Historiador y filósofo de la Restauración monárquica de finales del siglo XIX, Marcelino Menéndez Pelayo fue el gran defensor de la contribución de España a las ciencias y las humanidades frente a difamadores nacionales y extranjeros en la denominada Segunda Polémica de la Ciencia, mediante su obra La Ciencia Española.
Su otra gran voluminosa publicación fue la Historia de los Heterodoxos españoles, en la que trató de restaurar una historia nacional que hiciese posible el encuentro entre la fidelidad al Catolicismo con la adhesión a la Ciencia moderna, rompiendo con las corrientes extremistas del Krausismo liberal y del Tomismo tradicional. Por eso escogió a Juan Luis Vives como paradigma de católico moderno y filósofo-científico progresista, sin que produjera contradicciones.
Marcelino
Menéndez Pelayo
nació en Santander en 1856. Estudió bachillerato en el Instituto
Cantábrico desde 1866. Siendo un niño demostró una temprana
afición al a las letras, llegando a componer poemas y a traducir a
poetas clásicos latinos.
Entre
1871 y 1873, cursó estudios superiores de Filosofía y Letras en la
Universidad de Barcelona, en donde seguiría las enseñanzas de Milá y Fontanals y Llorens i Barba. Al
año siguiente, continuó en la Universidad de Madrid, donde una
arbitrariedad académica del catedrático Nicolás
Salmerón de Metafísica, que hizo repetir curso a sus alumnos sin examinarlos. Este
hecho le habría de enemistar con los seguidores del Krausismo y de
la filosofía de Hegel en general.
En
1874,
se licenció con premio extraordinario en la disciplina de Metafísica
en la Universidad de Valladolid, donde se
relacionó con
Gumersindo Laverde Ruiz, que le orientó ideológicamente hacia ideas conservadoras. En 1875, se doctoró con las tesis La novela entre
latinos, y un año más tarde con
Estudios
críticos sobre escritores montañeses, ambas publicadas en
Santander.
Uno de los aspectos más destacados de su juventud fue la influencia que ejercieron sus maestros catalanes Francisco Javier Llorens i Barba y Manuel Milá y Fontanals en su pensamiento, un afecto que también se mantuvo a la inversa. Pero mayor repercusión tuvo su maestro Gumersindo Laverde.
Se interesó por debates a nivel nacional como fue la llamada Polémica de la Ciencia Española, donde se enfrentó a Gumersindo de Azcárate y a Manuel de la Revilla en largas carta críticas entre abril y septiembre de 1876. El contenido de réplicas y contrarréplicas constituyó el primer libro publicado por el autor con el título Polémicas, indicaciones y proyectos sobre la ciencia española, en Madrid, en 1876.
Gracias a una subvención otorgada por el ayuntamiento de Santander por valor
de 12.000 reales, pudo viajar y visitar Portugal e Italia; en este país visitó las bibliotecas de Roma,
Florencia, Bolonia y Milán, a finales del 1876. Y, al año
siguiente, continuó su recorrido de consultas a archivos y
bibliotecas de París, Bruselas, La Haya, Amsterdam, Leyden y
Amberes. Durante su carrera, consiguió reunir una amplia biblioteca personal formada por más de 40.000 volúmenes, síntoma de su gran interés por el conocimiento y la erudición.
A finales de 1878, consiguió ser nombrado catedrático de Historia de la Literatura Española en la Universidad Central de Madrid, por oposición en un tribunal en el que estaba Juan Valera, cargo que desempeñó durante veinte años.
Otra de las obras que escribió durante sus primeros años de creación fueron los tres tomos la Historia de los heterodoxos españoles, entre los años 1880 y 1882, publicación que contiene una gran trasfondo político.
En 1881, fue elegido miembro de la Real Academia Española y, en 1883, de la Real Academia de la Historia.
Mientras tanto, continuó la defensa de la ciencia española y del Catolicismo en nuevos debates epistolares con Alejandro Pidal y Mon y, especialmente, con el dominico Joaquín Fonseca, mediante cartas de 1882.
A pesar de dedicarse a su trabajo intelectual, tuvo una vocación política e ingresó en la Unión Católica, de ideología conservadora pero tirando al liberalismo católico, alejados de los carlistas. Su líder era Alejandro Pidal y Mol, y publicaban en su periódico La España Católica.
Fue elegido diputado en Cortes parlamentarias por la circunscripción de Mallorca, en 1884; por la de Zaragoza, en 1891; representante del Senado por la Universidad de Oviedo, en 1989; y por la Real Academia Española, en 1895.
En
cuanto a las publicaciones filosóficas, las más destacadas en estos años fueron Historia de las ideas estéticas en España, entre 1883 y 1891, y Ensayos de crítica filosófica, en 1892. Sobre literatura, publicó Antología de poetas líricos castellanos desde la formación del idioma hasta nuestros días, entre 1890 y 1908, y Antología de poetas hispanoamericanos, entre 1893 y 1895.
En 1898, dejó la cátedra universitaria para emplearse en la Biblioteca Nacional de Madrid como director. En 1901, fue miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En 1905, fue propuesto para el Premio Nobel de Literatura. Y, en 1909, fue nombrado director de la Real Academia de la Historia.
En esta última fase de su vida recibió altos cargos en el ámbito de la cultura y erudición, además del correspondiente reconocimiento público e institucional; y no paró de trabajar en ambiciosos proyectos, como la Bibliografía hispano-latina clásica, en 1902, y los Orígenes de la novela, entre 1905 y 1914. Pero sus dolencias físicas por exceso de trabajo y los ataques ideológicos que recibía de sus adversarios políticos le estaban desgastando la salud, hasta que encontró la muerte en 1912.
Entre sus discípulos se encuentran Adolfo Bonilla y San Martín, Ramón
Menéndez Pidal y José María Sánchez Muniain, Manuel Bartolomé Cossío, Saiz Rodríguez, y entre sus
admiradores Gregorio Marañón. Pero también se ganó la crítica de
algunos detractores, que le reprocharon el carácter polémico de sus
textos, su fervor católico y su apasionado patriotismo.
En su toda su obra, Menéndez Pelayo demostró una defensa a ultranza de la nación española y un desmesurado sentimiento patriótico. Llegó a la exageración del valor de España frente a las alabanzas que otros españoles acomplejados dedicaron a la ciencia y la erudición de países europeos, menospreciando o ignorando la de su propio país. Entre aquellos españoles estaban los krausistas, seguidores del método de enseñanza del filósofo alemán Karl Christian Friedrich Krause y
promotores de la Institución Libre de Enseñanza.
De
ellos escribió en La Ciencia Española:
"Es, por desdicha frecuente en los campeones de las más distintas banderías filosóficas, políticas y literarias, darse la mano en este punto solo: estimar en poco el rico legado de nuestros padres, despreciar libros que jamás leyeron, ver con burlona sonrisa el nombre de Filosofía española."
Y más específicamente:
"Nadie procura enlazar sus doctrinas con las de antiguos pensadores ibéricos, nadie se proclama luliano, ni levanta bandera vivista, no se apoya en Suárez; y la ciencia española se desconoce, se olvidan nuestros libros, se los estima de ninguna importancia."
Este
pensamiento estuvo influenciado por Gumersindo Laverde, su maestro de
la Universidad de Valladolid en 1974, con quien mantuvo una gran amistad y frecuente correspondencia sobre dirección ideológica hasta su muerte, en 1890. Así, desde Valladolid le escribió a Menéndez Pelayo informándole sobre el desprecio de Azcárate por la ciencia española y solicitándole entrar a debate en aquella polémica contra los krausistas.
"El asunto, como usted ve, es de importancia y de honra nacional… y desearía que usted empuñase la pluma y refutase con la extensión conveniente, en forma de artículo o de carta, el aserto infortunado del buen Azcárate, que se conoce estar más versado en la lectura de libros extranjeros que en la de españoles."
Laverde encargó de publicar la primera de las epístolas que formarían La
Ciencia Española en cuantos medio pudiera, siendo el primero la Revista Europea.
Lo
que estuvo haciendo Menéndez Pelayo fue defender la contribución
que la nación española había estado haciendo durante siglos de
historia en el desarrollo de las ciencias y las humanidades frente a
difamadores propios y extranjeros en la denominada Segunda Polémica
de la Ciencia Española. Este joven católico y patriota quiso
prestar su apoyo a los que Antonio Cánovas del Castillo llamaba
la "Restauración" de la historia de España, poniendo su
intelecto al servicio de los ideales tradicionales. Quiso demostrar a
los krausistas que en España se podía ser católico y hacer ciencia
al mismo tiempo, como de hecho habían hecho los humanistas españoles del siglo XVI.
Prueba de esta defensa fue la lectura de un manifiesto el 30 de mayo de 1881 llamado Brindis del Retiro, en aquel parque madrileño:
"Brindo por la nación española, amazona de la raza latina, de la cual fue escudo y valladar firmístico contra la barbarie germánica y el espíritu de disgregación y de herejía que separó de nosotros las razas septentrionales."
Este
fue el concepto de su España idealizada, y no la material y moderna
que promovían los progresistas y heterodoxos de su época, a los que
acusa de ser "la peor casta de impíos que se conocen en el mundo".
En su Historia de los Heterodoxos españoles añadió:
"Cuanto hacemos es remedo y trasunto débil de los que en otros países vemos aclamado. Somos incrédulos por moda y por parecer hombres de mucha fortaleza intelectual… Con la continua propaganda irreligiosa, el espíritu católico ha ido descendiendo en las ciudades… El español que ha dejado de ser católico, es incapaz de creer en cosa ninguna."
No se podía esperar menos de un historiador cuya obra y pensamiento se
caracterizaba por tres ideales constantes: un sentido profundamente
científico; una fe religiosa y un
ardiente amor
a España. Su
Catolicismo y Patriotismo procuró siempre aunarlas en su intensa
vida de investigador con exigencia científica y rigor metodológico.
Por
eso, criticó duramente la idea del atraso científico de España
arrastrado durante la Edad Moderna en España, en la cual se sostiene
que la intolerancia religiosa fue la causa principal. Uno de aquellos
los intelectuales europeistas fue Manuel de la Revilla, quien aseguró
que España no había colaborado en nada al progreso científico
europeo. Menéndez Pelayo respondió al krausista en su artículo
Masson
redivivo,
que incluyó en la obra La Ciencia Española. Estaba aludiendo a Masson de Morvilliers, enciclopedista francés conocido por su pregunta "¿Qué ha hecho España por Europa?", a finales del siglo XVIII, y que fue respondido por Juan Pablo Forner mediante su epístola Oración apologética por la España y su mérito literario. Según Menéndez Pelayo, Forner fue una
de las inteligencias más claras y poderosas de la Ilustración.
Menéndez Pelayo refutó cada una de las difamaciones de Revilla, exigiéndole mayor rigor histórico y ampliación de contenidos, pues quien reduce la historia de la Ciencia universal a Copérnico, Galileo, Kepler, Newton y Laplace, suprimiendo a los sabios españoles de forma interesada, está manipulándola. Así, le presentaba la aportación de los precursores de la ciencia de Hispanoamérica:
"¿Qué historia de la Botánica sería la que para nada mentase a Nicolás Monardes, José de Acosta, Francisco Hernández, a quienes debió Europa el conocimiento de la Flora americana, ni a Quer, Mutis, Cavanilles, Lagasca y tantos otros posteriores? Desengáñese el Sr. Revilla, no hay medio humano de omitir a los españoles en esa obra."
"... debe mencionarse en una historia de la ciencia la invención de las cartas esféricas o reducidas y la del nonius. Pues a dos españoles fueron debidas, la primera a Alonso de Santa Cruz, la segunda a Pedro Núñez."
Eso en cuanto a la Cartografía, a Morejón y Chinchilla en Medicina, y sobre las Matemáticas:
"... aparte del rey Alfonso X el Sabio y de los que le ayudaron en sus grandiosas tareas científicas, aparte de Raimundo Lulio y no pocos de sus discípulos, aquellos insignes españoles que en el siglo XVI enseñaron con general aplauso las ciencias de la cantidad y de la extensión en aulas españolas y extranjeras, como fueron, entre otros que al presente omito, el cardenal Silíceo y su discípulo el doctísimo Hernán Pérez de Oliva, el aragonés Pedro Sánchez Ciruelo, Pedro Juan Monzó, Núñez, los numerosos autores de tratados de la esfera, los no escasos comentadores de Euclides y Tolomeo, los que como nuestro paisano Juan de Herrera hicieron estudios acerca de la figura cúbica y otras materias semejantes, adquiriendo fama de aventajados geómetras; los tratadistas de arte militar que lograron renombre europeo y fueron traducidos a diversas lenguas, los celebrados matemáticos que en el siglo XVIII atajaron la decadencia de estos estudios, cuales fueron (aparte de otros menos conocidos) los padres Tosca, Cerdá, Andrés y Eximeno, y el ilustre autor del Examen Marítimo."
Según el criterio de Menéndez Pelayo, las grandes obras filosóficas españolas fueron:
"... los tres libros De prima philosophia de Juan Luis Vives y el De Platonis et Aristotelis consensione de Sebastián Foxo Morcillo, la Metafísica y el tratado De Anima de Francisco Suárez, el Quod nihil scitur de Francisco Sánchez, el Christianismi restitutio de Miguel de Servet o la Antoniana Margarita de Gómez Pereira."
También apreciaba el Examen de ingenios y la Nueva Filosofía de la naturaleza del hombre de Juan Huarte de San Juan y los de Oliva Sabuco de Nantes (Miguel Sabuco y Álvarez), aunque los incluye en el campo de la relación fisiológica que en la psicológica.
Eligió
como paradigma de católico moderno y científico progresista a Juan Luis Vives, frente
a un filósofo extranjero y herético como Krause. Este humanista
valenciano desterrado en Brujas fue su modelo a seguir para regenerar
a la ciencia y la filosofía española, pues era prototipo de cómo
se podía hacer ciencia y ser católico, sin que produjera
contradicciones. Para Menéndez Pelayo, Vives reunía en su erudición los rasgos de armonía y de equilibrio entre el sentido trágico y el espíritu crítico que puede servir de catalizador entre posturas extremas. Recordaba el espíritu de libertad de pensamiento de los renacentistas a los que consideraba "audaces ingenios..., eran al mismo tiempo católicos fervorosos".
Invocó el que consideraba principio ecléctico de todo cristiano sincero: "In necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas." (Unidad en lo esencial, libertad en la duda, caridad en todo.)
Según Menéndez Pelayo, Luis Vives fue el patriarca de una serie de pensadores críticos, siendo sus discípulos: Gélida, Melchor Cano, Fox Morcillo, Gómez Pereira, Quevedo, Pedro de Valencia y Caramuel, en el Renacimiento y el Barroco; el deán Martí, Feijoo, Mayans, Viegas, Piquer y Forner en la Ilustración.
En una carta escrita a Alejando Pindal y Mon, que sería incluía en La Ciencia Española escribió esta gloriosa exaltación:
"Vives fue el más prodigioso de los artífices del Renacimiento, y como la obra del Renacimiento era grande y necesaria y Santa..., cábele gloria, no pequeña, por ello."
"Y ahora, si no temiera prolongar esta carta, mostraría cómo el espíritu de la doctrina de Vives informa toda nuestra civilización. Mostraría que a él debemos lo poco o mucho que hemos trabajado en ciencias naturales que él arranca una reforma en la enseñanza de la teología y del derecho; que nuestra crítica histórica, desde Juan de Vergara hasta el presente, es una aplicación del Vivismo; que él dio luz y guía a los estudios de erudición y humanidades, y que sin él, acaso nuestra literatura clásica del gran siglo no hubiera tomado el sesgo que llevó y que la condujo a la gloria, haría ver que Vives tiene todas las cualidades buenas del Renacimiento y ninguna de sus exageraciones; que no es un fanático enemigo de la Edad Media; que no condena en poco ni en mucho la civilización cristiana, y que él fue el primero en señalar las bellezas literarias de autores entonces tenidos por bárbaros. Pondría en claro que toda restauración total o parcial de los estudios en España ha sido restauración vivista, y deduciría de todos estos hechos, y de otros que puedo alegrar y alegraré en su día, la necesidad de volver al espíritu de Vives para salvar la ciencia española del olvido y de la muerte."
El
objetivo que se habían marcado Laverde y Menéndez Pelayo era la
búsqueda de una filosofía cristiana que se ajustase al modo de ser
hispano y al progreso de las ciencias modernas. En esa
pretensión Vives
con su eclecticismo, su criticismo y su psicologismo, constituía el
enlace entre el pasado cristiano español y la ciencia
contemporánea. Desde
este punto de vista, la opción vivista era un deseo de romper con
el estancamiento y oscurantismo de la ciencia católica, que ellos
atribuían al predominio de la Escolástica. La ruptura con el
Tomismo (doctrina escolástica de Santo Tomás) era considerada como signo de progreso y así lo entendían
los defensores de la ciencia española.
Desde entonces, Menéndez Pelayo tuvo un enfrentamiento en dos bandos: los krausistas por el lado vanguardista, y los tomistas por el frente
ultraconservador. Dos estilos de entender el método de investigación
científica y el sistema de enseñanza.
Menéndez Pelayo reivindicó la importancia de la filosofía española demostrando la existencia de grandes corrientes de pensamiento nacional: el Senequismo, el Averroismo, el Lulismo, el Suarismo y el Vivismo; es decir, movimientos filosóficos basadas en el pensamiento de Lucio Anneo Séneca, Ibn Rushd Averroes, Ramón Llull, Francisco Suárez y Luis Vives.
Consideraba que el Vivismo fue la corriente filosófica más importante, y de esta derivaron otras cuatro direcciones fundamentales:
1. el Peripatetismo clásico: Juan Ginés de Sepúlveda, Gouveia, Cardillo de Villalpando, Martínez de Brea, Pedro Juan Núñez, Monzó, Monllor, etc.
2. el Ramismo española: Pedro de Herrera, Pedro Núñez Vela, etc.
3. el Onto-psicologismo: Sebastián Fox Morcillo
4. el Cartesianismo precartesiano: Dolese, Gómez Pereira, Francisco Vallés, Torrejón y Barreda, etc.
A estos principales sistemas de pensamiento habría que añadir también otras corrientes fundamentales: el Panteismo de Abengabirol, el Racionalismo escéptico de Francisco Sánchez, y el Sensualismo empirista de los médicos-filósofos como Huarte de San Juan o Miguel de Sabuco.
Para Menéndez Pelayo, las doctrinas filosóficas críticas del Vivismo (Juan Luis Vives), el Lulismo (Ramon Llull) y el Suarismo (Francisco Suárez) constituyen la gran triada de los sistemas peninsulares ortodoxos.
En cuanto a su influencia en el mundo, aseguró que el Vivismo y sus corrientes derivadas fueron los precedentes históricos del Baconismo (Bacon) y del Cartesianismo (Descartes); que el libro De augmentis scientiarum de Bacon no le iguala a los De disciplinis de Vives; y que desde su época hasta finales del siglo XIX, se fue trabajando en el mismo sentido, sin haber mejorado gran cosa lo que él dejó escrito.
Menéndez Pelayo fue un gran estudioso por la cultura greco-romana, herencia que dejó plasmada en las obras que publico: Odas, epístolas y tragedias, en 1906; Traductores españoles de la Eneida, en 1879; Traductores de las Églogas y Geórgicas de Virgilio, en 1879; Obras completas de Marco Tulio Cicerón, en 1881-1884; y Bibliografía hispano-latina clásica, en 1902.
Aquella preferencia por la Antigüedad clásica y por el patriotismo español explica su predilección por el Renacimiento, por los grandes humanistas del Siglo de Oro Español. Sobre estos temas escribió Antología de poetas líricos castellanos, entre 1890 y 1908; Antología de poetas hispano-americanos, entre 1893 y 1895; e Historia de la poesía hispano-americana, en 1911. Además, publicó las obras de Lope de Vega, en 1890-1892, y Calderón y su teatro, en 1881.
Para Menéndez Pelayo, la esencia de España está en su latinidad, los pueblos europeos del Mediterráneo son la encarnación suprema de la cultura y la civilización; mientras el germanismo representa la barbarie. Esta idea es coincidente con Antonio Cánovas del Castillo o Jaime Balmes. Por eso, en sus Estudios de crítica literaria, elaborados entre 1892 y 1908, interpretó los conflictos en los que España participó en el siglo XVI como "guerras latinas contra el elemento germánico".
En La Ciencia Española explica la "gran batalla entre la luz latina y cristiana, y las tinieblas germánicas", a las que, por supuesto, pertenecen en lugar preeminente la Reforma protestante y su fundador Lutero, al que calificó de "sencillamente bárbaro". Estaba intuyendo el potencial destructivo e inhumanos que se estaba cultivando en el pensamiento filosófico alemán de la época, que derivaría en etnicismo y nacionalismo, y cuyos desastrosos resultados se vieron en la Alemania nazi de las décadas posteriores.
En la Historia de los heterodoxos españoles, trató de presentar una versión católica de los acontecimientos con una fuerte dosis de apologética. El resultado es una historia polémica, escrita con la credulidad piadosa del que se defiende, que no admite críticas objetivas a la decadencia de la Iglesia en épocas pretéritas, y que deforma los hechos para no escandalizar a un público católico.
Ante este dilema, para Menéndez Pelayo era una tarea realmente difícil escribir una historia nacional objetiva. Se trató, en definitiva, de escribir una historia equilibrada entre la veracidad científica y el sentido religioso. Insistió, sin embargo, una historia de herejes no puede ser imparcial o indiferente, porque es la historia de doctrinas y errores que deben ser juzgados con el criterio del dogma católico.
Como historiador escribió con la convicción de que la verdad está a su lado, triunfando la fe sobre la heterodoxia del error. No temió enfrentarse con la verdad al error y al mal que no puede prevalecer sobre el bien. Pero, además, era un historiador íntegro, porque sin temor desafiaba la ciencia histórica heterodoxa, rechazando su fatalismo y declarándose providencialista.
"España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vetones o de los reyes de taifas.A este término vamos caminando más o menos apresuradamente, y ciego será quien no lo vea. Dos siglos de incesante y sistemática labor para producir artificialmente la revolución, aquí donde nunca podía ser orgánica, han conseguido no renovar el modo de ser nacional, sino viciarle, desconcertarle y pervertirle."
Los dos primeros tomos de la Historia de los Heterodoxos Españoles se publicaron en 1880, siendo el segundo presentado en el centenario de Calderón de la Barca. El tercer tomo fue publicado en agosto de 1882, en el que integristas católicos esperaban que condenase la centralización borbónica, el Liberalismo del siglos XIX y corrientes filosóficas anticlericales como el Jansenismo, el Krausismo, el Positivismo o el Galicismo. Menéndez Pelayo no satisfizo las expectativas que habían depositado en él como historiador católico y aparecieron críticas. Por ejemplos, un prestigioso dominico, Joaquín Fonseca, lo acusó desde el Colegio de Corias, en Asturias, de haber desconsiderado la tradición del Tomismo de la filosofía española para ensalzar el paganismo del Renacimiento.
Le respondió en un tono más conciliador que en polémicas pretéritas mediante estas palabras expuestas en La Ciencia Española:
"Sin ser precisamente filósofo del Renacimiento como me llama de un modo algo estrafalario el padre Fonseca, soy filósofo de mi tiempo, que busca en el Renacimiento y algo más allá su genealogía."
El historiador cántabro había sabido superar el Integrismo sin caer en el Modernismo de la época. Entre el fanatismo de unos y el cientifismo de otros, supo encontrar una vía media por la cual sin sacrificar la objetividad de los hechos buscó hacerlos compatibles con el testimonio de lo religioso. Estaba atravesando una etapa de coherencia de principios, de desilusiones en la política, de serenidad en su madurez que hicieron de catalizadores ideológicos que rechazaban cualquier radicalismo. Pero seguía pensando que Krausismo y Tomismo eran dogmatismos negativos para el desarrollo de la verdadera ciencia moderna, porque lo que los krausistas habían sido para la intelectualidad de su generación, eran los tomistas para la ciencia ortodoxa.
En su etapa más madura había dejado de lado las polémicas y se había convertido en un erudito más sereno y ecuánime, buscando una filosofía que haga posible el encuentro moderno entre religión y ciencia, la fidelidad al Catolicismo tradicional con la adhesión a la Modernidad científica. Y este fue el drama todo aquel intelectual católico de la Restauración. Una época difícil para un pensador independiente alejado de la escolástica como doctrina tradicional católica de elaboración científica; tiempos en el que el creyente se encontraba entre la secularización de liberales y progresistas y el fanatismo religioso de carlistas y ultramontanos. Buscaba una restauración científica católica basada en un espíritu conciliador y liberal que intentaba armonizar en la ciencia y la política un positivismo pragmático con un idealismo estético y humanista.
Otras de sus características fue su profunda bondad y humanidad, como dejó patente en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, en palabras como "los bajos quilates de mi estilo y mi doctrina", modestia que practicaba en el trato a sus alumnos a los que "nunca me tuve por maestro, sino por compañero".
Durante su juventud, mantuvo un fuerte debate con sus oponentes dialécticos pero este tono se fue suavizando en su madurez. Tuvo la valentía escribir cierto arrepentimiento sobre el nivel de adversidad, por ejemplo, en la última edición de La Ciencia Española:
"En descargo de mi conciencia, no de escritor, sino de cristiano y de hombre, debo dar alguna explicación sobre las personalidades, acritudes y virulencias que en estas cartas hay y que de buen grado habría yo suprimido si para hacer esto no hubiese sido preciso destruir enteramente el libro."
Sus primitivos juicios desfavorables sobre Gaspar Núñez de Arce y Benito Pérez Galdós, o sobre otros, fueron corregidos en esta obra:
"Yo peleaba por una idea; jamás he peleado contra una persona, ni he ofendido a sabiendas a nadie."
Y este arrepentimiento fue puesto de manifiesto en el tercer y último tomo de su Historia de los Heterodoxos españoles:
"Otro defecto tiene, sobre todo, el último tono, y es la excesiva acrimonia e intemperancia de expresión con que se califican ciertas tendencias o se juzga de algunos hombres. De casi todos pienso hoy lo mismo que pensaba entonces; pero si ahora escribiera sobre el mismo tema, lo haría con más templanza y sosiego, aspirando a la serena elevación propia de la historia, aunque sea contemporánea, y que mal podía esperarse de un mozo de veintitrés años, apasionado e inexperto, contagiado por el ambiente de la polémica y no bastante dueño de su pensamiento ni de su palabra."
En su Historia de las ideas estéticas en España, escrito entre los años 1883 y 1891, expresó su anti-germanismo filosófico y su hostilidad a la "ciega, pedantesca y brutal teutomanía" que dentro y fuera impera, al mismo tiempo que contradiciendo su crítica hace alabanzas a la "Alemania idealista, optimista y expansiva de los primeros años de siglo". A lo largo de su voluminosa obra elogia a los representantes de la denominada Edad de Oro de la cultura alemana, haciendo referencias a Winckelmann, Lessing, Herder, Kant, Fichte, Schiller o Schlegel. Sobre Goethe escribió: "Tal hombre no pertenece a la raza germánica, sino a la Humanidad entera."; y sobre Hegel: "¿Quién más filosófico que él entre los modernos?".
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