Los aztecas fueron un grupo de etnias mesoamericanas que habitaron Centroamérica hasta su fusión social con la llegad de la expedición colonizadora de Hernán Cortés en 1520. Tenía su capital en México-Tenochtitlán, ciudad de la etnia dominante: los mexicas. Por sus creencias y sus dioses, su jerarquía de clases y sus refinadas formas de gobierno eran una sociedad compleja y bien organizada, con una tradición de escritura pictográfica y calendarios propios de gran dificultad.
Poseían una concepción dual iluminación-oscuridad del cosmos, el cual fue creado por el dios Quetzalcóatl.
El pensamiento teológico de los cuatro soles fue el eje central de la religión azteca: cuatro civilizaciones anteriores, que desaparecieron con otros cuatro apocalipsis. El quinto sol les exigió sacrificios humanos como condición para iluminar el mundo.
Los aztecas ofrecían la sangre derramada a los dioses como alimento que sustenta su existencia, ya que de ellos dependía la renovación de las fuerzas vitales y la continuidad de su quinto ciclo de vida.
Cuando la expedición al mando de Hernán Cortés se adentró en el interior del territorio mesoamericano, los españoles se encontraron con una unidad política compleja y centralizada que se denomina Imperio azteca o Triple Alianza, conformado por la ciudad de México-Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán. Este gran imperio contaba con dos millones de personas de distinta etnia y lengua, aunque el idioma de uso común era el náhuatl.
A la llegada de los españoles, el Imperio azteca se encontraba en la cumbre de su poderío bajo el gobierno del tlatoani Moctezuma Xocoyotzin. Su capital era la gran ciudad de México-Tenochtitlán, con una singular y estratégica ubicación en el lago Texcoco. Su espléndida e ingeniosa traza produjo admiración entre los españoles, que la consideraron la Venecia del Nuevo Mundo y también se asombraron de la amplitud de sus calles y la monumentalidad de sus construcciones, de sus infraestructuras hidráulicas y de la vitalidad de sus mercados, llenos de color y de vida, entre los que destacaba el de Tlatelolco.
En el centro de Tenochtitlán, los mexicanos dedicaron su Templo Mayor, que dominaba la ciudad, a sus dos principales dioses Huitzilopochtli (dios de la guerra) y Tláloc (dios de la lluvia). La religión entre los mexicas estaba estrechamente vinculada con la guerra y también con los ciclos agrícolas. La vida cotidiana de los mexicas, sus creencias y sus dioses, su jerarquía de clases y sus refinadas formas de gobierno, indican que era una sociedad compleja y bien organizada, con una tradición de escritura pictográfica y calendarios propios de gran dificultad.
Todo este desarrollo quedó de manifiesto en sus esculturas, orfebrería de metales y piedras preciosas, plumaria, cerámicas, códices y otros elementos que reflejan la forma de vida, y la mentalidad y la concepción religiosa del mundo de los aztecas. El poder del Imperio mexica no era ilimitado, contaba con grandes enemigos como los estados de Tlaxcala y Michoacán que, pese a los esfuerzos de los mexicas para someterles, mantenían su independencia. La conjunción de las expectativas de obtener oro y riquezas y la posibilidad de aliarse con los enemigos de los mexicas, atrajo a la expedición cortesiana hacia el corazón del Imperio azteca.
Las creencias religiosas de los aztecas fueron, como sucedió en otros aspectos de su cultura y pensamiento, el resultado de una larga evolución durante la cual sintetizaron las aportaciones de otras etnias mesoamericanas con las que se relacionaron. Aquellos pueblos de la antigüedad poseían complejas creencias religiosas sobre la existencia de la vida, la creación del universo y la situación del ser humano respecto a lo divino, que se basaban en la adoración a seres simbólicamente representados con la naturaleza y fenómenos naturales como el sol, el agua, la lluvia, los animales y la agricultura.
Conforme la etnia de los mexicas comenzaron a llegar al valle de México, a conquistar a otros pueblos y a confirmase en Imperio, fueron aceptando nuevos dioses y enlazando sus concepciones con las de los dioses que ya tenían. De esta forma consolidaron una ideología religiosa producto del sincretismo de las civilizaciones nahuas y de la herencia de los toltecas y de los teotihuacanos; en estos basaron el culto a Quetzalcoatl, la serpiente emplumada, y a Tlaloc, dios del agua de los toltecas. Por eso, la religión azteca llegó a tener mucha semejanza con la maya en cuanto a la creación de los hombres a través del autosacrificio de los dioses, la creación y destrucción del mundo.
La concepción cosmogónica mesoamericana interpretaba que la materia se componía en dos partes: una externa y material, y otra interna que se componía a su vez de otras dos fuerzas: una luminosa, caliente y seca, y otra oscura, fría y húmeda. El cosmos también presentaba esta dualidad: la parte luminosa era el sol (de característica masculina/paterna, productora de lluvia fecunda) y la parte oscura con el inframundo (femenina/materna receptora de la lluvia fecundadora y sitio de la concepción humana y natural).
Los dioses aztecas (teotl) estaban integrados de forma variada, estos son los astros y los elementos de la naturaleza como el sol, las constelaciones, la tierra, la lluvia, el viento, el fuego, el maíz, etc.; otras veces son los patrones de las actividades humanas, como el dios de los mercaderes, de la sabiduría, de los guerreros, del canto, de los mantenimientos, etc. Los atributos de unos dioses eran asumidos por otros con frecuencia, y a veces eran representados en formas variadas. Estas fuerzas abarcaban todo lo habitado en el planeta y de su equilibrio dependían el orden micro y macro cósmico, que no debía ser alterado. El antropólogo Miguel León-Portilla considera que todos los dioses son expresiones de uno superior, Ometéotl.
Algunos antropólogos consideran al dios Quetzalcóatl como el creador del hombre, otros un dios civilizador. Era considerado por varias formas: dios del viento, del agua, de la fertilidad; introductor de la cultura, la agricultura y el calendario, y es patrón de las artes y de los oficios. Y era descrito como un ser de rostro blanco y barbado, un dios pacífico y civilizador, que se opuso a los ritos del sacrificio humano. Al fracasar en su propósito, emigró hacia el este, prometiendo que un día regresaría en un año determinado de la cuenta mexica. Esto afectó en la actitud de los aztecas antes de la llegada de los primeros colonizadores.
Huitzilopochtli, cuya traducción en náhuatl esotérico era "el alma del guerrero que viene del paraíso", fue modificada su historia por algunos dirigentes mexicas para poner a su dios tribal al mismo nivel que los demás dioses nahuas. Incluso adoraban a los dioses del inframundo, en especial a Mictlantecuhtli, considerado como el dios de los muertos.
Pero siempre estaban integrados por la dualidad (luminosa/oscura) y mantenían una comunicación constante con los humanos. De hecho, los dioses podían encarnarse en los cuerpos humanos con mayor o menor intensidad. Estos dioses entroncan de un padre y una madre, Tonacatecuhtli y Tonacacáhualt (Señor dios y Señora dios) a los que se invocaban como si fuesen una sola deidad, con el nombre de Ometeolt (el dios Dual).
Estos dioses originarios tuvieron una descendencia divina de cuatro hijos, los llamados "espejos humeantes" (blanco, negro, rojo y azul), que fueron los artífices de los cuatro ciclos de vida del hombre con sus respectivas creaciones y cataclismos, a los que nombran como:
1. Tezcatlipoca rojo, también llamado Xipe y Camaxtle
2. Tezcatlipoca negro, o Tláloc
3. Tezcatlipoca azul, o Huitzilopochtli
4. Tezcatlipoca blanco, o Quetzalcóatl
El pensamiento teológico de los cuatro soles fue el eje central de la religión azteca: cuatro mundos con sus vidas anteriores, cuatro civilizaciones que desaparecieron con otros cuatro apocalipsis. Estos cataclismos fueron debidos a: una plaga de jaguares que devoraron a los hombres, una tempestad, una lluvia de fuego y un diluvio. Los sucesivos ciclos de vida tenían como intención la evolución del hombre en diferentes ensayos que efectuaban los dioses. Al ir ensayando sus múltiples creaciones lograron encontrar un tipo de hombre y de alimento cada vez más perfectos (menos recolector y más agricultor del maíz). Esta idea fue muy común en las tradiciones de otros pueblos de Mesoamérica.
Para los aztecas, la creación de un nuevo sol partió del sacrificio efectuado por los dioses cuando se auto inmolaban arrojándose a una hoguera, y de esta manera se quemaban convirtiéndose en el quinto sol, y de su sangre regada surgía el alimento de la vida humana. Por eso, ya que el hombre ha sido creado por el sacrificio de los dioses, el hombre debía corresponderle de la misma manera ofreciéndoles su propia sangre.
ESCULTURAS DE DIOSES AZTECAS |
La concepción teológica de la vida giraba en torno al pensamiento del quinto sol, el cual exige sacrificios humanos como condición para iluminar el mundo. Por otra parte, los aztecas trataban de obtener el favor de las deidades para su provecho y rechazar aquellas que les fueran perjudiciales. En definitiva, la combinación de estas creencias junto a la deseada renovación de las fuerzas vitales tuvo en la sangre humana la expresión del ritual de la continuidad.
Los ritos religiosos centraron buena parte de la vida política y de los recursos de los aztecas, ya que estas ceremonias representaban la vinculación del hombre con las fuerzas de la naturaleza a través de los dioses, creadores del orden cósmico. Tenían la finalidad de equilibrar la voluntad creadora frente a la destructora y así garantizar la continuidad de los ciclos, desde el vital hasta el agrícola.
Los dioses se manifestaban en las ceremonias a través de los sacerdotes y las víctimas del sacrificio. Por ejemplo, la joven que representaba a la diosa del maíz era decapitada, simbolizando a la mazorca de maíz cuando era arrancada de su caña, o el joven guerrero sacrificado en honor de Tezcatlipoca Negro era tratado como un dios durante todo el año previo antes de su ejecución. Estos ejemplos de humanos invadidos de las fuerzas divinas eran inmolados con el fin de la renovación de los poderes de los dioses "humanizados".
Los aztecas ofrecían la sangre derramada (atl-tlachinolli) a los dioses como alimento que sustenta su existencia (chalchiuatl), ya que de ellos dependía que brotasen buenas cosechas o asegurar el tránsito celeste. Este alimento, la sangre, fluye por en el corazón y las venas de los hombres, que es el terrible néctar del que se alimenta su creadores, sus dioses. Tras el derramamiento de sangre, este alimento, el líquido precioso, era transportado por el cielo en dos enormes serpientes. Esta creencia tiene su representación en la Piedra del Sol.
Huitzilopochtli era considerado como el Sol y dios de la guerra, fue la deidad principal y estandarte de su cultura, muy reverenciado por el pueblo azteca y originario de su propio pensamiento cosmogónico ya que no fue tomado de los pueblos que se establecieron con anterioridad en el valle de México.
La sangre humana ofrecida ante esta deidad tenía como finalidad la restauración de la sangre divina que perdía, ya que el sol era confrontado en una batalla diaria. Esto prevendría el fin del mundo que podría suceder en cada ciclo de 18.980 días, unos 52 años, al término del cual el quinto Sol corría el riesgo de extinguirse para siempre, y la tierra de ser dominada por seres de la noche. Un enemigo debía entonces ser sacrificado en el monte Huixachtépetl para hacer brotar el fuego de nuevo, después de lo cual sangre y corazones humanos debían, periódicamente, nutrir al dios en los siguientes 52 años. Los hombres deben dar sus vidas para fortalecer al Sol que cada amanecer radia su luz muy abatido por haber estado en combate contra la luna y las estrellas, para poder ofrecer un día más al hombre.
Por eso los sacrificios humanos fueron la condición necesaria de la existencia del sol y de la vida. La práctica servía también como estrategia para garantizar los privilegios de las clases dominantes.
Las formas y manifestaciones del Sol son un componente central de la cosmogonía de los aztecas, en general, y de la etnia dominante de los mexicas, en particular. Por eso sus calendarios eran solares y estaban directamente vinculados a diversas formas religiosas.
ESCULTURAS DE DIOSES AZTECAS |
Los aztecas tenían un pensamiento cíclico de la vida y creían en una vida de ultratumba. Pero el destino de una segunda vida después de la muerte no dependía de la forma como se ha vivido, sino en la forma de morir. El destino más destacado era el cielo del sol que estaba reservado a los guerreros muertos en combate, a las víctimas de los sacrificios y a las mujeres muertas al dar a luz. En cambio, las personas que morían de forma natural marchaban a un inframundo, el Mittlan. Pero antes de descansar en paz tenían que superar una serie de pruebas, tarea en la que debían ayudarles los vivos con sus recuerdos y sus ritos.
Por otra parte, una élite de sacerdotes y sabios (tlamatinime) estaba encargada de transmitir las creencias religiosas y dirigir las ceremonias como forma de sometimiento ideológico con el grueso de la población, inexperta en las explicaciones cosmogónicas. Según estudioso como León-Portillo o Caso, los sacerdotes desarrollaron una profunda visión monista por la cual entendían que el universo estaba constituido por una sola sustancia primaria. Otros investigadores como A. R. Sandstrom, basándose en investigaciones sobre las comunidades nahuas del México actual, mantienen que la concepción era panteísta, es decir, que el Universo, la naturaleza y Dios son equivalentes y representados por medio del concepto teológico de "Dios"; esta posición es apoyada por Hunt, Markman, Florescano y Ortiz de Montellano.
ESCULTURAS AZTECAS DE ANIMALES DIVINOS |
Aquella creencia mitológica derivó en un gradual incremento de los sacrificios humanos, y la necesidad de conseguir victimas condicionó la organización política y la vida militar. El antropólogo Miguel León-Portilla, en su obra Los aztecas, ha explicado que la nobleza mexicana tenía la misión predestinada de ofrecer sangre para mantener con vida al sol, ya que su sangre cósmica era el alimento de los dioses. Esa misión se cumplía mediante la celebración de ceremonias, la construcción de templos y la organización de ejércitos.
Los ejércitos del Imperio azteca no trataban de derrotar al enemigo en su totalidad, ya que habrían terminado la existencia de cautivos. No se trataba de invadir un territorio con intenciones imperialistas o de imponer fuertes tributos a un pueblo adyacente dominado, sino que se trataba de conseguir la cantidad suficiente de prisioneros para proveer de víctimas destinadas al sacrifico de Huitzilopochtli y Tlaloc principalmente.
Era la llamada "guerra florida" (xochiyayotl). Por eso, cuando se completó la conquista imperial efectuada por la tribu dominante, los mexicas, fue necesario mantener una especie de torneos contra las tribus adyacentes con la finalidad de proveerse de cautivos. Estas otras fueron llamadas "guerras floridas". Esa fue la razón por la cual los tlaxcaltecas nunca fueron aniquilados totalmente y se aliaron con el ejército de Hernán Cortés cuando estos decidieron derrotar Tenochtitlan, la capital de Imperio azteca. Cortes conquistó aquel territorio gracias a la ayuda primero de los indígenas de Cempoalla, de origen Maya, y después de los habitantes del Valle de México, y sobre todo a la alianza establecida con Tlaxcala. Cortés supo aprovechar inteligentemente aquella situación de enfrentamientos entre etnias para ganar aliados.
Existen múltiples relatos de los conquistadores capturados que fueron sacrificados durante las guerras de la conquista española de México, aunque solamente Bernal Díaz del Castillo afirmó ser un testigo de ello.
Un dirigente como Moctezuma II, el emperador de los aztecas en el momento de la colonización se mostró muy obsesionado por encontrar la explicación de la crisis que sufría su Imperio y encontrar el destino de su civilización que ya anunciaban. No es para menos, para ellos el ciclo de la vida del quinto sol estaba a punto de llegar a su vencimiento y la única manera de conseguir uno nuevo era el sacrificio de la vida humana a los dioses. Precisamente, la expedición de Cortés coincidió con la etapa de máxima proliferación de sacrificios humanos.
Estaban planificados con detalle, se hacían bailes y desfiles, ayunos, súplicas, abstinencia sexual, etc. La vestimenta de las víctimas y la forma de morir dependía de la naturaleza del dios al que se invocaba. Los sacrificios se hacían sólo en los días festivos según el calendario mesoamericano, es decir, un día festivo por cada uno de sus 18 meses de 20 días cada uno, más 5 días nefastos, y cada mes estaba dedicado a un dios distinto. Entonces, los sacerdotes convocaban a las masas para la celebración con sus tambores y caracolas de mar.
El principal ritual de sacrifico humano era la extracción del corazón, que consistía en sacar el corazón de un prisionero con vistas al sol y ofrecerlo palpitante al dios. Estas ceremonias se realizaban en las pirámides-templo, a las cuales asistían los fieles situándose al aire libre, abajo y al frente de las mismas.
En este ritual intervenían varias entidades jerarquizadas y que realizaban una función específica:
1. El supremo sacerdote recibía el nombre de Ahuacán, que significa "señor serpiente". Sus actividades se relacionaban con el ritual, los sacrificios, la adivinación, la astronomía, los cálculos cronológicos, la escritura jeroglífica, la educación religiosa y la administración de los templos.
2. Los sacerdotes llamados Chilames o adivinos, situados debajo del Ahuacán en la estructura jerárquica, estaban destinados a interpretar los designios que los dioses enviaban a los hombres a través de los oráculos.
3. El ejecutor o encargado de llevar a cabo los sacrificios rituales y abrir el pecho de la víctima para sacarle el corazón era el Nacom, que no debe confundirse con el jefe militar a quien también se le llamaba así. Le ayudaban cuatro asistentes llamados Chacoob, quienes, además de sostener a la víctima, tenían otras funciones como la de encender el fuego nuevo en el mes de Pop, ayunar y untar de sangre a los ídolos que recién se habían esculpido en el mes de Mol.
4. Los esclavos, llamados Ppentoc en masculino y Munach en femenino, eran el último peldaño en la escala social. Eran, en su mayor parte prisioneros capturados en la guerra o bien esclavizados por algún delito. También se podía nacer esclavo o convertirse en tal al ser vendido en el comercio, al quedar huérfano o al ser escogidas por su nacimiento.
Estos hombres eran llevados atados hasta la parte más altas del templo mayor, puesto su rostro hacia el firmamento, recargándose sobre la piedra de los sacrificios, sujetadas sus extremidades por hombres, mientras el ejecutor hunde en el pecho de la ofrenda un cuchillo de pedernal, extrayéndole el corazón, y alzándolo hacia el cielo ya que consideraban que esta era la forma de ofrecer el alimento a los dioses de su propia mano. Este era el tipo de ritual ofrecido a la adoración del dios Sol, Tezcatlipoca. Según la fuente The Ancient Sun Kingdoms of the Americasen la fiesta al dios del fuego, Xiuhtecuhtli (Huehueteotl):
"a los prisioneros de guerra se les hacía danzar con sus captores y se les hacía girar alrededor de un fuego intenso y entonces se les arrojaba en las brasas y se les alzaba mientras todavía estaban vivos para sacarles el corazón todavía palpitante y ofrecerlo a los dioses."
Además de la extracción del corazón, había otras formas de sacrificio que se aplicaban en rigurosa conformidad al calendario azteca: decapitación, flechamiento, encerramiento en cuevas, ahogamiento, asamiento, lucha ritual y despeñamiento desde un templo de los niños, doncellas y piezas de oro al Cenote Sagrado.
Los flechamientos eran ofrecidos al dios Xipe Tópec, consistía en atar a un poste a la víctima que sería cubierta de flechas clavadas en su cuerpo. Posteriormente el cadáver sería desollado y un sacerdote se cubriría con la piel de la víctima, personificando al dios y representando la renovación de la tierra para volver a ser fértil. El dios de la madre Tierra, Teteoinnan, requería víctimas femeninas desolladas; Tláloc requería niños enfermos masculinos; Xilonen requería ahogar a dos jóvenes.
El combate ritual o gladiatorio era una lucha a muerte que enfrentaba a un guerrero azteca con un prisionero de la alta nobleza de una tribu capturada. El combate era desigual ya que el cautivo era encadenado al suelo sin vestimenta y portaba un arma falsa y un escudo, quien moría luchando contra un guerrero jaguar completamente armado.
Cuando un pueblo era derrotado, los sacerdotes seleccionaban entre los cautivos al guerrero más destacado de los adversarios y lo tiraban por las escaleras del Templo Mayor. Al terminar su caída, los intestinos eran utilizados para las fieras del zoológico, y el cuerpo era entregado al guerrero. Este hervía el cuerpo y separaba la carne, se quedaba con los huesos como trofeo y partía la carne en fragmentos muy pequeños que ofrecía a los señores, incluso de otros pueblos. Los señores pretendían comerla, aunque era sustituida por carne de ave. A cambio, el guerrero recibía grandes obsequios y la posibilidad de ascenso social.
El juego de pelota fue una de las formas de juego sacrificial en toda Mesoamérica. El misionero y antropólogo Bernardino de Sahagún indicó que en Tenochtitlan el número de víctimas ejecutadas al terminar una partida de pelota eran cuatro. Cuando les habían dado muerte, arrastraban sus cuerpos por todo el terreno, y era como si pintaran el suelo con su sangre.
El autosacrificio era requerimiento del dios Tezcatlipoca, hermano gemelo y antagónico de Quetzacoatl, que representaba el lado oscuro de la luz. Este sacrifico voluntario tenía muchas variantes, como por ejemplo el derramamiento de sangre de diversas partes del cuerpo con punzones de hueso, espinas de maguey o de mantarraya, cuerdas, etc. Se perforaban la lengua, los lóbulos, y órganos sexuales. La sangre derramada era recogida y ofrecida al dios, más tarde era quemada junto con papel, resinas vegetales, hule y los instrumentos mismos del autosacrificio. El propósito era ofrecer su sangre, que por ser de una persona de nivel superior en la jerarquía era considerada más valiosa y apreciada por los dioses. Las pinturas de Bonampak muestran a miembros de la clase dirigente (hombres y mujeres) punzándose la lengua hasta sangrarse.
Cada año un joven era ofrecido como víctima. Durante un año lo trataban como a un dios: se le ensañaba a tocar una especie de flauta de cerámica y a fumar con elegancia, se le vestía con riqueza y ocho pajes le servían y alimentaban cuidadosamente como se tratara de la divinidad Tezcatlipoca. Veinte días antes del sacrificio era casado con cuatro jóvenes que representaban a cuatro diosas. El día del sacrificio era llevado en cortejo triunfal al templo, subía cada peldaño rompiendo las flautas que había tocado durante su consagración y al llegar a la parte superior era tomado por los sacerdotes que lo sujetaban de sus extremidades, uno de ellos le abría el pecho con un cuchillo de sílice o de obsidiana, le arrancaba el corazón y lo decapitaba. Entonces, su sangre era recogida (cuauhxicalli), su cabeza clavada en un tzompantli, su corazón era quemado como ofrenda a los dioses y el resto de su cuerpo era despeñado por la escalinata del templo. Cuando moría el representante del dios principal, que generalmente coincidía con el rey, se daba muerte a siete de sus mujeres y a cuarenta de sus criados para que le acompañasen en el más allá.
Otro tipo de rituales en honor de una deidad era la ingesta de hongos alucinógenos, bebidas fermentadas (balché), tabaco silvestre, comidas especiales y flores psicotrópicas; el sacrificio de animales, el ayuno y la abstinencia sexual.
Pero las ofrendas a los dioses no acababan tras estos ritos, durante el año cada persona o grupo entregaba las primeras recolectas de las cosechas, presas de caza, leña para mantener encendidas hogueras, sahumerios quemados en braseros, e incluso la sangre derramada por cualquier corte en la piel era ya una prueba de vinculación del hombre con los dioses. También se efectuaban ofrendas de animales, plantas, flores, estatuas, incienso, ornamentos (plumas, conchas), turquesa, obsidiana, jade, cobre y oro, entre otros.
El cenote sagrado era el escenario donde se realizaban este otro tipo de rituales. Estaba basado en es una profunda depresión semicircular rellena de agua natural y su mayor atractivo es que no tiene fondo, está conectado por debajo de las montañas al océano. Al igual que las pirámides-templo, su finalidad era realizar un tributo a sus dioses. Fue muy utilizado por algunos pueblos indígenas centroamericanos, principalmente los mayas. También arrojaban cerámica y joyas al fondo en ofrendas y rituales. Lo que los mayas no sabían es que este cenote estaba unido por conductos subterráneos con el resto de cenotes que rodean la ciudad, de los cuales cogían agua para beber, lavar, etc.
También se hacían sacrificios de animales, había dos razas de perros criados expresamente para ello, y la gente también hacía autosacrificio, ofrendando su propia sangre y sufrimiento a sus dioses.
Normalmente se realizaban exposiciones de calaveras de los sacrificados (tzompantli) como ocurrió en Huamelulpan (Oaxaca) a principios de nuestra era; y en sitios de períodos posteriores como Copán, Honduras y Uxmal. Estas alcanzaron grandes proporciones, mayores incluso que los posteriores de la gran capital azteca Tenochtitlan.
El capitán Andrés Tapia, compañero de Hernán Cortés, describió el muro de cráneos que vio en el gran teocali de Tenochtitlán, y dice que había en él "muchas cabezas de muertos pegadas con cal, y los dientes hacia fuera". Tapia contaba que vieron miles de palos verticales y "en cada palo cinco cabezas de muerto ensartadas por las sienes".
En Xochimilco, al sur de la ciudad de México se encontraron los restos de un niño de tres a cuatro años cuyos huesos presentaban una coloración naranja o amarilla traslúcida; texturas tersas o vítreas, y compactación del tejido esponjoso, además de estrellamiento del cráneo. Dado que después de sacrificarlos los mexicas solían hervir algunas de las cabezas, los arqueólogos concluyeron que el cráneo fue hervido y que se estrelló debido a la ebullición de la masa encefálica. Fotografías del cráneo han sido publicadas en revistas especializadas.
Bernardino de Sahagún fue el autor de Historia general de las cosas de Nueva España, valioso documento que reconstruyó la historia del México antiguo. Sahagún relató que los sacerdotes se extraían sangre a ellos mismos durante los cinco días anteriores al sacrificio ritual. En la víspera se organizaba la “danza de los cautivos”, donde las víctima eran forzada a bailar y a pasar la noche en vela con sus sacerdotes. Éstos cortaban a aquéllos una mecha de cabellos para conservarlos como trofeo y objeto mágico portador del fuego interior de la víctima (Tleyotl). Al amanecer, era llevados al templo para consumar el ritual del sacrifico humano.
Uno de los primeros misioneros en llegar a América, fray Toribio de Benavente, llamado Motolinía, dejó una descripción muy detallada:
Bernardino de Sahagún fue el autor de Historia general de las cosas de Nueva España, valioso documento que reconstruyó la historia del México antiguo. Sahagún relató que los sacerdotes se extraían sangre a ellos mismos durante los cinco días anteriores al sacrificio ritual. En la víspera se organizaba la “danza de los cautivos”, donde las víctima eran forzada a bailar y a pasar la noche en vela con sus sacerdotes. Éstos cortaban a aquéllos una mecha de cabellos para conservarlos como trofeo y objeto mágico portador del fuego interior de la víctima (Tleyotl). Al amanecer, era llevados al templo para consumar el ritual del sacrifico humano.
Uno de los primeros misioneros en llegar a América, fray Toribio de Benavente, llamado Motolinía, dejó una descripción muy detallada:
"Tenían una piedra larga, la mitad hincada en tierra, en lo alto encima de las gradas, delante del altar de los ídolos. En esta piedra tendrían a los desventurados de espaldas para sacrificarlos, y el pecho muy tenso, porque los tenían atados los pies y las manos, y el principal sacerdote de los ídolos o sus lugartenientes, con una piedra de pedernal, hecho un navajón como hierro de lanza, con mucha fuerza abrían al desventurado y de presto sacábanle el corazón, el oficial de esta maldad daba con el corazón encima del umbral del altar, y allí dejaba hecha una mancha de sangre; y caído el corazón, estaba un poco bullendo en la tierra, y luego poníanle en una escudilla..."
"Otras veces tomaban el corazón y levantaban hacia el sol, y a veces untaban los labios de los ídolos con la sangre. Los corazones a veces los comían los ministros viejos; otras los enterraban, y luego tomaban el cuerpo y echábanle por las gradas abajo a rodar; y allegado abajo, si era de los presos en guerra, el que lo prendió, con sus amigos y parientes, llevábanlo, y aparejaban aquella carne humana con otras comidas, y otro día hacían fiestas y le comían; y si el sacrificado era esclavo no le echaban a rodas, sino abajábanle a brazos, y hacían la misma fiesta y convite..."
"Ninguno de los que sacrificaban era de su propia voluntad, sino por la fuerza. De aquellos que así sacrificaban, desollaban algunos y vestían aquellos cuerpos, y bailaban con aquel cruel y espantoso vestido. Otro día de la fiesta, sacrificaban una mujer y desollábanla, y vestíase uno el cuerpo de ella y bailaba con los del pueblo; aquél con el cuero de la mujer vestido, los otros con sus plumajes."
La antropofagia era un acto ritual practicado por la élite política, religiosa y militar, del que estaban excluidas las clases más bajas de la sociedad. Tan solo se trató de una especie de comunión con el dios al que se dedicaba el sacrificio a través del cuerpo del sacrificado. Algunos autores, entre ellos Marvin Harris, argumentaron que el sacrificio humano en Mesoamérica se debía a la necesidad proteínica de los pueblos de la región. Sin embargo, hay que señalar que aunque se practicó el canibalismo, éste no fue nunca extensivo a toda la población ni cotidiano.
En esta práctica coincidieron todos los testimonios de la época: Diego Muñoz, Bernal Díaz del Castillo, Bernardino de Sahagún, Diego Durán, etc.; los estudios más recientes, como los de Ortiz de Montellano, lo corroboran.
Bernal Díaz del Castillo escribió que el azteca tlatoani compartía el canibalismo de su época: "Oí decir que le solían guisar carnes de muchachos de poca edad" para Moctezuma, y en esa misma página escribió que "nuestro capitán le reprendía el sacrificio y comer carne humana, que desde entonces mandó que no le guisasen tal manjar".
En su Historia de Tlaxcala, Diego Muñoz escribió:
"Ansí había carnicerías públicas de carne humana, como si fueran de vaca y carnero como en día de hoy las hay."
En cuanto a estadísticas mortuorias telúricas previas a la llegada de los conquistadores españoles, las víctimas sacrificadas y devoradas cada año por el pueblo azteca oscilaban entre 15.000 y 250.000, según los expertos.
Sólo en un día del año 1487 se sacrificaron 2.000 jóvenes inaugurando el gran templo azteca en Tenochtitlán, con una total de 84.000 prisioneros, del que da cuenta el códice indio Telleriano-Remensis. Este cálculo probablemente fue una exageración de los mismos mexicas para infundir miedo entre sus enemigos.
250.000 víctimas anuales es el número que trae para el siglo XV Jan Gehorsam en su artículo Hambre divina de los aztecas. 20.000 en sólo dos años de construcción de la gran pirámide de Huitzilopochtli, apuntó Von Hagen, incontables los asesinados por las llamadas guerras floridas y el canibalismo, según contó Halcro Ferguson, y hasta el mismísimo Jacques Soustelle reconocía que la hecatombe demográfica era tal que si no hubiesen llegado los españoles el holocausto hubiese sido inevitable.
Según otras investigaciones, para la última construcción del templo mayor, durante el gobierno de Ahuizotl, se entregaron al sacrificio 10.000 hombres. Las mismas consideran que toda la sangre derramada, desde la parte superior del templo de Huitzilopochtli y Tlaloc hasta el último de los peldaños inferiores, produjeron un hedor insoportable.
Son sacrificios de "una belleza bárbara" intentó camuflar Vaillant. "No debemos tratar de explicar esta actitud en términos morales", amenizó Von Hagen, mientras que el teólogo Enrique Dussel interpreta su lectura liberacionista y cósmica para encontrar una justificación. Se trataban de espíritus trascendentes que cumplían así con sus liturgias y ritos arcaicos.
En general, los sacrificios en la religión azteca tomaron un papel importante desde su arribó al vallé de Anahuac hasta los últimos días de asedio de Tenochtitlán por el hombre de Hernán Cortés en 1521. La práctica del sacrificio humano en las religiones indígenas fue una cuestión condenada por los europeos a su llegada a América continental en el siglo XVI.
El Catolicismo español contribuyó a que se acabaran este tipo de rituales salvajes en una población sin humanizar y sin civilizar. Consiguió que los indios precolombinos no se sacrificaran por sus deidades, pues el enviado por Dios, Jesucristo, ya se sacrificó por los hombres. Los valores morales y cívicos también fueron introducidos por los españoles a estas criaturas deshumanizadas.
La corriente mayoritaria y más aceptada de la historiografía y la arqueología americana reconoce la existencia de estas prácticas, como los antropólogos Miguel León-Portilla y Matthias Schulz, o la Enciclopedia Británica en su edición de 2007.
Aunque también existe una corriente minoritaria de autores que consideran que se trata de una leyenda de origen etnocéntrico europeo, entre los que se encuentra Pablo Moctezuma Barragán.
Lo cierto es que hay abundante evidencia arqueológica e histórica con base en las crónicas europeas, los informes indígenas y la evidencia arqueológica que registran esta práctica ritual en varias partes de América antes de la llegada de los españoles.
El estudio erudito más reciente sobre el sacrificio mesoamericano es del profesor David Carrasco, City of Sacrifice: The Aztec Empire and the Role of Violence in Civilization. En 2007 tuvo lugar un seminario internacional en el Museo del Templo Mayor de la Ciudad de México, donde participaron 28 especialistas de diversos países. Ninguno negó la historicidad de los sacrificios mesoamericanos.
Pero entre los escépticos que niegan estos actos como los que lo ratifican existe un punto de encuentro: el sacrificio humano debe ser entendido en su contexto histórico y cultural, y no de modo sensacionalista, especialmente por el hecho de que sacrificios humanos hubo en otras partes del mundo, no sólo entre los pueblos indígenas precolombinos.
Efectivamente, los sacrificios humanos han sido practicados en muchas culturas, especialmente en el Mundo Antiguo con la intención de satisfacer a los dioses. Fueron practicados en las religiones celtas de la edad de bronce y en los rituales relacionados con la adoración de los dioses en Escandinavia. Roma realizó sacrificios humanos hasta 97 a. C. Para los habitantes de la antigua Cartago, el sacrificio de infantes era también una manera de aplacar a sus dioses.
Los primeros hebreos también practicaron el sacrificio. La historia de Abraham y su hijo Isaac sugiere una ruptura con la práctica. Excavaciones en el palacio de Cnosos muestran que también los primeros griegos sacrificaban. En la India contemporánea, el ritual llamado "sati" en que la viuda de un difunto tiene que arrojarse a la pira funeraria, aún ocurre ocasionalmente, especialmente en las áreas rurales.
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