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FILOSOFÍA PEDAGÓGICA DE FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS


Filósofo y educador, Francisco Giner de los Ríos fundó la Institución Libre de Enseñanza, en 1876, revolucionando el sistema educativo tradicional y religioso que perduraba en la España de la Restauración monárquica. Influenciado por la filosofía racionalista de Karl Krause, proponía una educación basada en la mentalidad crítica contra la enseñanza memorística, en la forja de actitudes creadoras frente a la instrucción de disciplinas compartimentadas.

Los objetivos pedagógicos de su filosofía son el desarrollo de la razón individual, el cultivo del cuerpo, el estímulo a las capacidades naturales del ser humano, la supresión de toda coacción externa y libertad de acción e indagación, la inmersión en la naturaleza, el saber enciclopédico, y el método intuitivo de aprendizaje intuitivo.

Sus principales publicaciones fueron Principios de derecho natural, publicada en 1873, y Resumen de filosofía del Derecho, en 1898.

FILOSOFÍA PEDAGÓGICA DE FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS

Francisco Giner de los Ríos nació en Ronda, Málaga, en 1839. Estudió Derecho en Granada y Madrid. Se licenció en Derecho Civil y Canónico en la Universidad Complutense en junio de 1865. Ese mismo año, obtuvo el doctorado en Filosofía del Derecho.

Durante estos años de estudiante universitaria, escribía en la revista Meridional y mantenía contacto con la ideología filosófica y pedagógica del denominado Krausismo, un brote de espiritualismo Neocartesiano. Fue alumno y discípulo de Julián Sanz del Río, y se relacionó con otros krausistas como Fernando de Castro y Gumersindo Azcárate.

En 1866, publicó su primer libro Estudios Literarios. Y, en 1867, consiguió la cátedra de Filosofía del Derecho Internacional de la Universidad Complutense de Madrid.

Una protesta contra las destituciones de sus compañeros Julián Sanz del Río, Nicolás Salmerón, Fernando de Castro y Gumersindo de Azcárate por negarse a jurar cargos por la Monarquía y la Iglesia generó también su propio cede de actividades en su cátedra, en marzo de 1868, por orden del ministro de Fomento, Manuel de Orovio y Echagüe.

La revolución de septiembre de 1868 instauró el denominado Sexenio Democrático, y la caída política de Orovio. Giner y sus compañeros sancionados recuperaron sus puestos académicos hasta la entrada de la Restauración monárquica de Alfonso XII, en 1875. El regreso de Orovio al Ministerio de Instrucción Pública con el gobierno de Cánovas de Castillo hizo que se reabriese la cuestión de la libertad de cátedra. El 26 de febrero de 1875, publicaba un Real Decreto estableciendo una lista de libros de texto autorizados para su utilización en el sistema educativo. Además, obligaba a los profesores a presentar el programa de su cátedra para su revisión y aprobación. Aquella medida se justificaba en los "perjuicios que a la enseñanza ha causado la absoluta libertad, las quejas repetidas de los padres y de los mismos alumnos, el deber que tiene el gobierno de velar por la moral y las sanas doctrinas y el sentimiento de responsabilidad que sobre él pesa".

En el fondo estaba el interés de la Iglesia católica de seguir controlando el tipo de formación de los españoles con el simple argumento de que "cuando la mayoría y casi la totalidad de los españoles es católica y el Estado es católico, la enseñanza oficial debe obedecer a este principio, sujetándose a todas sus consecuencias".

Con esta medida se aseguraba la no circulación de cualquier libro de texto contrario al régimen político y a la doctrina de la Iglesia católica. Y en este ataque a la libertad de conciencia está el origen de la Institución Libre de Enseñanza.

proyecto edificio Institución Libre Enseñanza
INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA

Este nuevo atentado a la libertad de cátedra desencadenó las protestas de los sectores liberales, entre ellos la de Francisco Giner quien, junto con los profesores Azcárate, González Linares y Calderón, fue detenido en abril de 1875, y trasladado a la prisión militar del Castillo de Santa Catalina, en Cádiz.


Tras este desafortunado suceso, empezó a madurar la forma de crear una institución académica en paralelo al vigente sistema educativo estatal, junto a otros profesores, escritores y empresarios.

El 10 de marzo de 1876, se aprobaron los estatutos de constitución de la Institución Libre de Enseñanza. En la fundación estuvieron presentes algunos de sus colegas también excluidos de la enseñanza pública: Julián Sanz del Río, Gumersindo de Azcárate, Teodoro Sanz Rueda y Nicolás Salmerón. El 29 de octubre, se inauguró el primer curso, permaneciendo en funcionamiento hasta el comienzo de la Guerra Civil, en 1936. Desde entonces, Giner se volcaría en el funcionamiento de este proyecto como rector.

Desde su humilde sede, ubicada en el paseo del Obelisco, se impartiría primaria, secundaria y superior. Era estrictamente privada e independiente, cuya intención era formar espíritus libres y responsables. No se hacía ningún examen ni se establecía competencia alguna; estaba prohibida la emulación entre alumnos, y la neutralidad religiosa era norma.

Giner fue también filósofo del Derecho, que comprende Filosofía, Historia del Derecho y Ética. Sus principales publicaciones fueron Principios de derecho natural, en 1873, y Resumen de filosofía del Derecho, en 1898. A título póstumo de publicaron sus Obras, entre 1916 y 1965.

PRINCIPIOS DEL DERECHO NATURAL, POR FRANCISCO GINER

Reducía al Estado a su función jurídica y represiva. Su pensamiento evolucionó del dualismo Derecho natural y positivo hacia un Iusnaturalismo que englobaba el derecho y la suma de los actos jurídicos planteados por todos los sujetos del derecho. Aunque en su opinión el derecho ideal no existe, ni ley injusta, porque sólo es en apariencia y forma.


Para Giner, el derecho procede de la razón, y no de la voluntad; se regula con la moral y rige las relaciones y fines de la vida, sin ser tradicionalista ni historicista. Es personalista y liberal, defendía la libertad de acción humana, la propiedad privada y el Liberalismo económico. En alguna ocasión se preocupó de la propiedad social, pero sin convicciones. No le preocupó la necesidad de igualdad ni el establecimiento del sufragio universal; para él lo urgente era elevar el nivel mental y cultural del pueblo.

El sistema filosófico de Giner está basado en el concepto de "persona social", concibiendo el carácter social como un escalonamiento de grupos más o menos extensos. Presentaba al ser humano como un centro de actividades con varias dimensiones: racional, social, estética, sentimental, productiva, etc., todas las cuales deben desarrollarse dentro de un proyecto integral de educación. Por otro lado, el individuo humano es expresión de la naturaleza y conlleva la posibilidad de estimular el desarrollo de la misma, mediante las capacidades morales. Este es un principio de optimismo antropológico proveniente de la Ilustración.

La razón humana existe para descubrir el bien y aplicarlo en la conducta práctica de la vida. En esta línea, el conocimiento óptimo y adecuado del mundo implica la realización del bien. Por tanto, si este conocimiento supone el correspondiente comportamiento ético en el individuo, dicha filosofía habría que desembocar en un proyecto educativo que transformaría a la sociedad.

La racionalidad libre del espíritu humano es expresión de la bondad de la naturaleza. Así, siguiendo las ideas de Krause en el Ideal de la Humanidad, Giner afirma que:
"La naturaleza tiene en sí su bondad esencial, su belleza, su dignidad; mutilarla en nuestro cuerpo, abusar de ella, afearla, menospreciar y profanar la imagen de Dios en ella, es olvidar la ley de la armonía divina en la humanidad."

Esta idea lleva a la rehabilitación del cuerpo, "no sólo por propia bondad como la más bella de las criaturas naturales, sino como el órgano ante la naturaleza y el espíritu …"

Los objetivos pedagógicos que se desprenden de esta postura filosófica son: desarrollo de la razón individual, atención y cultivo del cuerpo, estímulo a las capacidades naturales del ser humano, supresión de toda coacción externa y libertad de acción e indagación, inmersión en la naturaleza, etc.

Estas tendencias pedagógicas fueron fruto de su influencia que en él ejercieron la filosofía racionalista de Karl Christian Friedrich Krause y la educación liberal de Jean-Jacques Rousseau, Friedrich Fröbel y Johann Heinrich Pestalozzi, o el español Pablo Montesino.

FRANCISCO GINER Y KARL KRAUSE

Los principios que inspiraron la orientación pedagógica de Giner son:

1. La educación debe estimular el uso de la razón con el fin de desarrollar una conciencia ética carácter individual. Se elude toda coacción o disciplina externa, que iría en contra de la íntima libertad de conciencia, prescindiendo de premios o castigos; los premios incentivan la envidia y la competencia, mientras los castigos estimulan la hipocresía.

2. El fin de toda pedagogía debe ser primar la educación frente a la instrucción; si ésta tiende a dar información y a almacenar conocimientos, aquella se propone formar hombres que desarrollen su propia personalidad. Se tiende así a eliminar los "libros texto", "programas", "exámenes", etc.

3. La educación propuesta debe ser integral, continua y sin fisuras, lo que implica que la vida debe estar presente en la escuela, favoreciendo la coeducación, el contacto con la naturaleza, los viajes socioculturales y eludiendo el que tenga sólo carácter intelectual, para completar su desarrollo armónico mediante el cultivo del arte, la educación física el juego colectivo, los trabajos manuales, etc.

4. La aplicación del método intuitivo, mediante el cual el educado, en contacto con las realidades vivas, vaya desarrollando su propio proceso cognoscitivo y humano, al mismo tiempo que mediante el contacto socrático con el maestro, éste se convierte en “comadrón” de los conocimientos del alumno.

5. El respeto a la libre conciencia individual del educado exige la neutralidad religiosa de dicha educación, sin que implique un compromiso explícito con el laicismo. La Institución Libre de Enseñanza se manifiesta aconfesional y evita toda imposición dogmática o cualquier clase de proselitismo; pero respeta con máximo escrúpulo las creencias religiosas del educado, cualquiera que éstas fuesen. No se trata de una escuela laica, sino neutral.

En varias partes de su obra escrita, Francisco Giner hacía distinción entre educación e instrucción. El verdadero objetivo de la enseñanza debe ser la educación, pues la instrucción por sí sola no puede cumplir aquel objetivo que consiste en el desarrollo pleno de la personalidad. A fin de conseguir esta, Giner hizo una crítica a fondo del tradicional sistema de enseñanza al que juzgó excesivamente intelectualista y memoralista, que son sólo dos aspectos de la personalidad humana.
"No cabe promover el desarrollo de la inteligencia sin el de nuestras restantes facultades."
Razón por la que en la Institución se prestase especial atención a otros aspectos fundamentales para la formación de una auténtica y plena personalidad. Algunos de esos aspectos humanos quedaron descritos, por ejemplo, en su Discurso inaugural del curso 1880-1881:
"… la gimnasia, llamada a mejorar las condiciones de una raza empobrecida; el dibujo, que tan maravillosamente despierta el espíritu de observación y amor a la naturaleza y el arte; el canto, que inicia el sentido estético en la esfera más propia y familiar al niño; los ejercicios manuales, que lo educan para el aprendizaje técnico, dan rienda suelta a la tendencia plástica y creadora de la fantasía; las excursiones, uno de sus más poderosos elementos las cajas de ahorro, que habitúan al uso racional de los bienes."
 
RESUMEN DE FILOSOFÍA DEL DERECHO, POR FRANCISCO GINER

En cuanto a los medios de aprendizaje, Giner prestó especial atención al método intuitivo, que no puede confundirse con una enseñanza empírica. En este incluye la observación sensible, pero también la introversión, la reflexión por cuenta propia, el estímulo de la actividad crítica y creadora, el desarrollo del elemento racional con sentido de responsabilidad, el impulso hacia el trabajo propio y personal, alimentando toda clase de iniciativas sanas y enriquecedoras de la personalidad. De forma breve, todo aquello que contribuya a que el alumno reciba intuitivamente el contenido de la enseñanza a través de la realidad, y no por medio de abstracciones y generalizaciones cuyo sentido resulta a veces difícil de precisar. El método intuitivo es, en definitiva, el método activo, con el que puede identificarse.

En este planteamiento pedagógico orientado al desarrollo de la personalidad desde la implantación de unos intereses morales y espirituales, más que desde el aprendizaje forzoso de unos contenidos y unas disciplinas, ocupa primer plano la refundación de la primera y segunda enseñanza en un todo indiviso.

Entendía que el objetivo esencial de la enseñanza es la educación como forja de actitudes creadoras, y no la simple instrucción de unas disciplinas sistemáticas y compartimentadas. La escuela debía promover la educación frente a la instrucción; formación frente a información; reflexión sobre el contenido y significado de los hechos frente a la mera retención de éstos. Además, debía educar la sensibilidad del alumno mediante la exaltación del arte, la religiosidad, el gusto por el trabajo, el respeto a la ley, el patriotismo sincero, el placer del deporte y el respeto a la naturaleza.

Resumía Giner, la Institución Libre de Enseñanza "aspiraba a formar caracteres, a estimular la unidad de las fuerzas del espíritu, a encender a la juventud de todo lo noble que la vida alberga, a formar hombres".

Por tanto, la escuela debía ser una etapa espontánea de la vida, y no una situación artificial como la que luego se produce en la universidad con "profesores particulares para cada enseñanza, clases numerosísimas de la misma factura y duración, explicaciones, preguntas, libros de texto, apuntes, estudio individual del alumno fuera de las aulas…"

La nueva visión de la enseñanza propuesta por Giner y la Institución debía evitar los viejos símbolos materiales de un sistema tradicional y anquilosado. Con esta explicación en Ensayos:
"Transformad esas antiguas aulas; suprimid el estrado y la cátedra del maestro, barrera de hielo que aísla y hace imposible toda intimidad con el discípulo; suprimid el banco, la grada, el anfiteatro, símbolos perdurables de la uniformidad y del tedio. Romped esas enormes masas de alumnos, por necesidad constreñidas a oír pasivamente una lección o a alternar en un interrogatorio de memoria, cuando no a presenciar desde distancias increíbles ejercicios y manipulaciones de que apenas logran darse cuenta. Sustituid en torno del profesor a todos esos elementos clásicos por un círculo poco numeroso de escolares activos que piensan, que hablan, que discuten que se mueven, que están vivos, en suma, y cuya fantasía se ennoblece con la idea de una colaboración en la obra del maestro. Vedlos excitados por su propia espontánea iniciativa, por la conciencia de sí mismos, porque sienten ya que son algo en el mundo y que no es pecado tener individualidad y ser hombres. Hacedlos medir, pensar, descomponer, crear y disipar la materia en el laboratorio; discutir, como en Grecia, los problemas fundamentales del ser y distinto de las cosas; sondear el dolor en la clínica, la nebulosa en el espacio, la producción en el suelo de la tierra, la belleza y la Historia en el museo que descifren el jeroglífico que deduzcan a sus tipos los organismos naturales, que interpreten los textos, que inventen, que descubran, que adivinen nuevas formas doquiera… Y entonces la cátedra es un taller y el maestro un guía en el trabajo; los discípulos, una familia; el vínculo exterior se convierte en ético e interno; la pequeña sociedad y la grande respiran un mismo ambiente; la vida circula por todas partes y la enseñanza gana en fecundidad, en solidez, en atractivo, lo que pierde en pompas y en gallardas libreas."


La naturaleza es el único criterio permanente en esa enseñanza, y de él saldrían todos los demás: la mentalidad crítica y creadora contra la enseñanza mecánica y memorística; la iniciativa y actividad del alumno contra su pasividad receptiva; el saber enciclopédico contra una cultura especializada y regimentada en disciplinas; la creación de intereses y actitudes elevadas contra una mera instrucción aséptica.

Entre aquellos aspectos de lo natural hay que destacar la coeducación entre alumnos y alumnas, muy en contra de cualquier separación artificial entre sexos.

La enseñanza debe ser natural, y el maestro debe estar entre los alumnos como uno más. Las relaciones entre jóvenes y profesores estaban despojadas de autoritarismo y pedantismo. Si verdaderamente sabe más y es mejor que los alumnos, se impondrá sobre ellos con la única base que puede tener para ello un auténtico maestro: por su autoridad moral. El maestro se impone por su propio peso específico entre los alumnos. La verdadera enseñanza gira en torno al hombre, y si el maestro lo es de verdad no es necesario todo los demás: leyes, decretos, aulas, cátedras, bancos, gradas, programas y disciplinas. Por eso decía:
"El maestro no representa un elemento importante de ese orden educacional, sino el primero, por no decir el todo. Dadme el maestro y os abandono la organización, el local, los medios materiales, cuantos factores, en suma, contribuyan a auxiliar su función. Él se dará arte para suplir la insuficiencia o los vicios de cada uno de ellos."

Una vez reintegrado a la cátedra de Filosofía del Derecho, pudo desarrollar esta innovadora tipología de formación académica en el interior de un aula del viejo edifico de Noviciado. Sus alumnos más interesados y entusiastas se reunían sentados en círculo, junto a algunos libros y papeles, para desarrollar la clase en forma de diálogo, sin preocuparse de la hora de finalización.

Ejercía una fuerte influencia sobre los jóvenes profesores y doctorados. Según su sobrino y discípulo, Fernando de los Ríos:
"Los hallaba en esa edad de inquietud propicia a recoger la siembra de un sembrador experto."
"Y aquella permanente ansia moral en que vivió don Francisco y hacía de él en todo instante una llama clara y viva, dio calor, luz y esperanza a cuantos se le acercaban."

Giner vivió para la Institución Libre de Enseñanza, dedicando todo su esfuerzo e ilusión a este ideal. El doctor Antonio de Zulueta, primer genetista español, escribió sobre él:
"Austero, heroico, don Francisco sabía lo que valían el trabajo y el sufrimiento y las lágrimas: nada puso jamás por encima del cumplimiento del deber. Cada minuto de su vida era una lección."

Y el mismo Giner escribió en cierto momento: "Cada hora bien vale por sí un infinito, aunque fue única"; lo cual comentó Zulueta, diciendo: "No hubo acaso en si vida una hora, una sola hora consciente, que no valiese ese infinito."

María Dolores Gómez Molleda, en su obra Los reformadores de la España contemporánea, publicada en Madrid, en 1966, escribió así de él:
"Todo habla en don Francisco de su vocación enorme de maestro. Todo dice en él de su ansiosa incontenible de proyección y de magisterio. Todo descubre en él, el secreto de verdadero educador: la entrega."

FERNANDO DE LOS RÍOS Y ANTONIO DE ZULUETA

Su saber, su humanidad, su sencillez y su humildad se imponían siempre por encima del orgullo, del boato o de la pedantería de algunos. Aunque bajo un ambiente aconfesional, se respiraba un cierto aire franciscano. Zulueta llegó a escribir a su muerte: "puede decirse, sin exageración alguna, que fue un santo". Un santo laico para el que el armo de la Naturaleza lo era todo.

Miguel de Unamuno también dejó escrita su opinión personal, tras la muerte de Giner, en 1915, a quien lo llegó a comparar con Sócrates, uno de los grandes maestros occidentales de la palabra: 
"Nunca olvidaremos nuestro Sócrates español, con aquel supremo partero de mentes ajenas. Inquiría, preguntaba, objetaba, obligándonos a pensar. Y después de una de aquellas charlas con él volvíamos a casa tal vez sin haber recibido de él ninguna idea nueva; pero lo que vale más son nuestras propias ideas, antes turbias, aclaradas ahora, habiendo descubierto en nosotros mismos puntos de vista que ignorábamos antes, conociéndonos mejor y conociendo mejor nuestros propios pensamientos que no conocíamos antes de habernos acercado a él. Este era el maestro."

Rubén Landa lo definía como tópico que no necesitaba demostración, un ejemplo por encima de la palabra:
"Sabido es que la persona y la vida de don Francisco Giner tienen aún más valor que su obra escrita, con ser el de ésta muy considerable."

Giner era el "Sócrates español", porque fue un hombre de tradición oral, como lo fue el filósofo de la Grecia clásica, pues según él mismo su más alto ministerio era "administrar el santo Sacramento de la conversación".

Pero no sólo era la palabra su medio pedagógico de acción, lo era el ejemplo, la conducta y la influencia personal. Uno de sus discípulos, Pablo de A. Cobos, explicó cómo fue el cambio del panorama espiritual de España entre 1876 y 1930, atribuyendo una aportación especial a Giner y su Institución:
"Con una escuela, la más humilde escuela de Madrid, la Institución Libre de Enseñanza, con un procedimiento: la influencia personal, y con unos principios firmísimos de conducta irreprochable. A su lado, un grupo de hombres, con la hombría en toda plenitud. Junto a cada uno de estos hombres, otro grupo, cada día más amplio. Y otro grupo luego. Y repartidos por toda España, y por todas las actividades del pensamiento, educando siempre con la palabra y con la conducta."

El objetivo final de esa orientación pedagógica en Francisco Giner y la Institución Libre de Enseñanza era la formación del hombre. Así lo corroboraron sus discípulos. Uno de ellos, Rubén Landa escribió que Giner fue un "forjador de caracteres y más que un reformador, un formador de maestros que pudieran comenzar por hacer su reforma interior".

José Pijoán en su libro de recuerdos Mi don Francisco Giner escribió que "hacer hombres" era su tarea pedagógica obsesiva.
"Leyes, decretos, ¿para qué? Si, como ustedes dicen, no tenemos gente para aplicarlos."

Pijoán comentaba:
"Ésta era la obra lenta, pero segura que tenía apartado al Abuelo de las Academia y Parlamentos: ¡hacer hombres! Recordémoslo bien, que él no quería hacer una inteligencia o una aristocracia intelectual para transformar el país con reformas, ni un Port Royal español con jansenitas del siglo XIX, sino un grupito de hombres útiles, prácticos, activos, que dieran ejemplo de la vida moderna anticipándose sólo a la conversación de los demás."

Manuel Azaña llegó a decir que "la obra de Giner es tan considerable que hoy, cuanto existe en España de pulcritud moral lo ha creado él".

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