Crítico literario, poeta, filósofo, moralista y arbitrista hispano-portugués, Antonio López de Vega fue precursor del espíritu de la Ilustración española en pleno Barroco y uno de los principales escritores del siglo XVII en abordar el tema de la decadencia del Imperio español como tema.
Sus ideas filosóficas moralistas y arbitristas renovaron la corriente del Neo-Estoicismo, convirtiéndose en un ferviente defensor del Pacifismo y en contra del ideal de Guerra Justa. Predicó la tolerancia y solidaridad, el amor al prójimo y el uso de la razón, y definió las características del virtuoso gobernante cristiano.
Sus principales obras filosóficas fueron El Perfecto señor. Sueño político, Paradoxas racionales, y Heráclito y Demócrito. Diálogos morales.
Estudió cánones y leyes en la Universidad de Alcalá de Henares. Fue también jurista, profesor de Cánones y Leyes y secretario del condestable de Castilla, Bernardino Fernández de Velasco entre 1609 y 1652. También protegido por el conde-duque de Olivares, como otros portugueses judeoconversos que pudieron regresar tras la unión dinástica de España y Portugal. Cuando el valido de Felipe IV fue destituido, López de Vega encontró en 1652 a otro protector de alta alcurnia, Francisco Fernández de la Cueva, nombrado virrey de Nueva España al año siguiente. Falleció en Madrid poco después, hacia 1656.
Su afán por la poesía y la literatura le llevaron a participar en los círculos intelectuales y artísticos de su tiempo, por ejemplo, en el concurso poético organizado para las fiestas de beatificación de Teresa de Jesús, en el convento de las carmelitas descalzas de San Hermenegildo de Madrid, editado su primera obra en 1615. También participó en otros certámenes y academias, algunas de ellas celebradas en su propia casa.
Fue uno de los principales tratadistas de la Decadencia del Imperio español durante la primera mitad del siglo XVII, junto a otros contemporáneos como Pedro Fernández de Navarrete y Francisco de Quevedo, como dejó de manifiesto en sus reflexiones y actitudes, asimilándola y tratando de extraer de ella algunos de sus errores para plantear soluciones.
En 1626, publicó la obra política El Perfecto señor. Sueño político, con otros varios discursos, y últimas poesías varias. Está concebida como un sueño alegórico, aunque no impide considerarla como un ensayo sui generis de trabajo pedagógico-político. Su estilo está, en bastantes aspectos, emparentado con el de su contemporáneo Baltasar Gracián, partiendo de la idea de que el buen gobernante debe "temer y amar a Dios es principio de todos los aciertos, fundamento general de la gloria y firmeza de todos los estados".
Pero algunos rasgos importantes lo diferencian de otros arbitristas de su época. La virtud, por ejemplo, no debe caer en hipocresía o superstición; la devoción no debe dar en la afectación; relativizó la cultura que debe tener el príncipe, puesto que "aunque le deseamos docto, dispensamos en que no sea doctísimo", pero no parece olvidar nada esencial. Se planteaba el problema de las relaciones entre el noble y sus superiores (rey y privado), iguales e inferiores. Por último, advirtió:
"Que todas sus acciones y costumbres consulte y registre en el toque de la razón, no haciendo caso de ejemplos que no se conformen con ella, ni de envejecidas y inmemoriales observaciones de su casa."
En 1641, recogió sus ideas arbitristas en un fundamental trabajo titulado Heráclito y Demócrito de nuestro siglo, con el subtítulo Diálogos morales sobre tres materias: la Nobleza, la Riqueza y las Letras. Obra de gran interés literario, contenido filosófico, moral y pedagógico, y fuente de conocimiento del estado político y social de la época. En ella expuso la causa de la decadencia de España a las interminables guerras como instrumento de la política. Incluido en esta obra está su Diálogo de los poetas, donde expuso sus ideas literarias sobre preceptiva, teorizó sobre el teatro, y se mostró seguidor de Félix Lope de Vega y contrario a Góngora y al Conceptismo literario.
Su pensamiento del Neoestoicismo quedó expresado en Paradoxas racionales escritas en forma de diálogos del género narrativo entre un cartesiano y un filósofo, escritas en 1650. Son seis diálogos entre un cortesano, un filósofo y un personaje llamado Gerardo, "solitario en la Corte" que parece identificarse con él. El título recuerda a las Paradojas de los estoicos de Cicerón. Fue esta su única obra manuscrita, a pesar de que tenía todas las aprobaciones y licencias para imprimirse desde hacía muchos años. Quizás prefirió mantenerla inédita por temor a ser considerada una obra de opinión polémica.
Uno de sus principales temas políticos fue la Decadencia imperial española, cuyas reflexiones tratan de superarla y sustraerse a sus maleficios. La cuarta de sus Paradoxas racionales, es un ataque a la guerra y a la milicia como elementos perturbadores de la convivencia humana, y causa de la decadencia española. Se opuso enérgicamente al militarismo y a las teorías de la Guerra Justa de Juan Ginés de Sepúlveda, y defendió la tolerancia y la solidaridad universal.
Las tesis defendidas por López de Vega son textualmente las siguientes:
1. "Que la profesión de las armas es una brutalidad indigna de hombres."
2. "Que el valor militar se debe antes llamar fiereza que valor."
El resto del cuarto diálogo es una argumentación y desarrollo de estas tesis, que defendió en ocasiones con especial énfasis:
"Os confiesso que la profesión que más abomino es la de la milicia; i que a cuantos la siguen miro como a salvajes en forma de hombres."Analizó las causas de la guerra, y consideraba que son muy pocas las que se justifican con algún motivo serio. Según López de Vega la mayoría de los conflictos se deben a "puntillos de razón de Estado, venganças o conveniencias imaginarias de los príncipes." Y la conclusión es reafirmarse en su creencia de que el llamado valor militar es antes fiereza que valor, porque:
"Todo lo que haze, todos los esfuerzos que ostenta i aun todas las industrias que usa, i todo lo que consigue, no es más ni menos de los que pudiera esperarse de una fiera: ruinas, asolaciones, destroços, crueldades, robos, sangre y muertes, i esto de hombres contra hombres... i esto no más de por una razoncilla de Estado, tema o vanidad de los príncipes. ¡O deslumbramiento humano que a un epítome o junta extensiva, no abreviada, de todas las inquidades das el nombre i estimación de valor i gloria!"
Por todo ello, López de Vega consideraba que el ejercicio de las armas es infamante, y constituye un atentado contra la dignidad de la naturaleza humana; por eso pensaba también que la mayor bestialidad de la guerra es "el ser de hombres contra hombres, animales de la misma especie, i que como tales debieran antes amarse, unirse y atender recíprocamente a su conservación y aumento."
Para López de Vega, uno de los aspectos más aberrantes de la guerra es lo que conlleva de Nacionamismo. Le aterraba el "que vaya cada uno de los militares con el mismo rencor a ensangrentar la espada en quien no conoce ni le ha hecho en su vida particular agravio, no más de porque la nación, según las razones políticas, es tenida por contraria." Y terminó con un alegato cosmopolitista que más parece de un joven pacifista del siglo XXI que de un escritor español del siglo XVII.
"Esto del amor de la nación propia i aversión de las extrañas, aunque siempre ha sido inclinación común a todas, no es más que como una extensión y escassez juntamente del amor que cada uno se tiene de sí mismo; aunque puede también dezirse ser un afecto adquirido en la comunicación más frecuente que el amor se tiene a la nación propia i una como extrañeza procedida de no comunicarse el poco cariño que se tiene a las naciones diferentes. Pero al hombre de juicio, como todo el mundo le es patria, todos sus habitadores le son también paysanos; soy francés, soy alemán, soy inglés, soy hespañol, es lenguaje de gente vulgar. Las virtudes y vicios de unos i otros es lo que sólo nos deve hazer afectos o aversos."
La propuesta implícita de un Pacifismo a ultranza es muestra de la disconformidad con una política que había llevado a España a una situación de postración e inferioridad. Los remedios que propuso López de Vega no alcanzaron a los estratos de la alta política. Se limitaba a predicar la tolerancia, el amor al prójimo y, sobre todo, el uso de la razón por encima de todo. La primera de las paradojas, que tituló El solitario en la Corte, parece que es un autorretrato del autor, aunque puesto en tercera persona. El solitario que vive retirado a las afueras de Madrid, y reflexiona:
"Aquí me estoy sin atender a más que a gobernarme por el dictamen de la razón."En su Heráclito y Demócrito de nuestro siglo, López de Vega arremetió contra la opinión de que el filósofo debe practicar las armas y, por extensión, la milicia y la guerra. Así dejó escrito:
"Está introducida en el mundo esta aprehensión errada de que, sin distinción de causas y motivos de la guerra, sea calidad dignísima de todo hombre la de ser insigne por la Milicia. Y aunque todos sus oficios y cargos tienen el uso en saber matarse los hombres uno a otros están en nuestra República, como en los demás, apoderados del mayor grado de nobleza, aquellos cuyos pasados no entendieron en otra cosa que en deshumanizarse, hacerse horribles y conocidos por la sangrienta eminencia en tan gentil ejercicio."
Según el pensamiento de López de Vega, la solución a los excesos del pasado que han traído la lamentable situación de la España de su tiempo sólo puede estar en el ejercicio de la razón. Consciente de la decadencia a que ha llegado la sociedad española, López de Vega propuso soluciones por el lado contrario al de los extremos y desmesuras que habían conducido a tal situación. Por eso se pronunció siempre a favor del término medio, de esa aurea mediocritas de influencia erasmista. Al tratar si conviene al filósofo estoico ser pobre o rico, se manifiesta partidario del "cómodo sosiego", renegando al mismo tiempo de la suma riqueza y de la suma pobreza, ambas perturbadoras de la tranquilidad del ánimo.
En el siglo XX, José Antonio Maraval lo consideró como un pensador crítico con la nobleza. Paulino Garagorri lo describió como un "filosofo de capa y espada, un espíritu fuerte" que anuncia ya el Siglo XVIII. Antonio Domínguez Ortiz lo consideró como un pensador heterodoxo adscrito a la corriente de los judeoconversos. Y Spinoza ofreció de él la hipótesis del juego de falso creyente.
Para Julio Caro Baroja fue un heterodoxo probado, y para José Antonio Fernández Santamaría fue un pirronista. Henri Méchoulant lo describió como un político ateo y un heterodoxo no apreciado, en obra Pensadores heterodoxos del mundo hispánico.