DESCUBRIMIENTO DE PERSÉPOLIS POR SILVA Y FIGUEROA


García de Silva y Figueroa fue el primer occidental en identificar las ruinas de Takht-e Jamshid como Persépolis, la antigua capital del Imperio persa durante la dinastía de Aqueménida, e
n 1618. Fue el primer europeo en ofrecer la primera descripción de la escritura cuneiforme que en aquella civilización se practicaba, un gran hallazgo para la arqueología universal.

Dejó escrita una crónica completa de sus viajes, tratándose de la mejor descripción de Persia de su época Persidisque comentarii.

García Silva Figueroa Persépolis Imperio persa
DESCUBRIMIENTO DE PERSÉPOLIS POR SILVA Y FIGUEROA

Persépolis está situada a 70 kilómetros de Shiraz, en el sur del actual Irán. Literalmente significa "la ciudad persa". Era la antigua capital del Imperio persa durante la época aqueménida, fundada por Darío I en 520 a. C., y ampliada por su hijo Jerjes I y su nieto Artajerjes I. Mientras las capitales administrativas de los reyes aqueménidas fueron Susa, Ecbatana y Babilonia, la ciudadela palaciega de Persépolis mantuvo la función de capital ceremonial, donde se celebraban las fiestas de Año Nuevo. Construida en una región remota y montañosa, Persépolis era una residencia real poco conveniente, y era visitada principalmente en primavera. La urbe fue incendiada y el Palacio de Jerjes fue destruido por orden de Alejandro Magno en 330 a. C., posiblemente como revancha de la guerra panhelénica contra los persas.

En 316 a. C., Persépolis era todavía la capital de Persia, una provincia del nuevo Imperio macedónico. La ciudad decayó gradualmente durante el periodo seléucida y las épocas posteriores. En el siglo III, la cercana ciudad de Istakhr se convirtió en centro del Imperio sasánida.

El paradero de Persépolis fue poco a poco difuminándose y la identidad de los restos de esta ciudad había permanecido oculta a lo largo de los siglos.

Ruinas arqueológicas Persépolis Aqueménida
ANTIGUA PERSÉPOLIS

Las ruinas reciben el nombre actual de Takht-e Jamshid que significa "
el trono de Jamshid", un héroe mítico. El sitio fue objeto de numerosas visitas por los occidentales del siglo XIV al siglo XVIII. Las simples observaciones anecdóticas de los comienzos fueron sustituidas progresivamente por trabajos cada vez más descriptivos.

El sitio fue mencionado ya en 1318 por un monje viajero de nombre Odorico, en 1474 por un viajero veneciano llamado Josaphat Barbaro. El misionero portugués Antonio de Gouvea visitó el sitio en 1602, observando las inscripciones cuneiformes y las representaciones de "animales con cabezas humanas". Pero no sería hasta 1619, cuando un occidental identificase estos restos con la ciudad de Persépolis, apoyándose en textos griegos. Fue el embajador de España en la Corte de Abbás el Grande, shah de Persia.

Mapa Imperio Safávida Abbás shah
IMPERIO SAFÁVIDA Y SHAH ABBÁS

En 1612, Felipe III decidió enviar una embajada al shah Abbas I el Grande de Persia, en respuesta a otra que había arribado a Madrid en 1610, con el objetivo de entablar una alianza entre ambas potencias contra el expansivo Imperio otomano que suponía una auténtica amenaza. Un antiguo destacado militar en la guerra de Flandes, García de Silva y Figueroa, fue seleccionado para encabezar esta misión diplomática a la corte del shah Abbas I, del Imperio Safávida.

García de Silva y Figueroa era natural de Zafra (Badajoz) donde nació en 1550. Estudió Leyes en la Universidad de Salamanca, y después de servir en los Tercios de Infantería de Flandes y ser un antiguo paje de Felipe II fue nombrado gobernador de Badajoz. Prestó después sus servicios en la Secretaría de Estado de Felipe III. Era hombre de autoridad y de vasto saber, acreditado por sus informes y observaciones en geografía, en historia natural, en arqueología y en la generalidad de los conocimientos humanos. Fue esta hoja de servicios la mejor garantía para llevar a cabo el proyecto diplomático.

García Silva Figueroa rey Felipe
GARCÍA DE SILVA Y FIGUEROA Y FELIPE III

Los objetivos diplomáticos eran de suma importancia: tratar de la expansión de Abbas I en el golfo Pérsico, observar de cerca su relación con los ingleses de cara a mantener el monopolio comercial portugués en el Índico y con la intención manifiesta de que "el persa persevere en la guerra contra el Turco para que (éste) no progrese en el Mediterráneo".

La expedición partió del puerto de Lisboa el 8 de abril de 1614 a bordo de la nave capitana de la Armada de la India, y en noviembre del mismo año llegó a Goa, capital de la India portuguesa, una colonia asiática perteneciente a la Monarquía hispánica gracias a la unión de las Coronas de España y Portugal, que en 1580 acaparó Felipe II. Tuvo serios problemas con los portugueses, que se defendían hasta lo irracional de presuntas "injerencias castellanas", e incluso permaneció retenido en esta ciudad casi dos años.

Continuó el viaje bordeando las costas de Omán y atravesando el peligroso estrecho de Ormuz, hasta llegar a Bandar Abbas, en octubre de 1617.

Llevaba consigo un impresionante séquito 100 criados y otros centenar de camelleros, encargados de la conducción estos animales cargados de equipajes y de regalos destinados al shah. Fue bien recibido en Isfahán, sin embargo no consiguió ninguno de sus objetivos. García de Silva recorrió casi toda Persia, parte de la Mesopotamia y del Asia Menor, visitando Shiraz y Qom, entre otras ciudades. Entonces descubrieron que el shah no se encontraba en la capital, Kazwin, sino en el mar Caspio. De esta forma decidió permanecer los meses venideros de invierno en Shiraz para acudir al encuentro del soberano en primavera.

Ruinas arqueológicas Persépolis Aqueménida
RUINAS DE PERSÉPOLIS

El 6 de abril de 1618, fecha marcada en los anales de la arqueología, Silva contempló las ruinas de Takht-e Jamsid, la ciudad palacio que había fundado Darío I el Grande. Después de un detallado estudio, las identificó con las ruinas de Persépolis. La noticia se conoció rápido en Europa después de que el embajador Silva enviara una carta contando sus descubrimientos a su amigo el marqués de Bedmar.

Esta misiva causó una gran impresión en los círculos ilustrados de Europa, y fue rápidamente traducida al latín y al inglés. Una de sus conclusiones fue que los símbolos cuneiformes que adornaban los templos no eran ornamentos, sino una forma de escritura. Fue el primer europeo en ofrecer la primera descripción de la escritura cuneiforme:
"Existe una impresionante inscripción tallada en jaspe negro. Sus caracteres son todavía claros y brillantes, increíblemente libres de daño y deterioro a pesar de su muy grande edad. Las letras mismas no son ni caldeo, ni hebreo, ni griego, ni árabe ni de ningún pueblo que pueda haberse conocido hasta ahora o que haya existido jamás. Son triangulares, en la forma de pirámides u obeliscos diminutos, como están ilustradas en el margen y son todas idénticas excepto por su posición y ordenación. Sin embargo, los caracteres resultantes de la composición son extraordinariamente diferentes."
escritura cuneiforme Persépolis García Figueroa
ESCRITURA CUNEIFORME PERSÉPOLIS

Mandó hacer dibujos de las más notables esculturas y de algunas inscripciones. Durante sus viajes acumuló una extraordinaria colección de antigüedades y obras de arte de gran valor, que se llevó consigo al emprender el viaje de vuelta a España, iniciado en 1619.

En la India portuguesa fue nuevamente retenido hasta febrero de 1624. Durante el largo viaje de regreso el llamado "mal de Luanda" le sorprendió en alta mar, en el océano Atlántico, produciéndole la muerte, sin que se sepa del paradero de su colección.

Silva dejó escrito una crónica completa de sus viajes, tratándose de la mejor descripción de Persia de su época: Totius legationis suae et indicarum rerum, Persidisque comentarii. Describe sus ciudades, su geografía y sus costumbres tales como las prácticas funerarias del zoroastrismo, la práctica de la tauromaquia en las ciudades y el cultivo de palmeras datileras en el sur de Persia.

Esta crónica fue traducida al francés por el holandés Abraham de Wicquefort en 1667. El manuscrito se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

Embajada Silva y Figueroa Persia Pietro Valle
EMBAJADA DE GARCÍA DE SILVA Y FIGUEROA

CARTOGRAFÍA DE LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA


Es indiscutible que en la Edad de Oro de las expediciones científicas la aportación española fue ciertamente deslumbrante. El Imperio español era un vasto laboratorio para la experimentación de las ciencias, entre las que estaban la cartografía, la hidrografía y la geografía. Era necesario un conocimiento más preciso del el territorio porque de él dependía el mantenimiento del Imperio y la hegemonía política. Sus aportaciones fueron las siguientes.

CARTOGRAFÍA DE LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA

En el Arsenal de La Carraca en San Fernando y en la Escuela Naval Militar de Marín, donde se formaban los futuros guardiamarinas de la Armada española, queda como reminiscencia del siglo XVIII la inscripción latina: "Tu regere imperio fluctus hispane memento" (Acuérdate España que tú registe el imperio de los mares). Los fundadores ilustrados de la institución eran conscientes de la relación directa entre el Imperio y el mar, a través de la cartografía.

Tradicionalmente, los marinos utilizaron el portulano como libro de ruta que permitía la navegación por el mar Mediterráneo. Con el inicio de las navegaciones africanas y americanas, el derrotero sustituyó al portulano, al que se unió el tratado de navegación que recogía toda la información sobre pilotaje del buque. Además, con el advenimiento de la navegación astronómica, el tratado comenzó a cobrar una notable complejidad técnica. En el siglo XVII, se introdujo la navegación mediante la carta marítima con la proyección de Mercator, además de disponer de nuevos instrumentos para observar la altura de los astros sobre el horizonte.

La nueva concepción de la figura del planeta y el intento de establecer un meridiano de referencia conllevaron la posibilidad de determinar de manera exacta las coordenadas de latitud y la longitud en el mar, a fin de situar debidamente los accidentes geográficos y marítimos en un mapa. Obtenida la latitud, la longitud constituyó un problema para los gobiernos europeos. Para su resolución, las marinas de la época desarrollaron métodos variados: primario empleo de la brújula, utilización de cronómetros, declinación de la aguja magnética, empleo de relojes, método de las distancias lunares, etc.

El cálculo de las distancias lunares resultó ser el más ventajoso por no depender de fenómenos estelares de difícil observación o que se produjesen de forma extraordinaria. Además, la exigencia de una mayor exactitud de los cálculos matemáticos se consiguió a mediados de siglo XVIII con el establecimiento y publicación de unas tablas lunares a partir de las que fue posible determinar la posición en el mar gracias a la utilización de cronómetros en instrumentos ópticos más avanzados como el octante de Hadley.

La cartografía española del último tercio del siglo XVIII fue deudora de este método de navegación y observación astronómica. Fue introducido por José de Mazarredo y difundido entre los guardias marinas a través de sus Lecciones de Navegación, una revisión y actualización de la obra de Jorge Juan, publicada en 1798.

Sin embargo, a medida que se hallaban nuevos y más sofisticados métodos d
e navegación y observación astronómica, aumentaban las dificultades para su realización por la carencia de personal capaz de manejar los instrumentos y realizar determinados cálculos matemáticos. Fue necesaria la fundación de un curso de Estudios Mayores para oficiales guardiamarinas donde se difundieron técnicas y cálculos de más rigor matemático y envergadura intelectual.

INSTRUMENTOS DE MEDICIÓN UTILIZADOS POR JORGE JUAN REPRODUCIDOS EN LA RELACIÓN HISTÓRICA DEL VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL (1748)


Respecto a la evolución de los conocimientos para la representación cartográfica, la necesidad de conocer las potencialidades existentes en el propio país expresada en los textos y programas políticos reformistas de los primeros Borbones y sus ministros (división administrativa y reforma fiscal) condujo a la puesta en marcha de exploraciones geográficas sobre la base de mapas más exactos gracias a las nuevas técnicas de posición de los lugares y accidentes a representar.

A pesar de la tradición exploratoria y de conquista en la historia de España, a principios del siglo XVIII se carecía de una cartografía científica tanto para la península y las islas como para los territorios ultramarinos.

La técnica cartográfica fue evolucionando desde los mapas reducidos en su representación a perfiles costeros o de relieves significativos anteriores al siglo XVII, a que se generaliza entre los marinos una formación más atenta a las innovaciones técnicas y científicas que pudiera aportar datos más exactos: situación por coordenadas de longitud y latitud, escala, sondeo relieve, etc.

A la tradicional tarea del cartógrafo de gabinete dedicado a la recopilación de mapas, comparación de datos y reelaboración de representaciones, sucedió la más especializada y directa labor de observación y medición de los nuevos especialistas en astronomía y matemáticas. Comenzaba a diferenciarse la labor de los geógrafos 
de los cosmógrafos. Geógrafos fueron Tomás López (e hijos) y Juan de la Cruz Cano, quienes realizaron una obra sintética en su método y de objetivo universalista. Cosmógrafos eran aquellos hombres formados en matemáticas y astronomía que, fuera de los salones de estudio, observaban los fenómenos celestes con los instrumentos precisos.

Así pues, a los largo del siglo XVIII se acrecentó la actividad cartográfica de quienes podían realizar esas observaciones en los lugares alejados del Imperio, en aquellos espacios que interesaba conocer en el plano científico, plasmarlos en una cartografía más certera y poder controlarlos en lo político a fin de facilitar las transacciones comerciales y el trasiego de los buques de la Armada de los mares americanos y pacíficos.

De este modo, fueron los marinos quienes, gracias a su formación y práctica muy variadas, desde derroteros a atlas marítimos, cartas náuticas, descripciones de costas y sondas, mapas de desembocaduras, de ríos y ensenadas, planos de puertos, ciudades e islas.

El relevante desarrollo de la cartografía española y de sus expediciones marítimas en el último cuarto de siglo fue debido a la elaboración de una una normativa y una empresa, en el contexto de las reformas ilustradas. Además de las aportaciones de Jorge Juan y sus ideas modernizadoras en la formación de los marinos.

La nueva normativa fueron las Ordenanzas de 1748 con la que la Armada asumía todas las funciones que se desempeñaban en el Colegio de San Telmo de Sevilla, dedicado a la formación de huérfanos como pilotos de navegación, y en la Casa de Contratación, tradicional centro de estudios hidrográficos y náuticos. Ambas instituciones eran ya inoperantes, pero referentes decisivos para la política reformista por la relevancia científica de sus profesores.

La empresa era de carácter cartográfico y fue la elaboración del Atlas Marítimo de España bajo la dirección de Vicente Tofiño. Esta fue figura decisiva en la formación de los astrónomos y cartógrafos españoles del último tercio del siglo XVIII. Realizó importantes observaciones en el Observatorio de Cádiz, fue comandante de levantamiento cartográfico de las costas peninsulares y del norte de África que constituyó el Atlas, publicado en 1789, y cuya elaboración se articuló como "una academia flotante" ya que muchos de los que participaron en ella de un modo u otro, acometieron trabajos relacionados con la cartografía ultramarina.


El gran científico ilustrado Jorge Juan fue el gran promotor de la cartografía española del siglo XVIII. Protegido por el ministro de Marina, Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada, tomó parte de la Expedición Geodésica en Perú para la medición del tamaño de la tierra, junto a Antonio de Ulloa. A su vuelta, propuso la creación de un nuevo mapa español a través de un sistema de triangulación que permitiera medir correctamente la península Ibérica. El plan elaborado en 1751 era ambicioso y suponía la constitución de varios grupos de trabajo.

El proyecto no fue puesto en marcha por insuficiencias presupuestarias y problemas técnico, como la falta de especialistas en diversas materias. Pero aquel intento hizo reaccionar al gobierno, que decidió pensionar a cuatro jóvenes científicos en París, con el objetivo de aprender el arte del grabado para la realización de mapas, entre otras cuestiones. Dos de ellos fueron Juan de la Cruz Cano y Tomás López, relevantes geógrafos de la segunda mitad de la centuria.

Instalados en España, a partir de 1760, la serie de trabajos realizados por ambos fue realmente impresionante. Primero, colaboraron en la dirección de mapas sobre los diversos lugares en los que España estaba desarrollando conflictos bélicos, tales como Portugal (1762), Luisiana (1763), Sacramento (1778) y Nueva Inglaterra (1779), y realizaron las cartografías de los territorios peninsulares en manos extranjeras, como eran los casos de Gibraltar o Menorca. Y, en segundo lugar, colaboraron en los grabados que debían ilustrar obras históricas o geográficas, tales como las Guías de Forasteros o La España Sagrada.


MAPA DE AMÉRICA MERIDIONALPOR JUAN DE LA CRUZ CANO (1775)

Con todo, su obra más significativa fue la elaboración de un mapa de España y sus dominios indianos. Para ello, se trazó en 1766 un plan de recogida de datos en todas las regiones de España, a fin de obtener noticia puntual de montes y ríos, producciones agrarias y manufactureras, centros educativos y restos arqueológicos. De este vasto plan, fue en los datos topográficos en los que mayor insistencia se puso durante los treinta años que duró la recogida de materiales. En esta tarea, el método de acumulación de mapas parciales tuvo inconvenientes técnicos que no siempre se supieron salvar, tales como la reducción a una misma escala de los diferentes planos regionales. En 1810, se publicó finalmente el Atlas general de España
de la mano de Antonio López.

Naturalmente, la iniciativa de estos dos importantes geógrafos no fue suficiente para las necesidades concretas que fueron planteándose. Los gobiernos acudieron para la consecución de sus objetivos cartográficos a la Marina. Ante la necesidad de informaciones geográficas precisas se tuvo que acudir a instituciones que dispusieran de los técnicos y del instrumental más adecuado posible. La Marina, que era la responsable de la defensa de las costas metropolitanas y americanas, tuvo en este sentido un destacado papel. La Academia de Guardias Marinas y el Observatorio Astronómico instalados en Cádiz, así como los existentes desde 1777 en Cartagena y El Ferrol, aseguraban una buena preparación técnica a los marinos.


ATLAS GENERAL DE ESPAÑA, POR ANTONIO LÓPEZ (1810)

MAPA DEL REINO DE VALENCIA, POR TOMÁS LÓPEZ (1792)

En 1783, el ministro de Marina, Antonio Valdés, encargó al director de la academia gaditana, Tofiño, un mapa general de las costas españolas. Tres años después de iniciado el periplo, en una fragata y un bergantín, se publicaron los Derroteros de las costas de España y Atlas Marino de España, islas Azores y adyacentes. Además, la expedición tuvo como virtud la formación de un equipo de expertos, como Dionisio Alcalá Galiano, José Espinosa, José de Vargas Ponce o Alejandro Belmonte, por citar algunos. Con el tiempo, estos se dedicaron a realizar viajes por las diversas costas del planeta, respondiendo a las necesidades militares, económicas y políticas mediante la cartografía.

Estas expediciones cartográficas fueron numerosas. Destacaron los viajes por las costas de África y, sobre todo, por América. En 1785 y 1786, al mando de Antonio de Córdoba y con Alcalá Galiano a bordo, se efectuó una incursión por la Patagonia y el estrecho de Magallanes para contrarrestar la información que franceses e ingleses estaban consiguiendo. Asimismo, desde 1777 se iniciaron expediciones al norte del continente, donde Behring había descubierto en 1726-1730 el estrecho que llevaría su nombre.


MAPA DE LA COSTA DE LIMA Y ALREDEDORES, POR ALEJANDRO MALASPINA (1790)


El conjunto de estos viajes cartográficos permitió a los españoles un buen conocimiento de las costas norteamericanas. Finalmente, tuvo lugar la expedición del italiano Alejandro Malaspina, que tenía por objeto dar la vuelta al mundo para realizar investigaciones botánicas pero también para levantar cartas hidrográficas en las regiones más remotas de América, en un intento de facilitar, entre otros objetivos, unos mejores intercambios mercantiles.

El marqués de Valdelirios y la expedición de Antón Iturriaga en tierras brasileñas dieron también interesantes frutos cartográficos.

Dentro de la España peninsular, los ingenieros militares realizaron una meritoria misión: la cartografía planimétrica de la Monarquía; acorde al nuevo ordenamiento territorial. La obra ejecutada fue ingente: miles de planos y mapas con valiosa información acerca de las diversas provincias de España fueron levantadas por estos militares.

Fue asimismo destacable la colaboración de los eclesiásticos. Los obispos, especialmente los afines a la Ilustración, tuvieron verdadero interés en conocer geográficamente sus diócesis. En Toledo, Valencia o Cuenca se estimularon tal tipo de empresas. Algunos prelados colaboraron incluso personalmente. Éste fue el caso del futuro cardenal Antonio Despuig, antiguo acompañante de la expedición de Tofiño, que tomó la determinación de realizar junto con su secretario un mapa de la isla de Mallorca, en 1784. En los dominios americanos también hubo realizaciones llevadas a cabo por el clero, como las emprendidas, por ejemplo, por el obispo de Nueva España. Tampoco los jesuitas descuidaron la realización de planos en los territorios donde tenían intereses.


MAPA DE ESPAÑA, POR ANTONIO DE ANTILLÓN (1808)

Por último, en el campo de la geografía, es preciso resaltar la obra de uno de los mejores geógrafos del siglo, como fue el aragonés Isidoro de Antillón. Desde su cátedra del Seminario de Nobles Artes, representó la síntesis de la geografía ilustrada y la eclosión de los nuevos enfoques, hechos especialmente detectables en sus manuales geográficos y en los atlas sobre su tierra o en sus observaciones astronómicas.

Colaboró en la construcción de un Diccionario geográfico e histórico de España y fue autor de las Lecciones de Geografía, editadas en 1804-1806, y de los Elementos de la geografía astronomía, natural y política de España y Portugal, publicados en 1808. En ellos se recopila una buena parte de la información recogida por los mejores eruditos del siglo, como Ponz, Bowles, Labrada o Asso, dando realce con estas publicaciones a la geografía humana.

De hecho, la geografía se mostró como una disciplina especialmente ilustrada por sus múltiples virtualidades en el conocimiento de la realidad española. Su versatilidad se demostró acudiendo al socorro de cuestiones geopolíticas en las que España estaba interesada, pero también en la ayuda prestada a las necesidades internas a las que aportó los conocimientos necesarios para la construcción de obras hidráulicas, la planificación de ciudades o las decisiones en los pleitos jurisdiccionales o de propiedad. Por eso, no es extraño que se aspirase desde el reinado del segundo Borbón a realizar una geografía física del país.

Para su realización, por consejo de Antonio de Ulloa, se contrató al irlandés Guillermo Bowles, que durante años se dedicó a recorrer los territorios de la Monarquía. Resultado de este largo periplo fue su Introducción a la historia natural y a la geografía física de España (1775), en la que puede apreciarse las variadas implicaciones que para los coetáneos existían entre botánica y geografía. De carácter también recopilador y sistemático surgieron algunas publicaciones que aunaban las informaciones geográficas e históricas y que adoptaban la forma de diccionarios.

En la península, la iniciativa más interesante fue la que desde 1740 inició la Real Academia de la Historia para la elaboración de un Diccionario Geográfico Histórico de España. Pese al material ingente recogido y al apoyo de Campomanes hacia la iniciativa, cuando asumió la presidencia de la academia, lo cierto es que la empresa no vería la luz hasta la centuria siguiente. Con respecto al continente americano es digna de mención la obra de José de Alcedo, Diccionario geográfico de América (1786-1789).


DICCIONARIO GEOGRÁFICO-HISTÓRICO DE AMÉRICA, POR JOSÉ DE ALCEDO

ETIMOLOGÍAS DE SAN ISIDORO DE SEVILLA


San Isidoro de Sevilla fue teólogo e historiador, erudito hispanorromano del reino Hispano-visigodo, reconocido como el hombre más sabio de su época que transcurrió entre finales del siglo VI y principios del VII. Su prodigalidad como escritor y su inmensa erudición le convirtieron en el principal promotor de la recuperación de la cultura clásica que se estaba perdiendo en Europa, fomentando el desarrollo de las artes liberales, del derecho y de las ciencias.

Sus Etimologías son la mejor recopilación de los conocimientos de la época en todos los ámbitos, convirtiéndose en la gran enciclopedia del Medievo y el gran precedente cristiano de la liberal que surgió en la Ilustración.

ETIMOLOGÍAS DE SAN ISIDORO SEVILLA

Durante la caída del Imperio romano, una serie de luchas y de invasiones germánicas se sucedieron. La repercusión de la creciente influencia de las culturas consideradas bárbaras sobre la antigua cultura grecorromana no pudo ser más desastrosa. Muchos de los escritos y documentos de la cultura antigua se perdieron o quedaron olvidados y las escuelas dejaron de funcionar. La única institución que pudo salvarse fue la Iglesia católica; a través de un singular esfuerzo de cristianización y de civilización logró que no se perdiesen totalmente los restos de la cultura romana, y una pequeña parte de la griega. La supervivencia de la cultura estuvo entrañablemente unida durante aquellos siglos a los conventos, los monasterios y la vida eclesiástica.

San Isidoro de Sevilla fue la figura más importante de la España visigoda y de la Europa cristiana de los primeros siglos de la Alta Edad Media, principal promotor de la recuperación de la cultura clásica romana y griega que se estaba perdiendo.

Nacido en Cartagena el año 556, fue el menor de cuatro hermanos: Leandro fue obispo de Sevilla, Fulgencio lo fue de Écija, ambos llegaron a ser santos, su hermana Florentina fue abadesa de varios conventos. Su padre llamado Severiano, nacido en Cartagena, probablemente era de una familia romana y católica, pero estaba emparentado con la estirpe del rey visigodo Leovigildo.

Leandro, que era mucho mayor que él, se encargó de su educación porque quedaron huérfanos siendo un niño. Isidoro se formó con lecturas de San Agustín y San Gregorio Magno y estudió en la escuela catedralicia de Sevilla, donde aprendió latín, griego y hebreo. Leandro fue un hombre influyente en los sucesores de Recaredo, fue obispo de la sede episcopal de Sevilla, y presidió el III Concilio de Toledo. A este decisivo evento asistió Isidoro, tenía 33 años y no era aún obispo. Pero probablemente Isidoro ayudó
a Leandro a gobernar la diócesis.

III CONCILIO DE TOLEDO

A la muerte de Leandro en el año 600, Isidoro le sucedió en la sede episcopal de Sevilla. Su episcopado duró treinta y siete años, bajo el reinado de seis reyes. Su principal preocupación como obispo fue la de lograr una madurez cultural y moral del clero español y la de completar la obra comenzada por Leandro, que fue la de convertir a los visigodos del Arrianismo al Catolicismo. Fundó un colegio eclesiástico, prototipo de los futuros seminarios, dedicándose personalmente a la instrucción de los candidatos al sacerdocio. Como su hermano, fue el obispo más popular y autorizado de su tiempo, continuista de arreglar las cuestiones de disciplina eclesiástica en los sínodos, cuya organización se debió en gran parte a ambos, Leandro e Isidoro.

Isidoro fue arzobispo y doctor de la Iglesia, teólogo e historiador, llegó a ser uno de los hombres más sabios de su época, aunque al mismo tiempo era un hombre de profunda humildad y caridad. La teología, el derecho, la historia, la literatura o la astronomía formaban parte de sus saberes. Fue un escritor muy leído y ensalzado universalmente como sabio de la humanidad, se lo llamó el Maestro de la Edad Media o de la Europa Medieval y primer organizador de la cultura cristiana. Considerado como un puente entre la Edad Antigua que terminaba y la Edad Media que comenzaba, su influencia fue muy grande en Europa, especialmente en España y muy leído durante la Edad Media y Renacimiento, ya que al menos diez ediciones de sus Etimologías fueron impresas entre 1470 y 1530.

Su aportación política y cultural no sólo abarcó el siglo VII, sino también los tiempos posteriores, ya que su influencia sobre Beda de Gran Bretaña y sobre aquellas generaciones de discípulos que cubrieron el Renacimiento carolingio resultó esencial en dos aspectos de la sociedad europea: la organización de la Monarquía y la transmisión del saber. Hasta el siglo XVI, sus escritos influyeron en los orígenes de las actuales naciones de Europa y ahondaron en las esencias de la cultura cristiana.

SAN ISIDORO Y SAN LEANDRO DE SEVILLA
POR IGNACIO DE RÍES

Su saber era inmenso, y tuvo la habilidad de transmitirlo, ya que fue un escritor muy fecundo: entre sus primeras obras está un diccionario de sinónimos, un tratado de astronomía y geografía, un resumen de la historia desde la creación, biografías de hombres ilustres, un libro sobre los valores del Antiguo y del Nuevo Testamento, un código de reglas monacales, varios tratados teológicos y eclesiásticos, y una historia de los visigodos, que es la única fuente de información sobre los godos. También escribió historia de los vándalos y de los suevos.

Todas estas obras formaron su biblioteca, que fue el conjunto bibliográfico más importante de su época. Sólo en sus Etimologías citó a casi 160 autores y trató todas las materias del saber.
Institutionum disciplinae es una exposición de su doctrina para la educación de la juventud
De natura rerum fue un libro de astronomía e historia natural dedicado al rey Sisebuto
Libri tres sententiarum y De summo bono son dogmáticas y teológicas
Regula monachorum es ascética
Judaes y Liber de variis quaestiomibus son de apologética bíblica
De ecclesisticis officiis litúrgica, De ortu et obitu Patrum, De numeris qui in Sacrea Scriptura occurrunt, De Veteri et Novo Testamento quaestiones y Mysticorum expositiones sacramentirum son escriturarias
Cronicon e Historia de regibus gothorum, vandalorum et suevorum son históricas
De ordine creaturarum
De differentiis verborum es más que un libro de sinónimos sino un breve tratado teológico sobre la doctrina de la Trinidad, la naturaleza de Cristo, el paraíso, los ángeles y los hombres.

ETIMOLOGÍAS

La principal contribución de Isidoro para la recuperación de la cultura clásica fue su Originum sive Etymologiarum libri viginti, escrita hacia el año 634, más comúnmente llamada Etymologiae (vocablo latino de origen griego compuesto por étymos "verdadero" y logos "palabra"). Sus Etimologías son la mejor recopilación de todas las ciencias y materias, conocimientos ordenados de manera sistemática, desde la antigüedad pagana y cristiana hasta el siglo VII, siendo uno de los textos clásicos hasta mediados del siglo XVI. Durante toda la Edad Media, fue el texto más utilizado por las instituciones educativas, llegando incluso a sustituir la obra originaria de los escritores clásico. Estudió a 154 autores griegos y latinos, tanto cristianos como paganos, a los que había leído de su texto original o de compilaciones al uso.

Gracias a esta obra, se hizo posible la conservación de gran parte de la cultura greco-romana y su transmisión a la España visigoda. Ni siquiera el Renacimiento pudo disminuir su influencia, ya que llegó a reeditarse diez veces desde 1470 hasta 1529, y durante mucho tiempo su fama fue comparable a la Biblia, dando origen a numerosas imitaciones inferiores.

La pretensión universal de sus Etimologías las convierte en la gran enciclopedia de la época y el gran precedente cristiano y medieval de la aconfesional y moderna enciclopedia que surgió en la Ilustración. Los enciclopedistas de la Europa ilustrada se inspiraron en esta.

Esta obra está compuesta de 448 capítulos reunidos en 20 libros en los que empleó mil manuscritos ordenados y escritos en un lenguaje claro y conciso:

En los tres primeros libros, como en los demás libros sobre las distintas ciencias y artes, Isidoro demostró que tan sólo en una cultura abierta y plural, se pueden crear naciones que mantengan vivas sus identidades políticas y religiosas, y aquellas naciones que rechazan esta ley universal se condenan al caos y a la barbarie.

El libro cuarto trata de la medicina y las bibliotecas; el quinto, del derecho y la cronología; el sexto, de los libros eclesiásticos y los oficios; el séptimo, de Dios y de las jerarquías celestes y terrestres; el octavo, de la Iglesia y de las sectas; el noveno, del lenguaje, los pueblos, los reinos y los títulos oficiales.

El libro décimo trata las etimologías o significado de las palabras; el once, del hombre; el doce, de las bestias y los pájaros; el trece, del mundo y sus partes; el catorce, de la geografía física, el quince, de la urbanización y edificios públicos; el dieciséis, de las piedras y los metales; el diecisiete, de la agricultura; el dieciocho, de la terminología de la guerra, la jurisprudencia, y los juegos públicos; el diecinueve, de las embarcaciones, la vivienda y la vestimenta; el veinte, de las provisiones, los mobiliarios, y los utensilios domésticos y agrícolas.

En las Etimologías explicó que, según la Tabla de Triadas, la cultura clásica dividía la ciencia filosófica en tres partes, y estas a su vez en otras tres:
1. la Física: Geometría, Aritmética y Música
2. la Lógica: Gramática, Retórica y Dialéctica
3. la Ética: Justicia, Prudencia y Fortaleza/Templanza

Esta división se podía reunir en las siete Artes liberales, formada por:
1. el Trivium: Gramática, Retórica y Dialéctica
2. el Quadrivium: Aritmética, Geometría, Astronomía y Música

También se ocupó de otras disciplinas como medicina, derecho, lingüística, geografía, agricultura, tradiciones, etc.

Pintura Isidoro Leandro Carvajal Escorial
SAN ISIDORO Y SAN LEANDRO

La Historia de regibus Gothorum, Vandalorum et Suevorum (Historia de los Godos, Vándalos y Suevos), escrita en 624, es la historia de los pueblos que se asentaron en la Hispania romana durante el siglo V d. C. Trata especialmente a los reyes góticos, cuyos reinados y conquistas influyeron en la población hispanorromana.

En su obra De fide catholica contra Iudaeos (De la fe católica contra los judíos), Isidoro amplió las ideas de San Agustín sobre la presencia judía en la sociedad cristiana. Se trata de un opúsculo de carácter apologético-polémico, escrito contra el Judaismo. Su popularidad fue infinita en la Edad Media, y fue traducida a varias lenguas vernáculas de la época. Pero Isidoro estuvo en contra del rey Sisebuto en su idea de promover la conversión al Cristianismo por la fuerza, prefiriendo convencer a obligar.

También destacó su obra La Hispania, una colección de cánones conciliares y epístolas pontificias. Los cánones recogidos corresponden a concilios griegos, africanos, galicanos y españoles, mientras las epístolas pontificadas
, más de un centenar, quedaban agrupadas por orden cronológico. La riqueza de contenido y universalidad de sus planteamientos confieren a La Hispania un papel de capital importancia, sin parangón posible con cualquier otra colección canónica de la misma época.

El santo sevillano hizo un esfuerzo gigantesco para salvar en lo posible el patrimonio de la cultura clásica, por medio de una Biblioteca y de una Escuela, que serían más adelante enraizadas en la obra imperial de Carlomagno.

Su sistema educativo era abierto y progresista, propuso un sistema que abarca todas las ramas del saber humano: las ciencias teológicas y las ciencias prácticas, es decir, las ciencias del espíritu y las ciencias empíricas.

La Escuela, siguiendo el modelo de Boecio y de Casiodoro, dividía todo el saber humano en esas siete artes liberales. El método de enseñanza consistía en dar lectura a un texto para comentarlo después; de ahí viene la costumbre que aún se practica de llamar lección al método de enseñanza. La primera Biblioteca no es más que un armario para guardar Biblias.

En la biblioteca de Isidoro de Sevilla figuraban abundantes ejemplares de autores romanos así como de los padres de la Iglesia. Aquella Biblioteca fue destruida por la invasión musulmana, pero el Isidorismo pudo sobrevivir en los monasterios o en los barrios de mozárabes. Para Europa era un patrimonio que volvería a crecer desde el siglo X. Para España, Isidoro previó que la unidad religiosa y un sistema educativo amplio podían unificar los elementos heterogéneos que amenazaba desintegrar del Reino Hispano-visigodo y, gracias a eso, gran parte del país se convirtió en un centro de cultura, mientras que el resto de Europa se hundía en la barbarie.

ISIDORO SEVILLA
GRAN RECUPERADOR DEL LEGADO GRECORROMANO

A través de sus crónicas, trataba de dar confianza en los nuevos pueblos que, desde España, demostraban su capacidad para asimilar el patrimonio del pensamiento y del saber antiguo. La filosofía era para Isidoro el conocimiento de lo humano y lo divino, junto con el propósito y cuidado del buen vivir. Distinguía entre ciencia y opinión, entre la ciencia de la sabiduría y el arte, y dividía la filosofía en física, ética y lógica.

Su conocimiento de las ciencias sagradas se puso al servicio no sólo de la gloria de Dios, sino de la audacia política que latió en otro de sus grandes empeños unificadores: la liturgia. Defendió la liturgia visigótica, que se convirtió en un signo de identidad nacional, hasta que el rito romano la sustituyó a partir del siglo XI. Entendía que la ley de la oración es la ley de la caridad, al menos de la caridad política: si rezamos unidos, permaneceremos unidos. Isidoro completó el misal y el breviario mozárabes, que Leandro había empezado a adaptar de la antigua liturgia española. Entre las aportaciones litúrgicas consiguió, por ejemplo, que el día de Pascua fuese el mismo para todos, o que se extendiese un único ritual de inmersiones para el bautismo, o que la música imperase en los templos limpia de toda contaminación profana. La Ley de la oración es la ley de la fe, para los teólogos como él, se cree como se reza.

Isidoro presidió el II Concilio de Sevilla en 619, y el IV Concilio de Toledo, en 633, en los cuales pudo fijar estas reglas. El III Concilio de Toledo significó un precedente de las Cortes medievales; en ella se declaraba al Cristianismo como religión oficial del reino, abandonando definitivamente el Arrianismo, y la Monarquía hispánica se definió como una institución al servicio de la Iglesia.

En este concilio se establecieron los cimientos institucionales de la Monarquía católica hispano-visigoda. Muchos de los decretos del Concilio fueron obra de Isidoro, especialmente el decreto por el cual ordenaba el establecimiento de una política educativa obligatoria para todos los obispos del reino y de un seminario o escuela catedralicia en todas las diócesis. Su reforma y formación del clero se basó en el estudio, la lectura, el conocimiento de lenguas y la copia de manuscritos, especialmente en lenguas clásicas (griego y latín), que recopilasen el saber grecorromano, y el estudio del derecho y la medicina. Su mayor mérito consistió en advertir el peligro de la pérdida de la cultura clásica y salvar esos conocimientos, convencido de su aportación al hombre y de poder armonizarlos con la religión.

Pero el concilio no sólo produjo conclusiones de carácter religioso o eclesiástico, sino también político. El lugar ocupado por el rey y la deferencia a él debida en el concilio es también destacable: la Iglesia es libre e independiente, pero ligada mediante una solemne lealtad al rey. Para muchos autores fue uno de los primeros pensadores en formular la teoría del origen divino del poder regio: "Dios concedió la preeminencia a los príncipes para el gobierno de los pueblos".

LA CONVERSIÓN DE RECAREDO

El pensamiento isidoriano ejercería gran influencia en la conformación de las doctrinas políticas que se desarrollaban a partir de la nueva noción augustiniana de la civitas christiana. Los germanos eran ahora los herederos de Roma, custodiosos de su patrimonio.

Isidoro sustituyó a Leandro en el asesoramiento y consejo a Recadero, y lo continuó con su hijo Liuva. Combatió el empeño de restauración arriana de Witerico, apoyó el regreso de Gundemaro a la ortodoxia y vivió una gozosa complicidad con Sisebuto, su amigo, y con Suintila, en cuya magnanimidad y compasión con los más débiles veía las virtudes modélicas del gobernante cristiano. Pero frenó las apetencias del trono y el altar, advirtió y combatió la invasión de prerrogativas civiles en materia eclesiástica, que se desbocó a su muerte.

Isidoro definió al hombre como animal racional, mortal, risible y capaz de instrucción, y a Dios como ser inmutable, infinito, simple, inspirador, gobernador y rector del mundo natural. Todo fue creado por Dios, pero haciendo distinción entre creación y formación. El mal ha sido inventado, el hombre está en el centro del mundo natural, compuesto de alma y cuerpo; es un microcosmos. El alma es incorpórea, racional, invisible e inmortal, tiene principio pero carece de fin.

El libro V de las Etimologías es jurídico, y su concepción de la ley es democrática: constitución del pueblo, sancionada por los mayores de edad. La ley debe permitir, prohibir y castigar; tiene que ser honesta, justa, posible de cumplir, conforme a la naturaleza y a las costumbres, conveniente en tiempo y lugar, necesaria, útil y clara; favoreciendo el interés común. Las leyes pueden ser divinas y humanas, escritas u orales.

El derecho está basado en la ley, y puede ser natural, civil y de gentes. El derecho natural es común a todas las naciones; el civil es el establecido por cada pueblo o ciudad; y el de gentes es aceptado en distintos países.

Su amor a los pobres era inmenso. En los últimos seis meses de su vida aumentó tanto sus limosnas que los pobres llegaban de todas partes a pedir y recibir ayuda. Cuando sintió que iba a morir, pidió perdón públicamente por todas sus faltas, perdonó a sus enemigos y suplicó al pueblo que rogara a Dios por él. Distribuyendo entre los pobres el resto de sus posesiones, volvió a su casa y murió el 4 de abril del año 636 a la edad de 80 años. Finalmente, en 1063, fue sepultado en la ciudad de León, en el panteón que para él había construido Fernando I, rey de León, la basílica de San Isidoro de León.

Escultura Isidoro Sevilla Biblioteca Nacional
ESCULTURA DE SAN ISIDORO DE SEVILLA

Marcelino Menéndez Pelayo juzgó su entendimiento como "el más sintético, universal y prodigioso de su siglo", y fray Justo Pérez de Urbel vio en él al "doctor universal de un mileno". Santiago Montero Díaz, al traducir las Etimologías, dijo que Isidoro de Sevilla es uno de los grandes maestros de la cultura medieval. En la Divina Comedia, Dante vio en el Paraíso "llamear el espíritu ardiente de Isidoro", al que calificó como "puente entre dos edades, depositario del saber antiguo y heraldo de la ciencia medieval".

Su labor ha sido comparada con la de Casiodoro en Italia, Beda el Venerable en Gran Bretaña, Marciano Capella en África, Gregorio de Tours en Francia o Rabano Mauro en Alemania. Entre sus discípulos estuvo san Ildefonso de Toledo.

Braulio, obispo de Zaragoza y amigo de san Isidoro, le describió como el hombre elegido por Dios para salvar la civilización clásica hispana de la marea bárbara. El VIII Concilio de Toledo de 653 elogió a Isidoro de esta forma: "El extraordinario doctor, el último ornamento de la Iglesia Católica, el hombre más erudito de los últimos tiempos, el siempre nombrado con reverencia, Isidoro."

Su influjo pervivió después de la invasión musulmana. Carlomagno, emperador del Sacro Romano Imperio desde el año 800, vinculado a la península Ibérica a través de la Marca hispánica, defendió militarmente sus dominios y reorganizó la disciplina eclesiástica y la educación escolar, promoviendo un importante renacimiento cultural durante su reinado y el de su hijo Ludovico Pío. Para ello se valió de personajes ingleses e italianos, y de las escuelas visigóticas isidorianas cuando los hispano-godos huyeron al norte de los Pirineos tras la invasión islámica. Entre aquellos colaboradores españoles herederos de la cultura isidoriana estaban Teodulfo, poeta y obispo de Orleans, Agobardo, obispo de Lyon, Claudio de Turín, el mejor intérprete de las Sagradas Escrituras y Prudencio Galindo, filósofo y obispo de Troyes.

Fue proclamado Doctor de la Iglesia el 25 de abril de 1722 por el papa Inocencio XIII. En el año 2001 fue declarado patrón de Internet.

DELICIARUM, POR HERRAD VON LANDSBERG (S. XII)
REPRESENTACIÓN DE LAS SIETE ARTES LIBERALES