UNIVERSIDAD DE MÉXICO


La Real y Pontificia Universidad de México fue la tercera institución académica superior fundada en América, y la primera en la parte norte del continente, integrada en el Virreinato de la Nueva España. Sus principales promotores fueron el obispo de la ciudad Juan de Zumárraga, el virrey Antonio de Mendoza y el emperador Carlos V, por real cédula de 1551. El papa Clemente VIII confirmó sus estatutos mediante bula de 1595.

Estuvo ampliamente influenciada por la Universidad de Salamanca, fue el foco cultural y filosófico del pensamiento hispanoamericano, y sirvió de modelo para la fundación de otras universidades del continente.

Universidad México Virreinato Nueva España
REAL Y PONTIFICIA UNIVERSIDAD DE MÉXICO

La Universidad de México fue fundada por cédula real del emperador Carlos V en 1551, siendo virrey Luis de Velasco. Finalizadas las obras, la sede universitaria se inauguró solemnemente el 25 de enero de 1553, festividad de la convención de San Pablo, nombrado su patrono. Su primer curso académico dio comienzo el 3 de junio de 1553.

Fue la tercera Universidad en América, tras las Universidades de Santo Domingo y de San Marcos de Lima, con la intención de educar e instruir a los indios recién convertidos. Supuso la primera universidad fundada en el Virreinato de Nueva España, en la región norte y central de América, que incluía los actuales territorios de México, Cuba, Filipinas, Guatemala, Belice, Honduras, El Salvador, Nicaragua, la mayor parte de Estados Unidos y parte de Canadá.

Las primeras instituciones educativas de nivel superior del Virreinato de Nueva España fueron los seminarios y colegios conventuales, instituciones con las que contaban las principales poblamientos del recién fundado Virreinato de la Nueva España donde se preparaba a los sacerdotes. Dos órdenes religiosas fueron las responsables de esta labor docente: los dominicos y los agustinos. Se fundó la universidad como una organización de escuelas superiores conventuales, que tenía parecidos privilegios que la Universidad de Salamanca, aún no en su totalidad, entre los que se encontraban, la gobernación propia a través de claustros (juntas de universitarios), y cada uno tendría una función específica, entre los que resaltaban, el del rector, de consiliarios, diputados y el pleno.

PALACIO DE LA ESCUELA DE MEDICINA

Inició su actividad docente con una clara vocación e influencia salmantina como ninguna otra tuvo en América. Después, sirvió de modelo para la fundación de otras universidades hispano-americanas como las de Guatemala y Guadalajara.

Siguió una metodología didáctica tradicional Medieval-Escolástica. Existía la figura del rector encargado de intervenir en pleitos y reclamaciones que, para su elección, participaban todos los alumnos.

Los estudios universitarios que podían cursarse en las cinco facultades de la Universidad de México eran los de Teología, Filosofía (Artes Liberales), Derecho Eclesiástico (Cánones), Derecho Civil (Leyes) y Medicina. Los textos a estudiar seguían siendo los clásicos: Aristóteles, Santo Tomás o Duns Escoto, el Digesto y otras recopilaciones legales, Hipócrates, Galeno, Averroes, etc.

SEDE Y ESCUDO UNIVERSITARIOS EN 1553

La real cédula de fundación fue aprobada por el príncipe Felipe II desde Toro, el 21 de septiembre de 1551. Pero este hecho estuvo precedida por una serie de trámites y súplicas continuas de distintas instituciones, círculos culturales y autoridades civiles y religiosas. Los principales promotores de la fundación de este centro universitario fueron el obispo de México, el franciscano Juan de Zumárraga, y el virrey novohispano Antonio de Mendoza.

La Corona efectuó una aportación dineraria de mil pesos de oro anuales para su puesta en marcha y mantenimiento, y aprobó los mismos estatutos de la Universidad de Salamanca. Además permitió que Francisco de Vitoria, catedrático de la salmantina, fuese el encargado de seleccionar clérigos bien preparados en ciencias y leyes con destino a México, según petición de Zumárraga.

Aunque no se conservan documentos que lo pruebe, según crónicas antiguas, la inauguración de la nueva sede universitaria se realizó el 25 de enero de 1553, con asistencia del virrey y audiencia y su primer curso el 3 de julio. Su primer domicilio se localizó en el centro histórico de la ciudad. Luego, en 1561 y ante el aumento de las cátedras y alumnos, la universidad se estableció en las casas que pertenecieron al Hospital de Jesús.

Al año siguiente, en real cédula del 17 de octubre de 1562, Felipe II concedía los mismos privilegios, libertades y exenciones que su homóloga salmantina, tras petición del claustro universitario en apoyo con el cabildo de la capital virreinal. En la Corte estaban satisfechos con la labor didáctica y el nivel formativo que habían alcanzado tanto profesores como alumnos en poco más de una década de funcionamiento. El documento acreditativo fue pregonado el 13 de abril de 1563 en México.

Universidad México placa Carlos Juan Zumárraga fundación
PLACA CONMEMORATIVA FUNDACIONAL Y JUAN DE ZUMÁRRAGA

Entre los miembros que formaron parte del primer claustro universitario varios exalumnos de Salamanca: el rector Antonio Rodríguez de Quesada; los catedráticos Alonso de Veracruz, Bartolomé de Ledesma, Francisco Cervantes de Salazar, Bartolomé Frías y Albornoz, y Mateo Arévalo.

Alonso de Veracruz era catedrático de Teología y Sagradas Escrituras. Este agustino publicó obras como Recognitio Summularum, Dialectica resolutio y Phisica speculatio en la década de los 50, y que fueron igualmente reeditadas en la Universidad de Salamanca como textos para la docencia de sus alumnos en la década siguiente.

Francisco Cervantes de Salazar fue el primer catedrático de Retórica, un humanista que se encargó de leer la lección inaugural de las clases en su fundación. También realizó una obra literaria Diálogos sobre México en 1554, que es un análisis detallado y debate comparativo de la metropolitana y de su filial mexicana.

Bartolomé Frías y Albornoz fue catedrático de Instituta, luego llamada Prima de Cánones y de Derecho.

Mateo Arévalo Sedeño fue sucesor del doctor Morones en la cátedra de Prima de Cánones, que también había sucedido al doctor Bartolomé de Melgarejo en la cátedra de Decreto. Bartolomé de Ledesma fue alumno de Salamanca y catedrático de Prima de Teología, en sustitución de Alonso de Veracruz.

Bartolomé de Ledesma fue un dominico catedrático de Prima de Teología, nombrado vicecancelario, y ejerció la dignidad de maestrescuela catedralicio.

Bernardino de Sahagún fue el primer antropólogo moderno del Nuevo Mundo.

ALONSO DE LA VERACRUZ, FRANCISCO CERVANTES DE SALAZAR
Y BERNARDINO DE SAHAGÚN

De los cuatro legisladores que tuvo la Universidad de México en su historia antigua, tres pasaron por las aulas salmantinas: Pedro Farfán, y los obispos Pedro Moya de Contreras y Juan de Palafox y Mendoza.

También fueron alumnos de Salamanca que se incorporaron y graduaron en esta institución el oidor Antonio Mejía, el oidor y primer rector Antonio Rodríguez de Quesada, el vicario general del obispado de Oaxaca Bernardo López; el dodos veces rector Pedro Farfán. Y oficiales como el bachiller canonista Cristóbal de la Plaza, que ejerció el cargo de secretario, síndico y maestro de ceremonias, en cuyos cargos le sucedieron su hijo Cristóbal Bernardo de la Plaza y su nieto Cristóbal Bernardo de la Plaza y Jaén. Reunió las actas de claustros en su Crónica, que a su vez fueron sintetizadas por Carreño en sus Efemérides.

Pedro Farfán fue dos veces rector, aunque más trascendente fue su labor como visitador y reformador como promotor del derecho universitario mexicano. Se encargó de introducir los estatutos y las prácticas salmantinas desde su definitiva aprobación real.

En 1591, la universidad se trasladó a las casas del Marqués del Valle, actual Monte de Piedad donde permaneció hasta principios del siglo XVII cuando finalmente se ubicó en el Palacio de la Inquisición, en la actual calle de Erasmo Castellanos Quinto.

En 1595, adquirió el rango de pontificia a través de una bula papal por Clemente VIII, quien volvió a confirmar los privilegios y exenciones de la Universidad de Salamanca a los profesores y alumnos de la de México, y la facultad de regirse por sus estatutos. Fue llamada Real y Pontificia Universidad de México.

Palacio Inquisición Universidad México
SEDE UNIVERSITARIA DESDE EL SIGLO XVII

Sin embargo, algunas de las deficiencias observadas llevaron a algunos de sus críticos a afirmar que medio siglo después de haber sido fundada no era sino un colegio de teólogos y canonistas a distancia de filósofos y médicos. Los teólogos seguían teniendo esa virtud necesaria que los hacía imprescindibles en aquella sociedad. Si en el mundo prehispánico de los aztecas, la casta sacerdotal y los chamanes interpretaban el cosmos y eran capaces de influir decisivamente sobre la masa popular, la sociedad virreinal todavía reservaba a estos exegetas el papel de intermediarios entre el poder, la Iglesia y el pueblo.

El sistema de provisión de cátedras, al igual que pasaba con la de San Marcos de Lima, estuvo sometido al fraude y al soborno. Por ello, cuando se proveían las cátedras se llegó a privar de derecho a voto a los estudiantes. Era un opinión extendida la de que los maestros y doctores conseguían sus puestos a través del dinero y no en virtud de sus méritos científicos. Por ello, frente a personas de valía y talento que no podía doctorarse dado el elevado costo que suponía algunos lo consiguieron con menos de 18 años, gracias a su familia. En este aspecto, las similitudes con Salamanca dejaban mucho que desear. La misión docente y educativa, como dice el lema "Salamanca docet", llevaba al bachiller de Salamanca a completar varios años de pasantía, después de los cuales estaba capacitado para presentarse al examen de la licenciatura, camino obligado para ascender al magisterio en Artes o Teología, o al doctorado en Cánones, Leyes o Medicina.

Durante la primera mitad del siglo XVII, la universidad recibió distintas visitas e inspecciones para poner solución a este tipo de irregularidades: Diego de Landeros de Velasco, consejero de Indias; Juan de Villena, presidente de la Audiencia de Nueva Galicia; Pedro de Vega Sarmiento; el virrey marqués de Cerralvo; el obispo Juan de Palafox y Mendoza, entre otros.

MAPA DE MÉXICO SIGLO XVIII

Por orden de Felipe IV, en diciembre de 1639, se nombró obispo de México a Juan de Palafox y Mendoza. Fue requerido para efectuar la visita a la audiencia y tribunales de Nueva España, pero también la de la Universidad. Se ocupó de la reforma de unos definitivos estatutos universitarios, aunque basados en los anteriores. Observó que existía una disparidad de estatutos, por la elevada cantidad, utilizándose unas veces los de Salamanca, otras de los Lima, y otras los de Pedro Moya de Contreras, lo que producía gran confusión. Entonces, realizó una recopilación de los más convenientes, junto con las adiciones necesarias, en un cuerpo unitario y definitivo, basado en el modelo salmantino y en la experiencia mexicana de un siglo. Los estatutos palafoxianos fueron aprobados, con algunas reformas, por real cédula del 1 de septiembre de 1649.

Después, sirvió de modelo para la fundación de otros centros universitarios hispano-americanos. Primero lo fue sobre la conveniencia de la de Guatemala, apoyando su fundación en claustro de 4 de noviembre de 1656. En claustro del 30 de julio de 1685 se pronunció también de un modo favorable a la fundación de la Universidad de la Habana, excepto con respecto a las facultades de Derecho y Medicina. La Universidad de Santo Tomás de Manila desde sus principios quiso tener como ejemplo a seguir a la de México, y esto mismo sucedió con la de Guadalajara, fundada en 1791.

ESCUDOS HISTÓRICOS UNIVERSITARIOS

En la última etapa del periodo hispano, la Universidad de México formó más de un millar de doctores y maestros graduados. Su biblioteca, personal docentes y administrativo, formación de sus graduados, y más de una veintena de cátedras repartidas en las distintas facultades, eran la mejor carta de presentación de una institución que había alcanzado la madurez académica.

En 1727, conseguía que la Corona española aprobase, por medio de una real cédula, licencia para poder dispersar y reformar algunas de sus constituciones. Las dificultades económicas surgidas durante el siglo XIX llevaron a su desaparición, en 1865.

En 1910, casi medio siglos después, se abrieron dos instituciones que pueden ser sus herederas: la Universidad Nacional Autónoma de México, de carácter laica, y la Universidad Pontificia de México, de carácter católico.

RECTORÍA UNIVERSITARIA A INICIOS DEL SIGLO XX

EXPEDICIÓN ARQUEOLÓGICA A TRAVÉS DEL EGIPTO POR EDUARDO TODA Y GÜELL


El diplomático, escritor, sinólogo y arqueólogo Eduardo Toda y Güell está considerado como el padre de la Egiptología y primer antropólogo español de la antigua Civilización de Egipto. A finales del siglo XIX realizó una expedición arqueológica por el río Nilo describiendo la etnografía y arqueología del Antiguo Egipto, que dejó escrito en su obra A través del Egipto, publicado en 1889.

Su hallazgo más destacado fue la tumba de Sennedyem, en la necrópolis de Tebas del pueblo de Deir el-Bahari, en colaboración con los Servicios Francés de Antigüedades Egipcias junto al antropólogo Gastón Maspero.

Eduardo Toda Güell expedición arqueología Antiguo Egipto
EXPEDICIÓN ARQUEOLÓGICA A TRAVÉS DEL EGIPTO POR EDUARDO TODA

Eduardo Toda y Güell, en catalán Eduard Toda i Güell, nació en Reus, Tarragona, en 1855. Estudió el bachillerato en las Escuelas Pías de su villa natal y, en 1869, se graduó en Artes. Durante su adolescencia tuvo una vocación por los monasterios medievales de Cataluña, y se relacionó con el futuro arquitecto Antonio Gaudí y el médico José Ribera y Sans. Los tres juntos desarrollaron un proyecto para restaurar el Monasterio de Poblet que quedó patente en la obra Poblet. Datos y apuntes, en 1870. Gracias a esta publicación, consiguió trabajo en la redacción de su ciudad El Eco del Centro de Lectura. En 1873, se licenció en Derecho Civil y Canónico en Madrid.

Mediante la protección de su tío, el político y periodista republicano Josep Güell i Mercader, relacionado con el presidente de la Primera República Emilio Castelar, pudo comenzar un dilatada carrera diplomática como agregado del Ministerio de Estado. Su primer cargo fue el de vicecónsul en Macao, obtenido a inicios de 1876. Tras llegar a China, obtuvo sucesivos viceconsulados: Hong Kong, entre 1876 y 1878; Cantón y Whampoa, entre 1878 y 1880; y Shanghái, entre 1880 y 1882. En esta última ciudad publicó el libro Annam and its minor currency, en 1882.

Durante su estancia, pudo visitar otras regiones de China como Suzhou, Hunan, Jiangsu, Zhejiang, etc.; y viajar a Filipinas en 1878 y a Japón en 1882. Desde allí, se fue interesando por la cultura y antropología de estos países del sudeste asiático, pero más específicamente por la sinología, que es la disciplina que estudia la cultura, el idioma y la literatura de China.

EDUARDO TODA Y A TRAVÉS DEL EGIPTO

Una de las disciplinas a las que se dedicó Eduardo Toda fue la numismática asiática, reuniendo una colección de 13.00 monedas, entre ellas 5.000 chinas de la época imperial. La mayoría de las piezas de su colección particular se exponen en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, también en el Museo Víctor Balaguer de Villanueva y la Geltrú y en el Museo de Poblet, como el manuscrito Qinding Qianlu (Los anales de monedas aprobados por la Corte).

En 1882, retornó a España después de haber servido al Cuerpo Diplomático en China durante seis años, descansando en su Reus Natal durante dos años.

En 1884, Eduardo Toda recibió el cargo de cónsul general de España en El Cairo. Fue Egipto el país que le cautivo y en donde tuvo la oportunidad de realizar viajes por su interior e investigar la cultura y antropología de su pueblo con perseverancia durante dos años en ciudades como Meidum, Telel Amaru, Asiut, Ajmin, Abidos y Dendera, Luxor y Karnak.

En aquel tiempo, el denominado Jedivato de Egipto era un estado autónomo pero dependiente y tributario del Imperio otomano, formado y gobernado por la dinastía Mehmet Alí tras la expulsión del Ejército francés de Napoleón Bonaparte a inicios del siglo XIX. Más reciente era la construcción del canal de Suez para el tráfico marítimo entre los mares Rojo y Mediterráneo.

Eduardo Toda Gaston Maspero Luxor Srvicios franceses antiguedades
EDUARDO TODA Y GÚELL CON ANQUEÓLOGOS FRANCESES

Mantuvo amistad y colaboración con el gran egiptólogo francés Gastón Maspero, director del Servicio Francés de Antigüedades Egipcias, también con Auguste Mariette, y participó activamente en proyectos de investigación sobre el Antiguo Egipto.

Sus primeras incursiones fueron en las dos principales ciudades: Alejandría y El Cairo. Visitó el Museo de Bulaq, el que conserva la mayor colección de restos arqueológicos del Antiguo Egipto con más de 136.000 objetos de todas la épocas.

Su gran expedición arqueológica recorrió los alrededores del delta del río Nilo. Visitó las ciudades de Sais, Tanis, Mendes, Baubastis y Atribis. En el yacimiento arqueológico de Heliópolis, cerca de El Cairo, pudo estudiar el obelisco de Sesostris.

En Guiza, pudo observar el rescate de la tumba de Kemkaf, datado de la dinastía IV, y a explorar la Esfinge y la Gran Pirámide de Guiza.

En la necrópolis de Saqqara, perteneciente a la ciudad de Menfis, efectuó calcos de los relieves de las mastabas de Ti y Ptah-hotep. Este tipo de edificio funerario, formado por base rectangular, techo plano y muros laterales inclinados, fuer el lugar de enterramiento de muchos caudillos egipcios durante el periodo Arcaico y el Antiguo Imperio, cuyo ejemplo más representativo en España es el Templo deDebod.

Eduardo Toda momia Museo Bulaq Cairo
EDUARDO TODA Y GÜELL EN EL MUSEO DE BULAQ

Eduardo Toda continuó la exploración hacia el sur, llegando a Meidum, donde visitó la pirámide de Seneferu, se acercó a las de El Lish, pero no parece que pudiese llegar a las galeras subterráneas de Beni Hassan. Pero si que pudo visitar los hipogeos de Hapi-Dyefa, príncipe de Asuit de la Dinastía XII, pasaje excavado de carácter funerario que recibe el nombre de Stabl Antar, en español El Establo de Antar.

En las llanuras de la ciudad de Tebas, permaneció durante algunos días estudiando el desarrollo de las excavaciones del Templo de Luxor y el descubrimiento del sepulcro de Son Notem, en las cercanías de Deir el-Medina. Realizó varias fotografías que demuestran el desgastado estado de conservación previo a su definitiva restauración.

Uno de los aspectos que más llamó la atención de Eduardo Toda en el Templo de Luxor fue la representación del Poema de Pentaur sobre el portal de acceso al templo de Ramsés II. Se trata de una crónica épica que relata el triunfo de los ejército del faraón Ramsés II sobre los del rey hitita Muwatalli II en la batalla de Qadesh.

Eduardo Toda Guell pirámide Abu Simbel faraón Ramsés
RAMSÉS II EN LA GUERRA DE QADESH Y EDUARDO TODA Y GÜELL

Posteriormente, Eduardo Toda tuvo la oportunidad de acompañar a Gastón Maspero en un viaje de inspección del estado de los monumentos organizado por el Servicio de Antigüedades. Entonces ocurrió algo extraordinario. El 1 de febrero de 1886, Salam Abu Duhi, un vecino del pueblo de Gurnah, informó a los expedicionarios del hallazgo ocurrido horas antes de un tumba en Deir el-Bahari, en la necrópolis de Tebas, lugar en el que vivían los obreros y artesanos que habían participado en las construcciones del Valle de los Reyes. Era tumba de Sennedyem.

Maspero encargó a Toda la apertura de la tumba, el vaciado del contenido y la realización del inventario. Este consiguió llegar hasta la cámara funeraria, cuya puerta encontró intacta. Una vez abierta, localizó veinte momias, nueve de ellas en sarcófagos, y una gran cantidad de material perteneciente al ajuar del caudillo del sepulcro, llamado Sen-Nedjem, cuyos días transcurrieron durante el reinado de Ramsés II, y de su familia. Las pinturas estaban también intactas.

Durante tres días de trabajo febril, Eduardo Toda extrajo un catálogo fotográfico y elaboró un inventario arqueológico del material encontrado, además de traducir y copiar los textos allí escritos ayudado por Bouriant. El contenido de la tumba está expuesto mayormente en la Sala 17 del Museo Egipcio de El Cairo, aunque una pequeña parte del mismo Eduardo Toda pudo traerlo a España, formando parte del Museo Arqueológico Nacional y del Museo Balaguer.

Todo aquel descubrimiento quedó descrito en el monográfico dedicado en los Estudios Egiptólogos y en el capítulo 25 del libro A través del Egipto.

Tras esas agotadoras jornadas, prosiguió su viaje remontando el río Nilo visitado Armant, Esnah, Kom Ombo y FiléEste último lugar fue una isla del Nilo que quedaría sumergida por la construcción de la presa de Asuán, en el siglo XX, y todo su patrimonio arqueológico rescatado y trasladado al islote de Agilkia mediante una campaña internacional de la UNESCO en la que participó España. Eduardo Toda pudo conocer su famoso Templo de Philae en su ubicación original.

La expedición terminó en Asuan, la ciudad más septentrional de Egipto, situada en el lado oriental del Nilo y al pie de las primeras cataratas.

Templo Karnak arqueológico Luxor Escultura Eduardo Toda Güell
TEMPLO KARNAK EN LUXOR Y BUSTO DE EDUARDO TODA Y GÜELL

Cuando regresó a España, en 1886, Eduardo Toda publicó diversas obras sobre toda la documentación y análisis desarrollado durante su expedición arqueológica a Egipto. La principal fue A través del Egipto, publicada en Madrid, en 1889. Los textos fueron acompañados de excelentes ilustraciones de José Riudavets, basadas en las fotografía de Eduardo Toda.

Se divide en dos partes: la primera es una descripción de Egipto a finales del siglo XIX, donde daba cuenta de la etnografía, geografía y religión del pueblo. Ofreció una visión muy crítica con ciertas tradiciones islámicas que le resultaron horribles e inhumanas, como el sangriento Día de la Ashura o el Ramadan, o sobre la sociedad cairota.

La segunda parte es el relato del viaje que hizo Eduardo Toda de norte a sur del río Nilo, describiendo los yacimientos arqueológicos más importantes. Algunos de sus capítulos están dedicados al Templo de Karnak, los Colosos de Memnon, al Valle de los Reyes, el poblado de Deir el-Medina y su tumba Sennedjem. Hizo referencia a un primer intento de construcción de canal similar al de Suez en tiempos pretéritos o la muerte del arqueólogo francés Gordon, durante una expedición antiesclavista.

También relató acontecimientos relativos a la Guerra del Mahdi durante los años 1881 y 1899, que enfrentó a los seguidores del líder religioso Muhammad Ahmad bin Abd Allah, proclamado mahdi del Islam, contra el Ejército del Jedivato de Egipto, a las que más tarde se incorporó el Ejército británico y cuyo resultado fue la fundación del país Sudán.

Otra historia muy curiosa fue el ofrecimiento del conde de Esneval, diplomático español en Etiopía, al rey Felipe V de Borbón de la anexión de territorios del Alto Egipto para controlar las rutas mercantes del mar Rojo. Se trataba de una operación de conquista basada en la vulneración del derecho internacional y que terminó con la ejecución de su promotor acusado de alta traición.

A TRAVÉS DEL EGIPTO Y EDUARDO TODA Y GÜELL

La otra gran publicación fue la serie Estudios Egiptológicos, de carácter periódica y permanente, cuya intención formar proyectos de investigación sobre la cultura y antropología egipcia en España. Pero solo consiguió lanzar tres tomos, elaborados de forma íntegra por él mismo y publicados en Madrid, entre 1886 y 1887: Sesostris; La muerte en el Antiguo Egipto; y Son Notem en Tebas: inventario y textos de un sepulcro egipcio de la XX dinastía.

Eduardo Toda pretendió fomentar el estudio de la Egiptología en España y llevarlo al mismo nivel que otros países de Europa. Por eso, otro de sus proyectos fue la exhibición de una Colección Egipcia en el recién fundado Museo Víctor Balaguer, en Vilanova i Geltru, en mayo de 1886. Al año siguiente se publicó en Madrid el Catálogo de la Colección Egipcia de esta exposición en el Museo Balaguer.

Completó su obra arqueológica un monográfico dedicado a Las Momias Reales de Bilaq, publicado en Madrid, en 1889. En él, Eduardo Toda explicó con detalle al proceso de rescate de sarcófagos y momias de los faraones del Imperio Nuevo que fueron descubiertas durante su expedición en Deir el-Bahari en colaboración con Gastón Maspero y su Servicio Arqueológico en 1886.

Junto a su labor de divulgación de la Egiptología, continuó su carrera diplomática al servicio de España. En 1887, fue destinado a Caglari, en Italia. En la población de Alghero descubrió la pervivencia de un legado histórico-cultural catalán, anteriormente llamada L'Alguer, cuando la isla de Cerdeña pertenecía a la Corona de Aragón. Al año siguiente, fue cónsul en Helsinki, en Finlandia, y en 1896, en Le Havre, en Francia.

EDUARDO TODA Y GÜELL

En 1898, tomó parte de la comisión española establecida en París al objeto de las negociaciones de paz entre España y Estados Unidos tras la Guerra de Cuba. En 1901, abandonó la carrera diplomática para dedicarse a los negocios en Londres, su definitiva profesión. Pero nunca se olvidó de su aventura por aquel exótico país africano y mantuvo contactos con egiptólogos europeos.

En 1918, regreso a España, y se instaló en el antiguo Monasterio de Sant Miquel d'Escornalbou, en Tarragona. Desde allí desarrolló una actividad filosófica en lengua catalana y escribió su obra más notable, la Bibliografía espanyola d'Itália, publicada en cinco volúmenes, entre 1927 y 1931. También trató de recuperar el patrimonio histórico cultural de la provincia de Tarragona, especialmente los Monasterios de Escornalbou, Poblet y Santes Creus.

En estos años, repartió su colección arqueológica egipcia entre el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, el Museo Balaguer de Villanueva y la Geltrú y el Instituto Municipal de Historia de Barcelona. Además, la Biblioteca de la Universidad de Barcelona conserva un grupo de libros pertenecientes a Toda. Quedó sin publicar un manuscrito titulado El Antiguo Egipto.

Al estallar la Guerra Civil, en 1936, trabajaba en la Generalitat de Cataluña, en proyectos de carácter cultural, y protegió el patrimonio religioso y cultural de las persecuciones. Finalmente, se retiró a vivir al Monasterio de Poblet, donde murió en 1941.

PLACA CASA NATAL DE EDUARDO TODA Y GÜELL

CONCIENCIA E IDENTIDAD DE LA ESPAÑA MODERNA


El origen común en el Reino hispano-visigodo y el enfrentamiento contra el Islam dio a los cristianos hispanos la conciencia de pertenecer a una comunidad humana superior a los reinos medievales, llamada España. Esta identidad común hispánica y el entusiasmo por la reunificación de la España perdida produjeron el efecto de la unión de monarquías en 1469 mediante el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, ambos del linaje castellano de Trastámara, la reconquista de Granada en 1492 y la anexión de Navarra en 1512.

Esta conciencia e identidad de nación española en la Edad Moderna fue concebida por literatos, cronistas, humanistas y eclesiásticos españoles como Juan Margarit, Cristofer Despuig, Antonio de Nebrija, Fernando del Pulgar, Diego de Varela, Jerónimo de Mendieta, Baltasar Gracián, Rodrigo Fernández Santaella ; por portugueses como Ricardo Jorge o Luiz Vaz de Camões; e incluso por italianos como Francesco Guicciardi o Pedro Mártir de Anglería.

CONCIENCIA E IDENTIDAD DE LA ESPAÑA MODERNA

FILOSOFÍA JURÍDICA NOVOHISPANA DE ALONSO DE LA VERA CRUZ


Filósofo y teólogo, Alonso de la Vera Cruz fue posiblemente la figura más relevante de la filosofía de la Hispanoamérica del siglo XVI. Se dedicó a fundar colegios mayores y bibliotecas por el Virreinato de la Nueva España y participó en la fundación de la Universidad de México, en 1551, donde impartió el primer curso universitario de Filosofía y Teología en América, en 1553, tanto a españoles y criollos, como a indios y mestizos.

Su pensamiento filosófico estuvo influenciado por Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca, y su enseñanza académica y sus obras escritas abarcaron la lógica, la física y la ética social. Dominio infidelium et de justo bello fue el primer libro sobre doctrina jurídica escolástica publicado en América, en 1533, sobre el correcto trato de los indios y colonización del territorio.

FILOSOFÍA JURÍDICA NOVOHISPANA DE ALONSO DE LA VERA CRUZ

DEBATE DE LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA


La consideración muy generalizada de la Ilustración como un movimiento cultural identificado con el Enciclopedismo francés y de carácter ateo o deísta, sustentado en un racionalismo radical y agresivo, ha llevado a muchos historiadores e investigadores a preguntarse si España participó efectivamente de aquel movimiento en el siglo XVIII. Posteriormente, el debate se abrió a la comprobación de una serie de coincidencias y divergencias con respecto a la variante francesa.

En España se desarrolló una Ilustración cristiana y nacional, dotada de una personalidad propia, pero que no es una copia servil de su mayor exponente, el Enciclopedismo francés. Los ilustrados españoles se esforzaron en adecuar las aportaciones extranjeras, no sólo francesas, armonizándolas a las características nacionales y católicas propias.

DEBATE DE LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA

Según escribió Pere Molas i Ribalta en Las constantes de las reformas en la España del siglo XVIII, de su obra Historia general de España y América, editada por Rialp:
"El concepto de Ilustración cristiana adquiere un nuevo sentido cuando dejamos de reducir la Ilustración europea al grupo de filósofos franceses. Hoy conocemos la importancia que tuvieron sobre los ilustrados españoles los autores de otros países: los alemanes y, muy singularmente, los italianos. La similitud de problemas entre ambas penínsulas (reforma agraria, prepotencia eclesiástica, regalismo) era suficiente para producir entre ellas una activa corriente intelectual, aunque no hubiera existido la densa red de relaciones dinásticas."

A pesar de que la influencia francesa dominaba en la Europa del siglo XVIII, en España encontró bastante trabas para su difusión (censura, bajo nivel cultural, etc.), alcanzando a sectores muy reducidos de la sociedad. Sólo a partir del reinado de Carlos III, este movimiento adquirió una verdadera importancia.

Sin embargo, como apunta una investigación de Luis Jiménez Moreno, existen raíces ilustradas en autores españoles anteriores al siglo XVIII, como es el caso de Baltasar Gracián, "a quien podemos considerar ya un ilustrado por sus recursos novelísticos-ensayísticos al filosofar y, por referir la filosofía, ante todo, a un saber vivir y descubrir los elementos del interés que tergiversan, con las apariencias públicas, la verdad".

En el siglo XVIII, según afirma Domínguez Ortiz, se recogía la semilla sembrada "a partir de los Reyes Católicos: la igualación de todos los súbditos ante el poder real, representante de los intereses de la nación, del estado, sin perjuicio de mantener unas distinciones honoríficas, basadas en una jerarquía de valores de singular arraigo".

Aquel movimiento tuvo una doble manifestación construida una por la política y otra por la intelectualidad. Ambas vertientes vivieron en una clara simbiosis que es comúnmente conocida por Despotismo ilustrado. Según J. Regla en El siglo XVIII, en Historia de la cultura española, tomo VI:
"El despotismo ilustrado, analiza entre los teóricos del Estado liberal, es decir, de la Revolución, y los hombres representativos del despotismo, no en sentido de absolutismo monárquico del derecho divino, sino del Estado racionalista, entre abstracto y artificial formulado por Hobbes, es una de las mayores paradojas del siglo XVIII. En el fondo representa un equilibrio entre lo viejo y lo nuevo, entre tradición y revolución, entre los "déspotas" y los "ilustrados". El despotismo ilustrado buscó el equilibrio, la conveniencia, entre dos fuerzas antagónicas, permitiendo un dorado canto de cisne a la tradición antes de ser arrollada por la revolución."

Ornatos calle Mayor Carlos III pintura Lorenzo Quirós
ORNATOS EN LA CALLE MAYOR

Pero ese equilibrio se rompía con frecuencia, como ha sostenido A. Mestre en Despotismo e Ilustración en España:
"Una cosa es el despotismo ilustrado como una serie de intereses políticos y otra, muy distinta, el planteamiento reformista de los ilustrados. En determinados momentos, los puntos de vista y los criterios de acción coincidieron. El equilibrio gubernamental apoyó entonces las reformas programadas por los ilustrados. Pero cuando sus puntos de vista discrepan, lo que ocurrió con relativa frecuencia, los gobiernos españoles del XVIII rechazaron los proyectos más lúcidos. Ahora bien, ante los proyectos de reformas no se desdijo el despotismo ilustrado. Apoyó el planteamiento del intelectual cuando le interesaba y lo rechazó cuando consideraba el proyecto contrario a su propio criterio que, por supuesto, identificaba con la Ilustración. La reforma intelectual tenía que pasar por la Corte. Era la Ilustración oficial."

Es decir, que no toda la actividad gubernamental responde a criterios ilustrados y, a la inversa, que no todas las ideas y proyectos de los ilustrados españoles tuvieron reflejo en la gestión de los gobiernos de la época.

Muchas fueron las dificultades y contradicciones, externas o internas, que tuvieron que afrontar los ilustrados españoles, animosos siempre. La primera de ellas fue el estado de atraso sociocultural en que se encontraba el país. Después, fue iniciando un largo proceso de recuperación, cuyos frutos no se recogieron hasta mediados de la centuria, reinando en España Carlos III.

Los esfuerzos de la élite intelectual escasa, según Albert Dérozier, encontraron grandes dificultades y ello fue la causa de la lentitud con que fueron produciéndose las reformas y de la superioridad abrumadora de los proyectos sobre las realizaciones. Para Alfredo Floristán, si bien es cierto que los ilustrados encontraron grandes dificultades externas, "fue mayor su propia incoherencia cuando no se atrevieron a llevar hasta el final las consecuencias lógicas que se derivaban de muchos de sus postulados. Por esto, como en otros campos, durante el reinado de Carlos III, los proyectos y la legislación fueron muy por delante de la realidad y de los hechos".

jardín botánico paseo prado Luis Paret
EL JARDÍN BOTÁNICO DESDE EL PASEO DEL PRADO

El aislamiento de la élite ilustrada era grande; sus esfuerzos, siempre bienintencionados a pesar de las limitaciones referidas, se estrellaban en la indiferencia y la ignorancia en que estaba sumida la mayoría de los españoles.

Junto a las dificultades inherentes a la empresa y al carácter propio de los reformadores dieciochescos, se han de considerar las derivadas de la actuación de sectores sociales adversos:
1. la Inquisición, que si bien en decadencia continúa estando presente.
2. la recién nacida ideología reaccionaria, favorecida por la pervivencia de las estructuras tradicionales del país.
3. el tradicionalismo de amplios sectores populares, con frecuencia explotado con objeto de entorpecer o anular las reformas emprendidas.

Una tenaz labor de desgaste, de oposición sistemática a las novedades, fue ejercida de manera más o menos encubierta. Según A. Dérozier:
"Esta despiadada y militante ideología contribuye a fraccionar a España y a imposibilitar para siempre la terrible ausente revolución burguesa."
De cualquier modo, Richard Herr, en su obra España y la revolución del siglo XVIII, prefirió minimizar la importancia de la actividad reaccionaria en la época de Carlos III:
"Desde que Menéndez y Pelayo escribió su Historia de los heterodoxos españoles, los historiadores españoles se han inclinado a ver el origen de las "dos Españas" en el advenimiento de la política de Carlos III. Cierto que algunos puntos de disputa ulteriores aparecieron entonces… pero mientras Carlos III y sus ministros dirigieron el gobierno, estas tensiones no pudieron igualar las fuerzas cohesivas del prestigio real tradicional, de la fe religiosa y del bien sazonado patriotismo. Este ideal del despotismo ilustrado fue destrozado en la primera década del reinado de Carlos IV por la Revolución francesa y las guerras subsiguientes."
Al abordar el tema de las relaciones entre Ilustración y catolicismo, las tensiones aumentan. Tradicionalmente la cuestión se ha estudiado con más pasión que objetividad. Quizás ahora se esté en mejores condiciones para esbozar una síntesis del problema.

Si bien la radicalización teórica de los principios ilustrados conduce en última instancia al ateísmo, tan extremo no se da uniformemente en todos los países, ni tampoco en todos los representantes de la Ilustración. La distinción entre pre-Ilustración e Ilustración es el movimiento que arranca de los últimos decenios del siglo XVII y se extiende a los primeros años del siglo XVIII. Se caracteriza por la coexistencia de Cristianismo y cultura ilustrada; en España, sin embargo, se prolongó más allá de la mitad de la centuria, contando entre sus más ilustres representantes a Benito Jerónimo Feijoo, Gregorio Mayans, Enrique Flórez y Josep Finestres.

Durante el reinado de Carlos III, el monarca español ilustrado por excelencia, la influencia francesa se incrementó, pero no se produjeron cambios sustanciales en la orientación de las cuestiones religiosas. Entonces, los ilustrados españoles tuvieron el máximo interés en la reforma de la Iglesia, en sus diferentes aspectos: económicos (crítica de la riquezas acumuladas por las "manos muertas") relaciones con el Estado (Regalismo), sociales (moralidad y religión).

Los modernos historiadores de la Iglesia vienen considerando los movimientos reformistas surgidos en su seno como una Ilustración cristiana, que se manifiesta en la orientación antibarroca del culto y de los estudios teológicos. En España, por otra parte, no se dio como tal un movimiento ilustrado de perfiles ateos. Como explicó M. Batllori, en Notas sobre la Iglesia en el siglo de la Ilustración, perteneciente a la obra La Ilustración. Claroscuro de un siglo maldito:

paseo delicias pintura Francisco Bayeu
EL PASEO DE LAS DELICIAS

Las fundaciones de las Reales Academias fueron logros del esfuerzo cultural ilustrado, pero en sus inicios no resultan demasiado eficaces: la Real Academia Española de la Lengua, en 1713; la de Buenas Letras, en Barcelona, en 1729; la de Historia, en 1744.

De cualquier modo, la actividad precursora de los reinados de Felipe V y Fernando VI no quedó en balde. Además, el panorama cultural de la época fue en realidad mucho más complejo de lo que con frecuencia se ha considerado: estudios recientes han demostrado que los comienzos de la filosofía y de la ciencia modernas se remontan en España al final del siglo XVII. Con anterioridad se ha hablado en las páginas de esta obra del nuevo concepto que merecido a los historiadores el reinado de Carlos II.

Oponer hoy la "luces" del reinado del Carlos III al oscurantismo de la época del último Austria constituye cuando menos una simplificación excesiva. En palabras de Pierre Vilar, "el siglo XVIII, en todo lo que tiene de creador y de dinámico para la economía de la Europa occidental, se anuncia a partir de 1680-1690".

Por tanto, en el siglo XVIII no se produce la ruptura con la tradición española. El proceso es más rico y complejo: hay españoles que se inspiran en el extranjero pero también los hay que vuelven sus ojos hacia la tradición nacional, especialmente a los autores del siglo XVI, cuyas obras conocen y difunden ante la incomprensión general. El espíritu humanista tiene su continuación en el ilustrado. Gregorio Mayans i Siscar es quizás el representante más característico de esta tendencia.

Ascensión globo Montgolfier Aranjuez pintura Antonio Carnicero
ASCENSIÓN DE UN GLOBO MONTGOLFIER EN ARANJUÉZ

Según la visión de A. Dérozier, en el apartado Visión cultural e ideológica, del tomo VII de la Historia de España, obra dirigida por M. Tuñón de Lara:
"La Ilustración no se inicia en España a mediados del siglo XVIII, sino unos cincuenta años antes, cuando se comienza a contradecir a los escolásticos en nombre de la filosofía moderna."
En este sentido, quizá valga la pena recordar la existencia de un movimiento conocido como Criticismo tardío del barroco, que tuvo su proyección en los círculos intelectuales españoles y cuya personalidad más relevante fue el andaluz Nicolás Antonio.

La dificultad del avance de la Ilustración se debe también al carácter propio de la Monarquía que la sume y dirige. Como señala Rafael Altamira y Crevea en su Historia de España y de la civilización española, los Borbones mezclaban "el sentido tutelar y filantrópico del pueblo" con el hecho de que "eran francamente absolutistas".

El carácter centralista y autoritario del gobierno, aunque éste fuera progresista, dificultaba el desarrollo de las iniciativas ilustradas; por otro lado, el personal encargado de las realizaciones tenía sus limitaciones: constituía una élite cortesana que no cuestionaba la estructura clasista vigente en su sociedad.

Aunque algunos autores han visto en la Ilustración una ofensiva contra los valores aristocráticos por parte de una burguesía anhelante de poder, parece más ajustada a la realidad la tesis que cree en la lucha, en el seno de la nobleza, entre los funcionarios ennoblecidos, apoyados por los nobles que trabajan, y la nobleza áulica. Así, según explica Laura Rodríguez en su Reforma e Ilustración en el siglo XVIII español. P. R. Campomanes, los funcionarios eran "burócratas que luchaban por el poder del Estado y no combatientes en una lucha de clases".

En esta línea, A. Dérozier opina con cierto pesimismo "que las categorías sociales que no forman parte de la nobleza ni de la incipiente burguesía no pueden en absoluto promover reformas, mientras que aquéllas no son partidarias de confundirse con la plebe".

La cultura y la enseñanza iban dirigidos a cierto nivel social, esto sin la menor ambigüedad. Sólo las élites cortesanas se beneficiaron de las reformas culturales. Las clases populares "nada tienen que hacer en el Estado, sino obedecer y trabajar pasivamente"En la obra citada de J. Regla:
"La orientación pedagógica, el ideal de educar al pueblo por parte de los hombres del siglo XVIII, hizo que éstos descubrieran al pueblo como político de la vida intelectual y política. Lo descubrieron, sin embargo, con un sentimiento extraño de atención afectuosa y, a la vez, de desprecio… Junto a lo que se publica, esto es, lo que se da al público ignorante, está lo que sólo se confía en la correspondencia particular, al cambio de ideas entre iniciados, que saben lo que todos pueden saber."
Y tal y como comenta L. Sánchez Agesta en El pensamiento político del despotismo ilustrado:
"Si el autor de las famosas Cartas al conde de Lerena se decide a hablar de la libertad civil y del Contrato social es sólo en correspondencia particular, porque no es lo mismo escribir para el pueblo ignorante que para un ministro prudente… Ello explica que en las figuras más representativas de la minoría ilustrada se encuentren dos capas diversas de pensamiento: la que representa el saber esotérico de esa minoría, sólo para iniciados, y las manifestaciones del mismo que se consideran aptas para el público…"
"Frente a los casos de ateísmo extremoso de una barón de Holbach en Francia o un Radicati di Primeglio en Italia, España apenas puede presentar el pálido reflejo de un Olavide, que además luego vuelva a entrar en la Iglesia. Las impiedades e irreverencias sólo epistolares de un Roda y de un Azara no pueden comparase ni de lejos con las radicales actitudes de Voltaire y sus seguidores."
Sobre este tema, J. Sarrailh afirmó en La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII:
"En la misma medida que el mal régimen social y el defectuoso sistema económico, (la religión y la Iglesia) reciben dardos acerados, emponzoñados a veces. Pero estos dardos no viene más que de una minoría de españoles de espíritu libre, libertinos unos, creyentes otros, que demuestran, con sus ataques, un afán de reforma, pero que no son ateos… distinguen entre la fe y la Iglesia, entre la religión y sus ministros. El derecho de pensar libremente y de no sacar las opiniones sino de la razón se detiene, para casi todos, en el reino de la fe."
Siguiendo a M. Batllori, los españoles se encontraban entre aquellos pensadores católicos que se esforzaron por asimilar los postulados de la Ilustración que el Cristianismo podía y debía absorber.

pradera Isidro pintura Francisco Goya
LA PRADERA DE SAN ISIDRO

Los ilustrados españoles representaron lo que Julián Marías definió como la España posible, de la cual con orgullo se sintieron iniciadores y tutores. Muchas fueron sus realizaciones culturales: creación de academias, museos y sociedades; proliferación de las tertulias de intelectuales; aparición de los periódicos; auge de la impresión de obras literarias; alto nivel de la crítica (no así otros géneros literarios); promoción de los estudios económicos y jurídicos; renovación de la enseñanza. Pero el balance de toda esa actividad quizás resultó un poco escasa.

La ausencia casi total de un público y la oposición sistemática de los sectores conservadores dificultaron extraordinariamente cualquier progreso. Pero la semilla de una España ilustrada y liberal estaba sembrada para germinar en el siglo XIX, según explica Sarrailh:
"Gracias a la virtud de la ciencia y a la reforma de los espíritus y de los corazones, esta España del siglo XVIII creyó asegurar la vuelta a la edad de oro. Si no lo consiguió, ¿quién será capaz de echáselo en cara? Los excesos de la Revolución francesa alarmaron en tal medida a su gobierno y a los propios reformadores, que éstos parecen haber suspendido todo progreso. Sin embargo, la simiente estaba echada y prosperará, prueba de ello son las Cortes de Cádiz. Así, el siglo XVIII tiene derecho a un sitio de honor en la historia de la España liberal."
Es muy aventurado opinar sobre lo que hubiera acontecido al movimiento ilustrado español de no mediar la Revolución francesa. Según la visión de Pere Molas:
"Las valoraciones de la Ilustración española han variado a tenor de la circunstancia política; ha sido exaltada como precursora del liberalismo; denostada por los mismos motivos e incluso criticada por conservadora."
Frente a la visión clásica de la Ilustración como un movimiento "europeizador, reformista, poseído de un claro afán pedagógico", la historiografía actual plantea numerosas reservas a una concepción tan idílica del fenómeno.

Merienda campo pintura Francisco Bayeu
MERIENDA EN EL CAMPO

Marcelino Menéndez y Pelayo negó la existencia de Ilustración alguna, en su opinión España había seguido fiel a la ortodoxia tradicional católica y los escasos ilustrados no eran sino afrancesados con nula influencia. Jean Sarrailh y Richard Herr entendieron la Ilustración española como una élite fomentada por Carlos III, amiga de lo nuevo y obsesionada por la "instrucción y la mejora de la agricultura", que se oponía a una masa rutinaria e inerte aferrada a la tradición. Antonio Elorza explicó la Ilustración como la ideología de una nueva clase en ascenso que aspiraba al poder: la burguesía.

Tanto en el tradicionalismo de Menéndez Pidal como en el marxismo de Elorza existió la misma falta metodológica en el análisis de la historia de las ideas. No prestaron atención a las polémicas concretas que suscitaron estos movimientos, no entendieron el contexto histórico de los debates que surgieron, no estudiaron las fuentes originarias. Sus interpretaciones rebelan hasta qué punto el estudio histórico está contaminado por la aplicación inconsciente de mitologías particulares.

A finales del siglo XX, el profesor Francisco Sánchez Blanco recuperó las fuentes que demuestran la fuerza y la originalidad de un movimiento intelectual que inició el camino de la emancipación de la autoridad doctrinal, religiosa y política, un movimiento que comenzó con un cambio de dinastía y que culminó con la proclamación de una Constitución en 1812. Sus obras Europa y el pensamiento español del siglo XVIII (1991), La prosa del siglo XVIII (1992), La Ilustración Española (1997), y La mentalidad ilustrada (1999), devolvieron la dimensión real histórica, no mitológica de la Ilustración española.

En este sentido, la Ilustración española, aunque fue moderada con respecto a la Ilustración histórica, si tuvo como valor la toma de conciencia de que la España de finales del siglo XVI y del siglo XVII, tras el esplendor del Imperio, fue perdiendo progresivamente todo contacto con la modernidad, y era necesario iniciar un proceso de adecuado reciclaje.

Como conclusión final, en palabras del profesor José Luis Aranguren:
"La Ilustración significó para la tibetanizada España su tardía incorporación a la marcha de la cultura europea y la relativa generalización de esfuerzos hasta entonces tan eminentes como aislados, tales los de un Cervantes, un Baltasar Gracián. Sí, España se abre a Europa en el siglo XVIII. Se abre a aquella cosmovisión europea, en la cual la ciencia, todavía lejos del ciencismo, ocupa el lugar sumamente importante que le asigna Feijoo, quien, al carácter enciclopedista de su obra, agrega, formalmente, el hecho de ser nuestro primer cultivador de la información, del ensayismo y del periodismo intelectual."