El
expedicionario Francisco de Orellana ha pasado a la historia por
liderar la primera navegación a través del río Amazonas, el río más
caudaloso y
extenso del
mundo en 1541.
Un
periplo
que partió desde Quito, en la cordillera de los Andes, al mando de Gonzalo de Pizarro en busca del denominado País de la Canela y el
Dorado, y que terminó en su desembocadura atlántica. Estuvo
apoyado por a penas sesenta hombres a bordo de dos improvisadas
embarcaciones.
Una
las
más formidables hazañas
de
descubrimiento y exploración geográfica de la historia, que
situaba la mayor cuenca hidrográfica en los mapamundis de la Era de los
Descubrimientos.
Francisco
de Orellana nació en 1511, en Trujillo, villa extremeña ubicada a
48 kilómetros de Cáceres. De
allí
salieron algunos de los más notables conquistadores y descubridores
de América del
siglo XVI: Francisco Pizarro fue el conquistador del Imperio inca,
García de Paredes fue el padre del Derecho de asilo en América, o
Nuño de Chaves, entre otros.
Orellana
estaba emparentado con la familia de Francisco Pizarro. Sus hidalgos padres fueron Francisco de Orellana y Francisca de Torres.
En 1527, a
los 16 años de edad, se trasladó a Sevilla con intención de pasar a América. Llegó a América
Central,
en
tierras del
al
actual estado de Nicaragua, para forma parte de la expedición de Alvarado.
En
1535, participó en la conquista del Imperio inca, enrolado en las
huestes de su
primo Francisco
Pizarro, y en la fundación del Virreinato del Perú. Durante un enfrentamiento contra los indios macabíes perdió
un ojo por
el impacto de un flechazo, a los 24 años. Por este hecho, pasaron a
apodarle el Tuerto. En
un principio recibieron a los españoles con ofrendas y regalos, ya
que estaba convencidos de que, o bien eran enviados por los dioses, o
bien eran las propias divinidades que habían encarnado en aquellos
extraños seres. El historiador búlgaro Tzevetan Todoro reflejó la
sorpresa que causaban aquellos hombres a lomos de sus musculosos
caballos, al punto de que cuando alguno caía de su montura, se
producían escenas de pánico como esta:
"… como los indios vieron dividirse aquel animal en dos partes, teniendo por cierto que todo era una cosa, fue tanto miedo que tuvieron, que volvieron las espaldas dando voces a los suyos diciendo que se habían hecho dos, haciendo admiración de ello, lo cual no fue sin misterio."
Siempre
fie y leal con su allegado, respaldó la causa pizarrista, tomando
parte en el asedio de Cuzco entre 1536-1537 y en la batalla de las
Salinas, en 1538. Este enfrentamiento los hombres de Pizarro vencieron
definitivamente a los de Diego de Almagro.
Por
su apoyo, Pizarro le recompensó con la gobernación de la provincia
de la Culata, en la cuenca del Guayas, en el actual estado de
Ecuador. Además de ocuparse de la gobernación de la Villa Nueva de
Puerto Viejo, tuvo que refundar la ciudad de Santiago de Guayaquil, la perla del Pacífico. Esta había sido fundada en 1534 por Sebastián de Belalcázar y,
posteriormente, destruida por indios nativos.
Durante
su gobernación, se ocupó de aprender algunos de los dialectos más
extendidos de cuantos se hablaban en las selvas más allá de la
cordillera de los Andes, estudió sus usos y costumbres, y se
convirtió en un respetado administrador colonial.
Sebastián
de Belalcázar conquistó San
Francisco de Quito,
ciudad que hoy es capital del estado de Ecuador, incorporándola al
Virreinato del Perú. Allí, los expedicionarios tuvieron noticias de
la celebración de una ceremonia en el altiplano cundiboyacense,
donde un cacique local se cubría el cuerpo con polvo de oro y
realizaba ofrendas en una laguna sagrada. Más tarde, el relato fue
exagerado y se llegó a pensar que
se trataba de una región construida básicamente en oro.
Previamente,
ya habían partido otras infructuosas expediciones al otro lado de
las montañas de los Andes, como la de Gonzalo Díaz de Pineda en
1538-1539.
Belalcázar
pretendía conquistar estos territorios, acumular riquezas minerales
y llegar a las costas del mar Caribe. Desde un puerto, desobedecería
a Pizarro y regresaría a España. La expedición de Belalcázar
llegó hasta la sabana de Bogotá, donde coincidieron con las tropas
de Nicolás de Féderman y Gonzalo Jiménez de Quesada, que llegaron
desde Coro y Santa Marta, respectivamente.
Mientras
tanto, a las ciudades del Virreinato comenzaron
a llegar noticias de la conquista
de Quito y de la existencia
de ese
mítico
reino con yacimientos de oro. Francisco
Pizarro supo de la traición y nombró a su hermano Gonzalo Pizarro como
gobernador de Quito y capitán general de la expedición que debía
conquistar las legendarias tierras del Dorado y el País de la
Canela.
Otra
de las legendarias tierras que fueron apareciendo en las imaginarias
mentes de los colonizadores españoles de la primera hornada fue el
llamado País de la Canela. En aquella época las especias como la
canela o el clavo eran un producto de lujo, muy apreciado en Europa, y
dada su escasez y dificultad para conseguirlas, alcanzaban precios
muy parecidos a de los metales preciosos. Llegaron
noticias de la existencia de abundantes cantidades de esta especia al
este de Quito y de la cuenca del Amazonas. Gonzalo Pizarro estaba
decidido a encontrar aquel provechoso País de la Canela.
En febrero
de 1541, partió al mando de una expedición
formada
por 220 españoles y 4.000 indios porteadores,
cerca
de 200 caballos, más de 2.000 piezas de ganado, numerosas llamas que eran utilizadas como bestias de carga y una gran jauría de
perros de presa alanos, una raza canina española de gran fiereza adiestrada para la caza. Uno de los mayores méritos del colonizador extremeño fue ganarse la confianza de los indígenas, a los que consideraba como unos españoles más.
Algunos
religiosos también tomaron parte, como el cronista fray Gaspar de
Carvajal. Su Relación
del nuevo descubrimiento del famoso río grande de las Amazonas que descubrió el capitán Francisco de Orellana es
un apasionante relato de aventuras, pero también la primera gran
descripción geográfica de la selva amazónica.
Francisco
de Orellana quiso unirse a la aventura desde Guayaquil, por lo que arriesgó su propia fortuna
para tomar parte de aquella empresa acompañado
de 23 hombres fieles y leales.
Al
llegar a Quito, la expedición pizarrista
ya había salido días antes. Por encargo de Gonzalo, debía seguir
sus pasos hasta darles alcance.
La
cordillera de los Andes es especialmente escarpada, alcanzando cotas
que superan los 6.000 metros, alcanzando el Nevado Huascarán de
6.768 metros, por ejemplo. La ascensión fue peno, larga y
desmoralizante. A ambos lados del sendero que iban abriendo entre las
lascas de las montañas se abrían inmensos cortados, profundas
quebradas donde
no se vía el fondo.
Al
llegar al altiplano de la montaña en forma de desierto de altura,
observaron cómo al otro lado se extendía la infinita mancha verde
de un selva por explorar.
Tras
pasar por Quijos y Zumaco, las huestes de Orellana tuvieron que pasar
del frío de la montaña a los lodazales
del valle. Del
frío, el vértigo, la altitud y las noches al raso pasaron a sufrir
una insoportable humedad y una temperatura que envolvía el entorno
de una atmósfera asfixiante, a los que añadir los enjambres de insectos y las mordeduras de serpientes. Finalmente, el pequeño contingente
que acompañaba a Orellana avistó
una columna de humo que señalaba el posible campamento de la
expedición de Pizarro,
en
el valle de Zumaco.
En
julio
de 1541, se
materializó la fusión de ambas partes expedicionarias, bien
adentrados en
la inexpugnable selva, llegado
al río Coca. El contingente de Pizarro se había reducido en consideración entre los españoles, y cerca de la mitad de los indios de servicio habían fallecido.
Como la jungla parecía inabarcable y los suministros
empezaban a escasear, Pizarro ordenó
a Orellana ponerse el mando de 57 hombres para adentrase por el río
Napo, cerca de la confluencia con el Aguarico,
en busca de alimentos. En el mismo río las hueste de Orellana
construyeron un pequeño bergantín sin prácticamente recursos, el San Pedro, que medía unos 10 metros de eslora. Para fabricar clavos que ensamblaran las piezas de madera se fundieron herraduras de caballo en una improvisada fragua, cuyo fuelle se construyó con piel de caballos muertos. Es probable que utilizaran la caoba americana, una madera abundante y fácil de trabajar.
Así
lo relató Gaspar de Carvajal:
"Y allí el capitán Orellana, visto esto, anduvo por todo el real buscando hierro para clavos y echando a cada uno la madera que había de traer, y de esta manera y con el trabajo de todos se hizo el dicho barco."
El
26 de diciembre de 1541, la expedición de Orellana partió a bordo
del cascarón San Pedro para surcar los cauces de los ríos
Coca y Napo. Mientras tanto, los expedicionarios de Gonzalo Pizarro
continuarían la misión por tierra, bordeando la orilla hasta reencontrarse de nuevo en un punto determinado.
Pero
esta nueva situación no mejoró las condiciones de vida de las
tripulación, que pasaba semanas sin poner pie a tierra, pasando
hambre, llegando a comer cordones, suelas
y cuero de sus ropas que mezclaban con hierbas desconocidas
en una suerte de incomestibles guisos.
A
inicios
de enero de 1542, observaron que en una de las orillas del río Napo
surgían casas hechas de chonta. Allí había un asentamiento humano llamado Aparia,
cuyo cacique que hacía además de chamán y gobernante, les recibió con muestra de buena voluntad y grandes
cantidades de alimento.
Los días pasaron mientras la tripulación se
recuperaba y Orellana comenzaba a tramar un plan para remontar el
río, que había subido su caudal en más de dos metros y arrastraba
en su deriva troncos y ramales. Era lo acordado entre ambos jefes expedicionarios extremeños. Tras
reconocer el territorio, Orellana intentó regresar, pero
sus huestes amenazaron con rebelarse si se atrevía a remontar el
río, ya que las fuertes corrientes podrían hundir la embarcación y creían imposible remontar tanta distancia.
Según la relación que hizo Carbajal:
"Salió al contrario de como todos pensábamos y, como el río corría mucho, andábamos a veinte y veinte y cinco leguas, porque ya el río iba creciendo y aumentando. Caminamos tres días sin poblado ninguno; púsose en plática entre el capitán y los compañeros la dificultad y la vuelta. Buscando el consejo de lo que se debía hacer, platicando nuestra aflicción y trabajos, acordóse que eligiésemos de dos males el que al Capitán y todos pareciese menor, que fue ir adelante y seguir el río o morir."
Mientras
tanto, durante
la estancia en Aparia,
construyeron una nueva embarcación que llamaron con el simbólico nombre de Victoria, en homenaje a Juan Sebastián Elcano. Después
de un mes de espera, creyeron que los de Pizarro habían perecido en
la selva, pues
era improbable que que sobrevivieran durante ese tiempo en la selva,
mucho menos realizando el brutal esfuerzo de abrirse camino entre la
vegetación. No estuvieron muy equivocados pues, tras varios intentos de reunión, Pizarro ya había vuelto hacia Quito por otra ruta más al norte, con solo 80 hombres supervivientes.
Ante
esta circunstancia, los
hombres de Orellana
nombraron
al extremeño jefe de la expedición. Con tan solo dos cascarones,
algunas
canoas,
y un grupo de españoles, debían
descubrir el río más caudaloso y
extenso del
mundo.
En
febrero de 1542, la expedición llegaba a las impresionantes aguas del
río Marañón, "tan inmenso que más bien parece el mar",
conocido popularmente con los nombres de Amazonas, Orellana y
Bracamoros, entre otros. Era
la desembocadura del afluente Napo, por el que descendían, y el
principal Amazonas, una descomunal masa acuática que separaba a ambas
orillas. Aquí, Carvajal explicó por primera vez de la abundancia de mosquitos, fenómeno muy típico en todo el curso del alto Amazonas:
"Había tantos mosquitos... que no nos podíamos valer ni de día ni de noche sin que los unos a los otros nos amosqueásemos."
La abundancia de mosquitos derivó en la proliferación de enfermedades entre la tripulación, destacando especialmente la malaria y el dengue. La malaria producía fiebre y trastornos en el sistema nervioso, consecuencia de la picadura del anopheles, que medía 7,5 milímetros. El dengue era un virus transmitido por el mosquito aedes aegipti, que medía 5 milímetros y cría en agua estancada. Los más afectados fueron los indígenas de Quito, pues de los los 4.000 iniciales no regresaría ninguno.
En el largo descenso del río avistaban con frecuencia poblados diversos en las márgenes. Es probable que el tamaño de dicho río actuase de protección natural frente a los ataques desde tierra de comunidades indígenas cada vez más peligrosos: los omaguas, los jíbaros, los aucas, los machiparaos, etc.
Los indígenas utilizaban como principal arma el arco y las flechas, cuyas puntas eran afiladas mediante la sección longitudinal de tallos de bambú. Después, untaban sus puntas con la exudación de ranas (kambó), que segrega una potente droga llamada ayahuasca, haciendo función de veneno. Como armas de larga distancia, los expedicionarios contaban con arcabuces, que causaban pánico entre los indígenas por su estruendoso ruido en la detonación, pero la recarga era lenta y aparatosa.
Los pueblos que existían a partir del río Tapajós hasta la desembocadura causaron terror en la tripulación debido a la supuesta creencia de prácticas caníbales: los ichipayos, los aripunnas, o los couayacos.
Solo cuando se les acababan los víveres desembarcaban para procurárselos. Unas veces los aborígenes eran pacíficos y se los entregaban; pero en otras ocasiones debían defender de algún tipo de enfrentamiento. Esto sucedió en mayo de 1542, cuando alcanzaron Machiparao, capital del reino de la tribu de los omaguas, en pleno centro del territorio amazónico, donde fueron atacados.
A finales de mes, avistaron la
triple desembocadura del afluente Purús, que denominaron Trinidad.
Eran
aquellas tierras de poblaciones muy grandes y ricas, pero el prudente
Orellana decidió seguir el curso del río "por se los pueblos
tantos y tan grandes y haber gente", evitando así cualquier
enfrentamiento.
El
viaje continuó curso abajo en una permanente descripción de pueblos
y de notables descubrimientos geográficos que Carvajal iba anotando
meticulosamente. En un momento dado, los indios les comentaron de ciertos lugares donde abundaba el oro y la plata; pero los españoles no mostraron interés real por la noticia, pese a tener a su disposición dos bergantines. Carvajal dio explicaciones al respecto:
"También se halló en este pueblo oro y plata, pero como nuestra intención no era sino de buscar de comer y procurar cómo salvásemos las vidas y diésemos noticia de tan gran cosa, no curábamos ni se nos daba por ninguna riqueza."
A
inicios de junio de 1542, hallaron el río Negro. Tras dejar el
estuario del Madeira y más tarde el del Tapajós, a
finales de mes, la expedición llegó
al mítico reino de las
amazonas. No
parecían ser una fantasía, sino una poderosa tribu real de mujeres
guerreras, lideradas
por la cacique Conori.
Así
relató Gaspar de Carvajal el encuentro de Orellana con las míticas
amazonas:
"Estas mujeres son muy blancas y altas, y tienen muy largo el cabello y entrenzado y revuelto a la cabeza y son muy membrudas y andan desnudas en cuero, tapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos haciendo tanta guerra de flecha por uno de los bergantines y otras qué menos, que parecían nuestros bergantines puerco espín."
Las amazonas vestían túnicas de algodón y mantas de lana con brillantes plumas. Cada año hacían incursiones en las tribus vecinas, selva adentro, atrapando a los mancebos para convertirlos en esclavos y aparearse.
"Y después, cuando viene el tiempo que han de parir, si paren hijo le matan, y si hija la crían con gran solemnidad y la imponen en las cosas de la guerra."
Y en honor de aquellas extrañas mujeres guerreras dieron nombre al recorrido del río, denominado río Grande de las Amazonas. Les recordaba a otras mujeres guerreras de la mitología griega, que habitaron en Europa, entre Escitia y Sarmacia, a orillas del mar Negro, cuya reina Pentesilea participó en la guerra de Troya narrada por Homero.
Ante
la fertilidad y riqueza de esta parte del río, entre los afluentes
Negro y Tapajós, que les recordaba a su tierra natal, los españoles
la llamaron Provincia de San Juan.
La
última parte del viaje, aproximadamente desde el río Tapajós hasta
la desembocadura, fue tal vez la más dura con los indios, que eran
caníbales y utilizaban flechas envenenadas para sus ataques. La
esperanza llegó en forma de mareas sobre el río, prueba demostrable
de que el mar estaba cerca.
A
finales de agosto, la expedición orellánica alcanzó el mar abierto
por
una de las varias bocas de su estuario, ya que su desembocadura tiene 330 kilómetros de anchura. Según
la descripción de Carvajal, viajaron por la orilla izquierda y
salieron al mar por la boca de Pacaxaré, el 26 de agosto, y
finalmente por el Canal Pringoso, entre las actuales islas de Caviana
y Mexiana.
La salida de la desembocadura no fue fácil, pues tuvieron de subir velas y detenerse durante la marea alta, pues los devolvía al río, y como las embarcaciones no tenían anclas utilizaban piedras atadas con cuerdas. Hasta ese punto, habían muerto ocho expedicionarios españoles por enfermedad y tres más por heridas de guerra.
Habían
navegado más de 6.000 kilómetros en siete meses de periplo. Francisco de Orellana había
conseguido recorrer el río más caudaloso y largo del mundo por primera vez, con sus 6.800 kilómetros de largo y una anchura media de 15. Esta increíble hazaña consiguió
ubicar toda la región amazónica en los mapamundis del Renacimiento, una vía de comunicación entre Perú y el océano Atlántico.
Los supervivientes navegaron en los dos bergantines a lo largo de la costa y las islas del mar Dulce. No tenían instrumentos de navegación ni marinos expertos, pero las embarcaciones avanzaban día y noche, alejadas de la costa durante la oscuridad, por prudencia, y de día más cerca. Así hasta llegar a la
isla de Cubagua y el
golfo del Paria, en la costa venezolana, atracando en la isla Margarita, el 11 de septiembre de 1542, tras 15 días de navegación marítima.
Después
de descansar en Cubagua y Santo Domingo, Orellana
zarpó
a la España peninsular para comunicar al emperador Carlos V el
descubrimiento de estos dominios, a los que llamó Nueva Andalucía,
y
solicitar su gobernación.
En mayo de 1543, Orellana llegó a Valladolid, sede de la Corte española. Allí, en ausencia del emperador Carlos V, pudo entrevistarse con el príncipe Felipe y sus consejeros, causando el asombro y admiración por el relato contado.
No
todos fueron buenas noticias para Orellana, ya que fue denunciado por
Gonzalo Pizarro desde
Quito, quien
lo acusaba
de alta
traición, por haberle abandonado en la selva. Sabía que iba a tener problemas
con Gonzalo que era el verdadero líder de la expedición y, por
tanto, tenía derecho sobre las nuevas tierras descubiertas. En
su defensa, Orellana alegó que la corriente fluvial con la que se
tuvo que enfrentar era demasiado fuerte y que todos los esfuerzos por
regresar resultaron baldíos. Presentó un documento formado por sus hombres donde se demostraba que la decisión había sido tomada de común acuerdo entre todos. Algunos
de sus hombres también declararon en el juicio a su favor, alabando
la honestidad y valentía que demostró en la difícil toma de
decisiones. El Consejo de Indias desestimó la acusación teniendo en cuenta las circunstancias excepcionales en que se encontró, que le impidieron el regreso, debiendo continuar la navegación para no perecer en la selva.
Tras las negociaciones, en febrero de 1544, se firmaron las Capitulaciones con las Corona y su Real Cédula por las que recibió el título de adelantado, gobernador y capitán general de los territorios descubiertos de la cuenca del Marañón, denominada Nueva Andalucía. Estaba dispuesto a regresar al Amazonas y colonizar aquellas tierras.
Desde Sevilla, ciudad donde se organizaban todas las expediciones a las Indias, comenzó su proyecto, buscando y contratado las naves y tripulaciones necesarias. Mientras tanto, tuvo tiempo para conocer y casarse con una joven sevillana de posición nobiliaria, Ana de Ayala, en noviembre de 1544.
Surgieron retrasos en la preparación debido a la falta de presupuesto. Orellana había empleado toda su recompensa, la Corona no pudo aportar nada, y a través de algunos familiares y diversas fuentes consiguió completar la financiación. Finalmente, la expedición estuvo compuesta por 4 barcos y unos 300 hombres.
En
mayo de 1545, Orellana zarpó junto a su mujer desde el puerto de
Sanlúcar de Barrameda, en Cádiz, al mando de una nueva empresa.
Esta nueva expedición tenía como objetivo
remontar el río Amazonas desde su estuario, en el actual estado de
Brasil, atravesar las tierras de Nueva Andalucía y establecer una línea de comunicación estable que llegara hasta Quito.
En este segundo viaje, la suerte no favoreció a Orellana. Fuertes tempestades hicieron que ya en las islas de Cabo Verde, antes de la travesía oceánica, tuvieran que abandonar la nave capitana gravemente dañada. Durante la singladura atlántica, otro de los barcos naufragó con 77 tripulantes.
En diciembre de 1545, dos de los cuatro iniciales llegaron a la desembocadura del Amazonas que fondearon con dificultades. Acamparon en una de las islas del delta, pero la mala alimentación y las enfermedades comienzan a reducar el número de tripulantes. Entonces, Orellana comenzó una expedición tratando de encontrar alimentos y el canal principal del río con una parte de sus hombres, sin conseguir resultados. Cuando regresó, el campamento estaba vacío y sus habitantes se habían dirigido a la isla Margarita. Durante la búsqueda, sufrieron un ataque de indios caribes con flechas envenenadas causando numerosas bajas.
Debido
a unas fiebres sufridas en los pantanos en su intento de navegar río
arriba,
Orellana moría en noviembre de 1546, a los 46 años, siendo enterrado a orillas del gran río que había descubierto y recorrido por primera vez. Con
él también moría el primer intento de colonizar aquella extensa
región americana. De hecho, los europeos tardaron cerca de un siglo
en volver a intentar la ocupación del valle del Amazonas. Y, de los 300 expedicionarios que partieron desde España, solo sobrevivieron 40, entre ellos Ana de Ayala, que se estableció en Panamá.