Entre 1609 y 16014, la persecución de brujas de Zugarramurdi y su proceso de Logroño por la Inquisición generó una oleada de falsas delaciones en Navarra y Provincias vascas, que llevó al Santo Oficio a realizar una minuciosa investigación. El inquisidor Alonso de Salazar y Frías consiguió demostrar la falsedad de las acusaciones y rechazar la pena de muerte para delitos de brujería un siglo antes que el resto de naciones europeas.
Las acusaciones de brujería que se efectuaban durante la Modernidad en gran parte tuvieron un carácter más político que religioso. Nobles, eclesiásticos, dirigentes y gentes cultas lanzaron acusaciones de prácticas heréticas y rituales satánicos hacia sus enemigos para ser condenados por la Inquisición. Pero también surgieron eclesiásticos que se dedicaron a desenmascarar aquellas falsas acusaciones.
A pesar de toda la fama que la Leyenda Negra ha atribuido a la Santa Inquisición española, lo cierto es que esta institución fue bastante más racional y suave en sus procesos judiciales en comparación con sus homólogas europeas. Pero el pensamiento sobre estas prácticas consideradas en la actualidad como mágicas, sobrenaturales o paranormales estaban condicionadas en aquella época por el escaso avance científico de los cultos y la ignorancia y el analfabetismo del pueblo llano.
La Inquisición se creó en Europa en el siglo XII con la intención de combatir las herejías dentro de la Iglesia Católica, así como la blasfemia, la brujería, los libros censurados, la homosexualidad y el adulterio.
La bula Summis desiderantes afectibus, aprobada por el papa Inocencio VIII, el 5 de diciembre de 1484, reconocía la existencia de brujería como forma de herejía y la consiguiente necesidad de perseguirla. Esta ley estaba basada en las investigaciones del inquisidor alemán Heinrich Kramer contra magos y brujas.
El libro sobre lucha contra la brujería que tuvo mayor repercusión fue el Malleus Maleficarum, también llamado Martillo de Brujas, compilado y escrito por dos monjes inquisidores dominicos, el alsaciano Heinrich Kramer y el suizo Jalob Sprenger, y publicado en 1487. La influencia de este manual inquisitorial se desplegó más allá de Suiza y Alemania, causando gran impacto en Francia e Italia, y en menor grado en Inglaterra. Hizo accesible a un amplio público el concepto de la brujería demonológica, contribuyendo a la caza de brujas al atribuir autoridad, legitimidad y credibilidad a los procesos de brujería que ya existían. En el país germánico, los cálculos de la cantidad de mujeres quemadas por brujas oscila entre sesenta mil a dos o cinco millones, según los distintos autores.
La Inquisición se creó en Europa en el siglo XII con la intención de combatir las herejías dentro de la Iglesia Católica, así como la blasfemia, la brujería, los libros censurados, la homosexualidad y el adulterio.
La bula Summis desiderantes afectibus, aprobada por el papa Inocencio VIII, el 5 de diciembre de 1484, reconocía la existencia de brujería como forma de herejía y la consiguiente necesidad de perseguirla. Esta ley estaba basada en las investigaciones del inquisidor alemán Heinrich Kramer contra magos y brujas.
El libro sobre lucha contra la brujería que tuvo mayor repercusión fue el Malleus Maleficarum, también llamado Martillo de Brujas, compilado y escrito por dos monjes inquisidores dominicos, el alsaciano Heinrich Kramer y el suizo Jalob Sprenger, y publicado en 1487. La influencia de este manual inquisitorial se desplegó más allá de Suiza y Alemania, causando gran impacto en Francia e Italia, y en menor grado en Inglaterra. Hizo accesible a un amplio público el concepto de la brujería demonológica, contribuyendo a la caza de brujas al atribuir autoridad, legitimidad y credibilidad a los procesos de brujería que ya existían. En el país germánico, los cálculos de la cantidad de mujeres quemadas por brujas oscila entre sesenta mil a dos o cinco millones, según los distintos autores.
MALLEUS MALEFICARUM |
Aunque ya existía la Inquisición en el Reino de Aragón, fueron los Reyes Católicos quienes introdujeron el Santo Oficio para el Reino de Castilla, que no había conocido la herejía de los albiguenses, como la conoció Aragón. La reina Isabel obtuvo en noviembre de 1478 una bula del papa Sixto IV para instituir un Tribunal de la Santa Inquisición.
La nueva institución comenzó a funcionar con sede en Sevilla, y en 1483, Sixto IV nombró inquisidor general de Castilla y Aragón a fray Tomás de Torquemada, con plenos poderes. Esto supuso que el rey Fernando renovase en Aragón la anterior institución de origen medieval.
La mayoría de los condenados en tiempos de los Reyes Católicos fueron conversos judíos, lo que hizo que el pueblo se sintiera menos afectado por esta triste novedad. En aquellos tiempos, los conversos formaban una minoría despreciada y envidiada a causa de su ostentación de bienes materiales y poder económico.
En cambio la Inquisición se mostró, durante todo su ejercicio, singularmente blanda con los casos de brujería que tan duramente eran juzgados en el resto de Europa. Entendía el Tribunal que en estos casos había mucho de niñerías y de imaginaciones. Y muy cierto, pues también fue un medio utilizado por nobles y eclesiásticos locales para atemorizar y controlar a sus gentes, y para eliminar enemigos con falsas acusaciones.
Las tierras de la frontera hispano-francesa en el lado del Pirineo navarro presentó un escenario ejemplar que ilustra y esclarece toda aquella mentalidad y creencia, todo aquel pensamiento esotérico y ocultista. Las acusaciones realizadas a los habitantes de las Provincias vascas y de Navarra eran juzgadas en el Tribunal inquisitorial más cercano, Calahorra primero, Logroño después, pues no existía una sede establecida para estas tierras, aunque sí había comisarios permanentes en muchas localidades desde 1549. En el caso de la Navarra francesa, los juicios se ordenaban desde Burdeos.
Los valles surpirenaicos de la Navarra peninsular, que se incorporaron a España a principios del siglo XVI, protegieron desde entonces las empresas de los monarcas navarros y franceses por reconquistar el territorio perdido. Por la otra parte, los valles de la Baja Navarra o Navarra francesa suministraban cobijo y hombres a las sucesivas campañas navarrofrancesas por reapropiarse de las tierras peninsulares.
En esas guerras de contención a las tropas navarrofrancesas tuvo un papel decisivo la Iglesia, pues una de sus acciones más espectaculares fue la implantación del terror a las gentes montañesas navarras.
ALONSO DE SALAZAR Y FRÍAS, POR RICARDO SÁNCHEZ |
En 1527, dio comienzo la primera caza de herejes en Navarra por el inquisidor Avellaneda, con el resultado de 150 personas ejecutadas. Para emprender su campaña, primeramente, Avellaneda confabuló con dos niñas de la montaña de 9 y 11 años, que se presentaron voluntarias ante los Oidores del Consejo de Pamplona, declarando la existencia de brujos que causaron maleficios en las zonas de los valles fronterizos.
Esta acusación puso en marcha un comisión civil formada por un oidor y 50 soldados que marchó con ellas a los valles de Salazar, Aezkoa y Roncesvalles, deteniendo a multitud de gentes.
El asunto se traspasó al inquisidor de Logroño, Avellaneda, de la mano de un jefe militar, el condestable Íñigo Velasco, quien testimonió haber detenido más de 80 brujas en el valle de Salazar, y más de 200 entre los valles de Amezcoa y Roncesvalles. El antropólogo e historiador Julio Caro Baroja, estudioso del tema, también comentó el estado de terror en el que debían de encontrarse aquellos valles pirenaicos de frontera.
En 1529, el franciscano Martín de Castañega, expedicionario de las rutas pirenaicas de Avellaneda y guardián del Monasterio de Aranzazu, escribía el primer tratado de demonología en castellano con el título Tratado muy sotil y bien fundado de las supersticiones y hechicerías y vanos conjuros y abusiones y otras cosas al caso tocantes y de la posibilidad y remedio dellas. Formado por 26 capítulos, lo escribió para la formación del clero y su capacitación en la práctica y en ella desarrollaba una cosmovisión maléfica que 80 años después desarrollaría también el francés Pierre De Lancre. Trató expresamente de "pacto oculto con el demonio" pero en un contexto medicinal de curación de determinadas enfermedades.
Influidos por este novedoso pensamiento sobre el diablo, al año siguiente, en 1530, las Juntas de Guipúzcoa, celebradas en Fuenterrabía, nombraban una comisión de tres letrados que consultaron al vicario general del Obispado acerca del modo de perseguir a numerosas brujas que existían por los rincones fronterizos.
A petición de la nobleza cargohabiente guipuzcoana el inquisidor Germán de Ugarte, natural de Pasajes, se destacó en la persecución de brujos, y ese fue precisamente el inicio de la brujería: siempre existe primero una petición de caza de brujas por parte de cargohabientes, municipales o provinciales, y luego, la consiguiente apertura de veda decretada por los detentores del poder.
Según escribió el cronista Lope Martínez de Isasti, Germán de Ugarte ganó tanta fama en persecución de la brujería que murió envenenado por brujos en 1531.
Las cacerías inquisitoriales se realizaron durante todo el siglo XVI a ambos lados de la frontera pirenaica que separa las dos Navarras. Así, en 1555, en Zeberio fueron condenadas a la hoguera 21 personas; otros 40 en Lapurdi en 1575; y ya en el siglo XVII, en Zugarramurdi, en 1609.
TRIBUNAL DE LA INQUISICIÓN Y ALONSO DE SALAZAR |
A inicios del siglo XVII, la persecución contra las herejías comenzó desde Labort, en la Navarra francesa. Un juez, consejero y parlamentario de Burdeos, pero de origen vascofrancés, llamado Pierre de Lancre Arostegui, fue enviado por orden del rey Enrique IV para eliminar los numeroso brotes de brujería que se estaban denunciando en la zona desde hacía unos años. Las delaciones fueron efectuadas por los señores D´Amou y D´Uturbie. En Labort, la nobleza andaba algo enfrentada y tenía algunos problemas internos, y que mejor manera de quitarse a alguien indeseado por un rey francés cuando uno hay motivo que lo justifique que lanzando una fiebre de fanatismo.
Según este juez, que sufría veleidades místicas, las brujas mataban niños, destruían cosechas, practicaban aquelarres lascivos, misas negras, etc. Desde la villa de Labort, a la que llegó en 1609, comenzó consiguió instaurar su aterradora justicia consistente en detenciones arbitrarias y despiadados tormentos a gentes que vivían bajo el "imperio del demonio". Esta gran represión que generó un pánico en toda la zona y provocó que cientos de personas huyeran hacia las comunidades vecinas españolas de Navarra, País Vasco y La Rioja.
En 1610, Pierre de Lancre llegó a quemar en Labort a cerca de 600 mujeres, niños y sacerdotes acusados de brujería desde su tribunal inquisitorial instalado en el castillo de Saint Pée sur Nivelle. Aprovechó la ausencia de la gran mayoría de los varones, por hallarse faenando en la mar, para investigar supuestos casos de libertinaje entre las esposas de los marinos, actividades relacionadas con la brujería (curanderos, cartomantes, etc.) y minorías sospechosas como los judíos y los moriscos, que se habían refugiado en Aquitania tras la expulsión de España que sufrieron por Felipe III. Tal era el delirante proceso emprendido por el juez francés que hasta su ayudante fue acusada previamente de bruja y, tras arrepentirse, colaboró con su mentor descubriendo quién era brujo con solo mirarlo a los ojos, llegando a acusar incluso a bebes.
De los 30.000 habitantes que tenía la región de Lapurdi, según Pierre de Lancre nada menos que 3.000 eran brujas, de la cuales 80 fueron quemadas vivas. Las acusaciones iban desde responsabilizarles de las borrascosas tormentas que acontecían, pasando por las clásicas sobre actos blasfemos, hasta lujuriosas misas negras. El genocidio pudo ser detenido por los hombres que volvían de pescar en Terranova, cuando al ver lo que estaba sucediendo se amotinaron con tanta furia que las autoridades temieron una rebelión a gran escala, por lo que Lancre fue obligado a retirarse de sus funciones.
Esto sólo era un ejemplo de lo que ocurría en el país galo desde que, en 1184, se fundó la Inquisición en Languedoc, para sofocar a hierro y fuego a los albigenses y cátaros.
Julio Caro Baroja, el mayor estudioso sobre brujería y aquelarres en España, llegó a la conclusión de que, para colmo, al no comprender el magistrado francés la variante dialectal del vascuence de esa zona, no es que no supiera a veces con quiénes trataba, pues hasta los nombres transcribía mal, sino que no se enteraba de los asuntos redactados en tal lengua y, por tanto, mal podía juzgar nada que no fuera sobre la base de la delación o de lo confesado a base de potro y lamentos.
TRIBUNAL DE LA INQUISICIÓN Y ALONSO DE SALAZAR |
En 1608, regresó a su villa natal la joven María de Ximildegui tras vivir en la localidad francesa de Ciboure, huyendo de una gran cacería de brujas, precursora de la quema de ochenta mujeres instigada por Pierre de Lancre. Ximildegui proporcionó todo tipo de detalles sobre los aquelarres en que había participado en Francia y en Zugarramurdi. Se presentó ante el vicario municipal y denunció a sus cómplices entre los que estaba María de Jureteguía. Esta otra joven no solo admitió que era bruja desde pequeña, además inculpó a su tía María Chipia de Barrenechea de ser su inductora en su ritual de iniciación.
El párroco del Monasterio de Urdax, fray León de Araníbar, les impuso la penitencia de repetir su confesión en público en la Iglesia de Zugarramurdi.
Las primeras delaciones apuntaban a un pastor llamado Miguel de Goiburu, acusado de raptar a niños por las noches con el fin de llevarlos al aquelarre. Nada más enterarse de aquello, uno de los padres de las criaturas, llevado por la credulidad de las acusaciones, acudió a buscarle, le amenazó armado y le obligó a confesar. De esta acusación salieron unos imputados iniciales: Miguel de Goiburu, como "rey de los Brujos", su hijo Juanes de Goiburu y su sobrino Juanes de Sansín, la anciana Graciana de Barrenechea, como "reina del aquelarre", con sus dos hijas María y Estevanía de Iriarte, obligados a confesar públicamente al instante, como también Estevanía de Navarcorena, su hija Juana de Telechea y María Pérez de Barrenechea.
En Zugarramurdi había estallado una cadena de falsas acusaciones de unos a otros en plan: "sálvese quien pueda", "si yo caigo, tú también" y "pero tú más que yo". Y lo que había empezado con unos simples recelos hacia aquella refugiada navarrofrancesa, acabó en un infernal aquelarre de brujas que visitaba en sueños a los habitantes del pueblo. Los primeros acusados denunciaban a otros vecinos en un intento desesperado de inspirar la clemencia de las autoridades inquisitoriales. El miedo a ser denunciado estaba ocasionando la autoconfesión y la posterior contradenuncia.
Otro detonante fue el recién asesinato del conde Aguilar, un noble de la villa, descuartizado por una curandera ciega y su discípulo en la compra de una poción mágica para rejuvenecer.
En Zugarramurdi había estallado una cadena de falsas acusaciones de unos a otros en plan: "sálvese quien pueda", "si yo caigo, tú también" y "pero tú más que yo". Y lo que había empezado con unos simples recelos hacia aquella refugiada navarrofrancesa, acabó en un infernal aquelarre de brujas que visitaba en sueños a los habitantes del pueblo. Los primeros acusados denunciaban a otros vecinos en un intento desesperado de inspirar la clemencia de las autoridades inquisitoriales. El miedo a ser denunciado estaba ocasionando la autoconfesión y la posterior contradenuncia.
Otro detonante fue el recién asesinato del conde Aguilar, un noble de la villa, descuartizado por una curandera ciega y su discípulo en la compra de una poción mágica para rejuvenecer.
Con ánimo de saldar algunas cuentas de pleitos jurisdiccionales con los vecinos, el párroco de Urdax alertó al Consejo de la Inquisición. Su testimonio fue recogido de esta manera:
"Una mujer la persuadió a que fuere con ella a un campo donde se holgaría mucho, industriándola en lo demás que había de hacer, y dándole noticias de cómo había de renegar, y habiéndola convencido la llevó al aquelarre, y puesta de rodillas en presencia del demonio y de otros muchos brujos que la tenían rodeada, renegó de Dios, y recibió por dios y señor al Demonio."
Felipe III subió en persona hasta el monasterio de Aranzazu a pedir ayuda a la Orden franciscana. Y, a principios de febrero de 1609, empezó la expedición a la frontera navarra occidental. Entonces, cuatro franciscanos euskaldunes defensores de la teoría de Castañega, recién verificada por el juez francés en el Labort, marcharon a Logroño a ponerse bajo las órdenes del inquisidor, quien los envió en varias direcciones de la montaña navarra: Martín de Ocariz hacia Arakil y la Burunda; Juan de Cigarroa hacia el valle del Baztán; a Domingo de Sardo a los valles de las Cinco Villas; el cuarto, Pedro Aguirre Arostegui, cayó enfermo.
Los frailes entraban en una aldea y pregonaban un bando para averiguar quiénes fueron los culpables de la brujería, o de lo contrario habría un duro castigo para todos. El resultado fue el desconcierto de la población y el consiguiente pánico, lo cual hizo que se concentrasen en iglesias bajo amenaza de excomunión. Una vez en la iglesia, los aldeanos recibían información sobre qué se perseguía y qué convenía delatar.
Las acusaciones solían hacerse por niños y adolescentes, y tras las detenciones, los supuestos brujos debían responder a un formulario en el que se detallaban toda clase de actos impíos, lúbricos u obscenos realizados con el diablo en forma de cabrón, así como actos de adoración al diablo y apostasía de Dios. La tortura se utilizó sistemáticamente.
Para evitar que los niños fueran conducidos al aquelarre en sus sueños nocturnos, fueron llevados a pernoctar en la iglesia, como en el caso de Vera del Bidasoa. Pero, incluso encerrados en la iglesia, los niños afirmaban ser transportados cada noche al sabbat.
Entonces, surgieron las falsas delaciones, pues las querellas, envidias y enemistades interfamiliares recibían con ello una acusación brujeril. Algunas de las acusaciones procedían de gentes pobres y fácilmente sobornables que delataban a los enemigos de quienes les pagan.
Los cofrades inquisidores que instruyeron el llamado Proceso de Logroño fueron: el licenciado Juan del Valle Alvarado, el caballero de la Orden de Santiago Alonso Becerra Olguín, y el licenciado Alonso de Salazar y Frías, en calidad de inquisidores apostólicos del reino de Navarra y su distrito.
Juan del Valle Alvarado era el juez más intolerante de los tres. Creía ciegamente en la existencia de brujas, que debían ser castigadas de forma rigurosa pues la brujería era una forma de herejía. Su celo y fanatismo fue tan grande que llegó a considerar sospechosa a 5.000 personas, es decir, casi la totalidad de la población del valle. Hizo compadecer ante el tribunal a 1.500 personas, acusó en firme a 300, encarceló a 53 y, tras confesar y dejar en libertad a la mayoría, 11 fueron retenidos para ser enjuiciados.
Los detenidos, por lo general, eran gente bastante mayor, algo arisca y marginal que jamás había salido de su montaña o valle. La familia Barrenechea alegó que fueron forzados a hacer su autoinculpación y que fueron sus vecinos los que levantaron los falsos testimonios sobre ellos. Pero precisamente el vecino que les acompañó como guía afirmó sin vacilar que efectivamente eran brujos al ser interrogado al respecto.
Una concepción característica del Catolicismo español era la posibilidad de perdonanza tras la confesión y arrepentimiento. Así, la ley inquisitorial española podía perdonar a los arrepentidos, muy contraria a la ley francesa o de los reinos protestantes donde no existía el santo perdón. Por contra, aquellos que iban a la hoguera eran los que persistían en negar su herejía, pues no era su propósito exterminar a los pecadores, sino devolverles al buen camino de la fe católica.
En este sentido, todas las denuncias eran tomadas en consideración por el Santo Oficio bajo la promesa de revelar la identidad del denunciante y el perjurio, en caso de mentir, no estaba severamente castigado. Por tanto, delatar sin pruebas no solo era fácil, sino además barato, ya que las costas del proceso las financiaba el tribunal, mientras que el detenido pagaba su estancia en prisión preventiva mediante la confiscación de sus bienes.
Según marcaba el protocolo de actuación, la detención solo debía producirse tras la correcta comprobación de las pruebas por un grupo de comisarios, en su mayoría párrocos. Pero, en la práctica, en ocasiones se arrestaba a los acusados sin analizar pruebas, por lo que el detenido podía encontrase preso y sin saber ni cargos ni el delator, que no se le revelaban hasta iniciado el proceso.
Los acusados eran aislados en mazmorras, donde se intentaba que confesaran tanto sus infamias heréticas como sus cómplices e inductores, en el plazo de diez días. De no hacerlo, el fiscal iniciaba el proceso y el detenido debía responder ante el juez, incluso sin haber preparado su defensa.
El 14 de febrero, eran 11 los encarcelados. Todos, por separado, aseguraron que habían sido falsamente acusados. Pero el 11 de julio ninguno quedaba ya por ser interrogado. Y, ya con los testimonio realizadas, el inquisidor Valle Alvarado partió hacia Zugarramurdi, y no antes, a buscar pruebas. A esta villa y a otros del norte de Navarra y de Guipúzcoa llevó un Edicto de Fe, que obligaba a la delación de los brujos y sus prácticas heréticas bajo pena de excomunión y prisión de no hacerlo. Y todos estaban obligados a delatar. En agosto, un total de 29 brujos se hallaban en la cárcel de Logroño.
ALONSO DE SALAZAR Y FRÍAS INTERPRETADO POR ÁNGEL OUTERELO EN LA PELÍCULA A PAIXÓN DE MARÍA SOLIÑA |
Tres sacerdotes, Aragay, Labayen y Calba, denunciaron los hechos, impugnando la acusación de brujería de aquellos feligreses. Pero sería Salazar el más crítico contra todo este absurdo enjuiciamiento.
Alonso Salazar y Frías era una de las máximas autoridades en derecho canónico de su época. Había nacido en Burgos, en 1564, y procedía de un linaje humanista, ya que su padre era el licenciado Bernardino de Salazar y su tío el doctor Frías Salazar, habían ejercido como letrados de Burgos. Su abuelo Tomás Ortiz de Frías Salazar había servido al condestable de Castilla Pedro Fernández de Velasco como regidor, gobernador y administrador de sus estados. Y su tío Antonio de Salazar y Frías había ejercido como familiar del Santo Oficio.
Se había licenciado en leyes por las Universidades de Salamanca y de Singüenza. Un gran intelectual de su época al que, cuando falleció, se le contabilizó en su biblioteca personal con más de 800 títulos repartidos en 1.161 volúmenes. En sus anaqueles se encontraban 235 títulos aludiendo a política y religión, 95 eran libros del reino, 40 libros de Inquisición, y 365 de humanidades, teología moral e historial.
Se trataba de un humanista que había aprendido de otros humanistas españoles, como del matemático y teólogo aragonés Pedro Sánchez Ciruelo. Había estudiado su obra Reprobación de las supersticiones y hechicerías, de 1529, en la que exigía que el método deductivo empírico fuera el que se realizase en las investigaciones sobre brujería y hechicería.
Había sido enviado a Zugarramurdi por el arzobispo de Toledo para que realizase un estudio, pero cuando llegó el proceso ya estaba muy avanzado y el veredicto casi resuelto. Fue el único de los tres inquisidores que denunció irregularidades en el proceso, en especial la manipulación de los testimonios, las confesiones extraídas mediante presiones extremas y la falta de evidencias. Rechazó el poder maléfico de la brujería e incluso la existencia misma de las brujas, ya que pensaba que estas prácticas eran obras del engaño y del fraude, un problema moral y social debido en gran parte a la ignorancia e ingenuidad de las gentes más simples, que a la intervención de Satanás.
Becerra y Valle llegaron a escribir a la Suprema Inquisición declarando que el propio Salazar "estaba endemoniado". Estos dos dominicos estaban interpretando de manera desproporcionada el Malleus Maleficarum.
Fue una controversia entre los tres en la cual, según el historiador Gustav Henningsen, las fuertes discusiones, en ocasiones a voz de grito, podían oírse desde la calle.
Para Salazar, el juicio se convirtió en un espectáculo:
"... cincuenta y tres personas fueron sacadas al Auto en esta forma: veintiún hombres y mujeres que iban en forma y con insignias de penitentes, descubiertas las cabezas, sin cinturón y con una vela de cera en las manos, y los seis de ellos con sogas a la garganta, con los cual se significa que habían de ser azotados. Luego seguían unas veintiuna personas con sus sambenitos y grandes corozas con aspas de reconciliados, que también llevaban sus velas en las manos, y algunas sogas a la garganta. Luego iban cinco estatuas de personas difuntas con sambenitos relajados y otros cinco ataúdes con los huesos de las personas que se significaban por aquellas estatuas. Y las últimas iban seis personas con sambenito y corozas de relajados, y cada una de las dichas cincuenta y tres personas entre dos alguaciles de la Inquisición..."Salazar recriminó a sus dos compañeros: "Reverendos Padres, si no les importa que se lo vuelva a decir, ¡estos ha sido una comedia bufa! ¡Bufa y sangrienta!"
Valle Alvarado respondió: "No sé en qué os basáis para soltar tales blasfemias. Parece que no recordáis las palabras del Pentateuco de que a la bruja no deberás dejar con vida."
Becerra continuó el debate con una frase del Levítico 19: "No acudan a la nigromancia, ni busquen a los espiritistas, porque se harán impuros por causa de ellos."
Valle Alvarado replicó mediante otra cita del Levítico 20, 27: "El hombre o la mujer que consulten espíritus o se entreguen a la adivinación, han de morir; serán apedreados, y su sangre caerá sobre ellos."
Salazar terminó: "Creía que nosotros los católicos nos movíamos más por el Nuevo Testamento que por el Antiguo, como hacen luteranos, puritanos y demás ralea de protestantes. ¡A ver si ahora van a ser sus paternidades más de Lutero que de la Vera Fe de Cristo Redentor!"
Alonso de Salazar y Frías, estudioso como era y buen teólogo, sabía de sobra las palabras que sobre el tema de las brujas había dicho Martín Lutero de manera bien clara, como quedaran constatadas en su proclama de 6 de mayo de 1526:
"Es una ley muy injusta que las brujas sean muertas, porque producen muchos daños, lo que ha sido ignorado hasta el presente; puede robar leche, mantequilla y todo de una casa... Pueden encantar a niños... También pueden generar misteriosas enfermedades en la rodilla, que el cuerpo se consuma... Daños los producen al cuerpo y alma, dan pociones y encantamientos, para generar odio, amor, tormentas y destrozos en las casas, en el campo, que nadie puede curar... Las magas deben ser ajusticiadas, porque son ladronas, rompedoras de matrimonios, bandidas, asesinas... Dañan de muchas formas. Así que deben ser ajusticiadas, no solo por los daños, sino también porque tratan con Satanás."Llegó a dar como falsas la mayoría de las actuaciones atribuidas a los brujos en aquel caso concreto, quejándose de la burla de sus compañeros: "Mis colegas dicen que ciego del demonio defiendo yo a mis brujos."
Según pasaban los días y acabado cualquier tipo de debate, las advertencias a Salazar se convirtieron en amenazas por parte de sus colegas de oficio y ahora rivales, quien dijeron de él que "hablaba por boca del diablo".
AUTO DE FE DEL PROCESO DE LOGROÑO |
El proceso de Logroño concluyó los días 7 y 8 de noviembre de 1610. De los 29 detenidos: 18 fueron perdonadas por haber confesado su brujería, otras 5 murieron en las mazmorras por enfermedad, pero 6 fueron públicamente quemadas en la plaza Mayor de la ciudad por mantenerse firmes en su negativa a confesar.
La Relación sumaria del Auto de Fe pretendía el castigo para endemoniados y brujos, responsables de actos como "torpezas nefandas, homicidios y otros daños atrocísimos hechos así en personas como en haziendas de cien mil personas".
Julio Caro Baroja escribió sobre el auto de fe el siguiente párrafo:
"Las 18 personas restantes, fueron todas reconciliadas (por haber sido toda su vida de la secta de los brujos), buenas confidentes y que con lágrimas habían pedido misericordia, y que querían volverse a la fe de los cristianos. Leyéronse en su sentencia cosas tan horribles y espantosas cuales nunca se han visto: y fue tanto lo que hubo que relatar, que ocupó todo el día desde que amaneció hasta que llegó la noche, que los señores inquisidores fueron mandando cercenar muchas de las relaciones, porque se pudiesen acabar en aquel día. Con todas las dichas personas se usó de mucha misericordia, llevando consideración mucho más al arrepentimiento de sus culpas, que a la gravedad de sus delitos: y al tiempo en que comenzaron a confesar, agravándoles el castigo a los que confesaron más tarde, según la rebeldía que cada cual había tenido en sus confesiones"
Había terminado aquel proceso, pero Salazar emprendió otro realmente justo, el de descubrir la verdad y desenmascarar toda aquella farsa. Este inquisidor, que era un sacerdote más jurista que teólogo, pasó a hacer de abogado de brujas no ya dentro de un tribunal, sino mediante un trabajo de campo en la búsqueda de pruebas, indicios y testimonios. Contaba con el apoyo de Venegas de Figueroa, obispo de Pamplona, que consideró como lógicos sus argumentos así como de otros clérigos a cerca de las dudas razonables. Además, el Consejo Supremo envió a Salazar un Edicto de Gracia para amnistiar los casos de brujería.
Desde el 22 de mayo de 1611, Salazar y sus ayudantes comenzaron una intensa investigación que duró cerca de ocho meses, por los pueblos de la cuenca del río Ezcurra, los del valle del Baztán, las Cinco Villas y otros situados en el norte de Navarra. Su método deductivo empírico estaba basado en el análisis de las causas y mecanismos de las psicosis, frente al método inductivo de Valle Alvarado y Becerra. Esa fue una de sus grandes aportaciones.
Interrogó a más de 1.800 personas que se contradecían unos a otros, supuestamente a brujos y brujas confesas y arrepentidas, y de los cuales 1.384 eran niños, de entre nueve y catorce. Toda su análisis quedó plasmada en un grueso volumen de más de 5.000 folios. Además, investigó las informaciones sobre los vuelos nocturnos, aquelarres, relaciones sexuales con el diablo, etc. Demostró la falsedad de muchas de las declaraciones de los propios imputados y falsos prodigios atribuidos a la hechicería como los brebajes inocuos o los vuelos inventados. Comprobó que varias jóvenes que dijeron haber mantenido relaciones sexuales en los aquelarres con el diablo y otros brujos resultaron ser vírgenes tras el análisis de los médicos. Descubrió que magias, pociones o conjuros no tenían más poder que el juguete de madera de cualquier niño, que se trataban de muñecas de trapo y no brujas voladoras.
Sobre la cueva de Zugarramurdi, situada a menos de medio kilómetro de distancia del caso urbano del mismo nombre, resultó que los ritos paganos celebrados en algunas de sus salas desde la antigüedad y presentados como prueba evidente de que allí organizaban los aquelarres no tenía ningún argumento de peso.
MUSEO DE LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI |
Finalmente, comprobó que todo el proceso había sido un enorme error, y que aquella gente era inocente de cuestiones que ni siquiera entendían.
Según su criterio, los casos observados llegaban a dar como falsas la mayoría de las actuaciones atribuidas a los brujos al no existir pruebas suficientes, claras y concretas que revelen la realidad de los hechos y que, por tanto, las denuncias como las acusaciones en su gran mayoría eran producto de la imaginación:
"Cómo poder documentar que una persona, en cualquier momento, pueda volar por el aire, andar cien leguas en una hora, salir una mujer por donde no cabe una mosca, hacerse invisible a los presentes, o sumergirse y no mojarse en el río ni en el mar, estar a un tiempo en la cama y en el aquelarre, luchar las imágenes como personas sensibles, las apariciones continuas que han tenido de Nuestra Señora y que cada bruja vuelva en la figura que se le antoja y alguna vez en cuervo o en mosca con lo demás referido, es superior a cualquier discurso. Estas cosas son tan contrarias a toda razón que, incluso, muchas de ellas sobrepasan los límites puestos al poder del demonio"
Así lo escribió en el exhaustivo y amplio informe que remitió al Consejo Supremo de la Santa Inquisición:
"Mis colegas pierdes el tiempo cuando aseguran que los aspectos más complicados y difíciles de este asunto solamente pueden ser comprendidos por aquellos iniciados en los misterios de la secta, puesto que las circunstancias, pese a todo, requieren que el caso sea juzgado en este mundo por jueces que no son brujos. Nada consiguen arreglar con decir que el demonio es capaz de esto o aquello, mientras machaconamente repiten la teoría de su naturaleza angélica y hacen referencia a los sabios doctores de la Iglesia. Todo ello resulta aniquilante, ya que nadie ha puesto en duda esas cosas. El problema es: ¿hemos de creer que en tan o cual ocasión determinada hubo brujería, solamente porque los brujos así lo dicen? No, naturalmente, no debemos creer a los brujos, y los inquisidores creo que no deberán juzgar a nadie a menos que los crímenes puedan ser documentados con pruebas concretas y objetivas, lo suficientemente evidentes como para convencer a los que las oyen."
No fue el único que llegó a estas conclusiones. Un prestigioso teólogo, filósofos, y cronista del rey Felipe III, el humanista Pedro de Valencia, negó las acusaciones del auto inquisitorial de Logroño, aceptando como una posibilidad que fuesen reuniones con carácter sexual. Cayó en la cuenta de que estas creencias eran una farsa con el sólo objeto de dar rienda suelta a las más bajas pasiones. Una de sus obras más célebres fue Discurso sobre brujas y cosas tocantes a magia, publicada en 1610, dirigida al arzobispo de Toledo e inquisidor general Bernardo de Sandoval, en la cual expresó su asco y repulsión por el juicio de Logroño:
"Por la honra del nombre de Dios y que no se oiga entre sus fieles que torpezas tan abominables hayan pasado por pensamiento a nadie; cuanto más por obra; lo segundo: por la honra de estos reinos tan puros de herejía y de las menores máculas en la fe, mayormente en aquellas provincias; lo tercero: por el escándalo y mal ejemplo que mujercillas ruines, oyendo que hay otras que comentan maldades, juzgaran por niñería el cometer fornicaciones y adulterios y otro cualquier pecado que no sea el de hacerse brujas y aún según demasía y desorden de los apetitos humanos ni entienden que hay modo para volar, transformarse y hacerse invisible y enseñorearse de las vidas y haciendas de sus enemigos, habrá muchos que a todo riesgo lo quieran y procuren conseguir."
Algunas décadas antes, el matemático y teólogo licenciado por Salamanca y La Sorbona, el sacerdote Pedro Sánchez Ciruelo, ya lo advertía en su Reprobación de las supersticiones y hechicerías, publicado en 1529. Exigía que fuese el método deductivo empírico el que emplear en las procesos judiciales como el de Logroño.
Cuando Salazar llegó a Logroño en 1612, se encontró con que aquellas cazas de brujas que él calificaba de histeria colectiva fueron sucediéndose y las denuncias hechas en el tribunal ascendían a unas 5.000. Presentó los resultados de sus investigaciones con el fin de derogar la pena de muerte en los casos de brujería e insistió en que "no hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y escribir de ello".
En palabras del investigador Gustav Henningsen, lo que Salazar ofreció fue "la anatomía de una persecución en masa". Un fenómeno que se nutrió del miedo y la superstición de los habitantes de esas tierras, donde la creencia en la brujería estaba ya muy arraigada, de forma importante en la mente de los niños, que en este proceso se contaban por cientos entre los denunciantes.
Afortunadamente, el Consejo General de la Inquisición estudió de manera minuciosa su informe, en el que se solicitaba formalmente el perdón para estas personas a falta de pruebas fidedignas. El inquisidor Salazar estaba consiguiendo que prendiera el escepticismo respecto a la realidad de la brujería.
Dos años después, tras duras discusiones y desacuerdos entre los miembros del Tribunal de Logroño, decidieron indultar a los acusados. Es más, el 31 de agosto de 1614, el Consejo Supremo de la Santa Inquisición dictó una serie de instrucciones acerca de los asuntos de brujería y que reunían casi todas las ideas de Salazar. En la práctica significó que los testimonios por brujería serían calificados de ilusión, destacando la conclusión de que las confesiones más graves fueron fruto del engaño y de la tortura. Como consecuencia de dicha instrucción, nunca más hubo en España un proceso sobre supuesta brujería, adelantándose así en más de un siglo al resto de Europa. Algo que influyó de manera muy directa sobre el resto de países de Occidente. Además, esta resolución deslegitimó al martillo de brujas Malleus Maleficarum, que fue cayendo en desuso hasta su completo olvido.
Desde el desastroso proceso de Logroño, la jurisdicción eclesiástica comenzó a obrar con enorme cautela en lo concerniente al crimen de brujería aprobando acciones muy suaves: el envío de predicadores instruidos al objeto de volver a evangelizar a la población o el edificar ermitas y capillas en los lugares habituales de los aquelarres; el uso del llamado Edicto del Silencio, que obligaba a que se instruyera de tal o cual manera; y a los condenados en su gran mayoría no pasaron de impartirles castigos físicos menores o penas pecuniarias.
Sin embargo, siguió habiendo procesos de brujería con condenas de muerte, pero en estos casos siempre el tribunal "probó" que los inculpados habían cometido crímenes con resultado de muerte.
Julio Caro Baroja y Gustav Henningsen atribuyeron en sus obras las concordancias de los testimonios oídos y no comprobados a la fijación de algún relato popular, tomando a medias de las creencias locales sobre brujería o similar, que junto a las noticias que llegaban sobre la persecución de Pierre de Lancre en Francia, consiguieron generar confusión.
Menéndez Pelayo escribió en su Historia de los heterodoxos españoles que:
Gracias al decidido trabajo de Alonso de Salazar y Frías, la Inquisición española cambió su modelo de actuación respecto a la caza de brujas. Al rechazar la pena de muerte como castigo para este tipo de delitos se había adelantado en un siglo al resto de Europa.
Con este precedente, la Iglesia llegó a prohibir la caza de brujas a la que el papa Inocencio VIII empezó mediante la bula Summis desiderantes afectibus de 1484, las supersticiones beatas sin fundamento, y las obras absurdas como el Malleus Maleficarum. En 1657, la Iglesia prohibió explicitamente las persecuciones mediante la bula Pro Formandis, 43 años tras la asunción total de las recomendaciones por parte del Consejo de la Suprema Inquisición de España.
Algunos años antes, Alonso de Salazar y Frías había fallecido, en 1636. Pero, como buen humanista de su época, se había cumplido su cometido que era conseguir una humanidad más libre de prejuicios y supercherías y un mundo algo más justo.
Menéndez Pelayo escribió en su Historia de los heterodoxos españoles que:
"en adelante se formaron pocas (causas) y de ninguna importancia; no se redactó una instrucción especial, como quería Pedro de Valencia, y la secta fue extinguiéndose en la oscuridad. A fines del siglo XVII no era más que un temeroso recuerdo."Realmente, hubo un punto de inflexión en este proceso de Logroño. Tanto, que muchas causas iniciadas por la justicia civil fueron paralizadas por la propia Inquisición. Como la sucedida en 1616 en el Señorío de Vizcaya, donde el propio Salazar evitó que se quemase a alguna bruja.
Gracias al decidido trabajo de Alonso de Salazar y Frías, la Inquisición española cambió su modelo de actuación respecto a la caza de brujas. Al rechazar la pena de muerte como castigo para este tipo de delitos se había adelantado en un siglo al resto de Europa.
Con este precedente, la Iglesia llegó a prohibir la caza de brujas a la que el papa Inocencio VIII empezó mediante la bula Summis desiderantes afectibus de 1484, las supersticiones beatas sin fundamento, y las obras absurdas como el Malleus Maleficarum. En 1657, la Iglesia prohibió explicitamente las persecuciones mediante la bula Pro Formandis, 43 años tras la asunción total de las recomendaciones por parte del Consejo de la Suprema Inquisición de España.
Algunos años antes, Alonso de Salazar y Frías había fallecido, en 1636. Pero, como buen humanista de su época, se había cumplido su cometido que era conseguir una humanidad más libre de prejuicios y supercherías y un mundo algo más justo.