En las nuevas tendencias náuticas y navales del siglo XVIII, la búsqueda del conocimiento estuvo unida a las expediciones marítimas científicas y de límites. Uno de los máximos promotores de aquellas expediciones fue el marino ilustrado José de Mazarredo y Salazar, que consiguió mejorar la eficacia de la Real Armada española.
Entre sus aportaciones científicas destacaron la dirección de nuevas rutas marítimas, la introducción de métodos de observación y cálculo de la situación en la mar, el desarrollo de procedimientos para el armamento y mantenimiento de las escuadras, el uso de nuevos procedimientos tácticos de señales y maniobras, la enseñanza y formación de tripulaciones marineras, o la redacción de tratados, instrucciones y ordenanzas navales.
Entre sus aportaciones científicas destacaron la dirección de nuevas rutas marítimas, la introducción de métodos de observación y cálculo de la situación en la mar, el desarrollo de procedimientos para el armamento y mantenimiento de las escuadras, el uso de nuevos procedimientos tácticos de señales y maniobras, la enseñanza y formación de tripulaciones marineras, o la redacción de tratados, instrucciones y ordenanzas navales.
APORTACIONES NÁUTICAS DE JOSÉ DE MAZARREDO Y SALAZAR |
José de Mazarredo y Salazar Muñatones y de Gortázar, al que sus subordinados conocían como El Bilbaíno, nació en Bilbao, en 1745. Fue un brillante e ilustrado oficial de ciencia y de mar, teniente general de la Real Armada española, considerado por los expertos como el mejor marino español de su época.
Muy joven sentó plaza de guardiamarina en el departamento de Cádiz. Hasta que en el año 1772, queriendo mejorar sus conocimientos e incrementar su práctica, pidió participar en la expedición de Cádiz a Manila, comandada por Juan de Lángara y Huarte en la fragata Venus. Esta expedición pasó a la historia por ser la primera en dominio español en utilizar el método de las distancias lunares para fijar la longitud. Mazarredo llevó a cabo un exhaustivo diario de navegación con todas sus observaciones y las incidencias ocurridas a bordo.
Además, fue también quien ideó unas tablas para deducir la posición del buque en alta mar mediante una triple medición: la de la altura de la Luna, la de Aldebarán y la distancia entre esos dos astros. Para ello se basó en unas tablas que había visto en cierta ocasión, en el año de 1767, en una gaceta británica y que no pudo adquirir en Gibraltar, a pesar de las diligencias que efectuó desde Cádiz. De forma simultánea Ruiz de Apodaca midió la altura de la Luna, el comandante Lángara la de Aldebarán, y Mazarredo midió la distancia entre los dos astros. Días antes de llegar a al cabo de Buena Esperanza, realizaron varias observaciones, resolvieron los necesarios triángulos esféricos y rectificaron las desviaciones hasta dar con el destino exacto: Ciudad El Cabo.
Más tarde, en unos barcos ingleses, consiguieron unas tablas náuticas que expresaban las distancias lunares a las estrellas zodiacales cada tres horas del meridiano de Greenwich, obteniendo, de manera más fácil con este apoyo, la longitud por observación durante todo el viaje hasta Manila y a su regreso.
En 1774 participó en otra expedición en la fragata Rosalía, dirigida también por Lángara, al igual que otros brillantes oficiales de la Armada como el astrónomo José Varela y Ulloa. El objetivo fue la práctica experimental de todos los sistemas de navegación conocidos por el momento, especialmente los de calcular la longitud. Así, fijaron la posición exacta de la isla de Trinidad del Sur, frente a las costas de Brasil y reconocieron la isla de Asunción, al oeste de aquella, a unas cien leguas en dirección a la costa.
Como hombre, no sólo de ciencia, sino también de guerra, fue requerido para participar en la expedición militar de la toma de Argel como ayudante del mayor general. Suyos fueron los planes de desembarque.
A él se debe una buena parte de la actividad náutica española del último cuarto del siglo XVIII. Mazarredo dedicó buena parte de su vida a poner en práctica sus conocimientos. En 1775 fue puesto a cargo de la Escuela de formación de guardiamarinas de Cartagena, contribuyendo en la enseñanza de la náutica y las artes de marear. Escribió algunos trabajos dedicados a tal fin, como la Colección de tablas para los usos más necesarios de la navegación.
En 1778, estuvo al mando del navío San Juan Bautista. Su pasión por aplicar los conocimientos obtenidos durante duros años de investigación lo llevó a realizar levantamientos hidrográficos y determinar numerosas longitudes y latitudes de las costas de España y África. En sus investigaciones se valía de un cronómetro de Arnold. Todos los datos obtenidos fueron de gran utilidad para Vicente Tofiño en sus posteriores campañas hidrográficas y elaborar las cartas de su Atlas Marítimo de España.
En 1779, puso en práctica sus Rudimentos de Táctica Naval para instrucción de los oficiales subalternos de Marina, así como sus Instrucciones y señales.
Pero su actividad no se limitó a la náutica, aunque las acciones que paralelamente llevó a cabo tuvieran mucho que ver con ese campo. Por ejemplo, mostró un gran interés en la fabricación de instrumentos científicos y participó en la organización de la formación de una generación de constructores españoles, al localizar candidatos adecuados en la Escuela de Relojería que llegaron a ser formados meritoriamente en otros países. En la época, los cronómetros eran esenciales para determinar la longitud de una posición determinada.
Continuó impulsando la enseñanza con ocasión de ejercer las funciones de capitán de las tres compañías de guardiamarinas, las de Ferrol, Cádiz y Cartagena.
Durante este tiempo, intervino en la toma de decisiones sobre la organización de las expediciones científicas. Por eso, en 1785, organizó un proyecto marítimo que consistió en comparar la construcción naval británica y francesa. Durante un año, el navío San Ildefonso y la fragata Brígida se encargaron de estudiar el tipo de construcción británico, mientras que el navío San Juan Nepomuceno y la fragata Casilda lo hicieron del francés.
RUDIMENTOS DE TÁCTICA NAVAL |
En 1789, pasó un tiempo en Madrid dedicado a la redacción de las Ordenanzas, ayudado por el capitán de navío Escaño, que terminaron en 1893. Mientras tanto, alternó su tiempo con expediciones marítimas, como por ejemplo, en la persecución de escuadras británicas en el Atlántico al mando del navío San Hermenegildo, o en la comisión diplomática de Argel, tras la rendición que forzó Antonio Barceló y sus lanchas cañoneras. Entonces, fue nombrado teniente general y recompensado por la Orden de Santiago al mérito militar.
En 1792, apoyó la organización de la expedición de Cosme Damián Churruca para la elaboración del Atlas hidrográfico de la América Septentrional, cuyas divisiones mandaron el propio Churruca y Fidalgo.
Durante la Guerra de la Convención, organizó desde Cádiz una escuadra que operó por el mar Mediterráneo. Tras la derrota en el combate del cabo San Vicente, tomó el mando de las fuerzas navales que habían de defender aquel puerto. La escuadra estuvo compuesta en un principio de veinticinco navíos, de los que cuatro eran de tres puentes, reuniendo en pocas semanas un total de ciento treinta embarcaciones, al mando de los generales Gravina y Villavicencio, con las que rechazó los ataques del enemigo en julio de 1797.
Como muchos otros, sufrió las injusticias de la política y durante los primeros años del ministerio de Manuel Godoy fue postergado, aunque en 1797 consiguiera el perdón.
COMBATE DE SAN VICENTE |
Nombrado Mazarredo capitán general del Departamento de Cádiz, en 1798 trasladó dicha capitanía general al recién construido Observatorio de Marina en la Isla de León, en San Fernando de Cádiz. Además de la sección de efemérides, estableció en él dos talleres de cronómetros, y uno de instrumentos náuticos, servido por artistas enviados al extranjero por propuesta suya, para que se pusiesen al mismo nivel científico que Francia y el Reino Unido. A Mazarredo también se debe el movimiento del anteojo paralelo al plano del aparato en los sextantes.
A partir de entonces, la labor de Mazarredo quedó dedicada a expediciones marítimas contra escuadras británicas en el Mediterráneo, a representar a España en París como diplomático y a concertar las operaciones navales en unión del alto mando francés.
Mazarredo habría sido el candidato ideal para mandar la Escuadra española en San Vicente y Trafalgar, así era considerado de forma unánime en la Real Armada. Advirtió de los peligros y desastres que sufrió, más tarde, la Armada ante su escasez y malas prácticas por parte del gobierno de Godoy. Esta actitud le llevó de nuevo al destierro, primero a Santoña y después a Pamplona. Es notable que tanto en el destierro como en sus viajes, mantenía una constante inquietud por las observaciones astronómicas que realizaba tierra a dentro con horizonte artificial de azogue.
INSTRUCCIONES Y SEÑALES PARA LA ESCUADRA |
Durante la Guerra de la Independencia, Mazarredo, cometió la equivocación de aceptar la petición de Napoleón y representar a la Armada española en Bayona como ministro de Marina, creyendo tener que ceder ante lo inevitable, apartándose así del verdadero camino de los españoles. No obstante, el cariño que profesaba a su patria y a la Armada española, le impulsó a luchar, aún dentro del partido de José I, por aliviar la suerte de muchos pueblos y personas. Su fidelidad a los intereses de España quedó de manifiesto durante la ocupación francesa del puerto de El Ferrol, impidiendo a toda costa que los napoleónicos dispusieran de la flota anglo-española anclada allí. Este importante servicio siempre le fue reconocido a Mazarredo por parte de la Armada española.
Una vez efectuada su acción, regresó a Madrid, donde le acometió un ataque de gota, que le originó la muerte, en julio del de 1812, librándose de las persecuciones que padecieron los afrancesados.