El Adopcionismo es la doctrina según la cual Jesucristo fue un ser humano, elevado a categoría divina por designio de Dios por su adopción, o bien al ser concebido, o en algún momento a lo largo de su vida, o tras su muerte. Se trata de un acercamiento interconfesional de la Iglesia mozárabe con la cultura árabe, desde el ámbito de la doctrina Cristológica, que apareció cuando la mayoría de la España visigoda había caído bajo el poder de los invasores musulmanes.
La querella del adopcionismo hispánico fue un debate surgido en el último cuarto del siglo VIII, que enfrentó adopcionistas mozárabes del Califato de Córdoba frente a los encarnacionistas del Reino de Asturias.
Los adopcionistas estaban encabezados por el obispo Elipando de Toledo, el abad Félix de Urgel, el obispo Ascario de Braga y el predicador Migencio. Los encarnacionistas estaban liderado por el abad Beato de Liébana, autor los Comentarios al Apocalipsis de San Juan, y el obispo Eterio de Osma.
Antes del Cristianismo, hubo al menos dos concepciones más o menos similares, no necesariamente excluyentes la una de la otra, de las cuales puede emanar esta idea:
1. En el pensamiento judío, el mesías es un ser humano elegido por Dios para llevar a cabo su obra espectacular: tomar a los hebreos (un pueblo hasta entonces frecuentemente sometido por otros más poderosos), rescatarlos de la opresión y llevar el Reino de los Cielos a la tierra trayendo paz y prosperidad. En este sentido, el mesías no es el Hijo de Dios tal como lo considera el Cristianismo.
2. En la tradición griega existían héroes elevados a la condición divina después de extraordinarias proezas o hazañas, por medio de la apoteosis. El más importante ejemplo de esto es Heracles, que después de haber sido quemado en una pira es tomado por su padre Zeus para gobernar a su lado. Debido al predominio del Imperio romano, cuya orientación cultural era predominantemente griega, en la época de los primeros cristianos es altamente probable que este ejemplo estuviera a su alcance, a la manera de una historia popular.
Al mismo tiempo, el adopcionismo era psicológicamente interesante para los primeros cristianos, y era fácil identificarse con un héroe como Jesús, un ser humano como cualquiera que es elegido ("adoptado") por Dios y que en consecuencia daba esperanzas de salvación a los propios cristianos, tan humildes ante Dios como su héroe máximo.
Uno de los adopcionistas más famosos fue Teódoto el Curtidor, habitante de Bizancio que llevó la prédica de esta doctrina a Roma en el año 190.
A medida que el cristianismo prendió en las capas superiores del Imperio romano, fue imponiéndose como doctrina el Encarnacionismo, según la cual Jesús desde siempre había sido Hijo de Dios (concretamente la Segunda Persona de Dios). El adopcionismo fue progresivamente arrinconado, a pesar de que teológicamente el Encarnacionismo plantea una serie de dificultades que el adopcionismo no las ofrece (la mayor de ella: reconocer la existencia de varias personas divinas, y al mismo tiempo profesar el monoteísmo).
A lo largo de las llamadas disputas cristológicas, el adopcionismo volvería a ser resucitado, en una versión más refinada, por Pablo de Samosata (en el Siglo III) y por su discípulo Arrio. También fue adopcionista el obispo Fotino de Sirmio, depuesto el año 351 por el Sínodo de Sirmio.
El Arrianismo se transformaría en la herejía más atosigadora que debería afrontar la joven Iglesia en sus primeros siglos. Finalmente, después de la formulación del credo en los Concilios de Nicea (325) y Calcedonia (381), el adopcionismo fue finalmente abandonado.
PENÍNSULA IBÉRICA AÑO 750 |
La querella del Adopcionismo hispánico fue un debate que se desarrolló en el último cuarto del siglo VIII cuando la mayoría de la España visigoda había caído bajo el poder de los invasores musulmanes. La convivencia entre las dos religiones y sus correspondientes culturas atravesó períodos de especial virulencia. Los pactos iniciales firmados entre los conquistadores y los visigodos permitieron una cierta autonomía religiosa. Pero la situación fue cambiando a contextos de incomprensión y enfrentamiento. La comunidad cristiana se mantuvo fiel a la fe de sus mayores, lo que suponía una incomodidad para las creencias de los nuevos titulares del poder político en la península.
Los cristianos sometidos al poder musulmán, mozárabes, habían establecido su capital en Córdoba, pero manteniendo su fe y sus costumbres, sus creencias y su liturgia. Aunque se influenciaran por ciertos usos orientales en el vestido y en la alimentación.
El rito mozárabe consiguió mantenerse en ciertos lugares de la ciudad de Toledo, era el llamado rito hispánico o visigótico. En la capilla del Corpus Christi de la catedral primada es obligatorio el uso de la liturgia mozárabe, permitida también en las iglesias mozárabes de la ciudad. Ciertos usos de la liturgia mozárabe pasaron de la romana en las reformas del Concilio Vaticano II. El detalle más significativo es el paso de las dos lecturas tradicionales romanas (Epístola y Evangelio) a las tres de la liturgia hispánica (Profecía, Apóstol y Evangelio).
La antigua liturgia hispánica (visigótica) poseía textos que se remontan a San Isidoro de Sevilla y a otros grandes teólogos hispanos. Tenía una gran fuerza hasta que las reformas cluniacenses influyeron en su decadencia, a la que se resistieron los mozárabes toledanos y los de otros lugares. Desde mediados del siglo XI los dos ritos compitieron abiertamente. A pesar de las presiones, el rito hispánico no desapareció del todo, sino que pervivió unido a determinadas comunidades mozárabes.
Fue precisamente el recelo originado por ciertas expresiones de la liturgia lo que representó una dificultad grave a la hora de aceptar como ortodoxo el rito hispano-mozárabe. Daba la impresión de que no era clara la confesión de la filiación divina de Cristo por naturaleza, sino que su relación con el Padre se reducía a la mera adopción.
El Adopcionismo español se sitúa en el intento de acercamiento interconfesional de la Iglesia mozárabe con la cultura árabe, desde el ámbito de la doctrina Cristológica.
El vocablo "adopción" fue importado de Oriente a Occidente por Teodisco, obispo de Toledo y sucesor de San Isidoro de Sevilla. Teodisco fue depuesto por afirmar que Jesucristo no era Dios con el Padre y el Espíritu Santo (Santa Trinidad), sino adoptivo. Posteriormente, el vocablo pasó a los árabes.
El principal defensor del Adopcionismo fue el monje Elipando de Toledo. Nacido el año 717, se educó en una escuela monacal y pronto se dedicó al estudio y profesión monástica. Se cree que pudo haber recibido influencias de escuelas religiosas sirias. Los sirios habían llegado a la península procedentes del norte de África en la temprana juventud de Elipando, durante la invasión islámica. Entre el 754 y el 800 rigió la sede de Toledo. Combatió contra los intentos de Carlomagno de someter la Iglesia española a la franca.
Elipando, con un arzobispado cuyo vasto territorio estaba bajo el influjo de los árabes, intentó pactar con los mahometanos para quien Jesús era solo un profeta y por lo tanto mero hombre. La doctrina proclamada por el obispo de Toledo es que Cristo, según su naturaleza humana, es hijo adoptivo de Dios. Por lo tanto, en diálogo con los hijos de Mahoma convenía sostener la filiación adoptiva en cuanto hombre, y con los cristianos la filiación natural en virtud de su naturaleza divina.
Para los musulmanes había en el Cristianismo un motivo de escándalo en la Trinidad, ya que parecía incidir en el politeísmo, tres dioses, y así acusaban a los mozárabes. Elipando trató de hacer frente a la acusación acudiendo de algún modo a las raíces arrianas del goticismo. Más tarde, en el Sínodo celebrado en Sevilla el 784 propuso una modificación del Credo en el sentido de que no pudiera decirse que las dos naturalezas se identificaran en la segunda Persona de la Trinidad: Cristo habría "adoptado" la carne como una especie de revestimiento, nada más, sin quebrantar en modo alguno la unicidad divina que Muhammad con empeño había defendido y enseñado.
El vocablo "adopción" fue importado de Oriente a Occidente por Teodisco, obispo de Toledo y sucesor de San Isidoro de Sevilla. Teodisco fue depuesto por afirmar que Jesucristo no era Dios con el Padre y el Espíritu Santo (Santa Trinidad), sino adoptivo. Posteriormente, el vocablo pasó a los árabes.
El principal defensor del Adopcionismo fue el monje Elipando de Toledo. Nacido el año 717, se educó en una escuela monacal y pronto se dedicó al estudio y profesión monástica. Se cree que pudo haber recibido influencias de escuelas religiosas sirias. Los sirios habían llegado a la península procedentes del norte de África en la temprana juventud de Elipando, durante la invasión islámica. Entre el 754 y el 800 rigió la sede de Toledo. Combatió contra los intentos de Carlomagno de someter la Iglesia española a la franca.
Elipando, con un arzobispado cuyo vasto territorio estaba bajo el influjo de los árabes, intentó pactar con los mahometanos para quien Jesús era solo un profeta y por lo tanto mero hombre. La doctrina proclamada por el obispo de Toledo es que Cristo, según su naturaleza humana, es hijo adoptivo de Dios. Por lo tanto, en diálogo con los hijos de Mahoma convenía sostener la filiación adoptiva en cuanto hombre, y con los cristianos la filiación natural en virtud de su naturaleza divina.
Para los musulmanes había en el Cristianismo un motivo de escándalo en la Trinidad, ya que parecía incidir en el politeísmo, tres dioses, y así acusaban a los mozárabes. Elipando trató de hacer frente a la acusación acudiendo de algún modo a las raíces arrianas del goticismo. Más tarde, en el Sínodo celebrado en Sevilla el 784 propuso una modificación del Credo en el sentido de que no pudiera decirse que las dos naturalezas se identificaran en la segunda Persona de la Trinidad: Cristo habría "adoptado" la carne como una especie de revestimiento, nada más, sin quebrantar en modo alguno la unicidad divina que Muhammad con empeño había defendido y enseñado.
La exposición de la doctrina de Elipando también aparece en relación a la refutación de Migencio, predicador que sembró ideas confusas en algunas regiones de la Bética. Su doctrina se conoce por una carta que le escribe Elipando, en contestación a una especie de carta circular, método propagandístico usado por Migencio. Decía el arzobispo de Toledo:
"Leímos tu carta sin poder contener la risa. En ella aparece tu fatua e ignorante locura de tu corazón. Vimos la carta y la encontramos ridícula por la falta de consistencia de tus afirmaciones y no sólo nosotros, sino toda la catolicidad te desprecia por tu pútrida doctrina y te declara digno de anatema... No se puede curar tu enfermedad con fomentos de vino y aceite, sino con un cuchillo de doble filo ha de amputarse podredumbre tan Antigua."
Migencio afirmaba que la Trinidad estaba compuesta de tres personas: el padre David, el hijo Jesús de Nazaret y el Espíritu Santo que era el apóstol San Pablo. Decía también que los sacerdotes mienten cuando se confiesan pecadores siendo en realidad santos y si no lo son ¿porqué se atreven a celebrar los sagrados misterios? Roma, para Migencio, era el único lugar santo, ya que allí habitaba Cristo.
Según Elipando:
"Dios Padre no engendró la carne […] A la manera que ningún hombre engendra el alma de su hijo, sino la carne, a la que se une el alma, Dios Padre, que es espíritu, engendra el espíritu, no la carne. El Padre divino engendra la naturaleza y la persona; el padre humano la naturaleza, no la persona. En el Hijo de Dios subsistía la naturaleza divina antes que tomara la naturaleza humana. […] En una sola persona hay dos substancias: una producida por generación, otra no engendrada. La carne nace de la carne; el alma es propagada por Dios. Si a alguien le place dividir a Cristo en hijo propio y adoptivo, divida de una manera semejante a todo hombre. Pero como repugna a la razón suponer ni en el Hijo de Dios ni en el hijo del hombre dos padres, reconozcamos en uno y otro unidad de personas."
El error adopcionista de Elipando se encuentra en la refutación de la doctrina sobre la segunda persona de la Trinidad, que para Migencio era de la descendencia de David, pero no la engendrada por el Padre. Elipando enfurecido contestó que cómo puede ser el Hijo de Dios, nacido únicamente de la madre y no engendrado por el Padre sin principio. Y, si en la Trinidad nada puede haber que sea corpóreo ni mayor ni menor, cómo se atreven a decir que aquella forma servil es la segunda persona de la Trinidad, ya que el mismo Hijo de Dios, con relación a esta forma por la cual es criatura del Padre dice de sí mismo el "Padre es mayor que yo" (Jn.4,28).
El error, admitiendo una diversidad de hijos, uno según la naturaleza divina que es igual al Padre, y otro (inferior) según la natura humana que era hijo de María y siervo de Dios, era una clara herejía.
ELIPANDO DE TOLEDO |
Los primeros en responder y poner en duda la doctrina del metropolitano de Toledo fueron Beato de Liébana, abad de Santo Toribio de Liébana, y Eterio de Osma, obispo de Osma. Pertenecían al Reino de Asturias y, por tanto, a la Iglesia libre de la invasión musulmana. Por medio de su rey Alfonso II, acudieron al emperador Carlomagno para que condenase esta herejía. Y así, en un Concilio, presidido por legados del Papa, condenó el adopcionismo.
En torno al 785, escribían a Elipando manifestando sus dudas por la doctrina expuesta. El escrito lleva el nombre de Apologeticus, más conocido como Los comentarios sobre el Apocalipsis de Beato.
Sólo uno de los obispos hispanos, Félix de Urgel, se atrevió a defender la doctrina de Elipando. Félix era de carácter más razonador e inteligente que el primero y, de hecho, hubo de retractarse. Estando su diócesis en la Marca hispánica (condado de Urgel bajo el dominio de Carlomagno), la doctrina traspasó el territorio peninsular convirtiéndose en una disputa de toda la Iglesia universal. Félix estuvo muchas veces solo frente a escuelas de teólogos que discutían sus tesis y las clasificaban con la etiqueta de heréticas.
La herejía fue condenada solemnemente durante el II Concilio Ecuménico de Nicea del año 787.
Entre los años 786 y 787, el papa Adriano I dirigía una carta a Ascario, metropolitano de Braga, y a Elipando, llamándolos a que abandonen su doctrina. Al no lograrse ninguna retractación, el Papa convocó en unión con Carlomagno (temeroso éste por la ruptura de la unidad del Imperio) un concilio en Ratisbona (792). Allí compareció Félix, quien expuso sus tesis. Habiendo sido convencido de sus errores, Félix marchó a Roma donde compuso una profesión de fe en la que condenaba la doctrina del hijo adoptivo y profesaba que Jesucristo est proprius et verus Filius Dei.
Tras regresar a su sede en Urgel, por invitación de Elipando, Félix volvía a caer nuevamente en el Adopcionismo, trasladándose a Toledo, donde tenía mayor apoyo.
Elipando replicó con menosprecio a sus adversarios del norte: "Cómo puede permitirse un monje de Liébana enseñar doctrina a un arzobispo de Toledo." Y a ello Beato pudo replicar con una noticia que desde la época de Dionisio el Exiguo venía circulando por Europa: "... lo mismo que Roma, España tenía un origen apostólico, ya que Jacobo (Santiago), hermano de Juan, había viajado hasta ella antes de su muerte para sembrar allí las primeras raíces cristianas."
En vista de la persistencia, y de las cartas que Elipando había dirigido a muchos obispos germanos y franceses, Carlomagno convocaba otro concilio general con el consentimiento del papa en Francfort, en el 794. Asistieron unos 300 obispos y una representación pontificia. Elipando expuso en un magnífico discurso la fe en litigio. Al terminar preguntó "¿cuál es vuestra opinión?". Las conclusiones dicen que la frase "hijo adoptivo" no solo es desconocida en la antigüedad, sino falsa, porque induce a creer que Cristo no es propio hijo de Dios.
Elipando y Félix no reconocieron el Libellus Sacrosyllabus compuesto por el concilio. Por ello el nuevo papa León III reunió un sínodo romano en el 799 que pronunció un anatema contra Félix. Este fue convocado nuevamente por Carlomagno en Aquisgrán, donde después de haberle expuesto varios obispos la falsedad de su doctrina, con razones de la Sagrada Escritura, renunciaba a ellas. Elipando murió obstinado en sus doctrinas al parecer en Lyón, donde el emperador había mandado que permaneciera.
Una discusión provinciana llegó a implicar a los grandes teólogos de la época como a Alcuino de York y a Paulino de Aquileya, y a turbar la paz del Imperio carolingio y de la Curia romana.
Pero todos pretendían purificar la fe y acomodarla a las exigencias del dogma. Tiene, por lo tanto, razón J. C. Cavadini cuando afirma que lejos de ser esta controversia una señal de la decadencia de la Iglesia visigoda, como algunos han insinuado, es una prueba de su vitalidad y de su apertura hacia el futuro. Es difícil aceptar la opinión del atraso de la teología española del siglo VIII.
En el último cuarto del siglo VII se habían celebrado en Toledo varios concilios entre los que destacaron el XI (675) con un preclaro Símbolo de la fe sobre la Trinidad y la Redención, el XV (688) con doctrinas sugestivas sobre la Trinidad y la Encarnación, y el XVI (693) en el que los padres conciliares abundan sobre la Trinidad. Del texto de este concilio son las palabras con las que Alcuino de York pretendía explicar su idea de la Trinidad en su carta a Elipando. Según aquel concilio, las personas de la Trinidad entre sí no son aliud, sino alius. No son distintas en naturaleza o sustancia, sino en las personas. Son una misma cosa, pero personas distintas. Los teólogos españoles del siglo VIII, sucesores de los grandes escritores eclesiásticos de siglos anteriores como Isidoro, Eugenio, Ildefonso, Julián, etc. contribuyeron positivamente al avance de la reflexión sobre la fe en los temas cristológicos.
ALCURNIO DE YORK |
El cisma hispano, que se pudo producir de haberse formado un colegio de obispos adopcionistas en Al-Ándalus, no llegó a materializarse: los sucesores de Elipando y sus adláteres fueron católicos y los mozárabes mantuvieron la fe ortodoxa, en comunión con el papa hasta el último momento. Aparentemente, las conversiones logradas lo habían sido únicamente por el ejemplo personal (en el caso de Félix) o la pura autoridad de un cargo (en el caso de Elipando), y desaparecieron con ellos. Otra consecuencia positiva fue la difusión de las obras de un teólogo hispano singular, Beato de Liébana, popularizado a partir de su refutación del adopcionismo y posteriormente admirado en toda la Cristiandad por su Apocalipsis.
En Hispania, la controversia sirvió como excusa para que el rey asturiano alejara a su iglesia de la influencia de la Iglesia mozárabe, ahora sospechosa de herejía y contagio de las enseñanzas mahometanas. Alfonso II el Casto (791-842) acercó a su reino la influencia franca del Imperio carolingio, al que envió tres embajadas. También la iglesia astur recibió las nuevas formas litúrgicas y teológicas romanas que se abrían paso en la Cristiandad latina, iniciando la ruptura con la Iglesia mozárabe mártir bajo el dominio de los emires de Córdoba. Elipando puede ser responsabilizado del inicio de este proceso que concluiría durante el reinado de Alfonso VI con la reconquista de Toledo, el fin de la iglesia mozárabe y el triunfo romano en la Iglesia española.