A
finales del siglo XVI, surgió en España un género literario especializado
en la burla y parodia al denominado Arbitrismo político y económico. Aquellos arbitristas que ofrecieron supuestas soluciones ilógicas y consejos partidistas para revertir la decadencia de la Monarquía hispánica fueron el objetivo a ridiculizar por de los literatos del Siglo de Oro. Miguel de Cervantes, Félix Lope de Vega, Alonso de Salas Barbadillo, Francisco de Quevedo o Tirso de Molina, entro otros, originaron una abundante literatura memorialista de carácter satírico.
Además de la ignorancia y el desconocimiento surgidos en el movimiento arbitrista, en 1586 aparecía también la picaresca y la mala fe gracias a un proyecto que expuso un italiano, Esteban de Lezcaro, llamado Arbitrio del vino. Consistía en adquirir el monopolio de la venta del vino en todos los territorios de la Corona de Castilla, incluidos los americanos durante doce años. A cambio, el distribuidor pagaría a la Real Hacienda pública un montante de 100.000 ducados al año. Este arbitrio se llevó a Cortes en 1588 y 1590. La proposición fue rechazada, pero supuso el comienzo de una oleada de peticiones arbitrales ingeniosas para conseguir negocios monopolísticos de menor calibre. El capellán de Felipe III, Sebastián de Covarrubias, advirtió que los arbitrios con tintes de picaresca trataban de "dar trazas de cómo sacar dinero, siendo muy perjudiciales para el Reino".
Estos personajes fueron el objetivo a ridiculizar por de los literatos del Siglo de Oro, originándose una abundante literatura memorialista de carácter satírico.
La primera obra fue El coloquio de los perros, una de las Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes, escrita en 1613. Supuso la primera caracterización literaria de un arbitrista. La obra se centra en cuatro pacientes del hospital de Valladolid: un alquimista, un poeta, un matemático y "un de los que llaman arbitrista, contraste entre la altura quimérica de sus preocupaciones y la miseria de su situación". Según Jean Vilar, eran "cuatro pobres diablos, cuatro pensamientos en ebullición".
La caricatura del arbitrista era la de un "pobre diablo" junto a un nostálgico de los tiempos caballerescos, un buscador de la piedra filosofal y un especulador de la cuadratura del círculo, todos ellos encamados. Tres colgados a los que se suma "el nuevo despropósito del remedio único de los males del Estado". El propio arbitrista se encarga de explicar sus intenciones:
"Yo, señores, soy arbitrista y he dado a Su Majestad en diferentes tiempos muchos y diferentes arbitrios, todos en provecho suyo y sin daño del reino; y ahora tengo hecho un memorial donde le suplico me señale persona con quien comunique un nuevo arbitrio que tengo, tal que ha de ser la total restauración de sus empeños."El mismo tono indulgente que con el que Cervantes dedicó a su arbitrista se repetía en la segunda parte del Quijote, cuando el cura y el barbero trataban de constatar la supuesta recuperación mental del hidalgo y para ello charlan sobre las noticias que viene de la Corte. Hasta don Quijote les confiesa que tiene la intención de dar al rey una serie de consejos. El pobre señor se despacha así "de la cumbre de la locura hasta el profundo abismo de la simplicidad", que es el Arbitrismo.
DIBUJO DE DON QUIJOTE, EL CURA Y EL BARBERO |
Pero el Arbitrismo literario empezó a adquirir importancia a partir de 1620, y el movimiento arbitrista fue adoptando un carácter despectivo en la época, que terminó denominando a los arbitristas como "locos razonadores" y "locos repúblicos y de gobierno", y considerando sus dictámenes como disparatados e imposibles.
Si durante algún tiempo, el arbitrio de medidas simples y sencillas resultó efectivo para el pueblo y el Estado, con el tiempo aquellas cayeron en desprestigio porque parecían descabelladas y fantásticas, en un caso, simplonas e infantiles, en otro. Una de las medidas arbitristas que movieron a la hilaridad fue aquella de "queda prohibido a los piratas abordar a los barcos españoles".
La mala fama que alcanzaron los arbitrista fue debido en la mayor parte a que más que ayudar perjudicaron los intereses del Estado, siendo gravosos para la Hacienda pública. Así es como lo consideraron literatos como Cervantes, Lope de Vega, Salas Barbadillo o Quevedo. Porque si Cervantes y otros escritores de menor renombre atribuyeron a los arbitristas vicios derivados de su nulidad mental, otros como Caxa de Leruela los despreciaban por su idealismo. Muchos, como Covarrubias, los acusaron de usar malas formas, y los hubo, como Pedro de Valencia, que consideraron que sus arbitrios eran un "un veneno lisongero y engañoso" enfermando al Estado.
EL PARNASSO ESPAÑOL, POR FRANCISCO DE QUEVEDO |
Quien con mayor dureza criticó a los arbitristas fue Francisco de Quevedo. Aseguraba que Judas y el demonio eran arbitristas, lo situaba a medio camino entre aventureros y charlatanes, y los definía en lengua latina con epítetos tales como arcigogolantes, alkemistas, arbitristas inicuos, etc. En varios pasajes de sus obras los acusa de ser la causa de toda clase de catástrofes. Según el literato, uno de ellos está tan enfrascado en escribir sus teorías que no se da cuenta de que se ha sacado a sí mismo un ojo con la pluma. El arbitrista ridiculizado por Quevedo es el que "quita a todos cuanto tienen, convenciéndole de que le enriquece con quitárselo" y el que persuade al expoliado de que, en lugar de quitarle, le dan.
La primera obra en la que Quevedo hizo referencia al Arbitrismo fue Sueños, escrita en 1605. en ella reflejó magistralmente la percepción de fracaso económico, como parte de la más general decadencia española en su célebre poema:
"Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña;
viene a morir en España,
y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
es hermoso, aunque sea fiero,
poderoso caballero
es don Dinero."
Décadas más tarde, en 1636, publicaba La hora de todos y la fortuna con seso, donde hizo la más dura crítica contra los arbitristas a quienes llegó a considerarles fuego y Anticristos.
SUEÑO DEL INFIERNO, POR FRANCISCO SANS CABOT |
Uno de los pioneros en este género literario fue el mayor satírico italiano del momento, Boccalini. Una de sus sátiras parte de una embarcación llena de estos embaucadores, "dedicados al lucrativo negocio de las gabelas"; esta es enviada por el dios Apolo desde el Parnaso con destino al Imperio otomano con la intención de que, a base de insistir en descomunales sugerencias, consigan hundir al Gran Turco. Esta sátira enlazó con otra receta, escrita en italiano, llamada Avisos del Parnaso. En él, Júpiter se propuso reformar el Universo asistido por un arbitrio que le permitía reorganizar el mundo con sólo fijar en los mercados un precio justo para las coles y las sardinas.
La estrategia militar fue un capítulo predilecto para los arbitristas. Un arbitrista que se asoma a la Vida del Buscón no ofrece una bizarra ocurrencia que, según él, permitirá a los españoles culminar el sitio de Ostende de 1601. La ciudad estaba defendida por el general inglés Francis Vere, quien había protegido el entorno de la fortaleza abriendo las esclusas de los canales. El arbitrista tenía la solución: esponjar los canales y así desecar los cauces y permitir a los españoles el asalto definitivo.
Bernardino
de Escalante presentó a Felipe II una propuesta de ocupación de Inglaterra
con 30.000 infantes embarcados en Lisboa con rumbo a Escocia, aprovechando que
los ingleses luchaban en los Países Bajos. La clave del operativo trazado por
Escalante sería la toma de la Torre de Londres, que reproduce en su memorial.
La
mayor parte de los memoriales relacionados con la estrategia militar pretendía
sacar consecuencias de la guerra de los Países Bajos y apoyar remedios y
soluciones para, según dijo Diego de Villalobos en 1594, "evitar
el manifiesto agravio que algunos escritores extranjeros han hecho a la nación
española atribuyendo sus hechos famosos a sus propias naciones".
En la Vida del Buscón de Francisco de Quevedo, el arbitrista aparece ensimismado mientras le explica a Pablillos, el personaje del buscón, un plan que tiene para reconquistar Tierra Santa y Argel.
En la Vida del Buscón de Francisco de Quevedo, el arbitrista aparece ensimismado mientras le explica a Pablillos, el personaje del buscón, un plan que tiene para reconquistar Tierra Santa y Argel.
También fueron frecuentes los arbitrios relacionados con la ingeniería como la
canalización de los ríos, el regadío de tierras de secano o la construcción de
molinos que no necesitaran de la acción del viento o el agua para desarrollar
trabajo. Uno de aquellos ingenieros fue Juanelo Turriano, que había
construido una máquina para trasvasar el agua del río Tajo hasta el alcázar de
Toledo, pero sufrió el desprecio de aquellos que desconfiaban de quienes
subvertían el orden natural de las cosas.
Los escritores del Siglo de Oro observaron con especial inquietud a aquellos arbitristas inventores. Antonio de Liñán, por ejemplo, los llamó "ingenieros-arbitrarios" en Guía y avisos de forasteros, escrito en 1620. Un personaje de obra de teatro de Tirso de Molina propuso un arbitrio científico para que el río Manzanares compita en caudal y salida al mar con el río Nilo.
En la única obra teatral dedicada al Arbitrismo, El arbitrista y el órgano de los gatos, plantea la construcción de un puente desde América hasta España para transportar los metales preciosos. Parecida reflexión mantiene un arbitrista de la obra El casamentero, de Castillo Solórzano, que propone la instalación de otro puente desde Ibiza hasta Valencia con el objetivo de alejar a los corsarios.
Terminado el Siglo de Oro y entrando en el de la Ilustración, la figura del arbitrista superó la mofa e ironía de los estudiosos y pasaron a ser considerados como reformadores. Las ideas de muchos arbitristas políticos e inventores empezaron a tener lógica en su intuición, y a ser posibles en su ejecución. Con el impulso científico y reformador que se generó en el Siglo de las Luces, muchas de aquellas ridículas ideas imposibles de cumplir empezaron a analizarse y tomar forma.
Se ejemplarizó la figura de Cristóbal Colón, un extraordinario arbitrista de los Reyes Católicos, que creyó en su intuición y convirtió un ideal utópico en un grandísimo hallazgo.
Con el tiempo, atores como Earl J. Hamilton, José Larraz, José Antonio Maravall, Fabián Estapé o Pierre y Jean Vilar consideraron a los arbitristas representantes del pensamiento económico, analizadores de precios y cambios, técnicos en la contabilidad nacional, denunciantes de la mayor parte de los problemas que arruinaron a España, apasionados estudiosos de la decadencia nacional, que buscaron medios de detenerla.
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