Su resultado final quedó expresado en los Cuatro libros de la naturaleza y virtudes de las plantas, la enciclopedia de materia médica más importante del mundo en su tiempo. Ejerció una enorme influencia en Europa entre cuyos naturalistas estuvieron Ray, Jussieu, Tournefort o Linneo.
La conquista de América fue una hazaña que requería gran competencia política y religiosa, pero también un enorme interés por la cultura amerindia y curiosidad científica.
A partir de los siglos XV y XVI, las ciencias conocen un fuerte desarrollo en toda Europa, jugando España un papel esencial. Entonces, las ciencias mejor desarrolladas fueron la náutica y la cartografía, como corresponde a las necesidades de la época, y también las ramas de la física relacionadas con la construcción y con el arte militar. Las ciencias naturales, la botánica o la zoología, eran las parientes pobres de este desarrollo científico debido a la falta de clasificación.
Para que una ciencia se desarrolle es necesario el estudio de sus elementos, el orden según criterios o sus propiedades y la clasificación por géneros, especies y familias. Así lo hizo el romano Plinio el Viejo en su Historia Natural, y así lo hará en el siglo XVIII, el sueco Carlos Linneo, el primer naturalista moderno. Pero en el siglo XVI, la botánica y la zoología no disponían de clasificaciones científicas, encargándose un médico castellano, Francisco Hernández, de estudiar y clasificar la naturaleza americana.
La expedición de Francisco Hernández de 1570 fue una hazaña científica excepcional: la primera gran investigación sobre la naturaleza en América fue el primer estudio científico moderno.
Francisco Hernández había nacido en Puebla de Montalbán (Toledo), en 1514. Emprendió una carrera brillante; fue bachiller en Artes y Filosofía, estudiante de Medicina en la Universidad de Alcalá de Henares, llegando a ejercer su vocación en Toledo y Sevilla.
Se relacionó profesionalmente con las más ilustres personalidades de la época que estaban relacionados con la ciencia, la técnica y el arte: Andrés Vesalio, médico belga de Carlos V y luego de Felipe II; Juanelo Turriano, matemático e ingeniero italiano que construyó un ingenio hidráulico para subir agua desde el Tajo hasta el alcázar de Toledo o las campanas de El Escorial; Juan Herrera, el arquitecto más importante del Renacimiento español que construyó el Monasterio de El Escorial; o Benito Arias Montano, reputado teólogo, biblista y hebraísta que compuso la Biblia Políglota Regia, consejero de Felipe II y primer bibliotecario de El Escorial.
En Sevilla, siguió los pasos del médico Nicolás Monardes, que fue el primero en informar sobre los productos naturales procedentes de América y sus propiedades curativas. Esta era la gran novedad científica del momento: los españoles estaban descubriendo los secretos de la Medicina natural amerindia, sus plantas y sus fórmulas.
Su dedicación más importante fue la de naturalista, donde realizó sus grandes aportaciones científicas. Se ocupó del jardín botánico de los hospitales de Guadalupe, estudió la flora y fauna de varias comarcas de Andalucía y Extremadura, realizó experimentos con animales disecados, y tradujo y realizó unos amplios comentarios científicos en castellano de la Historia natural de Plinio, una de las fuentes de conocimiento de la naturaleza más importantes de su tiempo.
Hernández se convirtió en un auténtico sabio renacentista, conocedor de materias científicas como la Medicina, la Botánica, la Mineralogía, la Geología y Cosmografía o las lenguas clásicas.
El monarca, sabedor de los grandes conocimientos que atesoraba Hernández, en 1570 le nombró protomédico de todas las Indias, y propuso su partida a América para estudiar la naturaleza. Su misión era retratar la tierra, los minerales, los animales y las plantas del extenso Virreinato de la Nueva España. Con respecto a las plantas debía efectuar una relación de los vegetales de uso medicinal, tenía que informar sobre su método de cultivo y enviar a España aquellas plantas descubiertas. Por último, debía escribir una historia sobre la naturaleza del territorio.
Felipe II quiso conocer qué había allí y qué utilidad
podía tener para los europeos, poniendo a disposición de Hernández los recursos
materiales y humanos considerables. Entre sus colaboradores se encontraban un asistente,
su hijo Juan Hernández, un "técnico", el cosmógrafo Francisco Domínguez, y
amplio equipo de médicos, botánicos, herborizadores, dibujantes o amanuenses. El proyecto, ideado por orden de Felipe II, está
considerada la primera expedición científica de la Edad Moderna.
La expedición partió de Sevilla en agosto de 1570, y tras seis meses de viaje, llegó a Veracruz en febrero del año siguiente. Allí recogía muestras y material botánico, los estudiaba y los clasificaba, siempre con especial interés por las plantas medicinales, durante ocho años de intenso trabajo de campo por la altiplanicie central, el mar del Sur (Pacífico), Oaxaca, Michoacán, Panuco (Somolinos), etc. Residió en la ciudad de México, ocupado en ordenar los materiales recopilados, realizar experimentos sobre las propiedades terapéuticas de los vegetales y redactar una historia natural de la Nueva España.
Con este sistema Hernández pudo recabar información
por correo desde los lugares más remotos de la Nueva España. Tras disponer de
la información, el equipo científico viajaba, confrontaba los datos con las
realidades, recogía materiales y los analizaba. Así hubo por aquellos años, por
todo el virreinato, un equipo de expertos buscando hierbas y piedras,
estudiando animales, analizando plantas y frutos. Hernández se concentró en la
clasificación de aquellas especies que llegaban.
El resultado de años de trabajo fue una espléndida
recopilación de una gran cantidad de información científica, no solo botánica y medicinal sino sobre la historia natural de esos territorios. Los logros de
Hernández fueron espectaculares: 22 volúmenes escritos en latín, escrito en
este idioma para garantizar la universalidad de la obra, que se convirtieron en
la enciclopedia natural más importante del mundo. Describió 3.000
especies vegetales incluyendo árboles, arbustos, frutos y yerbas. Introdujo plantas exóticas como el cacao, el tomate, el tabaco, el estramonio, el maíz,
la papaya, el peyote, el chili, o el ají. También describió plantas que venían
de Filipinas o el área del Índico, como la canela o el clavo. Recogió más de 400
animales de la fauna mejicana incluyendo mamíferos, ovíparos, reptiles e
insectos, y treinta y cinco minerales utilizados en medicina.
Por la amplitud de sus informaciones y por lo avanzado
de su método de investigación, Hernández se convirtió en la principal
referencia de los naturalistas europeos de su tiempo. Su trabajo, aunque muy anterior, es el
antecedente más importante de las Reales Expediciones Botánicas del siglo
XVIII.
Tras siete años de trabajo, Hernández regresó a España, y en Madrid comenzó la traducción de su obra al nahuatl, la principal lengua de los aztecas, muriendo en 1587. A Felipe II le fueron entregados minerales, plantas vivas, simientes, raíces, herbarios, pieles, plumas, animales disecados, y pinturas de animales y vegetales.
Uno de sus logros más importantes fue el hecho de haber sido el pionero en la utilización de algunos remedios vegetales para la medicina farmacológica europea.
Hernández dejó sus volúmenes en la Biblioteca de El Escorial: cuatro volúmenes escritos en latín, once libros de láminas coloreadas, varios libros de herbarios y un índice. De los cuatro libros escritos, tres estaban dedicados al reino vegetal y uno a vegetales y animales.
En 1580, los manuscritos fueron entregados al doctor Nardo Antonio Recchi, médico de cámara de Felipe II, quien resumió los textos hernandianos en 516 capítulos agrupados en cuatro libros: Cuatro libros sobre temas médicos de la Nueva España. Esta sinopsis no fue publicada en la vida del autor, pero tuvo una gran influencia en los ambientes científicos de la época y ser conocida antes de finalizar el siglo por científicos de categoría como José Acosta, Della Porta o Aldrovandi y Clusio.
Entre 1630 y 1651, la obra de Hernández fue redactada de nuevo por un gran mecenas de la cultura, el príncipe Cesi, uno de los pioneros de la utilización de la sistemática vegetal y destacado de la Academia dei Lincei. Se trata del Rerum Medicarum Novae Hispaniae Thesaurus (Tesoro de las cosas medicinales de Nueva España), conocido como El Hernández.
Otra versión de la obra de Hernández fue Historia natural de la Indias, compuesta por diecinueve volúmenes que además de textos contenía innumerables
grabados, dibujos, muestras de animales, minerales plantas, etc. y fueron pasto
de las llamas durante el incendio que se produjo en la Biblioteca de El Escorial, 1671. Sobre aquel extenso trabajo, el bibliotecario y cronista escurialense José de Sigüenza
escribió en su libro Historia primitiva:
"Esta es la historia de todos los animales y plantas que se han podido ver en las Indias Orientales, con sus mismo nativos colores, el mismo color que el árbol y la yerba tiene en raíz, ramas, hojas, flores y frutos: el que tiene el caimán, la araña, la culebra, la serpiente, el conejo, el perro y el pez con sus escamas; las hermosísimas plumas de tantas diferencias de aves: los pies y el pico y aun los mismos tallos; colores y vestidos de los hombres, y los ornatos de sus galas y sus fiestas y la manera de sus corros y bailes y sacrificios, cosa que tiene sumo deleite y variedad en mirarse y no pequeño fruto para los que tienen por oficio considerar la naturaleza. Encomendó el rey esta empresa y trabajo al doctor Francisco Hernández, natural de Toledo, hombre docto…"
La modernidad e importancia de los descubrimientos
científicos de Hernández ejercieron una enorme influencia en Europa.
Científicos de tiempos posteriores citarían su legado y reprodujeron en sus
textos muchos de los fragmentos del naturalista español, algunos de los cueles
fueron: Ray, Jussieu, Tournefort o Linneo.
Otros científicos españoles siguieron la labor emprendida por Hernández,
retratando la naturaleza del nuevo mundo con grandes aportaciones para la
ciencia del momento:
Cristóbal de Acosta, médico burgalés, que viajó por África y Asia, publicó en 1578 su Tratado de la drogas y medicinas de las Indias Orientales, y también un volumen sobre Remedios específicos de la India Oriental y de la América.
El sabio jesuita José de Acosta, natural de Medina del Campo, recorre México y Perú entre 1571 y 1587, estudiando gentes y plantas, animales y tierras, narrándolo en su Historia natural y moral de las Indias.
Benito Arias Montano acumuló las mejores investigaciones de su tiempo en una Historia natural que circula intensamente en Europa.
El jesuita jienense Bernabé Cobo recorre durante más de 30 años México, las Antillas y Perú, y en 1653 publica su Historia del Nuevo Mundo.
La ciencia española de los siglos XVI y XVII estaba a la cabeza de Europa.