Como no podía ser de otra manera, el Siglo de Oro de la teología en especial, y del pensamiento español en general, está englobado en el Siglo de Oro de las Letras y del mayor auge del Imperio español.
El cardenal Francisco Jiménez de Cisneros fue su principal promotor a comienzos del siglo XVI mediante la fundación de la Universidad de Alcalá de Henares y la creación de la Biblia Políglota Complutense.
La máxima erudición teológica la desarrollaron los miembros de la Escuela de Salamanca, humanistas renovadores de la Escolástica y defensores de Iusnaturalismo, como Francisco de Vitoria, Melchor Cano, Domingo de Báñez, Bartolomé de Medina, Luis de Molina o Francisco Suárez.
Su pensamiento teológico fue defendido y resultó triunfador en al Concilio de Trento.
La teología española también fue expresada a través de la literatura mística y ascética en escritores como Teresa de Ávila, Luis de León o Francisco de Osuna.
En el siglo XVI, el primer objetivo de estudio y de investigación de la Iglesia española fue el conocimiento divino, es decir: la Ciencia de Dios. Las escuelas y los colegios universitarios dedicados a la teología se multiplicaron por todos los territorios de la España nuclear. A finales del siglo XV, existían las facultades de teología de Salamanca y de Sigüenza en el Reino de Castilla, mientras que en el Reino de Aragón existían estudios teológicos en Lérida y Huesca.
De entre todas, destacaron las escuelas teológicas de Alcalá, Salamanca, Valladolid, Sigüenza y Valencia, que alcanzaron progresivamente una calidad notoria. Incluso, algunos colegios de dominicos y de jesuitas se convirtieron en auténticas facultades de teología.
También aumentó en gran medida el número de becas y bolsas de estudios concedidas a estudiantes de teología. Hasta entonces, la mayoría de becas se otorgaban a estudiantes de derecho canónico y derecho civil, pero el equilibrio entre ambos grupos se fue aproximando durante el siglo XVI.
Fue desde la fundación de la Universidad de Alcalá, la anteriormente llamada Complutense, la teología española experimentó un verdadero renacimiento. Cisneros había decidido que los teólogos se formaban de acuerdo a los tres métodos de la teología medieval: la Suma de santo Tomás de Aquino (Tomismo), el realismo de Escoto (Escotismo), y el Nominalismo. Según el catedrático de tomismo en Alcalá, Sánchez Ciruelo, era necesario aprender estas enseñanzas para poder dudar, buscar y confrontar las opiniones, puesto que el progreso del espíritu humano avanzaba superando las concepciones anteriores.
Una aportación para el desarrollo de la doctrina teológica fue la publicación de la Biblia políglota por Cisneros. Se trataba de un admirable documento que contenía de forma yuxtapuesta las versiones de la Biblia en hebreo, griego y latín y en cuya redacción participaron otros humanistas y eruditos como Antonio de Nebrija, Hernán Núñez el Pinciano, Juan de Vergara, Diego López de Zúñiga, y los judíos conversos Alfonso de Zamora, Pablo Coronel y Alfonso de Alcalá.
En las grandes universidades, como Salamanca o Alcalá, se abrieron cátedras de lenguas antiguas: las de griego, hebreo y caldeo, disponiendo ya los teólogos de instrumentos de una calidad excepcional.
La necesidad de renovación teológica era una prioridad a comienzos del siglo XVI, ya que estaba hundida en la profunda crisis de la Escolástica verbosista y decadente, inservible en los nuevos tiempos de la Modernidad. Entonces, cada teólogo abordaba la tarea reformatoria a su modo y con la capacidad de que disponía. En general la cuestión se enfocó hacia el campo de la metodología teológica en el que diversos autores hicieron sus aportaciones con desigual fortuna. Dentro de la Escuela de Salamanca se siente como una cuestión capital, siendo su fundador Francisco de Vitoria quien dedicó sus mejores esfuerzos buscar una solución escribiendo sus Relaciones De Indis. Uno de los más importantes renovadores fue el franciscano Luis de Carvajal con su obra De restituta theologia de 1545.
En las grandes universidades, como Salamanca o Alcalá, se abrieron cátedras de lenguas antiguas: las de griego, hebreo y caldeo, disponiendo ya los teólogos de instrumentos de una calidad excepcional.
La necesidad de renovación teológica era una prioridad a comienzos del siglo XVI, ya que estaba hundida en la profunda crisis de la Escolástica verbosista y decadente, inservible en los nuevos tiempos de la Modernidad. Entonces, cada teólogo abordaba la tarea reformatoria a su modo y con la capacidad de que disponía. En general la cuestión se enfocó hacia el campo de la metodología teológica en el que diversos autores hicieron sus aportaciones con desigual fortuna. Dentro de la Escuela de Salamanca se siente como una cuestión capital, siendo su fundador Francisco de Vitoria quien dedicó sus mejores esfuerzos buscar una solución escribiendo sus Relaciones De Indis. Uno de los más importantes renovadores fue el franciscano Luis de Carvajal con su obra De restituta theologia de 1545.
FRANCISCO DE VITORIA, MELCHOR CANO Y FRANCISCO SUÁREZ |
Fue en este nuevo contexto cuando Melchor Cano elaboró en la Universidad de Salamanca la Teología positiva que consistió en una especie de "arte" de construir y de enseñar la ciencia de Dios. Esta novedad fue esencial en el desarrollo teológico porque se exportó a todas las universidades de Europa: Roma, Sorbona, Lovaina, Colonia, Ingolstadt, etc.; y también porque dominó la teología católica hasta el siglo XX. Un ejemplo del alcance de esta "revolución" teológica quedó de manifiesto en De locis theologicus (De los lugares comunes teológicos), escritas por Melchor Cano en 1562.
Hasta comienzos del siglo XVI, la teología medieval e incluso autores renacentistas como Erasmo o Melanchton se referían a objetos temáticos como la Encarnación, la Trinidad o la Gracia. Cano aportó un método histórico y antropológico que precedía de Aristóteles y de Cicerón. Los lugares teológicos se convertían para él en los "domicilios de todos los argumentos de la teología", es decir simplemente en las fuentes de las que emana la teología. Enumeró diez, entre las cuales se encontraban, en primer lugar, las Santas Escrituras, los actos de Cristo y de los apóstoles, los padres de la Iglesia y los concilios generales, pero también la razón natural y la historia humana.
Paradójicamente y a pesar del poco aprecio que sentía Cano por los miembros de la Compañía de Jesús, fueron precisamente los jesuitas los más implicados en expandir la teología positiva y su conquista de la Europa católica. El agente de difusión en París fue el jesuita Maldonado, y en Lovaina fueron los jesuitas belgas Lépide y Tirinus. Otro jesuita, Alfonso Salmerón, publicó en dieciséis volúmenes unos comentarios del Nuevo Testamento directamente inspirados en el método de Melchor Cano.
No fue tan extraño que los teólogos hayan ejercido una influencia tan fuerte en el Concilio de Trento de 1542-1563. Durante los veintiún años que duró este concilio, fueron decisivas las intervenciones de Melchor Cano, Domingo de Soto, Bartolomé de Carranza, Alonso Castro, Benito Arias Montero y los jesuitas Diego Laínez y Alfonso Salmerón.
Más tarde, después de 1570, con la "segunda escuela de Salamanca", la teología española recuperó una orientación más especulativa. Se puso énfasis en la filosofía, la psicología y la metafísica. Las discusiones, investigaciones y tratados estaban desde entonces dirigidos hacia la naturaleza, los efectos de la libertad humana y el libre albedrío. Esta nueva generación, cuya influencia en la Europa católica siguió siendo determinante, tuvo como principales representantes a Domingo de Báñez, Bartolomé de Medina, Luis de Molina, Francisco Suárez y Pedro Ledesma.
Todavía en pleno siglo XVII, la imprenta de Lyon publicaba en latín a estos autores, cuyas obras eran leídas en Italia, España, Francia y la Alemania renana y meridional.
Todavía en pleno siglo XVII, la imprenta de Lyon publicaba en latín a estos autores, cuyas obras eran leídas en Italia, España, Francia y la Alemania renana y meridional.
Los principales escolásticos y santos de este Siglo de Oro de la teología española eligieron el itinerario de la Mística o de la Ascesis con preferencia al de la Teología. Así la senda regia de la santidad fue la de los "despojados" y de los ascetas, agustinos, franciscanos o jesuitas, para quienes la humildad y la fe se imponían a la razón y a la ciencia, porque Dios pedía ante todo a sus seres la simplicidad, el amor, la oración mental y la penitencia. Fueron las ideas expresadas en el Tercer abecedario espiritual, escrito por Francisco de Osuna en 1527, el libro que constituyó una revelación para Teresa de Ávila, marcando el tono del movimiento místico español.
Los místicos rebasaron los límites establecidos de los conceptos y del vocabulario que servían de referente a los teólogos universitarios. La iniciativa mística se apartaba totalmente de las rutas lógicas de la teología positiva fundada sobre la historia de la revelación y de su transmisión por los hombres. Por el contrario, esta buscaba la unión con Dios por medio de la ascesis, del éxtasis, el aniquilamiento de la voluntad con la finalidad de abrir el alma a la gracia divina.
Este doble camino es el mejor testimonio de la riqueza, de la diversidad y de la ambigüedad de la espiritualidad española en la época de la Contrarreforma católica.
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