ALONSO DE SALAZAR EN DEFENSA DE LOS ACUSADOS POR BRUJERÍA


Entre 1609 y 16014, la persecución de brujas de Zugarramurdi y su proceso de Logroño por la Inquisición generó una oleada de falsas delaciones en Navarra y Provincias vascas, que llevó al Santo Oficio a realizar una minuciosa investigación. El inquisidor Alonso de Salazar y Frías consiguió demostrar la falsedad de las acusaciones y rechazar la pena de muerte para delitos de brujería un siglo antes que el resto de naciones europeas.

ALONSO DE SALAZAR EN DEFENSA DE LOS ACUSADOS POR BRUJERÍA

Las acusaciones de brujería que se efectuaban durante la Modernidad en gran parte tuvieron un carácter más político que religioso. Nobles, eclesiásticos, dirigentes y gentes cultas lanzaron acusaciones de prácticas heréticas y rituales satánicos hacia sus enemigos para ser condenados por la Inquisición. Pero también surgieron eclesiásticos que se dedicaron a desenmascarar aquellas falsas acusaciones.

A pesar de toda la fama que la Leyenda Negra ha atribuido a la Santa Inquisición española, lo cierto es que esta institución fue bastante más racional y suave en sus procesos judiciales en comparación con sus homólogas europeas. Pero el pensamiento sobre estas prácticas consideradas en la actualidad como mágicas, sobrenaturales o paranormales estaban condicionadas en aquella época por el escaso avance científico de los cultos y la ignorancia y el analfabetismo del pueblo llano.

La Inquisición se creó en Europa en el siglo XII con la intención de combatir las herejías dentro de la Iglesia Católica, así como la blasfemia, la brujería, los libros censurados, la homosexualidad y el adulterio.

La bula Summis desiderantes afectibus, aprobada por el papa Inocencio VIII, el 5 de diciembre de 1484, reconocía la existencia de brujería como forma de herejía y la consiguiente necesidad de perseguirla. Esta ley estaba basada en las investigaciones del inquisidor alemán Heinrich Kramer contra magos y brujas.

El libro sobre lucha contra la brujería que tuvo mayor repercusión fue el Malleus Maleficarum, también llamado Martillo de Brujas, compilado y escrito por dos monjes inquisidores dominicos, el alsaciano Heinrich Kramer y el suizo Jalob Sprenger, y publicado en 1487. La influencia de este manual inquisitorial se desplegó más allá de Suiza y Alemania, causando gran impacto en Francia e Italia, y en menor grado en Inglaterra. Hizo accesible a un amplio público el concepto de la brujería demonológica, contribuyendo a la caza de brujas al atribuir autoridad, legitimidad y credibilidad a los procesos de brujería que ya existían. En el país germánico, los cálculos de la cantidad de mujeres quemadas por brujas oscila entre sesenta mil a dos o cinco millones, según los distintos autores. 

MALLEUS MALEFICARUM

Aunque ya existía la Inquisición en el Reino de Aragón, fueron los Reyes Católicos quienes introdujeron el Santo Oficio para el Reino de Castilla, que no había conocido la herejía de los albiguenses, como la conoció Aragón. La reina Isabel obtuvo en noviembre de 1478 una bula del papa Sixto IV para instituir un Tribunal de la Santa Inquisición.

La nueva institución comenzó a funcionar con sede en Sevilla, y en 1483, Sixto IV nombró inquisidor general de Castilla y Aragón a fray Tomás de Torquemadacon plenos poderes. Esto supuso que el rey Fernando renovase en Aragón la anterior institución de origen medieval.

La mayoría de los condenados en tiempos de los Reyes Católicos fueron conversos judíos, lo que hizo que el pueblo se sintiera menos afectado por esta triste novedad. En aquellos tiempos, los conversos formaban una minoría despreciada y envidiada a causa de su ostentación de bienes materiales y poder económico.

En cambio la Inquisición se mostró, durante todo su ejercicio, singularmente blanda con los casos de brujería que tan duramente eran juzgados en el resto de Europa. Entendía el Tribunal que en estos casos había mucho de niñerías y de imaginaciones. Y muy cierto, pues también fue un medio utilizado por nobles y eclesiásticos locales para atemorizar y controlar a sus gentes, y para eliminar enemigos con falsas acusaciones.

Las tierras de la frontera hispano-francesa en el lado del Pirineo navarro presentó un escenario ejemplar que ilustra y esclarece toda aquella mentalidad y creencia, todo aquel pensamiento esotérico y ocultista. Las acusaciones realizadas a los habitantes de las Provincias vascas y de Navarra eran juzgadas en el Tribunal inquisitorial más cercano, Calahorra primero, Logroño después, pues no existía una sede establecida para estas tierras, aunque sí había comisarios permanentes en muchas localidades desde 1549. En el caso de la Navarra francesa, los juicios se ordenaban desde Burdeos.

Los valles surpirenaicos de la Navarra peninsular, que se incorporaron a España a principios del siglo XVI, protegieron desde entonces las empresas de los monarcas navarros y franceses por reconquistar el territorio perdido. Por la otra parte, los valles de la Baja Navarra o Navarra francesa suministraban cobijo y hombres a las sucesivas campañas navarrofrancesas por reapropiarse de las tierras peninsulares.

En esas guerras de contención a las tropas navarrofrancesas tuvo un papel decisivo la Iglesia, pues una de sus acciones más espectaculares fue la implantación del terror a las gentes montañesas navarras.

ALONSO DE SALAZAR Y FRÍAS, POR RICARDO SÁNCHEZ

En 1527, dio comienzo la primera caza de herejes en Navarra por el inquisidor Avellaneda, con el resultado de 150 personas ejecutadas. Para emprender su campaña, primeramente, Avellaneda confabuló con dos niñas de la montaña de 9 y 11 años, que se presentaron voluntarias ante los Oidores del Consejo de Pamplona, declarando la existencia de brujos que causaron maleficios en las zonas de los valles fronterizos.

Esta acusación puso en marcha un comisión civil formada por un oidor y 50 soldados que marchó con ellas a los valles de Salazar, Aezkoa y Roncesvalles, deteniendo a multitud de gentes.

El asunto se traspasó al inquisidor de Logroño, Avellaneda, de la mano de un jefe militar, el condestable Íñigo Velasco, quien testimonió haber detenido más de 80 brujas en el valle de Salazar, y más de 200 entre los valles de Amezcoa y Roncesvalles. El antropólogo e historiador Julio Caro Baroja, estudioso del tema, también comentó el estado de terror en el que debían de encontrarse aquellos valles pirenaicos de frontera.

En 1529, el franciscano Martín de Castañega, expedicionario de las rutas pirenaicas de Avellaneda y guardián del Monasterio de Aranzazu, escribía el primer tratado de demonología en castellano con el título Tratado muy sotil y bien fundado de las supersticiones y hechicerías y vanos conjuros y abusiones y otras cosas al caso tocantes y de la posibilidad y remedio dellas. Formado por 26 capítulos, lo escribió para la formación del clero y su capacitación en la práctica y en ella desarrollaba una cosmovisión maléfica que 80 años después desarrollaría también el francés Pierre De Lancre. Trató expresamente de "pacto oculto con el demonio" pero en un contexto medicinal de curación de determinadas enfermedades.

Influidos por este novedoso pensamiento sobre el diablo, al año siguiente, en 1530, las Juntas de Guipúzcoa, celebradas en Fuenterrabía, nombraban una comisión de tres letrados que consultaron al vicario general del Obispado acerca del modo de perseguir a numerosas brujas que existían por los rincones fronterizos.

A petición de la nobleza cargohabiente guipuzcoana el inquisidor Germán de Ugarte, natural de Pasajes, se destacó en la persecución de brujos, y ese fue precisamente el inicio de la brujería: siempre existe primero una petición de caza de brujas por parte de cargohabientes, municipales o provinciales, y luego, la consiguiente apertura de veda decretada por los detentores del poder.

Según escribió el cronista Lope Martínez de Isasti, Germán de Ugarte ganó tanta fama en persecución de la brujería que murió envenenado por brujos en 1531.

Las cacerías inquisitoriales se realizaron durante todo el siglo XVI a ambos lados de la frontera pirenaica que separa las dos Navarras. Así, en 1555, en Zeberio fueron condenadas a la hoguera 21 personas; otros 40 en Lapurdi en 1575; y ya en el siglo XVII, en Zugarramurdi, en 1609.

TRIBUNAL DE LA INQUISICIÓN Y ALONSO DE SALAZAR

A inicios del siglo XVII, la persecución contra las herejías comenzó desde Labort, en la Navarra francesa. Un juez, consejero y parlamentario de Burdeos, pero de origen vascofrancés, llamado Pierre de Lancre Arostegui, fue enviado por orden del rey Enrique IV para eliminar los numeroso brotes de brujería que se estaban denunciando en la zona desde hacía unos años. Las delaciones fueron efectuadas por los señores D´Amou y D´Uturbie. En Labort, la nobleza andaba algo enfrentada y tenía algunos problemas internos, y que mejor manera de quitarse a alguien indeseado por un rey francés cuando uno hay motivo que lo justifique que lanzando una fiebre de fanatismo.

Según este juez, que sufría veleidades místicas, las brujas mataban niños, destruían cosechas, practicaban aquelarres lascivos, misas negras, etc. Desde la villa de Labort, a la que llegó en 1609, comenzó consiguió instaurar su aterradora justicia consistente en detenciones arbitrarias y despiadados tormentos a gentes que vivían bajo el "imperio del demonio". Esta gran represión que generó un pánico en toda la zona y provocó que cientos de personas huyeran hacia las comunidades vecinas españolas de Navarra, País Vasco y La Rioja. 

En 1610, Pierre de Lancre llegó a quemar en Labort a cerca de 600 mujeres, niños y sacerdotes acusados de brujería desde su tribunal inquisitorial instalado en el castillo de Saint Pée sur Nivelle. Aprovechó la ausencia de la gran mayoría de los varones, por hallarse faenando en la mar, para investigar supuestos casos de libertinaje entre las esposas de los marinos, actividades relacionadas con la brujería (curanderos, cartomantes, etc.) y minorías sospechosas como los judíos y los moriscos, que se habían refugiado en Aquitania tras la expulsión de España que sufrieron por Felipe III. Tal era el delirante proceso emprendido por el juez francés que hasta su ayudante fue acusada previamente de bruja y, tras arrepentirse, colaboró con su mentor descubriendo quién era brujo con solo mirarlo a los ojos, llegando a acusar incluso a bebes.

De los 30.000 habitantes que tenía la región de Lapurdi, según Pierre de Lancre nada menos que 3.000 eran brujas, de la cuales 80 fueron quemadas vivas. Las acusaciones iban desde responsabilizarles de las borrascosas tormentas que acontecían, pasando por las clásicas sobre actos blasfemos, hasta lujuriosas misas negras. El genocidio pudo ser detenido por los hombres que volvían de pescar en Terranova, cuando al ver lo que estaba sucediendo se amotinaron con tanta furia que las autoridades temieron una rebelión a gran escala, por lo que Lancre fue obligado a retirarse de sus funciones.

Esto sólo era un ejemplo de lo que ocurría en el país galo desde que, en 1184, se fundó la Inquisición en Languedoc, para sofocar a hierro y fuego a los albigenses y cátaros.

Julio Caro Baroja, el mayor estudioso sobre brujería y aquelarres en España, llegó a la conclusión de que, para colmo, al no comprender el magistrado francés la variante dialectal del vascuence de esa zona, no es que no supiera a veces con quiénes trataba, pues hasta los nombres transcribía mal, sino que no se enteraba de los asuntos redactados en tal lengua y, por tanto, mal podía juzgar nada que no fuera sobre la base de la delación o de lo confesado a base de potro y lamentos.

TRIBUNAL DE LA INQUISICIÓN Y ALONSO DE SALAZAR

En 1608, regresó a su villa natal la joven María de Ximildegui tras vivir en la localidad francesa de Ciboure, huyendo de una gran cacería de brujas, precursora de la quema de ochenta mujeres instigada por Pierre de Lancre. Ximildegui proporcionó todo tipo de detalles sobre los aquelarres en que había participado en Francia y en Zugarramurdi. Se presentó ante el vicario municipal y denunció a sus cómplices entre los que estaba María de Jureteguía. Esta otra joven no solo admitió que era bruja desde pequeña, además inculpó a su tía María Chipia de Barrenechea de ser su inductora 
en su ritual de iniciación

El párroco del Monasterio de Urdax, fray León de Araníbar, les impuso la penitencia de repetir su confesión en público en la Iglesia de Zugarramurdi.  

Las primeras delaciones apuntaban a un pastor llamado Miguel de Goiburu, acusado de raptar a niños por las noches con el fin de llevarlos al aquelarre. Nada más enterarse de aquello, uno de los padres de las criaturas, llevado por la credulidad de las acusaciones, acudió a buscarle, le amenazó armado y le obligó a confesar. De esta acusación salieron unos imputados iniciales: Miguel de Goiburu, como "rey de los Brujos", su hijo Juanes de Goiburu y su sobrino Juanes de Sansín, la anciana Graciana de Barrenechea, como "reina del aquelarre", con sus dos hijas María y Estevanía de Iriarte, obligados a confesar públicamente al instante, como también Estevanía de Navarcorena, su hija Juana de Telechea y María Pérez de Barrenechea. 

En Zugarramurdi había estallado una cadena de falsas acusaciones de unos a otros en plan: "sálvese quien pueda", "si yo caigo, tú también" y "pero tú más que yo". Y lo que había empezado con unos simples recelos hacia aquella refugiada navarrofrancesa, acabó en un infernal aquelarre de brujas que visitaba en sueños a los habitantes del pueblo. Los primeros acusados denunciaban a otros vecinos en un intento desesperado de inspirar la clemencia de las autoridades inquisitoriales. El miedo a ser denunciado estaba ocasionando la autoconfesión y la posterior contradenuncia.

Otro detonante fue el recién asesinato del conde Aguilar, un noble de la villa, descuartizado por una curandera ciega y su discípulo en la compra de una poción mágica para rejuvenecer.

Con ánimo de saldar algunas cuentas de pleitos jurisdiccionales con los vecinos, el párroco de Urdax alertó al Consejo de la Inquisición. Su testimonio fue recogido de esta manera:
"Una mujer la persuadió a que fuere con ella a un campo donde se holgaría mucho, industriándola en lo demás que había de hacer, y dándole noticias de cómo había de renegar, y habiéndola convencido la llevó al aquelarre, y puesta de rodillas en presencia del demonio y de otros muchos brujos que la tenían rodeada, renegó de Dios, y recibió por dios y señor al Demonio."

LIBROS DE BRUJERÍA

Felipe III subió en persona hasta el monasterio de Aranzazu a pedir ayuda a la Orden franciscana. Y, a principios de febrero de 1609, empezó la expedición a la frontera navarra occidental. Entonces, cuatro franciscanos euskaldunes defensores de la teoría de Castañega, recién verificada por el juez francés en el Labort, marcharon a Logroño a ponerse bajo las órdenes del inquisidor, quien los envió en varias direcciones de la montaña navarra: Martín de Ocariz hacia Arakil y la Burunda; Juan de Cigarroa hacia el valle del Baztán; a Domingo de Sardo a los valles de las Cinco Villas; el cuarto, Pedro Aguirre Arostegui, cayó enfermo.

Los frailes entraban en una aldea y pregonaban un bando para averiguar quiénes fueron los culpables de la brujería, o de lo contrario habría un duro castigo para todos. El resultado fue el desconcierto de la población y el consiguiente pánico, lo cual hizo que se concentrasen en iglesias bajo amenaza de excomunión. Una vez en la iglesia, los aldeanos recibían información sobre qué se perseguía y qué convenía delatar.

Las acusaciones solían hacerse por niños y adolescentes, y tras las detenciones, los supuestos brujos debían responder a un formulario en el que se detallaban toda clase de actos impíos, lúbricos u obscenos realizados con el diablo en forma de cabrón, así como actos de adoración al diablo y apostasía de Dios. La tortura se utilizó sistemáticamente.

Para evitar que los niños fueran conducidos al aquelarre en sus sueños nocturnos, fueron llevados a pernoctar en la iglesia, como en el caso de Vera del Bidasoa. Pero, incluso encerrados en la iglesia, los niños afirmaban ser transportados cada noche al sabbat.

Entonces, surgieron las falsas delaciones, pues las querellas, envidias y enemistades interfamiliares recibían con ello una acusación brujeril. Algunas de las acusaciones procedían de gentes pobres y fácilmente sobornables que delataban a los enemigos de quienes les pagan.

El Consejo provincial de la Inquisición de Logroño comenzó inmediatamente a realizar las investigaciones que la situación aconsejaba. Así comenzó el caso de la caza de brujas de Zugarramurdi, una persecución contra las herejías.

Los cofrades inquisidores que instruyeron el llamado Proceso de Logroño fueron: el licenciado Juan del Valle Alvarado, el caballero de la Orden de Santiago Alonso Becerra Olguín, y el licenciado Alonso de Salazar y Frías, en calidad de inquisidores apostólicos del reino de Navarra y su distrito.

Juan del Valle Alvarado era el juez más intolerante de los tres. Creía ciegamente en la existencia de brujas, que debían ser castigadas de forma rigurosa pues la brujería era una forma de herejía. Su celo y fanatismo fue tan grande que llegó a considerar sospechosa a 5.000 personas, es decir, casi la totalidad de la población del valle. Hizo compadecer ante el tribunal a 1.500 personas, acusó en firme a 300, encarceló a 53 y, tras confesar y dejar en libertad a la mayoría, 11 fueron retenidos para ser enjuiciados.

CUEVA E IGLESIA DE LA ASUNCIÓN EN ZUGARRAMURDI

Los detenidos, por lo general, eran gente bastante mayor, algo arisca y marginal que jamás había salido de su montaña o valle. La familia Barrenechea alegó que fueron forzados a hacer su autoinculpación y que fueron sus vecinos los que levantaron los falsos testimonios sobre ellos. Pero precisamente el vecino que les acompañó como guía afirmó sin vacilar que efectivamente eran brujos al ser interrogado al respecto.

Una concepción característica del Catolicismo español era la posibilidad de perdonanza tras la confesión y arrepentimiento. Así, la ley inquisitorial española podía perdonar a los arrepentidos, muy contraria a la ley francesa o de los reinos protestantes donde no existía el santo perdón. Por contra, aquellos que iban a la hoguera eran los que persistían en negar su herejía, pues no era su propósito exterminar a los pecadores, sino devolverles al buen camino de la fe católica.

En este sentido, todas las denuncias eran tomadas en consideración por el Santo Oficio bajo la promesa de revelar la identidad del denunciante y el perjurio, en caso de mentir, no estaba severamente castigado. Por tanto, delatar sin pruebas no solo era fácil, sino además barato, ya que las costas del proceso las financiaba el tribunal, mientras que el detenido pagaba su estancia en prisión preventiva mediante la confiscación de sus bienes.

Según marcaba el protocolo de actuación, la detención solo debía producirse tras la correcta comprobación de las pruebas por un grupo de comisarios, en su mayoría párrocos. Pero, en la práctica, en ocasiones se arrestaba a los acusados sin analizar pruebas, por lo que el detenido podía encontrase preso y sin saber ni cargos ni el delator, que no se le revelaban hasta iniciado el proceso. 

Los acusados eran aislados en mazmorras, donde se intentaba que confesaran tanto sus infamias heréticas como sus cómplices e inductores, en el plazo de diez días. De no hacerlo, el fiscal iniciaba el proceso y el detenido debía responder ante el juez, incluso sin haber preparado su defensa.

El 14 de febrero, eran 11 los encarcelados. Todos, por separado, aseguraron que habían sido falsamente acusados. Pero el 11 de julio ninguno quedaba ya por ser interrogado. Y, ya con los testimonio realizadas, el inquisidor Valle Alvarado partió hacia Zugarramurdi, y no antes, a buscar pruebas. A esta villa y a otros del norte de Navarra y de Guipúzcoa llevó un Edicto de Fe, que obligaba a la delación de los brujos y sus prácticas heréticas bajo pena de excomunión y prisión de no hacerlo. Y todos estaban obligados a delatar. En agosto, un total de 29 brujos se hallaban en la cárcel de Logroño. 

ALONSO DE SALAZAR Y FRÍAS INTERPRETADO POR ÁNGEL OUTERELO EN LA PELÍCULA A PAIXÓN DE MARÍA SOLIÑA

Tres sacerdotes, Aragay, Labayen y Calba, denunciaron los hechos, impugnando la acusación de brujería de aquellos feligreses. Pero sería Salazar el más crítico contra todo este absurdo enjuiciamiento.

Alonso Salazar y Frías era una de las máximas autoridades en derecho canónico de su época. Había nacido en Burgos, en 1564, y procedía de un linaje humanista, ya que su padre era el licenciado Bernardino de Salazar y su tío el doctor Frías Salazar, habían ejercido como letrados de Burgos. Su abuelo Tomás Ortiz de Frías Salazar había servido al condestable de Castilla Pedro Fernández de Velasco como regidor, gobernador y administrador de sus estados. Y su tío Antonio de Salazar y Frías había ejercido como familiar del Santo Oficio.

Se había licenciado en leyes por las Universidades de Salamanca y de Singüenza. Un gran intelectual de su época al que, cuando falleció, se le contabilizó en su biblioteca personal con más de 800 títulos repartidos en 1.161 volúmenes. En sus anaqueles se encontraban 235 títulos aludiendo a política y religión, 95 eran libros del reino, 40 libros de Inquisición, y 365 de humanidades, teología moral e historial.

Se trataba de un humanista que había aprendido de otros humanistas españoles, como del matemático y teólogo aragonés Pedro Sánchez Ciruelo. Había estudiado su obra Reprobación de las supersticiones y hechicerías, de 1529, en la que exigía que el método deductivo empírico fuera el que se realizase en las investigaciones sobre brujería y hechicería. 

Había sido enviado a Zugarramurdi por el arzobispo de Toledo para que realizase un estudio, pero cuando llegó el proceso ya estaba muy avanzado y el veredicto casi resuelto. Fue el único de los tres inquisidores que denunció irregularidades en el proceso, en especial la manipulación de los testimonios, las confesiones extraídas mediante presiones extremas y la falta de evidencias. Rechazó el poder maléfico de la brujería e incluso la existencia misma de las brujas, ya que pensaba que estas prácticas eran obras del engaño y del fraude, un problema moral y social debido en gran parte a la ignorancia e ingenuidad de las gentes más simples, que a la intervención de Satanás.

Becerra y Valle llegaron a escribir a la Suprema Inquisición declarando que el propio Salazar "estaba endemoniado". Estos dos dominicos estaban interpretando de manera desproporcionada el Malleus Maleficarum.

Fue una controversia entre los tres en la cual, según el historiador Gustav Henningsen, las fuertes discusiones, en ocasiones a voz de grito, podían oírse desde la calle. 

Para Salazar, el juicio se convirtió en un espectáculo:
"... cincuenta y tres personas fueron sacadas al Auto en esta forma: veintiún hombres y mujeres que iban en forma y con insignias de penitentes, descubiertas las cabezas, sin cinturón y con una vela de cera en las manos, y los seis de ellos con sogas a la garganta, con los cual se significa que habían de ser azotados. Luego seguían unas veintiuna personas con sus sambenitos y grandes corozas con aspas de reconciliados, que también llevaban sus velas en las manos, y algunas sogas a la garganta. Luego iban cinco estatuas de personas difuntas con sambenitos relajados y otros cinco ataúdes con los huesos de las personas que se significaban por aquellas estatuas. Y las últimas iban seis personas con sambenito y corozas de relajados, y cada una de las dichas cincuenta y tres personas entre dos alguaciles de la Inquisición..."
Salazar recriminó a sus dos compañeros: "Reverendos Padres, si no les importa que se lo vuelva a decir, ¡estos ha sido una comedia bufa! ¡Bufa y sangrienta!"

Valle Alvarado respondió: "No sé en qué os basáis para soltar tales blasfemias. Parece que no recordáis las palabras del Pentateuco de que a la bruja no deberás dejar con vida."

Becerra continuó el debate con una frase del Levítico 19: "No acudan a la nigromancia, ni busquen a los espiritistas, porque se harán impuros por causa de ellos."

Valle Alvarado replicó mediante otra cita del Levítico 20, 27: "El hombre o la mujer que consulten espíritus o se entreguen a la adivinación, han de morir; serán apedreados, y su sangre caerá sobre ellos."

Salazar terminó: "Creía que nosotros los católicos nos movíamos más por el Nuevo Testamento que por el Antiguo, como hacen luteranos, puritanos y demás ralea de protestantes. ¡A ver si ahora van a ser sus paternidades más de Lutero que de la Vera Fe de Cristo Redentor!"

Alonso de Salazar y Frías, estudioso como era y buen teólogo, sabía de sobra las palabras que sobre el tema de las brujas había dicho Martín Lutero de manera bien clara, como quedaran constatadas en su proclama de 6 de mayo de 1526:
"Es una ley muy injusta que las brujas sean muertas, porque producen muchos daños, lo que ha sido ignorado hasta el presente; puede robar leche, mantequilla y todo de una casa... Pueden encantar a niños... También pueden generar misteriosas enfermedades en la rodilla, que el cuerpo se consuma... Daños los producen al cuerpo y alma, dan pociones y encantamientos, para generar odio, amor, tormentas y destrozos en las casas, en el campo, que nadie puede curar... Las magas deben ser ajusticiadas, porque son ladronas, rompedoras de matrimonios, bandidas, asesinas... Dañan de muchas formas. Así que deben ser ajusticiadas, no solo por los daños, sino también porque tratan con Satanás."
Llegó a dar como falsas la mayoría de las actuaciones atribuidas a los brujos en aquel caso concreto, quejándose de la burla de sus compañeros: "Mis colegas dicen que ciego del demonio defiendo yo a mis brujos."

Según pasaban los días y acabado cualquier tipo de debate, las advertencias a Salazar se convirtieron en amenazas por parte de sus colegas de oficio y ahora rivales, quien dijeron de él que "hablaba por boca del diablo".

AUTO DE FE DEL PROCESO DE LOGROÑO

El proceso de Logroño concluyó los días 7 y 8 de noviembre de 1610. De los 29 detenidos: 18 fueron perdonadas por haber confesado su brujería, otras 5 murieron en las mazmorras por enfermedad, pero 6 fueron públicamente quemadas en la plaza Mayor de la ciudad por mantenerse firmes en su negativa a confesar.

La Relación sumaria del Auto de Fe pretendía el castigo para endemoniados y brujos, responsables de actos como "torpezas nefandas, homicidios y otros daños atrocísimos hechos así en personas como en haziendas de cien mil personas".

Julio Caro Baroja escribió sobre el auto de fe el siguiente párrafo:
"Las 18 personas restantes, fueron todas reconciliadas (por haber sido toda su vida de la secta de los brujos), buenas confidentes y que con lágrimas habían pedido misericordia, y que querían volverse a la fe de los cristianos. Leyéronse en su sentencia cosas tan horribles y espantosas cuales nunca se han visto: y fue tanto lo que hubo que relatar, que ocupó todo el día desde que amaneció hasta que llegó la noche, que los señores inquisidores fueron mandando cercenar muchas de las relaciones, porque se pudiesen acabar en aquel día. Con todas las dichas personas se usó de mucha misericordia, llevando consideración mucho más al arrepentimiento de sus culpas, que a la gravedad de sus delitos: y al tiempo en que comenzaron a confesar, agravándoles el castigo a los que confesaron más tarde, según la rebeldía que cada cual había tenido en sus confesiones"
Había terminado aquel proceso, pero Salazar emprendió otro realmente justo, el de descubrir la verdad y desenmascarar toda aquella farsa. Este inquisidorque era un sacerdote más jurista que teólogo, pasó a hacer de abogado de brujas no ya dentro de un tribunal, sino mediante un trabajo de campo en la búsqueda de pruebas, indicios y testimonios. Contaba con el apoyo de Venegas de Figueroa, obispo de Pamplona, que consideró como lógicos sus argumentos así como de otros clérigos a cerca de las dudas razonables. Además, el Consejo Supremo envió a Salazar un Edicto de Gracia para amnistiar los casos de brujería.

Desde el 22 de mayo de 1611, Salazar y sus ayudantes comenzaron una intensa investigación que duró cerca de ocho meses, por los pueblos de la cuenca del río Ezcurra, los del valle del Baztán, las Cinco Villas y otros situados en el norte de Navarra. Su método deductivo empírico estaba basado en el análisis de las causas y mecanismos de las psicosis, frente al método inductivo de Valle Alvarado y Becerra. Esa fue una de sus grandes aportaciones.

Interrogó a más de 1.800 personas que se contradecían unos a otros, supuestamente a brujos y brujas confesas y arrepentidas, y de los cuales 1.384 eran niños, de entre nueve y catorce. Toda su análisis quedó plasmada en un grueso volumen de más de 5.000 folios. Además, investigó las informaciones sobre los vuelos nocturnos, aquelarres, relaciones sexuales con el diablo, etc. Demostró la falsedad de muchas de las declaraciones de los propios imputados y falsos prodigios atribuidos a la hechicería como los brebajes inocuos o los vuelos inventados. Comprobó que varias jóvenes que dijeron haber mantenido relaciones sexuales en los aquelarres con el diablo y otros brujos resultaron ser vírgenes tras el análisis de los médicos. Descubrió que magias, pociones o conjuros no tenían más poder que el juguete de madera de cualquier niño, que se trataban de muñecas de trapo y no brujas voladoras.

Sobre la cueva de Zugarramurdi, situada a menos de medio kilómetro de distancia del caso urbano del mismo nombre, resultó que los ritos paganos celebrados en algunas de sus salas desde la antigüedad y presentados como prueba evidente de que allí organizaban los aquelarres no tenía ningún argumento de peso.

MUSEO DE LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI

Finalmente, comprobó que todo el proceso había sido un enorme error, y que aquella gente era inocente de cuestiones que ni siquiera entendían.

Según su criterio, los casos observados llegaban a dar como falsas la mayoría de las actuaciones atribuidas a los brujos al no existir pruebas suficientes, claras y concretas que revelen la realidad de los hechos y que, por tanto, las denuncias como las acusaciones en su gran mayoría eran producto de la imaginación:
"Cómo poder documentar que una persona, en cualquier momento, pueda volar por el aire, andar cien leguas en una hora, salir una mujer por donde no cabe una mosca, hacerse invisible a los presentes, o sumergirse y no mojarse en el río ni en el mar, estar a un tiempo en la cama y en el aquelarre, luchar las imágenes como personas sensibles, las apariciones continuas que han tenido de Nuestra Señora y que cada bruja vuelva en la figura que se le antoja y alguna vez en cuervo o en mosca con lo demás referido, es superior a cualquier discurso. Estas cosas son tan contrarias a toda razón que, incluso, muchas de ellas sobrepasan los límites puestos al poder del demonio"
Así lo escribió en el exhaustivo y amplio informe que remitió al Consejo Supremo de la Santa Inquisición:
"Mis colegas pierdes el tiempo cuando aseguran que los aspectos más complicados y difíciles de este asunto solamente pueden ser comprendidos por aquellos iniciados en los misterios de la secta, puesto que las circunstancias, pese a todo, requieren que el caso sea juzgado en este mundo por jueces que no son brujos. Nada consiguen arreglar con decir que el demonio es capaz de esto o aquello, mientras machaconamente repiten la teoría de su naturaleza angélica y hacen referencia a los sabios doctores de la Iglesia. Todo ello resulta aniquilante, ya que nadie ha puesto en duda esas cosas. El problema es: ¿hemos de creer que en tan o cual ocasión determinada hubo brujería, solamente porque los brujos así lo dicen? No, naturalmente, no debemos creer a los brujos, y los inquisidores creo que no deberán juzgar a nadie a menos que los crímenes puedan ser documentados con pruebas concretas y objetivas, lo suficientemente evidentes como para convencer a los que las oyen."

hechicera aquelarre brujos condenados hoguera inquisición
AQUELARRE, CONDENADOS Y HECHICERA

No fue el único que llegó a estas conclusiones. Un prestigioso teólogo, filósofos, y cronista del rey Felipe III, el humanista Pedro de Valencia, negó las acusaciones del auto inquisitorial de Logroño, aceptando como una posibilidad que fuesen reuniones con carácter sexual. Cayó en la cuenta de que estas creencias eran una farsa con el sólo objeto de dar rienda suelta a las más bajas pasiones. Una de sus obras más célebres fue Discurso sobre brujas y cosas tocantes a magia, publicada en 1610, dirigida al arzobispo de Toledo e inquisidor general Bernardo de Sandoval, en la cual expresó su asco y repulsión por el juicio de Logroño:
"Por la honra del nombre de Dios y que no se oiga entre sus fieles que torpezas tan abominables hayan pasado por pensamiento a nadie; cuanto más por obra; lo segundo: por la honra de estos reinos tan puros de herejía y de las menores máculas en la fe, mayormente en aquellas provincias; lo tercero: por el escándalo y mal ejemplo que mujercillas ruines, oyendo que hay otras que comentan maldades, juzgaran por niñería el cometer fornicaciones y adulterios y otro cualquier pecado que no sea el de hacerse brujas y aún según demasía y desorden de los apetitos humanos ni entienden que hay modo para volar, transformarse y hacerse invisible y enseñorearse de las vidas y haciendas de sus enemigos, habrá muchos que a todo riesgo lo quieran y procuren conseguir."
El obispo de Pamplona comprobó que aquella gente ni sabía que era un aquelarre. Un jesuita vasco, Solarte, efectuó un estudio en las Cinco Villas fronterizas y despejó todas las dudas: todo había sido un montaje.

Algunas décadas antes, el matemático y teólogo licenciado por Salamanca y La Sorbona, el sacerdote Pedro Sánchez Ciruelo, ya lo advertía en su Reprobación de las supersticiones y hechicerías, publicado en 1529. Exigía que fuese el método deductivo empírico el que emplear en las procesos judiciales como el de Logroño.

Cuando Salazar llegó a Logroño en 1612, se encontró con que aquellas cazas de brujas que él calificaba de histeria colectiva fueron sucediéndose y las denuncias hechas en el tribunal ascendían a unas 5.000. Presentó los resultados de sus investigaciones  con el fin de derogar la pena de muerte en los casos de brujería e insistió en que "no hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y escribir de ello".

En palabras del investigador Gustav Henningsen, lo que Salazar ofreció fue "la anatomía de una persecución en masa". Un fenómeno que se nutrió del miedo y la superstición de los habitantes de esas tierras, donde la creencia en la brujería estaba ya muy arraigada, de forma importante en la mente de los niños, que en este proceso se contaban por cientos entre los denunciantes.

AQUELARRES, POR FRANCISCO DE GOYA

Afortunadamente, el Consejo General de la Inquisición estudió de manera minuciosa su informe, en el que se solicitaba formalmente el perdón para estas personas a falta de pruebas fidedignas. El inquisidor Salazar estaba consiguiendo que prendiera el escepticismo respecto a la realidad de la brujería.

Dos años después, tras duras discusiones y desacuerdos entre los miembros del Tribunal de Logroño, decidieron indultar a los acusados. Es más, el 31 de agosto de 1614, el Consejo Supremo de la Santa Inquisición dictó una serie de instrucciones acerca de los asuntos de brujería y que reunían casi todas las ideas de Salazar. En la práctica significó que los testimonios por brujería serían calificados de ilusión, destacando la conclusión de que las confesiones más graves fueron fruto del engaño y de la tortura. Como consecuencia de dicha instrucción, nunca más hubo en España un proceso sobre supuesta brujería, adelantándose así en más de un siglo al resto de Europa. Algo que influyó de manera muy directa sobre el resto de países de Occidente. Además, esta resolución deslegitimó al martillo de brujas Malleus Maleficarum, que fue cayendo en desuso hasta su completo olvido. 

Desde el desastroso proceso de Logroño, la jurisdicción eclesiástica comenzó a obrar con enorme cautela en lo concerniente al crimen de brujería aprobando acciones muy suaves: el envío de predicadores instruidos al objeto de volver a evangelizar a la población o el edificar ermitas y capillas en los lugares habituales de los aquelarres; el uso del llamado Edicto del Silencio, que obligaba a que se instruyera de tal o cual manera; y a los condenados en su gran mayoría no pasaron de impartirles castigos físicos menores o penas pecuniarias.

Sin embargo, siguió habiendo procesos de brujería con condenas de muerte, pero en estos casos siempre el tribunal "probó" que los inculpados habían cometido crímenes con resultado de muerte.

AUTO DE FE EN LA PLAZA MAYOR DE MADRID, POR FRANCISCO RIZI

Julio Caro Baroja y Gustav Henningsen atribuyeron en sus obras las concordancias de los testimonios oídos y no comprobados a la fijación de algún relato popular, tomando a medias de las creencias locales sobre brujería o similar, que junto a las noticias que llegaban sobre la persecución de Pierre de Lancre en Francia, consiguieron generar confusión.

Menéndez Pelayo escribió en su Historia de los heterodoxos españoles que:
"en adelante se formaron pocas (causas) y de ninguna importancia; no se redactó una instrucción especial, como quería Pedro de Valencia, y la secta fue extinguiéndose en la oscuridad. A fines del siglo XVII no era más que un temeroso recuerdo."
Realmente, hubo un punto de inflexión en este proceso de Logroño. Tanto, que muchas causas iniciadas por la justicia civil fueron paralizadas por la propia Inquisición. Como la sucedida en 1616 en el Señorío de Vizcaya, donde el propio Salazar evitó que se quemase a alguna bruja.

Gracias al decidido trabajo de Alonso de Salazar y Frías, la Inquisición española cambió su modelo de actuación respecto a la caza de brujas. Al rechazar la pena de muerte como castigo para este tipo de delitos se había adelantado en un siglo al resto de Europa.

Con este precedente, la Iglesia llegó a prohibir la caza de brujas a la que el papa Inocencio VIII empezó mediante la bula Summis desiderantes afectibus de 1484, las supersticiones beatas sin fundamento, y las obras absurdas como el Malleus Maleficarum. En 1657, la Iglesia prohibió explicitamente las persecuciones mediante la bula Pro Formandis, 43 años tras la asunción total de las recomendaciones por parte del Consejo de la Suprema Inquisición de España.

Algunos años antes, Alonso de Salazar y Frías había fallecido, en 1636. Pero, como buen humanista de su época, se había cumplido su cometido que era conseguir una humanidad más libre de prejuicios y supercherías y un mundo algo más justo.

SANTO DOMINGO PRESIDIENDO UN AUTO DE FE, POR PEDRO BERRUGUETE

TRABAJO SOCIAL DE CONCEPCIÓN ARENAL


Periodista, abogada y escritora, Concepción Arenal está considerada como la promotora del Feminismo y al mismo tiempo la primera gran precursora del trabajo social en España. Impulsora de reformas sociales y culturales, fue una de las personalidades más influyentes del siglo XIX español. Sus aportaciones teóricas intentaban superar la dicotomía entre pensamiento y acción desde la influencia de la Ilustración, el Humanismo liberal, el Cristianismo reformista, la defensa de la mujer y la visión caritativa de la pobreza.

TRABAJO SOCIAL DE CONCEPCIÓN ARENAL

Concepción Arenal nació en 1820, en El Ferrol, durante el reinado de Fernando VII y pocos años después de la Guerra de la Independencia española. En aquella época, España volvía a abrazar el Antiguo Régimen, sin embargo las ideas liberales comenzaban a extenderse entre la sociedad, especialmente entre la burguesía y en las élites culturales. Por entonces, el Liberalismo no estaba únicamente vinculado a cuestiones económicas, sino también a aspectos políticos y sociales.

Su trayectoria vital y profesional se fue desarrollando en el proceso de implantación del Estado liberal, con las consecuentes tensiones ideológicas y políticas. De ahí su excepcionalidad debido a su condición de mujer y su empeño en incidir en unos ámbitos reservados a los varones como son las cuestiones sociales, el sistema penitenciario, el derecho penal y el derecho internacional.

Su madre era María Concepción de Ponte y Tenreiro, perteneciente a la pequeña nobleza gallega. Su padre era Ángel del Arenal y de la Cuesta, un militar de profundas ideas liberales, que había sufrido duramente la represión del rey Fernando y su Régimen absolutista. Murió en la cárcel, cuando Concepción tenía solo 8 años de edad.

Junto a su madre y dos hermanas, Concepción fue a vivir en Armaño (Cantabria), donde residía su abuela paterna. Pero fue a los 14 años cuando se trasladaron a Madrid, ayudados por su tío Antonio Tenreiro, segundo conde de Vigo. Este le ayudó en su formación religiosa, pero además facilitó la lectura de libros y la asistencia a reuniones de tipo cultural. Pudo disfrutar de su biblioteca familiar con lecturas de tipo religiosas en su mayoría (San Agustín, Santo Tomás, Santa Teresa, San Pablo, Bossuet, etc.). No se conformó con las enseñanzas superficiales que se impartían en el colegio privado de la calle Tepa, al que acudía junto a su hermana Tonina, y sus aspiraciones a unos conocimientos más serios le generaron discusiones con su progenitora.

CALLE Y SELLO DE CONCEPCIÓN ARENAL

En 1841, tras recibir la herencia del mayorazgo paterno, que le garantizaba una renta, pudo orientar su vida a la consecución de un objetivo: el estudio de leyes en la universidad. En su época las mujeres tenían denegado el acceso a cursar estudios universitarios, siendo pionero su propósito.

Para poder asistir a las clases de la Faculta de Derecho de la Universidad Central de Madrid (Universidad Complutense), entre los cursos 1842-43 y 1844-45, tuvo que disfrazarse con atuendo masculino. No pudo matricularse, examinarse y obtener titulación alguna.

Durante su etapa como estudiante "clandestina" conoció a su futuro marido, Fernando García Carrasco, también abogado, periodista y escritor de profundas ideas liberales. A pesar de tener trece años mayor que ella, ambos se casaron en Madrid en abril de 1848. Su marido generó un gran aporte en el desarrollo de su pensamiento; si hasta entonces, había recibido la influencia del liberalismo moderado a través de su familia paterna, su marido la introdujo en los círculos del liberalismo progresista. Frecuentaban las tertulias de esta disciplina ideológica y política, como las del Café Iris.

Ambos colaboraron juntos en la elaboración del periódico madrileño de tendencias liberales llamado La Iberia, fundada por Pedro Calvo Asensio en 1854. Se llamaba así porque ya entonces una idea brotaba por los entornos culturales: la unificación de España y Portugal. El objetivo de esta publicación era el de convertirse en la referencia del mundo intelectual español, pero también en un punto de unión para los liberales españoles. Apoyaba la Revolución de 1854 y elogiaba la figura de Baldomero Espartero.

En estas páginas, Concepción dio sus primeros pasos profesionales desde 1855, tanto con artículos divulgativos propios como colaborando en la elaboración de los editoriales del periódico junto a su marido.

Realizaba sus primeros escarceos literarios en el ámbito de la poesía, el teatro y la prosa. Solo una obra conoció el éxito, Fábulas (1851), que fueron utilizadas durante varios años como libro de lectura en las escuelas primarias. Pero en todas había dejado constancia de su personalidad inquieta, en plena lucha entre la amplitud de sus aspiraciones personales y las limitaciones de condición femenina. Siempre trató de ser fiel a unos principios: la razón, la verdad y la libertad.

LA MUJER DEL PORVENIR

En 1857, moría su esposo de tuberculosis, con el que tuvo a dos hijos, Ramón y Fernando. La nueva Ley de Imprenta, aprobada en mayo de 1857, obligaba a incluir la firma del redactor en los artículos sobre política, filosofía y religión. Los editores jefe de La Iberia consideraron inapropiado la firma de una mujer, por lo que en junio Concepción causó baja.

Tras este doble trágico suceso, Arenal decidió retirarse a vivir en Potes (Asturias) para escribir algunas obras que fueron presentadas a premios literarios. Su obra La fórmula más bella del progreso es la de la perfección moral, que ganó el concurso literario de la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País.

En esta época de madurez personal e intelectual, Arenal supo conjugar sus ideales sociales con sus creencias cristianas y, sobre la necesidad de establecer una solidaridad social.

En Dios y libertad, escrita en 1858 aunque publicada años después de su muerte, trató de establecer el diálogo entre dos culturas enfrentadas, la católica y la liberal, y preconizaba el estudio necesario para la constitución de una ciencia social que contribuyera con sus reformas al progreso moral, material y espiritual de la sociedad.

Gracias a la amistad con el músico asturiano José Monasterio, Concepción pudo conocer la obra asistencial de las Conferencias de San Vicente Paúl. Era una asociación de laicos católicos fundada por Federico Ozanam en París, en 1833, e introducida en España, en 1848, por el también músico Santiago Masarnau. Había encontrado en la asistencia social un terreno idóneo donde desarrollar sus ideas e intenciones reformadoras, por eso al año siguiente fundó la rama femenina de las Conferencias de San Vicente Paúl. La filosofía de actuación de este colectivo partía de la diferencia de concepto que para ella significaban los términos caridad, beneficencia y filantropía.

En su opinión, había que acercarse a los necesitados más allá de ofrecer recursos propios. Y es que el objetivo de esas conferencias era organizar grupos de tres personas con voluntad de adoptar a pobres y enfermos a los que visitar y cuidar en sus propias casas, conocer cuáles eran sus necesidades y cómo se podían cubrir. No sólo se trataba de dar limosna, sino también de aliviar sufrimientos y colaborar en la recuperación social de las personas a las que se ayudaba. Su filosofía tuvo éxito, ya que un año después se habían formado 70 grupos en toda España que habían realizado casi medio millón de visitas a los necesitados. El progreso, que ya había llegado a España en aquellas fechas, tenía esa doble cara, puesto que también creaba un grupo social de necesitados y pobres.

Monumento escultórico Concepción Arenal Oeste de Madrid
MONUMENTO A CONCEPCIÓN ARENAL

Fruto de su experiencia y pensamiento fue la redacción en 1860 del texto de La beneficencia, la filantropía y la caridad, basada en los "principios que convendría seguir para enlazar la caridad privada con la beneficencia pública". Fue presentada al premio literario de la Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas, aunque firmada con el nombre de su hijo menor de edad Fernando. Al obtener el premio, desveló su verdadera autoría, presentándose desde entonces a la vida pública como una mujer de gran valía.

En esta obra diferenciaba los tres conceptos: "Beneficencia es la compasión oficial que ampara al desvalido por un sentimiento de orden y justicia; filantropía es la compasión, filosófica, que auxilia al desdichado por amor a la humanidad, y la conciencia de su dignidad y derecho". O más concretamente: "La beneficencia manda al enfermo a una camilla, la filantropía se acerca a él, y la caridad le da la mano".

Sus reflexiones constituyen una muestra de su liberalismo reformista-organicista, que buscaba resolver la cuestión social mediante una reforma moral y la movilización de la sociedad civil. Pretendía un Estado armónico, basado en el ciudadano consciente de sus derechos y deberes y que no tuviera por qué asumir funciones que la sociedad civil pudiese desempeñar por sí sola, aunque sí le correspondía velar por el contrato social y favorecer la justicia mediante leyes. Además, ponía énfasis en la necesidad de una sociedad civil activa y sensibilizada hacia el desfavorecido, que pudiera movilizarse a través de asociaciones orientadas a remediar las diversas necesidades. Su pensamiento ideal de la beneficencia combinaba razón, sentimiento e instinto: la razón representada por el Estado, el sentimiento por las asociaciones filantrópicas y el instinto por la caridad individual.

Para orientar la actuación de los miembros de las Conferencias de San Vicente de Paúl y otras asociaciones caritativas ocupadas de los marginados escribió, en 1863, Manual del Visitador del Pobre, editado por iniciativa de Santiago Masarnau, presidente de las Conferencias. Era un tratado de atención domiciliaria a los pobres y desamparados en la sociedad liberal.

LA BENEFICIANCIA, LA FILANTROPÍA Y LA CARIDAD

Sus ideas a propósito de los desheredados de la sociedad, que incluía a enfermos, pobres y presidiarios, se fundamentaban en la necesidad de que la sociedad articulara mecanismos de solidaridad social, un concepto que por entonces apenas se concebía pero que supo desarrollar. Pese a sus fuertes convicciones liberales, no dudó en reclamar al Estado la participación de esta labor. Y también la de la Iglesia, puesto que consideraba que debería imponerse la obligación de ejercitar la caridad a todas las asociaciones religiosas que quisieran actuar como tales.

Evidentemente, su posición no fue entendida por los liberales más extremistas, quienes tampoco aceptaron que su posición a favor de la mujer en las jerarquías eclesiásticas, pero también en las sociales. Como puesta en práctica de su pensamiento fue la fundación en 1869 del Ateneo Artístico y Literario de Señoras con la ayuda del teólogo y filósofo Fernando de Castro, uno de los grandes defensores, junto a ella, de la mujer como parte fundamental en el desarrollo de la sociedad.

Consideraba que la sociedad disponía de las herramientas necesarias para equilibrar las diferencias sociales. Incluso en algunos de sus trabajos advirtió del peligro de la formación de guetos de enfermos y pobres, una realidad que por entonces empezaba a percibir como posible foco de delincuencia, pero teniendo bien claro, que la "la pobreza no es un crimen y que el pobre no está fuera de la ley". Al contrario, la sociedad debía de preocuparse de que no se pudiera llegar a situaciones de exclusión social. Al mismo tiempo, tanto sus ensayos como en sus artículos mostraba un convencimiento científico en diversas ramas que no sólo asimiló como parte de su intelecto: tenía perfectamente clara la necesidad de que la ciencia se pusiera en auxilio de quienes requerían de sus avances. No encontraba en la ciencia impedimento alguno para desarrollar sus profundos sentimientos religiosos.

Durante esta etapa de su vida, Concepción desarrolló gran parte de su ideario social, y en cierto modo también político, que fue poniendo en práctica en sus diferentes labores. Se había instalado en La Coruña, donde tomaba parte de las tertulias de la condesa de Espoz y Mina y en su asociación filantrópica. Fue entonces cuando fue nombrada visitadora de prisiones de mujeres por el ministro de gobernación Florentino Rodríguez Vaamonde en abril de 1864.

Posiblemente, el hecho de que su padre muriese en la cárcel condicionase su voluntad, pero también la dura experiencia en la cárcel de La Coruña, fuese el motivo para impulsar una reforma del sistema penitenciario nacional y de su Código Penal, así como la elaboración de un plan de reinserción para presos. Ideas que quedaron expuestas en 1865 en su obra Cartas a los delincuentes. Propiciaron su destitución del cargo que ocupaba porque, según Concepción, "yo era una rueda que no encajaba con ninguna otra del engranaje penitenciario y debía suprimirse".

Aquellas cartas tenían un objeto pedagógico como enseñar el código penal a los delincuentes y fundamentar sus preceptos en la naturaleza de las cosas para moverles a su cumplimiento. En ellas ponía énfasis en la necesidad de educar al presidiario, pues para ella la mayoría de los delitos se cometían por ignorancia de la ley, mostrándose convencida de la dignidad de los presos, una idea básica de la reforma que planteaba. Para Concepción el delincuente no siempre era el problema, sino una víctima más cuya única culpa eran sus circunstancias desfavorables en las que vivía. Por eso una de sus frases fue: "Condena el delito, pero no al delincuente". Y es que, a pesar de ser religiosa, no creyó en la justicia divina, sino en la injusticia humana como motor de lucha para combatir los problemas.

LA BENEFICIANCIA, LA FILANTROPÍA Y LA CARIDAD

A propósito de la dignidad humana del preso, escribió en una de sus cartas:
"Yo no soy de los que creen que un hombre condenado a presidio no es un hombre ya, que no merece en nada la consideración que debemos a nuestros semejantes, ni puede ser tratado como un ser racional. Yo no soy de los que creen que en una prisión no se comprende ninguna idea de justicia, ni halla eco ningún sentimiento honrado, ni gratitud a ningún beneficio. Yo os considero como hombres, como criaturas susceptibles de pensar y de sentir, como hermanos míos, hijos de Dios formados a su imagen y semejanza, y en quienes la huella de la culpa no ha podido borrar a su noble origen."
Otra idea fundamental para la reinserción del delincuente era la introducción de un sistema de visitas al preso por parte de sus familiares. Estaba convencida de que el régimen de visitas, además de ser una cuestión humanitaria, era imprescindible para el proceso de rehabilitación del presidario en la sociedad.

El nuevo gobierno de la Revolución de 1868, la "Gloriosa", volvió a requerir sus servicios nombrándola inspectora de la Casas de corrección de mujeres, cargo que ocupó hasta 1873. Desde entonces trabajó sin descanso en pro de reformas penales y penitenciarias inspirándose en su humanismo cristiano y la corriente del correccionalismo que se estaba fomentando en Europa. Para ello contó con destacadas personalidades como el catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Salamanca, Pedro Dorado, el médico y escritor criminólogo Rafael Salillas y el político liberal Salustiano Olózaga, y otros como Fermín Caballero y Ramón de la Sagra.

LA VISITADORA DE CÁRCELES

Durante este tiempo, Concepción escribió sus experiencias y pensamientos tanto en libros como El visitador del presoEstudios penitenciariosLa llamada cárcel modelo, como en numerosos artículos de periódicos, especialmente en el semanario La voz de la caridad, que fundó junto a la condesa de Espoz y Mina, en 1870. En esos textos denunció las pésimas condiciones de los establecimientos penales, la larga permanencia de los reclusos en prisión preventiva, la incompetencia de muchos funcionarios penitenciarios, la explotación del trabajo de los internos, las injustas leyes penales, e incluso la ineptitud de muchos jueces, así como el rechazo social que experimentaban los presos una vez volvían a la libertad. Proponía una nueva organización de las prisiones, bien dotadas en recursos y con un personal preparado para que respetasen la dignidad de los reclusos, y para su educación en favor de su reinserción social.


En La voz de la Caridad publicó Cartas a un obrero, un serial con una enorme relevancia, consiguiendo predilección en la derecha liberal en una época donde el Marxismo comenzaba a tener un gran impacto en una Europa que asistía a la eclosión del Comunismo. Aquellas cartas ofrecían un aire renovador:
"No debes recurrir a la violencia. Está más interesado en el orden el pobre que el rico… La miseria es efecto de múltiples y complejas causas, y se combaten elevando el nivel moral e intelectual de la sociedad. Hay que reformar las cosas sin que se tenga que reformar a las personas."
Pero en esta publicación también expresaba sus ideas sobre el sistema penalista, proponiendo que solo una orientación educativa y no represiva lograría reformar al delincuente en lugar de castigarle. Estas ideas ejercieron influencia incluso en el sistema penitenciario inglés.

Durante el Sexenio Democrático (1868-1874), Concepción empezó a defender algunas ideas del Krausismo, corriente filosófica a favor de la tolerancia académica y la libertad de cátedra en la universidad. Estableció relaciones intelectuales y profesionales con krausistas como el rector de la Universidad de Madrid, Fernando de Castro, y los políticos Giner de los Ríos o Gumersindo de Azcárate. Existían muchos aspectos comunes entre los planteamientos de Concepción y la filosofía krausista, basados en la tolerancia y progreso de la sociedad. Hechos de colaboración mutua fueron el apoyo al programa de educación a las mujeres impulsado desde el Ateneo Artístico y Literario de Señoras de Madrid por el rector Castro en 1868, o la participación de Giner, Azcárate y Arena en la Junta para la Reforma penitenciaria de 1873. Además, Azcárate trabajó en el La Voz de la Caridad, llegando a dirigir el semanario en 1877, mientras que Arenal contribuía en la redacción del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza.

INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA

En 1875 vivía en Gijón, pero manteniéndose cerca de su Galicia natal. Su hijo Fernando García Arenal era el ingeniero responsable de las obras del puerto de esta ciudad asturiana. Su otro hijo, Ramón, era militar que estuvo destinado en las colonias y murió en 1884. En su madurez personal y profesional, Arenal llevaba estilos de vida austeros, mantenía costumbres católicas y vestía oscuros ropajes de viuda con los que mostraba su inmaculada moral, ganándose el respeto en ámbitos políticos y culturales de administración masculina.

Para Arenal, la educación de las mujeres siempre fue una preocupación por la que luchó desde joven, revelándose contra la discriminación que sufría este género para cursar estudios universitarios. Pero fueron sus actividades caritativas y sus trabajos en las prisiones las que la llevaron a profundizar sobre las situaciones de las mujeres pobres, enfermas, prostitutas o delincuentes. La causa principal de tales miserias fue la falta de educación y formación. Esta escasa o nula instrucción de la mujer española, motivo principal de su baja situación en todos los ámbitos de la vida social, fue denunciada por Arenal durante el ciclo de Conferencias dominicales para la mujer, en el Paraninfo de la Universidad de Madrid, en el curso 1869-70, organizado por su gran amigo y colaborador el recto Fernando de Castro.

El contenido de aquella crítica constructiva, elaborado durante años de reflexión, fueron publicadas en La mujer del porvenir en 1869. Se trataba de un manifiesto que definitivamente abría el debate sobre la emancipación femenina, que consideraba esencial para poder reformar a la sociedad en su conjunto. Intentaba contrarrestar las teorías frenológicas de F. J. Gall sobre la menor capacidad intelectual femenina debida al menor tamaño de su cerebro. Combatía estos errores y prejuicios, tan en alza en aquella época, basándose en las cuestiones culturales y no orgánicas y físicas, causantes de la discriminación femenina. Puso por caso contradictorio que una mujer pueda ser reina y jefa de Estado, pero se impedía a todas las demás acceder a profesiones. Y por caso discriminatorio que el Derecho Civil tratase de forma distinta a hombres y mujeres, pero el Derecho Penal se aplicase por igual.

Para Arenal, la mejor manera de superar estas adversidades pasaba por el reconocimiento de todos los derechos de la mujer, su acceso a la educación y a las profesiones y oficios. Pero, paradójicamente, no aconsejaba aún la introducción de la mujer en el ejército y la justicia, incluso en la política debido a su "natural dulzura", aunque si en la Iglesia. Por lo tanto, Arenal no reivindicaba una total integración de la mujer en la vida social y profesional, no reclamaba una igualdad plena de derechos entre ambos géneros, sino la complementariedad de papeles del hombre y mujer en la familia, la cual consideraba como la unidad básica de la sociedad.

Algunas de estas ideas fueron explicadas en La mujer de su casa (1874), Estado actual de la mujer en España (1884) y La educación de la mujer (1892). Esta última obra fue presentada por Emilia Pardo Bazán en el II Congreso Pedagógico Hispanoamericano en Madrid, sustituyendo a Arenal por su delicado estado de salud.


Durante esta etapa de su vida en Vigo, siguió poniendo en práctica sus ideales, manteniendo el contacto con círculos reformistas y krausistas, ayudando en los hospitales de campaña organizados por la recién fundad Cruz Roja durante la III Guerra Carlista, y escribiendo artículos para revistas, especialmente en La Voz de la Caridad. También daba continuidad a su carrera como escritora, publicando obras dedicadas a resolver problemas sociales como Cartas a un obrero y Cartas a un señor, reunidas bajo el título La cuestión social (1880), La instrucción del pueblo (1878), y a asuntos jurídicos y penitenciarios. En este ámbito, escribió Ensayo sobre el derecho de gentes (1879) y sus comunicaciones a los Congresos internacionales de Estocolmo (1878), Roma (1885), San Petersburgo (1890) y Amberes (1892). Con Juicio crítico de las obras de Feijoo obtuvo otro premio literario.

Según explicó el historiador José María Lacalzada:
"Concepción Arenal fue el último liberal ilustrado y el primer regeneracionista. Dentro de las tendencias españolas quedó situada en un cruce de perspectivas, pues instigó a la reforma intelectual de la burguesía y del obrero en unos términos que no correspondían ni a la moralidad del sistema dominante, ni a las expectativas que abría la Internacional obrera. Las formulaciones que dio a la moral, a la religiosidad y al derecho proyectaron su obra más allá de su propio contexto histórico, no solo en el espacio, sino en el tiempo."
El 4 de febrero de 1893, Concepción Arenal fallecía en Vigo, cuya noticia tuvo enorme repercusión en la prensa, especialmente en medios de tendencia liberal y republicana. El Ateneo de Madrid organizó un homenaje a su personalidad científica y humana, con intervenciones de Azcárate, Salillas y Sánchez Moguel. Su obra y pensamiento fue reivindicada por la Iglesia integrista, que destacaba su concepto de caridad basado en su religiosidad frente a la ideología liberal. Tanto, católicos como liberales, se aprovecharían de la figura de Arenal durante el siglo XX, a los que habría que añadir a las feministas. Pero, ya en 1993, durante el I Centenario de su muerte, fue estudiada sin apropiaciones interesadas y analizado en profundidad su pensamiento liberal y reformista. Su epitafio tiene grabado el lema póstumo: "A la virtud a una vida y a la ciencia".

Monumento escultura Concepción Arenal
ESCULTURAS DE CONCEPCIÓN ARENAL