mujer se ocupaba de las mediciones meteorológicas. Iradier contó con un asistente, Elombanguani, que le acompañaba en sus marchas. Adquirió una embarcación con la que recorrer los ríos de la zona.

Durante el tiempo que duró su primera expedición, 830 días, Iradier recorrió casi 1.900 kilómetros, desde Aye hasta el río Muni. Después de remontarlo, llegó hasta otro río, el Utamboni, para intentar alcanzar la región de los Grandes Lagos, y desde allí llegar a la desembocadura del Muni. Visitó las islas de Corisco y Elobey Grande, así como Inguinna, Aye y el cabo San Juan, los ríos Muni, Utongo, Utamboni y Bañe, así como la cordillera Paluviole y la sierra de Cristal. Tomó contacto con diversos pueblos, como los vengas, itemus, valengues, vicos, bijas, bapukus, bandemus y pamues. Realizó estudios antropológicos, etnológicos y lingüísticos, recogió datos geográficos y tipográficos, numerosas muestras faunísticas y botánicas, y llegó a reconocer numerosas especies animales hasta entonces desconocidos para la ciencia.

En sus relatos explicó diferentes episodios: pasó una noche entera en lodo sin poder salir, sufrió incendios, naufragios, envenenamientos, e incluso en una ocasión un grupo de elefantes destrozó su campamento. Padeció fuertes fiebres palúdicas en varias ocasiones, sin contar las de carácter menos grave. Así lo escribió Iradier:
"Yo no era un hombre vivo, era el esqueleto de un cadáver... Mi cabello había caído, mechones de pelo había adheridos a la dura almohada en que descansé la cabeza, el rodete de las uñas había desaparecido y estas, largas y encorvadas, daban a la mano escuálida el carácter de la de un tísico."
"Las selvas son la desesperación del viajero. Sobre un terreno húmedo, encharcado, compuesto de capas superpuestas de vegetales en descomposición que los siglos han ido amontonando, se elevan variedad inmensa de vegetales buscando la luz del sol y alcanzando alturas considerables." 
Se quejaba de los animales salvajes. Pero decía que "los peores enemigos eran el clima y la humedad".

En la sierra de Cristal le abandonaron muchos de los indígenas que le acompañaban, por lo que hubo de retornar a Fernando Poo. Al llegar, a finales de enero de 1876, fue nombrado profesor interino de la escuela de niños de Santa Isabel, profesión que ya ejercía su mujer en dicha institución.

En Santa Isabel sufrió sesenta y seis ataques de fiebre, treinta y siete su esposa, dieciséis su cuñada y quince su hija, quien falleció el 28 de noviembre de 1876, en el transcurso de la expedición. Ante esta tragedia decidió mandar a Canarias a su mujer y a su cuñada.

MANUEL DE IRADIER SU CABAÑA DONDE PASÓ SUS PRIMERAS FIEBRES

El segundo viaje de exploración se inició poco tiempo después de finalizar el primero, a finales de 1877. Permaneció 15 meses más en la región de Fernando Poo, recorriendo cuando la salud se lo permitía, aunque sus observaciones no consiguieron la resolución de las efectuadas en Muni. Escaló al monte Santa Isabel, ahora llamado Basilé, donde encontró una botella con los nombres de los que lo habían subido antes. Entre otros se encontraba el nombre de Richard F. Burton, el explorador, que había estado allí como cónsul en 1861. Añadió su nombre con la fecha de 1877.
A partir de los datos obtenidos pudo trazar los mapas de las zonas visitadas, los cuales serían publicados por la Sociedad de Africanistas y Colonistas de Madrid a su regreso a España.

Poco después de su segunda expedición, partió rumbo a Canarias, donde le esperaba también su nueva hija Amalia. El 24 de noviembre de 1877, zarparon rumbo a Cádiz. En Madrid, hubo de pedir quince pesetas para trasladarse a Vitoria donde llegaron el 10 de diciembre. Fue a dar una conferencia en el ateneo provincial pero sufrió un ataque de fiebre y sólo pudo balbucear algunas frases incoherentes. En total se gastó 10.000 pesetas y recorrió 1.870 kilómetros durante más de 800 días.

Publicó un mapa en la Sociedad Geográfica de Madrid, numerosas observaciones y dibujos de todo tipo, vocabularios y gramáticas de las lenguas de las tribus que visitó, así como numerosas anotaciones sobre observaciones astronómicas, etnográficas, climatológicas y comerciales.

JORNADA DE CAZA
IRADIER JUNTO A SUS EXPEDICIONARIOS

En Vitoria pasó muchas privaciones y se embarcó en negocios e inventos que no tuvieron ningún éxito. Durante 1878, se dedicó a realizar excursiones por los alrededores mientras redactaba sus libros. Ese año publicó África. Fragmentos de un diario de viajes de exploración en la zona de Corisco. Continuó el rechazo a sus proyectos por parte de la Sociedad Geográfica de Madrid y de la Asociación Española para la Exploración del África, creada en 1877.

El 16 de octubre de 1879, convocó una reunión ante los socios de La Exploradora para que la asociación financiara el viaje. Allí explicó la intención de continuar su labor para que España no se quedase rezagada en la carrera colonial:
"Viajeros de todas las naciones se encaminan al interior de África buscando lo desconocido y no está lejano el día en que todo aquel continente se conozca. España, por el porvenir que le ofrecen sus posesione en el golfo de Guinea, no debe abandonar a otros países la exploración de la rica zona limítrofe."
Presentó el proyecto que fue acogido con entusiasmo, aunque no consiguió los fondos necesarios. Comenzaba con las siguientes palabras:
"El porvenir de España está en África y la gloria de Euscaria es que sus hijos la exploren."
Su idea consistía en adentrarse a otras potencias europeas y reclamar para España la región explorada, así como otras que pudieran ser añadidas.


MANUEL IRADIER


En 1880, Iradier fue nombrado académico corresponsal en Álava de la Real Academia de la Historia española, para entonces trabajaba como profesor interino en el Instituto de Vitoria.
El 11 de junio de 1883, recibió una carta de la Sociedad Geográfica de Madrid proponiéndole participar en un congreso para debatir sobre la posibilidad de enviar una o dos expediciones al interior de África. Por problemas de salud no pudo asistir, pero mandó sus propuestas por escrito explicando las estaciones comerciales que debían establecerse en el territorio del Muni con un presupuesto de un millón de pesetas.

Se propuso la creación de una compañía colonizadora como tenían otros países desde siglos. No se logró, pero se creó otra sociedad, La Sociedad Española de Africanistas y Colonistas. Iriader preparó un plan, que fue aceptado, aunque con un ridículo presupuesto de veintisiete mil pesetas, que no permitía el establecimiento de factorías comerciales, ni cabañas. Propuso realizar acuerdos con jefes a los que, a la firma, se les asignaría un pequeño sueldo. Y finalmente, la Sociedad consiguió reunir los fondos necesarios para que, en julio de 1884, Iradier comenzase su tercera expedición africanista.

La nueva misión trataba de adquirir territorios del golfo de Guinea, a pesar de que en numerosos puntos de aquella geografía ondeaban las banderas francesa y alemana. Estuvo acompañado del doctor Amado Osorio, quien, como el propio Iradier, participaba como delegado de la Sociedad de Africanistas.

En esta expedición, Iradier recorrió los territorios ya explorados en la primera de ellas y algún otro. Exploró la orilla izquierda del Muni y los ríos Noya, Utambani y Bañe. Navegó el río Ulongo hasta donde fue posible. Desde allí pasó al río Congo hasta el río Muni, por el que descendió hasta la costa de Buru, sita al noreste de la bahía de Corisco. Logró adquirir, mediante acuerdos con los jefes locales, cincuenta mil kilómetros cuadrados de territorio.

Iradier enfermó de fiebres, tuvo que iniciar viaje de regreso a España, en noviembre del mismo año, cinco meses después de su llegada. Osorio permaneció en Guinea y, en agosto de 1885, emprendió una nueva expedición por el curso alto del río Noya y del Utamboni, logrando otros 18.000 kilómetros para España y firmado más de trescientos setenta tratados de reconocimientos de la soberanía española.


MAPA GEOGRÁFICO DEL PAÍS DE MUNI SEGÚN IRADIER

En febrero de 1885, Iradier entregó a la Sociedad de Africanistas y Colonistas de Madrid diversos documentos, contratos de anexión y actas notariales. Aquellos documentos trataban de proporcionar a España la legitimidad y dominio sobre centenares de miles de kilómetros cuadrados alrededor del río Muni, mediante la obtención del reconocimiento de dicha soberanía por parte de decenas de jefes indígenas, especialmente de los fang, el grupo más numeroso y dominante. Su presencia fue suficiente, no tuvo que enfrentarse a ningún acto hostil. Los naturales le respetaban y admiraban, y el alavés de igual manera a ellos.

Posteriormente, escribió Iradier:
"Lo digo de legítimo orgullo, sobre la bandera de mi querida España que tremolé durante tres años en los países africanos, que no se ha escrito el nombre de ninguna víctima ni caído una sola gota de sangre humana."

Durante la Conferencia de Berlín de 1885 para el reparto colonial de África, se fijaron las posesiones españolas en el golfo de Guinea, gracias a las exploraciones de Iradier y Osorio. El Tratado de Berlín asignó a España 300.000 kilómetros cuadrados. El acuerdo con Francia de 1901 los redujo a una docena, 25.000 veinticinco mil kilómetros cuadrados y 130.000 habitantes. Y, finalmente, una extensión de 14.000 kilómetros cuadrados de territorio, y 327 pueblos con unos 50.000 habitantes, proporcionaban a España el dominio colonial denominado como Guinea Española. Este territorio permaneció bajo la soberanía nacional hasta 1968, año en el que obtuvo su independencia y pasó a denominarse Guinea Ecuatorial.

Los relatos de Iradier se publicaron en dos tomos al poco tiempo de llegar a Vitoria, bajo el título de África. Viajes y trabajos de las Asociación La Exploradora.

Manuel Iradier y su esposa ya no volvieron más a Muni, en parte desencantados por la política llevada a cabo por las autoridades españolas, que nombraron en los puestos del gobierno local a personas con poco o ningún conocimiento de la realidad africana. En Vitoria, continuó con sus negocios y sus inventos, entre ellos: una caja de imprenta silábica, un avisador de incendios, un contador divisionario, un fototaquímetro, etc. En 1888, tuvo un hijo y, a partir de 1896, las relaciones con su mujer se deterioraron mucho. Tres años más tarde, su hija Amalia, de veintiún años, se arrojó por el balcón de casa.

El Desastre del 1989, por el cual España perdió sus últimas posesiones ultramarinas (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), le afectó de forma profunda. Su amigo Irastorza escribió:
"He encontrado a Iradier casi delirante abrazado a un mapa de Filipinas y estrujando un montón de papeles."
Destacó de él una frase: "Nos vamos a quedar sin la España asiática y sin la americana!"


MANUEL IRADIER

En 1901, el gobierno le ofreció un puesto de subalterno en el Negocio de Colonias. Al respecto dijo:
"Yo no quiero saber nada de ese engendro que nos ha despojado de la mitad del Muni y de si hinterland, ni tampoco presentarme a darlo por bueno, por un triste plato de lentejas. Yo busqué el país del Muni para España. Si otros lo han desaprovechado allá ellos. La historia nos pedirá cuentas y las mías están claras."
Un amigo le regaló Bizcaya por su independencia, libro en el que Sabino Arana exponía por primera vez su ideario. Y ésta fue su respuesta:
"Veo que cuando las cosas de España marchan mal, no se nos ocurren sino soluciones a la desesperada. Pero yo, que me siento muy éuscaro, prefiero como modelo a Juan Sebastián Elcano."
Iradier obtuvo trabajando durante una temporada en la Compañía Española de Minas de Bilbao. En 1903, consiguió trabajo en Segovia en una compañía maderera. A partir de 1908, su salud empeoró notablemente. En enero de 1911, se trasladó a Valsaín, en la provincia de Segovia, para intentar recuperarse, pero falleció el 19 de agosto de 1911, a los cincuenta y siete años de edad, ignorado por todos.


MONUMENTO A IRADIER EN VITORIA

El homenaje póstumo de la figura de Iradier la efectuó el también vitoriano 
Ramiro de Maeztu, autor de la obra Defensa de la Hispanidad. Este literato emprendió una campaña de reivindicación de la memoria de su paisano, cuyos restos fueron trasladados a su ciudad natal el 7 de noviembre de 1927.

En 1929, se premió a sus descendientes con mil hectáreas de terrenos en río Muni y, en 1956, se le erigió un monumento en los jardines de la Florida en Vitoria y se le dedicó una calle.

En 1993, se reinstaló la francmasonería en la ciudad de Vitoria. La anterior Logia Victoria de la capital alavesa en la que ingresó Iradier adoptó el título distintivo de Respetable Logia Manuel Iradier, en homenaje al explorador.

SEVILLA CAPITAL DEL COMERCIO MUNDIAL EN LA MODERNIDAD


Tras el descubrimiento de América, una de las consecuencias más inmediatas fue la organización de una importante red comercial que la Monarquía hispánica estableció entre la metrópoli y las Indias, inicios de la primera economía a escala global. Sevilla se transformó en una flamante sede comercial y capital del rico intercambio mercantil del Imperio español, durante los siglos XVI y XVII.

La capital hispalense fue una ciudad abierta, puerto y puerta de las Indias, urbe y orbe, mapa de todas las naciones, capital de dos mundos, América y Europa, centro de atracción y confluencia de una heterogénea muchedumbre de hombres, mercancías, capitales y negocios, en la que todos ellos contribuyeron al esplendor de una nueva Roma sevillana y gran Babilonia de España.

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SEVILLA CAPITAL DEL COMERCIO MUNDIAL EN LA MODERNIDAD

El asentamiento de españoles en los primeros enclaves caribeños y centroamericanos, y la existencia de oro y plata en las tierras recién halladas, hizo que los Reyes Católicos tomaran la decisión de establecer una línea comercial que uniera los reinos hispanos con el Nuevo Mundo, fue la llamada Carrera de Indias. Tras un período de dudas y expectativas, adoptaron una serie de medidas inspiradas por el naciente mercantilismo:

1. la designación del puerto de Sevilla como única cabecera de la ruta que uniría la Península con las tierras americanas.

2. el derecho al monopolio del comercio con las Indias a los súbditos españoles.

3. el establecimiento de un organismo de administración y control.

Desde el segundo viaje de Colón, Sevilla había funcionado como el centro de administración y de gobierno en la mayoría de los aprestos de expediciones a cargo de la Hacienda Real y algunas de particulares. Además, Sevilla reunía un excelente conjunto de condiciones geoestratégicas para establecerse como cabecera del Imperio, que Huguette y Pierre Chaunu resumieron en una obra clásica, Sevilla y el Atlántico (1504-1650).

El puerto fluvial está situado en el río Guadalquivir, siendo navegable durante 100 kilómetros hasta su desembocadura en la costa occidental andaluza, para aprovechar los vientos y las corrientes, los alisios durante el verano y la corriente de Canarias durante el invierno. Frente a la exposición marítima que ofrecían Huelva, Cádiz o Sanlúcar de Barrameda, estaba blindado para evitar el contrabando y eventuales ataques de corsarios y piratas.

mapa río Guadalquivir Sevilla
CURSO DEL RÍO GUADALQUIVIR

La ciudad hispalense disponía de una adecuada infraestructura viaria y de comunicaciones con el interior peninsular, estaba bien abastecida gracias a la abundante producción agrícola del valle del Guadalquivir, al tiempo que contaba con una nutrida colonia de mercaderes asentada en su solar desde tiempos posteriores de la Reconquista. Sus intercambios con los puertos del Mediterráneo acreditaban su experiencia.
"El río grande estaba cansado de sostener sobre sus aguas diversas culturas cuando los barcos de América comienzan a herir su curso. Pero es entonces, repetimos, cuando el río se hace universal y es también entonces cuando Sevilla comienza a ser un don del río y a cobrar esa grandeza que le lleva en el siglo XVI a ser una de las primeras urbes del mundo."
Así es como lo explicaba Tomás de Mercado, economista de la Escuela de Salamanca, quien afirmó en 1569 que "soliendo antes, Andalucía y Lusitania ser el extremo y fin de toda la tierra, el descubrimiento de las Indias, es ya como medio".

SEVILLA, SIGLO XVI

La Monarquía basaba el derecho a la conquista y colonización, a la explotación de los recursos y a la evangelización de los pueblos del Nuevo Mundo gracias a las Bulas Alejandrinas otorgadas por el Papa en 1493 y el Tratado de Tordesillas de 1494.

Desde el inicio de la colonización del Nuevo Mundo hasta la mitad del siglo XVI, de Sevilla partieron numerosos proyectos privados que navegaron en solitario hasta las Antillas, primero, y hasta tierra firme, después. A esta ruta comercial se la denominó Carrera de Indias Occidentales. Esta iniciativa privada era un sistema de viajes irregulares que emprendía la travesía en cualquier fecha y que sufrió el ataque de corsarios ingleses. El llamado sistema del "navío suelto" marchaba desprotegido, utilizaba carabelas, naos, urcas y otros barcos de escaso tonelaje, y en ocasiones en pésimas condiciones y en momentos indebidos, lo que ocasionó muchas pérdidas de barcos y hombres.

Este ineficaz sistema propició el establecimiento de un sistema comercial regulado y protegido de un modo más estricto y que culminó con la adopción en 1564 del Sistema de Flotas y Galeones.

SALA DE LOS PILOTOS DE LA CASA DE CONTRATACIÓN

Este novedoso sistema establecía la salida anual de dos flotas de galeones, embarcaciones artilladas, más robustas y seguras para los viajes transatlánticos. La primera de estas flotas, conocida como "la Flota", partía en abril apoyada por una nave Capitana y una Almiranta fuertemente artilladas para la protección en caso de ataques, con destino en Veracruz. La segunda, "los Galeones", partía en agosto escoltada por seis u ocho galeones de guerra, con final en Nombre de Dios, primero, y Portobelo, después, con un ramal a Cartagena de Indias y otros puertos cercanos. Previamente, ambas flotas pasaban por Santo Domingo y La Habana. En estos puertos coloniales descargaban sus productos europeos, que se llevaban hasta la ciudad de México y Acapulco en el caso de la Flota, y hasta Panamá, el Callao y otros puertos del Pacífico sur americano. Pasaban el invierno allí y en el mes de marzo se reunían en La Habana para regresar unidas a la metrópoli. Desde 1571, se organizó el llamado Galeón de Manila, una línea comercial que enlazaba Acapulco con las islas Filipinas.

Para organizar la actividad comercial y coordinar las relaciones con las tierras descubiertas y por descubrir se fundó la Casa de Contratación de las Indias. Funcionó como máximo organismo responsable del comercio ultramarino entre 1503 y 1717 establecido en Sevilla. Tenía su sede en el Salón del Almirante, perteneciente al Real Alcázar, construido en estilo mudéjar en el siglo XIV, por Pedro I de Castilla, donde estaca su Patio de las Doncellas, cuya magnífica galería de arcos polibulados con una fuente central en estilo renacentista.

PATIO DE LAS DONCESLLAS DEL REAL ALCÁZAR

Este sistema institucional aplicó desde su inicio las doctrinas intervencionistas en el comercio exterior propias de la época, para ir perfeccionándose durante el siglo XVI hasta quedar institucionalizado en el último cuarto del mismo. Las dificultades crecientes que ofrecían los cada vez más robustos y cargados navíos para remontar el curso del Guadalquivir hasta el puerto hispalense fue la causa del traslado de esta institución a la ciudad de Cádiz, en 1717 y hasta 1790.

Entre sus competencias estaban el fomento y regulación del comercio y la navegación con las Indias, el apreso de sus flotas como la instrucción a capitanes y maestres o la visita e inspección de navíos, la defensa de las rutas oceánicas mediante una escolta armada de unos seis u ocho galeones, el control del embarque de pasajeros, el cobro de derechos aduaneros, la persecución del fraude fiscal, el perfeccionamiento de la ciencia al servicio de la náutica, la formación de tripulantes y oficiales marinos, el ejercicio judicial tanto civil como criminal relacionados con el comercio mercantil, el registro y depósito de las mercancías que iban o venían, o el mantenimiento del Padrón Real, donde se anotaban todas las novedades referentes a avistamientos de tierras o de accidentes geográficos y el ensayo de derroteros diferentes.

ARCHIVO GENERAL DE INDIAS

La Casa de Contratación oficializó los cargos técnicos de piloto mayor en 1508 y de cosmógrafo mayor en 1523, aunque también se crearon una cátedra de Navegación y Cosmografía, una plaza de piloto mayor arqueador y una cátedra de artillería, fortificaciones y escuadrones.

Frente a los intereses de la Corona en el comercio colonial, los beneficiarios del monopolio instituyeron su propia asociación gremial, el Consulado de Indias o Universidad de Cargadores a Indias, sancionado por Carlos V en 1543 y confirmado por Felipe II en 1566. Se trata de una corporación profesional de mercaderes relacionados con el comercio colonial para defender sus intereses frente a los de la Corona y los de otros mercaderes, y para participar en los litigios y querellas surgidas entre sus miembros o con otros agentes en una amplia serie de materias que abarcan desde las transacciones mercantiles hasta las quiebras de compañías, los contratos de fletes de naves, los préstamos a la gruesa o loa seguros marítimos.

En 1569, se constituyó la Universidad de Mareantes, por los dueños de naos, maestres y pilotos de la Carrera de Indias. Fue un organismo menos poderoso que el Consulado, a pesar de su extraordinaria contribución económica y técnica de sus miembros al tráfico ultramarino. Tuvo su sede central en el arrabal de Triana, en la orilla derecha del Guadalquivir. Trataba la enseñanza práctica de la navegación, el servicio hospitalario de los marineros y otro tipo de necesidades de sus integrantes.

Un ejemplo más del poder que llegó a alcanzar el Consulado de Mercaderes fue la fundación de la Lonja de Mercaderes, en 1598. Es un magnífico edificio situado entre la Catedral y el Alcázar, que en la actualidad alberga la sede del Archivo General de Indias.

CATEDRAL DE SEVILLA

Ante el creciente esplendor y prosperidad que experimentaba Sevilla no es extraño que el emperador Carlos V eligiese esta ciudad para contraer matrimonio con la princesa Isabel de Portugal en marzo de 1526. El embajador de Florencia en la boda imperial quedó maravillado por el esplendor de la ciudad y es que se trataba del enclave sito en un hermoso, fértil y amplio valle por el que circula un gran río, el Guadalquivir, protegido del exterior por sus murallas. Por encima de ellas se divisaban las espadañas y los campanarios de sus iglesias y conventos, entre los que destacaba la imponente catedral de Sevilla. Esta empezó a construirse a finales del siglo XIV, en el lugar de la antigua mezquita. Al terminarse en 1503, se convirtió en la mayor catedral gótica del mundo.

De esta catedral destacaba su torre de Santa María, el aminar almohade que anunciaba al viajero el final de su trayecto. El campanario de aquella torre fue remodelado en 1578, convertido en cristiano y renacentista, rematado con una veleta, y bautizado como la Giralda. Las campanas de tan alta y bella torre sonaban anunciando el regreso de la flota de los galeones o las victorias militares, el nacimiento de algún príncipe o infante o daban la alarma si las costas andaluzas eran amenazadas por corsarios.

Desde lo alto de la torre se observaba el perímetro urbano, dibujado por la muralla circular, alta, soberbia y ancha, un cinturón de seis kilómetros de longitud, con 166 torres y más de una docena de puertas. También se contemplaba la trama urbana, una estructura irregular de calles estrechas e intrincadas, un claro estilo musulmán, cuya finalidad era resguardarse del sol en verano. Sus calles estaban jerarquizadas, unas formaban el corazón económico, muy concurrido por gentes relacionadas con los negocios de ultramar, otras en cambio eran de paso.

Calcografía Sevilla Pedro Tortolero
SEVILLA, SIGLO XVIII

Durante el siglo XVI, una fiebre constructora levantó edificios públicos y privados modernos que suplieron el estilo medieval y la herencia mudéjar. Abundaron los palacetes de influencia artística italiana, pertenecientes a aristócratas, regidores y funcionarios municipales, y a mercaderes indianos, en cuyas fachadas lucían escudos y blasones de sus linajes. Un buen ejemplo de este tipo de palacios fue la Casa de Pilotos, iniciada a finales del siglo XV en el tradicional estilo mudéjar, por miembros de dos poderosos linajes andaluces, Pedro Enríquez y Catalina Ribera. Su hijo, Fadrique Enríquez de Ribera lo reformó añadiendo elementos clásicos del Renacimiento, mientras que su sobrino, Afán de Ribera, virrey de Nápoles, introdujo una gran colección de estatuas que representaban a personajes de la Antigüedad. 

Entraban en contraste las pequeñas casas de las gentes humildes, o los corrales de vecinos donde convivían libertos, moriscos y emprendedores pobres con el objetivo de embarcarse hacia las Américas.

Era Sevilla una ciudad donde abundaban las procesiones y los edificios religiosos: iglesias, conventos, torres y campanarios. El dinero propició la creación artística privada patrocinada por mecenas adinerados y la celebración de actos litúrgicos públicos para adoctrinar a las masas. Las procesiones fueron la máxima expresión de la fe católica hispalense, y la diversión de la ciudadanía por su glamur y su sentimiento, su música y su colorido, su carácter festivo y teatral.

MERCADERES EN EL ARARBAL DE SEVILLA

En torno a la catedral de Sevilla se encontraban las Gradas de los comerciantes, lugar en el cual un gentío cosmopolita y heterogéneo dirigía los negocios que enlazaban Europa con el Nuevo Mundo. Estos agentes cambiaban, compraban o vendían productos de ambos continentes, organizaban compañías navieras, contrataban personal, en líneas generales, participaban en los orígenes de una economía global.

Cerca de allí se encontraba el puerto fluvial, más conocido como el Arenal, tratándose de un gran espacio económico desde el cual se realizaba una importante actividad comercial con puertos del Mediterráneo y las Canarias antes del descubrimiento de América. Su carácter mercantil determinó el desarrollo del centro urbano, originando la aparición de arrabales, atarazanas, aduanas, astilleros, almacenes y posadas. El Arenal acogía gentes de toda clase: mercaderes, hidalgos, soldados, aguadores, calafates, carreteros, marineros, vendedores ambulantes, etc. Era también un lugar propicio para los encuentros galantes, las reyertas, y las salidas en barca río abajo, para organizar picnics amenizados con música de guitarra y palmas.

TORRE DEL ORO Y GIRALDA

La Torre del Oro fue construida en el siglo XIII con carácter defensivo, pero en la práctica sirvió para marcar la entrada en el Arenal, para descargar los buques a modo de grúa, y en ocasiones para proteger el oro y la plata traídos por la flota de Indias. 

Al otro lado del Guadalquivir se encontraba el barrio de Triana, en su orilla se instalaron talleres de reparación de naves. Ambas orillas estaban unidas por puentes de barcas. Entre la Torre del Oro y la Puerta de Triana, construida a finales del siglo XVI y derribada en 1868, se alzaban almacenes para guardar las mercancías llegadas al puerto.

En las orillas del puerto se cargaba una enorme cantidad de productos europeos con destino americano: herramientas y productos fabricados de hierro precedentes de Vizcaya, sedas de Granada, sombreros de Portugal, gorras de Toledo, aceitunas del Aljarafe de Sevilla, peines de París, camisas y jubones de Ruán, libros y obras de arte, hasta esclavos negros de Angola.

Desde América llegaban metales preciosos, oro, plata, diamante, materias primas y productos exóticos, y desde Filipinas sedas y porcelanas chinas, algodón indio, piedras preciosas y especias de los países más exóticos, y otros géneros filipinos y japoneses.

SEVILLA, SIGLO XVI

La Modernidad inicia un novedoso modelo de pensamiento y estilo de vida con más comodidades que en el Medievo, generando una demanda europea de nuevas necesidades. El tráfico de estas mercancías enriqueció a la sociedad y Estado modernos españoles y contribuyó a la prosperidad de Europa. La fama que se ganó Sevilla propició una corriente especulativa y humana que transformó muy pronto la ciudad.


Entre 1503 y 160, desembarcaron en el puerto hispalense aproximadamente 100.000 kilos de oro en lingotes. Desde 1560, ante la escasez de oro, la plata sustituyó al primero en importancia y se convirtió en el principal metal a tratar gracias a la explotación de las minas de Durango y Zacatecas y Guanajuato en México, de las del Potosí en Bolivia, y de los yacimientos del Cerro de Pasco en Perú. En la década de los 50, entre 1551 y 1560, se calcula que llegaron unas 30 toneladas de plata anuales, en la década siguiente la cantidad se multiplicó hasta llegar a las 90 toneladas, y en los últimos años del siglo XVI en el puerto hispalense se desembarcaron una media de 250 toneladas al año. Hasta 1620 las remesas que llegaban se mantuvieron a un nivel elevado, pero a partir de 1630 empezaron una progresiva reducción.

Las riquezas indianas modificaron la fisonomía de la urbe, la cantidad y la procedencia de sus habitantes, y hasta sus valores morales. Y la transformaron, según fray Tomás de Mercado, en "la más rica sin exageración que hay en todo el orbe".

PRINCIPALES RUTAS COMERCIALES DEL IMPERIO ESPAÑOL

El auge económico surgido en el siglo XVI explica el fuerte crecimiento demográfico experimentado en el mismo periodo, del mismo modo que durante su caída en el XVII explica el traslado de la sede de la Casa de Contratación a Cádiz en 1717. A finales del siglo XV la población hispalense no excedía de 15.000 habitantes, pero a principios del siglo XVI, como consecuencia de su capitalidad económica, la población se incrementó llegando casi a los 60.000. En la década de 1580, en pleno esplendor del Siglo de Oro español, la población alcanzó los 120.000 habitantes, lo que la situaba como la segunda ciudad más poblada de Europa, sólo superada por Nápoles, el otro gran puerto europeo.

El tráfico comercial ultramarino fue monopolizado durante todo el periodo colonial por los españoles naturales de la Monarquía hispánica: los naturales del reino de Castilla con las provincias Vascongadas, la corona de Aragón formada por Aragón, Valencia, Cataluña y Mallorca, el reino de Navarra, y las islas Canarias. Dentro del grupo de comerciantes españoles no andaluces, destacaron los burgaleses y los vascongados.

Los burgaleses se dedicaron desde finales del siglo XV a la exportación de la lana castellana desde el puerto de Sevilla hacia los mercados flamencos. Fue muy destacable la participación de los vascos en la Casa de Contratación. Se especializaron en la carga y el patrocinio de navíos, y en el comercio del hierro, gracias a su tradicional construcción armera y férrea en tierras del Señoría de Vizcaya. Aprovecharon también la condición de hidalguía universal de todos los vizcaínos para ir acaparando puestos en la administración de las instituciones públicas, que utilizaron como rampa de lanzamiento hacia otros negocios en América. De hecho, funcionaron como una colonia endogámica de intereses familiares, estableciendo lazos conyugales entre los miembros de las compañías mercantiles para consolidar sus posiciones de poder.



A este contingente exclusivamente español se sumaba el de los extranjeros, a los que se permitía viajar a tierras americanas concediéndoles licencias extraordinarias o a través del recurso de la naturalización que consistía en demostrar un habitual desarrollo de las actividades económicas en la región andaluza durante más de diez años o a través del matrimonio con una española. Otros utilizaron factores españoles como mediadores. Destacaron los genoveses, flamencos y portugueses, entre otros grupos de mercaderes considerados como extranjeros naturalizados. A pesar del monopolio protegido para españoles, los extranjeros llegaron a ser mayoría sobre los naturales.

Los genoveses se instalaron en Sevilla desde el siglo XIII, estaban más interesados en la distribución de las mercancías americanas hacia Europa que participar en las rutas coloniales desde América. Los florentinos se establecieron como consecuencia del descubrimiento americano; comerciaban con sedas, azúcar canario, libros venecianos, textiles florentinos, pimienta y sal, y hasta esclavos negros; además siempre mantuvieron la tradición bancaria propia de la Toscana consistente en el crédito, el depósito y los seguros marítimos desarrollados en la Carrera de Indias. Los flamencos, provenientes de Brujas y Amberes, llegaron a formar durante su mayor apogeo una congregación de 200 familias; se dedicaban al pequeño comercio y al tráfico indiano.

La sociedad mercantil hispalense, compuesta por todos aquellos mercaderes, cargadores, intermediarios, banqueros, factores, armadores, almacenistas se caracterizó por ser emprendedora, inquietante, dinámica y ambiciosa. La principal base de la organización empresarial de Sevilla durante los siglos XVI y XVII era la familia, es decir, la empresa familiar, y la forma jurídica de asociación más utilizada era la sociedad mercantil, compuesta por un reducido grupo de socios.

La iniciativa privada descartaba la implantación de un monopolio estatal, de hecho, la Corona sólo retenía el 20% de las mercancías que llegaban a Sevilla, era el llamado "quinto real", y el cobro de los derechos de aduanas recaudados tanto en la metrópoli como en los puertos coloniales.

En aquella sociedad cosmopolita y burguesa la nobleza ocupada una posición privilegiada, a pesar de no tomar parte directa en el trato económico indiano. El poder de los diferentes linajes nobiliarios se consolidó en las instituciones municipales desde tiempos de la Reconquista, acaparando amplios terrenos rústicos. Posteriormente, se fueron introduciendo en este mercado convirtiéndose en emprendedores, al mismo tiempo que adinerados mercaderes iban adquiriendo títulos nobiliarios convirtiéndose en nobles.

El dinero consiguió que la estructura social hispalense sufriera cambios. Como escribiera Francisco de Quevedo "poderoso caballero es don dinero", consiguió que el poder social de los nobles fuese nominal, mientras que el poder económico de los mercaderes, banqueros y comerciantes fuese efectivo. Aquel proceso de aristocratización de los hombres de negocios fue recogido por Cervantes quien escribió que "la ambición y la riqueza mueren por manifestarse".

Dibujo Sevilla Franz Hogenberg Civitates orbis terrarum Ortelius
SEVILLA, SIGLO XVI

Las economías de la metrópoli sevillana y de las colonias americanas fueron complementándose hasta la década de 1570. La ciudad y los amplios terrenos colindantes proveían a los puertos americanos de productos agrícolas que necesitaban, especialmente trigo, aceite y vino, al mismo tiempo que la demanda indiana de productos manufacturados servía estímulo a la industria castellana. Pero a partir de aquella década los productos de primera necesidad se empezaron a elaborar en América en proporción a sus necesidades. El surgimiento de una economía autóctona indiana unido a la competencia de Cádiz como puerto comercial propició un progresivo declive durante el siglo XVII.

Visitantes ilustres como Miguel de Cervantes o Lope de Vega y otros muchos artistas quedaron impresionados por los monumentos, los palacios y, sobre todo, la incesante actividad que se generaba en la Sevilla del siglo XVI, cuando la capital andaluza era el corazón del primer del Imperio transoceánico y universal. Muchas fueron las obras literarias y las pinturas que describían el ambiente cosmopolita y variopinto de la "Gran Babilonia de España".

Alonso Sánchez Coello retrató de genial manera la actividad económica y la vida social del puerto de Sevilla en el gran óleo de finales del siglo XVI llamado El Arrabal.

MERCADERES EN EL ARARBAL DE SEVILLA

Muchos grabados con panorámicas de Sevilla de los siglos XVI y XVII, llevan el lema: "Quien no ha visto Sevilla, no ha visto maravilla". Esa es la imagen de la ciudad que difundieron grabadores y viajeros europeos, a los que se sumaron escritores nacionales, como Luis de Peraza que escribió la primera Historia de Sevilla en 1535.

Luis de Góngora dedicó estos versos a su ciudad natal:
Gran Babilonia de España
mapa de todas las naciones
dónde el flamenco a su Gante
y el inglés halla su Londres.


Lope de Vega describió en su obra teatral El Arenal de Sevilla (acto I) el espectáculo que ofrecía el puerto hispalense:

Lo que es más razón
que alabeses ver salir destas
naves tanta diversa nación;
las cosas que desembarcan,
el salir y entrar en ellas
y el volver después a ellas
con otras muchas que embarcan.

Por cuchillos, el francés,
mercerías y ruán,
lleva aceite; el alemán
trae lienzo, fustán, llantés...
carga vino de Alanís,
hierro trae el vizcaíno,
el cuartón, el tiro, el pino,
el indiano, el ámbar gris,
la perla, el oro, la plata,
palo de Campeche, cueros...
toda esta arena es dineros.

Los barcos de Gibraltar
traen pescado cada día,
aunque suele Berbería
algunos dellos pescar.

Es cosa de admiración
ver los que vienen y van.
Por aquí viene la fruta,
la cal, el trigo, hasta el barro.


En 1647, todavía Gil González Dávila describía Sevilla de esta manera:
"Corte sin Rey. Habitación de Grandes y Poderosos del Reyno y de gran multitud de Gentes y de Naciones, compuesta de la opulencia y riqueza de dos Mundos, Viejo y Nuevo, que se juntan en sus plazas a conferir y tratar la suma de sus negocios. Admirable por la felicidad de sus ingenios, templanza de sus aires, serenidad de su cielo, fertilidad de la tierra..."

El periodista y poeta Salvador Rueda Santos, precursor del Modernismo literario español, sobre el río Guadalquivir y la Torre del Oro:
"El Guadalquivir arrastra a su velo de cristal, que riza en largos pliegues el profundo aire de la primavera. La Torre del Oro, coronada de pequeñas almenas, se retrata en el agua adormecida y se sumerge en las leyendas que el tiempo ha acumulado sobre sus muros."
RINCONETE Y CORTADILLO, POR RODRÍGUEZ DE GUMÁN

Paradójicamente, aquella ciudad mundo en pleno auge y esplendor económico escondía una cara pobre, ociosa y delincuente. Se trataba de una clase social formada por los más vividores de aquel entonces, los aventureros y pícaros que se mantenían al margen de los negocios y llenaban con frecuencia las cárceles, inspirando novelas y comedias de autores del Siglo de Oro español como Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Luis de Góngora y Tirso de Molina, y representaciones pictóricas como Velázquez.

En efecto, los escritores del Siglo de Oro de las Letras reflejaron en sus obras los ambientes rufianescos y las pendencias amorosas, las disputas, las intrigas, los alborotos…, típicos de una sociedad criada en el arte de la guerra, la ambición económica y el ocio pendenciero. Se trataba de autóctonos con un carácter altivo, orgulloso y ocioso, se mezclada con extranjeros que ambicionaban riquezas.

Existía una gran cantidad de niños abandonados, huérfanos y vagabundos, buscando un amo a quien servir. Niños criados en la picaresca, como Rinconete y Cortadillo, que fueron protagonistas de novela de Miguel de Cervantes, víctimas de la indiferencia, de la ruptura familiar y del egoísmo individualista, y que vivían de la caridad ofrecida por los numerosos hospitales levantados en el Medievo. Se trata de dos adolescentes castellanos que, en busca de aventuras, marchan a Sevilla, donde ingresan en una cuadrilla de delincuentes. Tras varias peripecias, uno de ellos intenta abandonar ese modo de vida, encareciendo "cuan descuidada justicia había en aquella tan famosa ciudad de Sevilla, pues casi al descubierto vivía en ella gente tan perniciosa y tan contraria a la misma naturaleza".

EL JOVEN MENDIGO Y RINCONETE Y CORTADILLOPOR ESTEBAN DE MURILLO

Miguel de Cervantes fue el literato que mejor supo describir el ambiente del populacho sevillano. Instalado entre 1587 y 1600, aquella Sevilla esplendorosa y pícara le sirvió de fuente de inspiración: una ciudad universal, escenario del mundo, teatro de todo lo humano. Estuvo preso en la Cárcel Real hispalense en 1597, por un incidente relacionado con su trabajo como recaudador de impuestos, y eso le permitió acercarse al mundo de la picaresca, del trapicheo y de la mancebía, tan bien reflejados en dos de sus Novelas ejemplares: El rufián dichoso y Rinconete y Cortadillo.

Santa Teresa quedó escandalizada por aquella pobreza que se escondía bajo el esplendor de la sociedad mercantil de Sevilla, ciudad a la que definió como "Babel de Engaño".

El emporio comercial determinó que la ciudad se convirtiera en un foco cultural de primer orden europeo. Se movieron humanistas como Juan de Mal-Lara y Benito Arias Montano, este último era extremeño pero muy vinculado a la ciudad. Desarrollaron una literatura poética autores como Gutierre de Cetina y Fernando Herrera. Dramaturgos que hicieron de la ciudad el centro teatral de la península.

EL AGUADOR DE SEVILLA, POR DIEGO VELÁZQUEZ

Pintores y escultores que desarrollaron durante dos siglos una arte con denominación de origen, la Escuela Sevillana.

Bartolomé Esteban Murillo, pintor del barroco sevillano realizó obras realistas durante la mitad del siglo XVII, entre ellas están las dedicadas a mendigos o pilluelos, bien en escenas, bien solos, El realismo no le impide presentarlos de forma amable, con la gracia propia de Murillo, sin expresar dolor o miseria como en la obra El Joven mendigo.

Diego Velázquez perteneció a esta escuela; nacido en Sevilla en 1599, se formó en el taller del pintor y humanista Francisco Pacheco. Una parte significativa de su obra la dedicó a retratar los ambientes populares de su ciudad, en cuadros como Vieja friendo huevos, Los borrachos y El aguador de Sevilla. Este estilo de juventud, lejos de ser un fácil costumbrismo, evidenciaba la influencia de las tendencias más innovadoras de la pintura europea, desde el realismo flamenco hasta el tenebrismo de Caravaggio.

Más tarde, Velázquez marchó a la corte de Madrid donde trabajaría como pintor de cámara, al amparo del conde-duque de Olivares. Fue en aquel período cuando la importancia de Madrid fue aumentando como villa y Corte de la Monarquía, en detrimento del auge de Sevilla. La capital del Imperio sustituyó a la andaluza como centro del mecenazgo artístico lo que originó la llegada de numerosos pintores sevillanos de aquella generación como Velázquez, Murillo, Zurbarán o Alonso Cano.

Entre los escultores, destacó Juan Martínez Montañés, máximo representante de la Escuela sevillana de Imaginería. Su obra, casi toda religiosa, es un tránsito entre la sobriedad del Renacimiento y la profundidad del Barroco.

ARTISTAS SEVILLANOS DEL SIGLO DE ORO 

La debilidad política de España y el poderío progresivo de varias naciones (Inglaterra, Holanda) que quieren entrar en contacto directo con las Indias, la independencia de Portugal, las guerras interiores de España y las que se sostienen en Europa, con participación española, debilitan el monopolio, debilitamiento que llega al máximo alrededor de finales del Siglo XVII.