Durante el final del siglo XIX y el principio del XX, la zona centro de Madrid se convirtió en sede de decenas de Cafés literarios donde artistas, filósofos, políticos, escritores, periodistas, científicos y toda clase de intelectuales organizaban tertulias para impulsar tendencias filosóficas y literarias, y alentar posiciones políticas avanzadas.
Cafés literarios como la Fontana de Oro, del Príncipe, de la Montaña, el Suizo, el Fornos, el Central, el Levante, el Comercial, el Pombo, el Sevilla, o el Gijón. Se podía observar un microclima en cada mesa, formado por el olor cargado a café y licor y la niebla del humo del tabaco expirado. Un ambiente entre romántico y londinense, entre añejo e intelectual. Allí acudían literatos, filósofos y eruditos de todo tipo casi a diario, siempre en el mismo café, en cierto modo para socializar la soledad de su creación, para impulsar tendencias literarias y alentar posiciones políticas avanzadas.
Un antecedente a estas tertulias cafeteras en Madrid estuvo en las academias literarias del Siglo de Oro. Se trataba de reuniones de poetas en el domicilio de algún noble o aristócrata, a imitación de las academias italianas renacentistas. En ellas se discutía sobre temas literarios e incluso se componían poemas y pequeñas obras para ser leídas en el transcurso de las mismas. En Madrid la más famosa fue quizás la Academia Mantuana, en la que participó Lope de Vega, donde leyó su Arte Nuevo de Hacer Comedias.
De la evolución de una de estas academias, la Academia del Buen Gusto, cuyos miembros se reunían entre los años 1749 y 1751 en un local de la plazuela del Ángel, convocado por la condesa de Lemos Josefa de Zúñiga, apareció la que es considerada la primera de las tertulias de café. Fue la Tertulia de la Fonda de San Sebastián, fundada por Nicolás Fernández de Moratín un par de década después que la anterior academia. Supuso el arma dialéctica de un grupo de ilustrados que querían acabar con el estilo rococó de la cultura española. Allí se hablaba de los ideales de Rousseau y los ilustrados franceses, se apostaba por una literatura distinta y vanguardista, y por un teatro neoclásico. Por aquellas tertulia innovadora, precedente de las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País, pasaron entre otros intelectuales ilustrados Félix María Samaniego, Tomás de Iriarte, Gaspar Melchor de Jovellanos o Francisco de Goya.
A principios del siglo XIX, Madrid experimentaba una realidad socio-política bastante convulsa. Primero con el Levantamiento del Dos de Mayo y la resistencia frente a la invasión francesa. Tras la vuelta al trono del rey absolutista Fernando VII, fue seguido de un periodo de inestabilidad producido del Trienio liberal de 1820 y 1823. Fue aquella realidad convulsa la que impulsó los debates y tertulias en las céntricas cafeterías madrileñas. Los liberales encontraron en estos puntos de reunión un espacio en el que expresar sus ideales, defender la Constitución de las Cortes de Cádiz de 1812, apoyar el pronunciamiento liberal del general Riego y atacar las instituciones absolutistas.
Dos locales destacaron especialmente entre las mentes liberales: el Café Lorenzini, sito en la plaza del Sol, y la Fontana de Oro, a pocos metros en la calle de la Victoria. Ambos se convirtieron en círculos de pensamiento y poder políticos paralelos, cuyos usuarios exaltaron a Riego en su llegada a Madrid tras sublevarse en Cabezas de San Juan.
El escritor canario Benito Pérez Galdós, de tendencia liberal, dedicó su novela con el mismo título a aquel café que frecuentaba y describió:
"En la Fontana es preciso demarcar dos recintos, dos hemisferios, el correspondiente al café y el correspondiente a la política. En el primer recinto había unas cuantas mesas destinadas al servicio. Más al fondo, y formando un ángulo, estaba el local en el que se celebraban las sesiones. Al principio, el orador se ponía en pie sobre la mesa y hablaba; después, el dueño del café se vio obligado a construir una tribuna."
El siglo XIX transforma el paisaje de Madrid, no solo era un lavado de cara a sus edificios, plazas y avenidas, sino que experimentó un amplio crecimiento demográfico. De los 176.000 habitantes que recogía el censo de 1804, se pasó a 540.000 en los primeros años del siglo XIX. Todo este auge contribuyó a una mayor expresión cultural, a un aumento de la relevancia de las tertulias, y a una decisiva influencia en el pensamiento político y social de finales de siglo y principios del siguiente.
El Romanticismo se impuso en el siglo XIX como la corriente literaria de mayor auge, gracias a la pluma de escritores romanticistas como Espronceda, Larra o Zorrilla.
Azorín denominó al Café del Príncipe como "el solar del romanticismo castellano", porque fue el que alcanzó mayor relevancia dentro del círculo sociocultural romántico. Estaba situado en la calle Príncipe, junto al actual Teatro Español, y su tertulia recibía el nombre del Parnasillo. Larra describió al lugar de encuentro literario más afamado y respetado de su época como "reducido, puerco y opaco", y miserable y mezquino por otros de sus moradores, pero acogía la esencia del movimiento en alza. Se reunían escritores, políticos y artistas de la talla de Larra, Zorrilla, Mesonero Romanos, Donoso Cortés, Bravo Murillo, Deleguer, etc. Todos ellos y muchos más formaban coloquio en al final del reinado de Fernando VII, cuando el Liberalismo comenzaba a asomar en la Historia del pensamiento político español.
Con el tiempo, este antro reformado fue recibiendo a los prohombres de la cultura y de la política hasta convertirse en el centro neurálgico del debate político y cultural del momento. El éxito se consideraba real cuando recibía el aplauso de sus compañeros de profesión en la tertulia del Parnasillo, en cuyo lugar el periodista romántico Mariano José de Larra recibió el pseudónimo de "Figaro", impuesto por el empresario teatral Juan Grimaldi, responsable del Teatro Español. Así, un escritor del siglo XIX lo es tanto por la obra que publique como por la asistencia a las tertulias.
Por lo general, lo cafés literarios madrileños eran sombríos y discretos, en contraposición a la suntuosidad y elegancia de los parisinos. Pero una excepción fue el Café Suizo, situado en la intersección de las calles Sevilla y Alcalá e inaugurado en 1845 por dos suizos. Poseía un elegante mobiliario, con lujosas mesas de mármol y grandes ventanales, y atraía a mujeres de clase alta. Allí, los hermanos Becquer organizaban una tertulia a la que tomaban parte artistas del nivel de José Casado de Alisal, el gran retratista de los principales sucesos históricos nacionales del siglo XIX.
Una de las tertulias más originales fue la de Bilis Club de carácter humorístico, que se organizaba en la Cervecería la Escocesa, situada en la carrera de San Jerónimo. Fue fundada en 1871 por un grupo de estudiantes universitarios de Derecho, liderados por Leopoldo Alas "Clarín", y que recibirían el pseudónimo de "los asturianos", por su lugar de procedencia. Se trataba de una tertulia de humor inteligente, que no permitía la torpeza y simpleza creativa. Apoyaban la corriente del Krausismo y el Regeneracionismo, y entre ellos se encontraban juristas como Adolfo Munillas o periodistas como José Ortega Munillas, padre de José Ortega y Gasset.
En aquella época, finales del siglo XIX, España se convertía en un país periférico, con el trágico final de la pérdida de las últimas provincias ultramarinas: Cuba, Puerto Rico y Filipinas; en 1898. La conciencia nacional sufría con pasión la definitiva decadencia de su grandeza imperial. A artistas e intelectuales les "duele España", y encontraron en las tertulias un modo de expresar sus sentimientos e ideales al tiempo que hacían una reflexiva crítica a la clase política. Estos factores propiciaron el mayor auge de las tertulias en la historia nacional.
En la segunda mitad del siglo XIX, una docena de cafés con sus respectivas tertulias se ubicaban en los alrededores de la céntrica Plaza del Sol. Es el tiempo del Café de Levante, situado hasta en tres locales diferentes aunque próximos entre ellos. El más influyente fue el de la calle Arenal, gracias al magisterio que mostraba la gran figura de la tertulia española, Ramón María del Valle Inclán, quien llegó a escribir que "el Café de Levante ha ejercido más influencia en la literatura y el arte contemporáneo que dos o tres universidades y academias juntas".
Allí se produjeron anécdotas como la que escribió el intelectual republicano y masón Mateo Hernández Barros, en su obra El oso y el madroño:
"Hay un episodio formidable en la historia de aquella tertulia. Anita Delgado y su hermana, preciosas danzarinas malagueñas, fueron gloria de aquel Kursaal. Por entonces estaba en Madrid el maharajá de Kapurtala; todas las noches iba a ver a Anita Delgado, entusiasmado y prendado de ella. A sus requerimientos halló siempre la misma respuesta: o casamiento, o nada. Y entonces, en la tertulia de Nuevo Levante se armó la conspiración de facilitar aquella boda… Decía Valle Inclán: Casamos a una española con un maharajá indio, va a India; allí a instancias de Anita el maharajá armarla sublevación contra los ingleses, libera la India y nos vengamos de Inglaterra que nos robó Gibraltar."
En aquel ambiente de farolas con luces de gas se movía la figura de la bohemia madrileña que tanto inspiró a Valle Inclán para crear al personaje de Max Estrella en Luces de Mohemia.
En el modernista Café del Gato Negro, situado situado en la calle Príncipe, se desarrollaba la tertulia de Jacinto Benavente.
El Café Fornos estaba ubicado frente al antiguo Café Suizo, en una esquina de la calle Alcalá. Fue inaugurado en 1870, siendo durante el día un respetable restaurante, y por la noche los reservados de sus sótanos se llenaban de música y juerga. Los reyes Alfonso XII y Amadeo I eran asiduos, y Pío Baroja y Miguel de Unamuno se conocieron en él.
La tertulia del Café de Pombo, situado en la calle Carretas, alcanzó gran relevancia desde su fundación, en 1912, por su promotor, el escritor Ramón Gómez de la Serna. Junto a él, se reunían reputados escritores dedicados a la novela, el ensayo, la poesía, el teatro, la crítica artística y el periodismo como Manuel Abril, Tomás Borrás, Rafael Bergamín, José Cabrero, Mauricio Bacarisse y Pedro Emilio Coll, y además los pintores Salvador Bartolozzi y José Gutiérrez Solana. Este último inmortalizó estos encuentros en su obra Tertulia del Café de Pombo.
Otros muchos café que se abrieron a comienzos del siglo XX estableció habitual tertulia en su interior: Café Colonial, Café Oriental, Café Sevilla, etc. La mayoría de ellos terminaron cerrando durante la Guerra Civil.
El que sobrevivió fue el Café Comercial, situado en la glorieta de Bilbao y abierto en 1887. Fue durante un tiempo lugar de tertulia de periodistas y punto de juego entre ajedrecistas. Algunos de sus ilustres de la posguerra fueron Alfonso Paso, Ignacio Aldecoa o Berlanga.
Pero fue el Café Gijón el café literario que alcanzó más fama durante el Régimen franquista. Fue fundado en 1888 por Gurmenesindo García, un emigrante asturiano en Cuba, en el paseo de Recoletos. Su tertulia fue un medio vertebrador de una España intelectual perseguida, asesinada o exiliada. Su elegancia supo atraer a intelectuales del nivel de Pío Baroja, Santiago Ramón y Cajal, Benito Pérez Galdós o Jacinto Benavente. Los jóvenes de la Generación del 27 pudieron intercambiar impresiones e ideales en su interior, convirtiéndose en fuente de inspiración para escritores como Camilo José Cela, que se sirvió de él para ambientar La Colmena.
A partir de los años 50, fue lugar de reunión habitual para cineastas como Fernando Fernán Gómez, Manuel Aleixandre o Paco Rabal, novelistas como Francisco Umbral o Buero Vallejo, y poetas como Ángel González o García Nieto.
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