La influencia de la vestimenta cortesana española en la Europa de la Modernidad fue un amplio fenómeno cultural que tuvo su máximo desarrollo entre 1550 y 1650 como resultado del periodo hegemónico del Imperio de la Monarquía hispánica en el mundo.
Durante
los siglos XVI y XVII, la hegemonía política, cultural y militar del Imperio
español quedó de manifiesto hasta en los usos indumentarios de la Corte
española, que fueron exportados al resto de cancillerías de Europa y de los
virreinatos americanos. Entonces, la literatura era traducida y leída en resto
de lenguas europeas, la pintura marcaba la pauta junto a la de Italia y
Flandes, y el español era una de las lenguas usas para la diplomacia y la
política entre las potencias rivales.
A
comienzos del Renacimiento, Italia marcaba la moda en la vestimenta europea,
como también hizo con el resto de géneros artísticos, caracterizada por la
expresión de colores vivos alegres. Pronto, fue España la nación que ejerció su
influencia en la moda. Los retratos de su aristocracia, realizados por maestros como Diego Velázquez o Alonso Sánchez Coello, así como la presencia de consejeros
reales en las administraciones políticas que los Austrias tenían en Europa, y
viceversa, favorecieron la difusión de la moda a la española, ejerciendo una
influencia decisiva en los usos indumentarios de la nobleza húngara y de las
cortes inglesa y sueca, entre otras.
A
través de la presencia de mujeres como Catalina de Aragón en Londres, se
difundió el atuendo español en Europa. también el modelo masculino tuvo
éxito, como pone de manifiesto la visita a Madrid en 1623 del príncipe de
Gales. De hecho, fueron los Austrias mayores Carlos I y Felipe II los máximos
promotores de aquella tendencia. Mediante pragmáticas, Felipe II impuso esta
vestimenta en este estilo austero, debido a motivos morales y económicos, y que
continuaron los Austrias menores Felipe III y Felipe IV.
Influida
por el ascetismo de la Edad Media, el estilo hispánico se caracterizaba por el
uso de colores oscuros y prendas ceñidas y lisas, el aspecto rígido con escasa
ornamentación, expresando la sobriedad y la solemnidad acorde a la
rectitud religiosa que se quería imponer. Junto a esta austeridad, incorporaban
algunos detalles de color como la cruz bordada de alguna orden o cadenas de
oro. Con el tiempo, fueron popularizadas otras prendas como golas, capas, corsés y guardainfantes.
Una
clara muestra es el retrato de Alejandro Farnesio en su juventud, general de
los Tercios de Flandes, héroe del combate de Lepanto, nieto de Carlos V e hijo
de Octavio de Farnesio y Margarita de Parma, que se encuentra en la Galería
Nacional de Parma. Aparece ataviado con vestidura corta
con mangas y brahones, que se llevaba ajustada al medio cuerpo sobre el jubón. El jubón es una prenda que se ponía sobre la camisa, ajustada al cuerpo, y que cubría desde los hombros hasta la cintura. Las calzas acuchilladas cubren los muslos y las piernas. Por encima de los hombros, lo protege
un elegante tudesco, que era un capote alemán.
En
su retrato, Felipe II con rosario, obra de Alonso Sánchez Coello expuesta en el Museo del Prado, aparece vestido con gorra
de copa sobre la cabeza, gola en el cuello, ferreruelo y jubón. Felipe II
mantuvo la estética planteada por su padre, pero le añadió
la tradicional gola o gorguera de color blanco, que era un adorno entubado alrededor del cuello, utilizado en la Centroeuropa ya desde la Edad Media, tanto por hombres como por mujeres, por estar confeccionada con tela fina de Holanda. La gola contrastaban con la sobriedad del traje negro y estaba teñida con unos polvos para darle un ligero tono azul.
Esta gola rígida y alta era un símbolo de poder que alzaba el cuello de los propietarios del Imperio geográfico más extenso de la Edad Moderna. Se solía llevar medias calzas blancas que cubrían toda la pierna, un calzado en forma apuntada. Los puños blancos hacían juego con la gola.
la tradicional gola o gorguera de color blanco, que era un adorno entubado alrededor del cuello, utilizado en la Centroeuropa ya desde la Edad Media, tanto por hombres como por mujeres, por estar confeccionada con tela fina de Holanda. La gola contrastaban con la sobriedad del traje negro y estaba teñida con unos polvos para darle un ligero tono azul.
Esta gola rígida y alta era un símbolo de poder que alzaba el cuello de los propietarios del Imperio geográfico más extenso de la Edad Moderna. Se solía llevar medias calzas blancas que cubrían toda la pierna, un calzado en forma apuntada. Los puños blancos hacían juego con la gola.
El
retrato de Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II y madre del rey Felipe
III, según la obra de Alonso Sánchez Coello expuesta en el
Kunsthistorisches Museum de Viena, viste saya con mangas de punta. Fue Ana
quien, de hecho, puso de moda el color negro en las Cortes europeas, y las
generosas mangas de estilo bombacho, bajo los corpiños de estilo masculino.
Triunfaban a la sazón el cartón de pecho, embrión del corsé, y el verdugado
para ahuecar las faldas.
Las
ropas de color negro eran un signo de nobleza, de poder y de limpieza de
sangre. Era muy importante aparentar la alta condición social a la que se pertenecía.
Vestir a la española fue, durante un siglo, casi una obligación, y quien se
rebelase contra esos hábitos se exponía a las habladurías de una sociedad que,
desde el mirador de las apariencias, defendía los privilegios de su clase. Pero
las ropas de color negro también se pusieron de moda debido a la calidad y alto
precio de su colorante palo de Campeche, también llamado "ala de cuervo", traído desde el Virreinato de la Nueva
España, convirtiéndose en un signo de distinción.
A comienzos del siglo XVII, la moda española caracterizada por su sobriedad y austeridad del reinado de Felipe II derivó a formas más excesivas en adornos. El estilo Barroco incorporó telas exóticas con algo de color, vendas doradas, perlas y piedras preciosas, e incluso la clásica gola fue desplazada por la lechuguilla, mucho más exagerado que su predecesor en forma de gran abanico, por eso fue necesario incorporar los alzacuellos para su sujeción. La intención era dar una imagen que tapase la inicial decadencia en la que estaba sufriendo el Imperio de Felipe III.
Como ejemplo de este nuevo estilo está el retrato del archiduque Alberto de Austria, hijo de Maximiliano II, pintado por Frans Pourbus y expuesto en el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid. Según el historiador Joseph Pérez, este aristócrata contrajo matrimonio con Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II, con la pretensión de "salir con elegancia del avispero flamenco". Durante el reinado de Felipe II, los gregüescos eran cortos y abombados, pero en tiempos de su sucesor se alargaron hasta penetrar en las botas, como se puede ver en el retrato.
En
la obra pictórica Conferencia de Somerset, atribuida a Juan Pantoja de la Cruz
y expuesta en la National Portrait Gallery, aparecen las delegaciones
diplomáticas española e inglesa con idéntico atuendo, en un claro ejemplo de que
aquel Tratado de Londres de 1604 no solo daba como ganadora política y militar
a España en la Guerra Anglo-española, sino que además imponía sus usos
indumentarios a su rival. A la derecha la delegación inglesa: Thomas Sackville
(junto a la ventana), Charles Howard, Charles Blount, Henry Howard y Robert
Cecil. A la izquierda la delegación hispano-flamenca: Juan de Velasco (junto a
la ventana), Juan de Tassis y Acuña, Alessandro Robido, Charles de Ligne, Jean
Richardot y Louis Verekyn.
Tras
la llegada de Felipe IV, la vestimenta de la nobleza española regresaba a la sobriedad de su original color negro, en
contraposición al lujo y colorido de la emergente moda francesa. Y no solo en España, en Holanda el color negro se convirtió en símbolo de austeridad fruto de la Revolución
Puritana.
En 1623, el cuello de lechuguilla fue sustituido por una gola grande y plana que caía sobre los hombros, estaba formada por un cartón rígido forrado de tela negra sobre el que se colocaba un cuello blanco llamado valona. Esta prenda obligaba a mantener la cabeza erguida, pero esta austera gola, era mucho más práctica y económica para la mayoría de los nobles. El color blanco de las medias fue sustituido por el negro, acorde al resto del ropaje. Y las calzas, también negras, estaba más ajustadas a las piernas que sus antecesoras de estilo acuchillado.
El clásico retrato de Diego Velázquez se observa a un juvenil Felipe IV, que viste golilla y calzones. Sobre el rey Planeta, el historiador John Elliott recuerda que hizo todo lo posible "para preservar el carácter sagrado de la realiza mediante la distancia".
Las
mujeres llevaban un amplio vestido con guardainfante, prenda que sustituyó al
verdugado. Aunque el guardainfante fuese francés, se trataba de una prenda que había evolucionado del original verdugado español, utilizado para ampliar el volumen del vestido. Consistía en una falda hueca compuesta por un armazón de alambres con
cintas que partían de la cintura, y que se hacía poco práctico e incómodo.
También podían introducir algún complemento.
Un ejemplo fue el de Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV, con quien se casó en 1649, y madre de Carlos II, retratada también por Diego Velázquez en 1652, cuyo cuadro está expuesto en el Museo del Prado. Su tono es oscuro con ribetes plateados; y los amplios faldones y la basquiña reposan sobre él. El jubón cubría desde los hombros a la cintura, e iba ceñida al cuerpo. En la mano izquierda, Mariana sostiene un amplio pañuelo de encaje. Su peinado se denomina de mariposas.
Un ejemplo fue el de Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV, con quien se casó en 1649, y madre de Carlos II, retratada también por Diego Velázquez en 1652, cuyo cuadro está expuesto en el Museo del Prado. Su tono es oscuro con ribetes plateados; y los amplios faldones y la basquiña reposan sobre él. El jubón cubría desde los hombros a la cintura, e iba ceñida al cuerpo. En la mano izquierda, Mariana sostiene un amplio pañuelo de encaje. Su peinado se denomina de mariposas.
Para la aristocracia de la época, los adornos dorados sobre el negro y el encaje en la toca y los puños eran un signo de la pertenencia nobiliaria. El abanico o pañuelo eran también una prueba de un alto poder político.
Un ejemplo de este estilo es el retrato de la joven Inés de Zúñiga, esposa de Domingo de Zúñiga y Fonseca, perteneciente al pintor Juan Carreño de Miranda y expuesta en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid. Como define el catálogo de esta institución, llama la atención "el rico joyel de pedrería adornado con tres grandes plumas moteadas de rojo y la armoniosa combinación de blancos plateados en el ceñido jubón con grandes aldetas".
Un ejemplo de este estilo es el retrato de la joven Inés de Zúñiga, esposa de Domingo de Zúñiga y Fonseca, perteneciente al pintor Juan Carreño de Miranda y expuesta en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid. Como define el catálogo de esta institución, llama la atención "el rico joyel de pedrería adornado con tres grandes plumas moteadas de rojo y la armoniosa combinación de blancos plateados en el ceñido jubón con grandes aldetas".
En
la segunda mitad del siglo XVII, Francia desplazó a España en el liderazgo
político como quedó patente en la Paz de Westfalia de 1648 y el Tratado de los
Pirineos en 1659. También el aspecto cultural, incluyendo la vestimenta, la
Monarquía francesa fue imponiendo una moda más práctica. La ropa femenina
eliminó las anchas faldas ahuecadas y las cinturas ceñidas, ampliando el escote
y dejando al descubierto hombros y cuello. El elemento más significativo de la
moda francesa masculina fue la peluca, que introdujo Luis XIII para tapar su
calvicie, llevándose en el cabello de cualquier aristócrata ilustrado, durante
todo el Siglo de las Luces.
La dinastía de los Borbones, influenciada por Francia, suprimió los últimos restos de la moda de los Austrias. Como reacción a este predominio galo, apareció el estilo que popularizaron las majas. Este estilo, denominado Majismo, fue inmortalizado por Francisco de Goya como pintor de la Corte de Carlos IV.
La dinastía de los Borbones, influenciada por Francia, suprimió los últimos restos de la moda de los Austrias. Como reacción a este predominio galo, apareció el estilo que popularizaron las majas. Este estilo, denominado Majismo, fue inmortalizado por Francisco de Goya como pintor de la Corte de Carlos IV.
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