Durante el proceso de colonización de los territorios americanos por el Imperio español, se fundaros una veintena de universidades, entre los siglos XVI y XVIII. Estas impartieron cátedras de Derecho y Filosofía, cuyos origen ideológico e intelectual estuvo en la Universidad de Salamanca y en los filósofos y juristas Francisco de Vitoria, Juan de Mariana y Francisco Suárez.
Los principales catedráticos y promotores del Derecho y Filosofía en las universidades hispanoamericanas fueron Alonso de la Vera Cruz, Francisco Cervantes de Salazar, Bartolomé de Albornoz, Alonso Rubio de Rueda y Juan de Lorenzana. Estos instruyeron a estudiantes criollos, mestizos e indígenas sobre el Derecho de Gentes y la defensa de los indios.
El origen del pensamiento político cristiano
que se impartía en las universidades de América fundadas por el Imperio español
estuvo en la Escuela de Salamanca, un movimiento de carácter teológico y jurídico.
La llamada Escuela Española de la Paz apareció en la Universidad homónima
durante las primeras décadas de la colonización española del Nuevo Mundo. Sus
ideas y debates trazaron normas humanitarias, base de la libertad de las
personas y de la soberanía de los pueblos.
Su doctrina fue enseñada en las aulas de los
colegios mayores y universidades de los virreinatos debido a que durante el
siglo XVI buena parte de los fundadores, rectores y catedráticos habían
estudiado en la Universidad de Salamanca. Aquellos discípulos instruyeron su
doctrina a los alumnos criollos, mestizos e indígenas. Sus principales
representantes fueron Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Martín de Azpilcueta,
Juan de Mariana, Bartolomé de las Casas, Francisco Suárez, Juan de la Peña, Tomás
de Mercado, etc.
En las Universidades hispanoamericanas siempre
estuvo presente el mensaje político, jurídico y filosófico del maestro
Francisco de Vitoria. Teólogo, jurista y catedrático, fue el más alto
representante de la escuela jurídica española y principal fundador de los
Derechos Humanos. Su doctrina estuvo basada en el Derecho
Internacional, haciendo posible el entendimiento entre los pueblos de buena voluntad
y facilitando las mutuas relaciones de justicia y de caridad entre
colonizadores españoles e indígenas americanos. Se había anticipado a su tiempo
de tal modo que sus relecciones han sido adoptadas por muchos tratadistas modernos.
El pensamiento de Vitoria sobre el trato a los indios y los
Derechos Humanos quedó reunido en Relecciones Theologicae, de las que
sobresalen sus tres libros: De Matrimonio, de 1531; De Iure Belli, de 1539; y
De Indis, de 1539. En ellas se rechaza el poder temporal del papa,
al que consideraba como un vicario de Cristo, con poder espiritual y no
temporal; se analizan diversos aspectos jurídicos de las relaciones españolas
con los indios y también se repasa el Derecho de Guerra, como elemento
fundacional de los principios jurídicos internacionales.
Vitoria sostenía que el poder real emanaba de
Dios y lo depositaba en el pueblo; único poder superior natural de los hombres,
que por esencia son libres e iguales. El pueblo a su vez encomendaba a un príncipe,
que debía jurar las leyes del pueblo para su conversión en rey. Este no era el
propietario del reino y de su pueblo, sino un "padre" que debería realizar un
buen gobierno conforme al derecho y en beneficio del bien común. Por tanto, el
pueblo tiene la licitud de derrocar al rey elegido si este rompía el pacto
foral y se comportaba como un déspota, llegando incluso al Tiranicidio. Algo
revolucionario para la Edad Moderna, cuyas ideas políticas europeas estaban
basadas en el Autoritarismo de las monarquías y la lucha de gobernante por el poder
según El Príncipe de Maquiavelo.
Otro de los principales representantes de la
Escuela de Salamanca en las Universidades virreinales fue Juan de Mariana, gran
promotor de la teoría del Tiranicidio. En 1598, publicó el libro De rege et
regis institutione, por petición de García de Loaysa y Girón, consejero real de
Felipe III. En su obra, Mariana atacó las bases ideológicas del Absolutismo monárquico,
pues mantenía que el poder real no emana de Dios, sino de un contrato pactado
entre el príncipe y el pueblo, representado este por las Cortes.
Asumía que existe la posibilidad de que aquel
contrato no se llevara a cabo y el gobierno de rey terminase en tiranía. En su
opinión era la peor de las formas de gobierno, que degenera en todos los
vicios, especialmente en la lujuria, la avaricia y la crueldad. El pueblo tiene
la legitimidad de hacer la revolución y la ejecución del tirano.
Sin embargo, el pensamiento político y filosófico más influyente en las universidades hispanoamericanas fue el del jesuita Francisco Suárez, catedrático en la Universidad de Salamanca. Fue el promotor de la teoría de la Soberanía Popular Moderna.
A petición de la Iglesia católica, Suárez entabló
una importante polémica con el rey de Inglaterra. Jacobo I era defensor del
Absolutismo monárquico y sostenía que el poder real era delegado directamente
por el pueblo, por tanto, no tenía que responder de sus actos ante sus súbditos,
sino únicamente ante Dios. Tal fue el impacto frente el Absolutismo monárquico
francés que Suárez fue quemado en París.
En su obra Defesio fidei catholicae adversus
anglicanae seactae errores, Suárez defendió que la legitimidad del rey no es de
carácter divino, sino humano, y que cuando la ley es injusta entonces la desobediencia y la revolución están justificadas.
Para Suárez, el poder deriva de Dios, fuente de
toda razón y justicia, pero no pasa de Dios al monarca, sino que es el pueblo
el que se convierte en intermediario del poder. El pueblo, como depositario del
poder, se lo entrega a los hombres que han de gobernar el Estado a través de un
contrato político que establece que, si el gobernante no cumple su función de
acuerdo al bien común y actúa como un tirano, el pueblo tiene el derecho a
levantarse en armas en contra de la tiranía, a asumir de nuevo el poder y a
entregarlo a otro gobernante con capacidad para cumplir sus funciones de manera
efectiva.
El pensamiento político suareciano se impartió en
las universidades de la América española hasta la expulsión de los jesuitas, en
1767, por orden de Carlos III. Por tanto, los pioneros de la soberanía popular
en Hispanoamérica no fueron ni Locke ni Rousseau, sino el filósofo Francisco Suárez.
Tanto Francisco de Vitoria, Juan de Marina y
Francisco Suárez permanecieron en Salamanca, pero crearon una escuela de
pensamiento de cuyos discípulos buena parte pasaron a enseñar y difundir sus
ideas en las recién fundadas universidades y colegios virreinales del Imperio
española. Entre los más destacados profesores que enseñaron en México
destacaron: Alonso Gutiérrez de Veracruz, Francisco Cervantes de
Salazar, Bartolomé Frías de Albornoz y Antonio Rubio de Rueda.
Alonso Gutiérrez de Veracruz, también llamado
Alonso de la Vera Cruz, había nacido en Toledo y estudiado Gramática y Retórica
en la Universidades de Alcalá de Henares y después Filosofía y Teología en la
de Salamanca. Allí se convirtió en alumno y discípulo de Francisco de Vitoria y
de Domingo de Soto, otro importante miembro de la escuela, quienes introdujeron el Tomismo, la filosofía de Santo Tomás. Alcanzó el grado de maestro de
Teología.
En 1536, viajó al Virreinato de la Nueva España
para dedicarse a la evangelización de indígenas, ingresado en la Orden de San
Agustín. Veracruz fue posiblemente la figura más relevante de la filosofía de Hispanoamérica del siglo XVI, cuya enseñanza abarcó tanto la lógica como la
física y la ética social. Ejerció el magisterio en la Real Universidad de México
y en los colegios de su orden que él mismo fundó.
En tierras de Michoacán, Veracruz aprendió la lengua
tarasca para predicar el evangelio cristiano a los indios. En 1540, Alonso de
Veracruz fundó el convento de San Juan Bautista, abrió la primera biblioteca de
América y dictó el primer curso de Filosofía en el Nuevo Mundo, casi un siglo y
medio antes de que en la Universidad de Harvard se comenzara a impartir esta
disciplina. En este mismo estado de Michoacán, contribuyó a la fundación del
Real Colegio de San Nicolás Obispo, en la población de Pátzcuaro, que más tarde
se convertiría en una de las universidades más importantes de continente.
En 1553, escribió su tratado de filosofía De
demonio infidelium, el primer libro de esta materia realizado en América.
Siguiendo el pensamiento de su maestro Francisco de Vitoria, mantenía que "la
soberanía procede del pueblo y que el gobernante se vuelve un dictador por el
modo en cómo accede al poder" (tyrannus ab origine) "y por la manera de gobernar
o regir" (tyrannus a regimine). Posteriormente, afirma que "cualquiera de los
dos títulos hace al gobernante injusto merecedor de ser depuesto" y niega "que
haya siervos por naturaleza", en consecuencia, con lo cual el dominio sobre los
indios (por el rey y los encomenderos) depende de la voluntad popular y no
pueden poseerse sus tierras, ya que no hay ninguna duda de que "el papa puede
darle al emperador alguna parte del mundo para que la haga evangeliza".
Lo que estaba defendiendo Alonso de Veracruz era
algo totalmente novedoso para la época: que el rey era un monarca legítimo solo
si la voluntad del pueblo así lo aceptaba, porque el poder proviene siempre de
Dios y el creador se lo otorga siempre al pueblo y este lo delega al rey para
que sea el realizador de un proyecto político justo y basado en los evangelios.
Para Alonso de Veracruz, los indios dominados por
el Imperialismo antropófago de los aztecas fueron los que aceptaron al rey de
España. El nuevo orden político que les proponía el soberano español era más
justo que el establecido antes de la llegada de los colonizadores, ya que el
antiguo sistema estaba basado en la opresión, el terror y la antropofagia. Y de
esta aceptación deriva la autoridad real.
En la misma línea de reflexión que Francisco de
Vitoria, Alonso de Veracruz enumeró las motivaciones ilegítimas que se aducían
para la conquista de las Indias, así como las que podrían alegarse como legítimas.
Entre las segundas, el agustino se refirió al "régimen tiránico de los príncipes
bárbaros", que debe evitarse; a la antropofagia y los sacrificios humanos a las
alianzas entre los españoles y otros pueblos indígenas, como los tlaxcaltecas,
y a la elección libre y voluntaria de los indios.
Entre sus alumnos estuvo el gobernador indio de Pátzcuaro,
Antonio Huirziméngari Mendoza y Calzonzin, hijo del último cacique de los
tarascos. También fueron discípulos suyos Francisco Cervantes de Salazar,
escritor y maestro universitario, y los escritores Esteban de Salazar y Andrés
de Tordehumos.
Francisco Cervantes de Salazar, nacido en Toledo en la segunda década del siglo XVI, estudió en Salamanca, y después en la Real Universidad de Toledo. Estuvo al servicio del cardenal García de Loaysa, lo que le permitió entrar en contacto con Hernán Cortés. En 1550, se trasladó al Virreinato de la Nueva España para estudiar en la Real Universidad de México, de la que llegó a ser rector, y, en 1554, se ordenó sacerdote.
Entre sus obras destaca Crónica de la Nueva España, por su alto valor histórico y antropológico debido a la cantidad de datos sobre la conquista de México y las culturas indígenas. Escribió Túmulo imperial de la gran ciudad de México, donde describió las ceremonias fúnebres que se realizaron en la capital novohispana por la muerte del emperador Carlos V.
Bartolomé Frías de Albornoz, nacido en Talavera de la Reina en 1519, estudio Derecho en Salamanca y se doctoró en la Universidad de Osuna. Dominaba el latín y el griego, y leía en hebreo, árabe, francés e italiano. El humanista y gramático Francisco Sánchez de las Brozas lo llamó doctor in linguis omnibus perfectissimum, es decir perfecto conocedor de todas las lenguas.
En 1553, fundó la cátedra de Instituta, es decir, de Derecho Civil, de la Universidad de México. Experto en Aristóteles y Cicerón, fue conocido en su tiempo por defender la abolición de la esclavitud. En 1573, publicó en Valencia su Arte de los contratos, donde rechazaba la licitud del esclavismo y el tráfico de seres humanos.
Alonso Rubio de Rueda fue considerado "el más
importante de los jesuitas españoles enviados a América", por Walter Redmond
en su obra Lógica mexicana de Antonio Rubio: una nota histórica. Fue debido a
la gran influencia que su obra filosófica tuvo en Europa a través de Descartes.
De hecho, el mismo Descartes, mientras estuvo en el Real Colegio de La Fléche,
estudió los comentarios a la Lógica de Aristóteles que Rubio de Rueda incluyó
en su Lógica mexicana.
Juan de Lorenzana llegó a ser prior del convento de Lima y luego provincial, y catedrático de Prima de Teología, como los anteriores. Gran discípulo de la denominada Escuela de Salamanca, fue el nuevo Báñez a quien todos consultaban.
Entre los filósofos y juristas que fueron discípulos de Francisco Suárez y que se trasladaron a América para ejercer la docencia se encuentran:
Juan de Atienza fue rector del Colegio de San Martín de Lima, que llegó a contar con más de trescientos estudiante.
Juan Perlín fue profesor de Filosofía en Quito, Cuzco y Lima, que posteriormente regresó a España por petición de Suárez para trabajar junto a él.
Diego de Torres Bollos fue fundador del Colegio Máximo de Córdoba, luego reconvertido en la Universidad de San Ignacio de Loyola.
Al margen de las disciplinas centrales que fueron
el Derecho y la Teología, se intentaron implantar cátedras de lenguas
indígenas, cuyo conocimiento era obligatorio para los misioneros, pero no se
obtuvieron logros de alcance.
A medida que fue avanzando el siglo XVII, tomaba
ventaja la enseñanza de las llamadas "ciencias útiles". En filosofía, el
Racionalismo sustituyó al Aristotelismo y el Tomismo, el idioma español al
latín, y ciencias como la medicina y las matemáticas, durante el siglo XVIII.
Estas disciplinas se consideraban de aplicación directa a la vida cotidiana y
se volvía más atractiva para el estudiante.