Durante el siglo XVIII, Cádiz se convirtió en la capital del comercio americano, punto de partida de las expediciones científicas, y foro de almirantes, ilustrados y eruditos. Cuando Madrid era todavía la Corte del mayor Imperio geográfico del mundo, Cádiz era su centro neurálgico de negocios y comunicaciones y foco de las luces de la Ilustración. En este escenario liberal, progresista y burgués se reunieron las Cortes para aprobar la segunda constitución de Europa: la Constitución de las Cortes de Cádiz de 1812.
Fundada por fenicios, Gadir fue llamada la blanca Afrodita de Sidón y Tiro por su importancia comercial en el intercambio de metales extraídos del río Tinto y de la sierra Bética antes de su romanización.
Siempre fue un objetivo a capturar por la armada y el corso ingleses, y objeto de los ingenieros militares de los Austrias que la reconstruyeron en el siglo XVII. Fue testigo de la batalla de Trafalgar: sesenta navíos cañoneándose, chocando y virando, algunos de los cuales no regresaron al puerto de esta ciudad: Trinidad, Argonauta, Neptuno, San Agustín, etc. Y es que durante el Siglo de las Luces, Cádiz fue una urbe mercantil mirador de las grandes batallas navales por el monopolio del comercio americano.
En 1717, en perjuicio de Sevilla, Felipe V trasladó a la ciudad gaditana la sede de la Casa de Contratación y el Consulado de las Indias hasta finales de siglo, convirtiéndose en el puerto comercial de la Carrera de Indias, el más importante de España y uno de los más importantes de Europa. Este gran emporio comercial también se convirtió en un puente de las reformas borbónicas que se proyectaron en las provincias ultramarinas del Imperio español, recuperando la importante actividad mercantil que un día experimentó en la época púnica de Aníbal o de la romana de los cesares.
El
historiador gaditano Augusto
Conte Lacave escribió en su obra Cádiz en el siglo XVIII, que:
"... Cádiz es un pueblo sin igual entre todos los que he visto hasta ahora. Tiene todas las malas y buenas cualidades de una ciudad grande y de un puerto de mar: riquezas, magnificencia, lujo y corrupción de costumbre, que es compañera del lujo y de la opulencia. El hombre es el mismo en todos los estados y en todos los países, pero quien desee conocer el corazón humano y los efectos prodigiosos del comercio y de la industria debe venir a Cádiz a instruirse y admirarse."
Cádiz parece haber surgido del agua, construida sobre un largo y angosto brazo de tierra cuya proa avanza hacia el Atlántico, unida a la costa por un estrecho istmo de arena de ocho kilómetros, la ciudad apenas disponía de un centenar de hectáreas para trazar sus calles y urbanizar las viviendas que demandaba su crecimiento demográfico. La solución fue trazar calles en paralelo y cruzarlas con otras en ángulo recto, estrechas en relación a su altura, y levantar edificios en vertical que eviten la penetración del abrasante sol, excepto en la hora del mediodía.
A los treinta mil habitantes que tenía en el momento de la Guerra de Sucesión, se convirtieron a finales de siglo en setenta mil, sin incluir los hombres de negocios de la Cádiz flotante que estaban de paso. La sociedad gaditana del momento respiraba un espíritu pre-liberal y mercantil, actuaba libre de servilismos al poderoso terrateniente, y se sentía detentadora de la soberanía nacional, cambiando el título de "súbdito" por el de "ciudadano". Este pensamiento pre-revolucionario dejaría su impronta en los artículos segundo y tercero de la Constitución de 1812.
Pronto destacó una próspera burguesía emprendedora y dinámica, que superó a la tradicional aristocracia, capitalizando el poder. Se trataba una élite social compuesta por activos comerciantes y hábiles hombres de negocios que tenían su campo de acción primero a nivel municipal para luego lanzar sus proyectos a la política nacional, y cuyas luces de la Ilustración enfocaron a todo el Imperio español.
Aquella pujanza comercial derivada de los negocios surgidos entre Europa y América permitió la construcción de edificios como la Real Fábrica de Tabacos, la Aduana, el Pabellón de Ingenieros, el Ayuntamiento, la parroquia de San Lorenzo, el Hospital de Mujeres, el Hospicio de caridad, la Cárcel Real, etc.
A los treinta mil habitantes que tenía en el momento de la Guerra de Sucesión, se convirtieron a finales de siglo en setenta mil, sin incluir los hombres de negocios de la Cádiz flotante que estaban de paso. La sociedad gaditana del momento respiraba un espíritu pre-liberal y mercantil, actuaba libre de servilismos al poderoso terrateniente, y se sentía detentadora de la soberanía nacional, cambiando el título de "súbdito" por el de "ciudadano". Este pensamiento pre-revolucionario dejaría su impronta en los artículos segundo y tercero de la Constitución de 1812.
Pronto destacó una próspera burguesía emprendedora y dinámica, que superó a la tradicional aristocracia, capitalizando el poder. Se trataba una élite social compuesta por activos comerciantes y hábiles hombres de negocios que tenían su campo de acción primero a nivel municipal para luego lanzar sus proyectos a la política nacional, y cuyas luces de la Ilustración enfocaron a todo el Imperio español.
Aquella pujanza comercial derivada de los negocios surgidos entre Europa y América permitió la construcción de edificios como la Real Fábrica de Tabacos, la Aduana, el Pabellón de Ingenieros, el Ayuntamiento, la parroquia de San Lorenzo, el Hospital de Mujeres, el Hospicio de caridad, la Cárcel Real, etc.
En estas construcciones se dejó ver la evolución de las tendencias arquitectónicas de cada momento: finalizaba el Barroco del siglo XVII, continuaba con el Rococó, y abría el XIX con el Neoclasicismo. Buen ejemplo es la Catedral de la Santa Cruz, comenzada en el 723 por Vicente Acero y Arebo en estilo Barroco dieciochesco, sufriendo parones, retrasos y cambios de estilo, retomada por Torcuato Cayón, y terminada con los retoques neoclásicos de Miguel de Olivares, Manuel Machuca y Juan Daura.
Cádiz se convirtió en el espejo de las promesas y sueños instalados en el Siglo de la Ilustración española. El comercio comunicaba aquí el pensamiento y estilo de las Luces. En los mismos barcos que transportaban mercancías viajaban personas, libros e ideas. En sus cafés, salones y tertulias discutían los artículos de la Enciclopedia y recogían algunas de las pasiones más típicas de la Ilustración: erudición y coleccionismo, reforma del saber, ciencias naturales, pragmatismo, utilitarismo, etc.
Los focos que irradiaron las ideas ilustradas se encontraban en el litoral, en los puertos comerciales, en ciudades con una floreciente burguesía, como Cádiz, dotada de una infraestructura material y espiritual: bibliotecas, imprentas, tertulias científicas, observatorio astronómico y laboratorios, centros de enseñanza y una burguesía culta. Hasta tuvo una Casa de la Camorra, fundada en 1758, que fue una institución antecesora del posterior Ateneo Literario Artístico y Científico.
Cádiz se convirtió en el espejo de las promesas y sueños instalados en el Siglo de la Ilustración española. El comercio comunicaba aquí el pensamiento y estilo de las Luces. En los mismos barcos que transportaban mercancías viajaban personas, libros e ideas. En sus cafés, salones y tertulias discutían los artículos de la Enciclopedia y recogían algunas de las pasiones más típicas de la Ilustración: erudición y coleccionismo, reforma del saber, ciencias naturales, pragmatismo, utilitarismo, etc.
Los focos que irradiaron las ideas ilustradas se encontraban en el litoral, en los puertos comerciales, en ciudades con una floreciente burguesía, como Cádiz, dotada de una infraestructura material y espiritual: bibliotecas, imprentas, tertulias científicas, observatorio astronómico y laboratorios, centros de enseñanza y una burguesía culta. Hasta tuvo una Casa de la Camorra, fundada en 1758, que fue una institución antecesora del posterior Ateneo Literario Artístico y Científico.
En Cádiz surgió un grupo de hidalgos y burgueses curiosos de novedades científicas y coleccionistas de libros y cuadros. Uno de ellos fue el mecenas de arte y mercader Sebastián Martínez, dueño de una riquísima colección de pinturas donde Francisco de Goya descubriría las joyas del retrato inglés y la obra de Joshua Reynolds, George Romney, Thomas Gainsborough, William Hogarth y William Blake. También hubo gobernantes interesados por el urbanismo y las artes como Joaquín de Fondesviela y el conde Alejandro de O'Reillyg, y grandes coleccionistas de arte como Alonso de O'Crowley.
Además surgió durante esta centuria un nuevo lector: las masas populares. La opinión pública cobró fuerza y el descontento social encontró refugio en las nuevas corrientes pre-liberales e ilustradas.
La cultura gaditana renovó el repertorio europeo en ópera y teatro, encargó en 1785, por ejemplo, al vienés Joseph Haydn su obra Las siete partidas de Cristo en la cruz, con la intención de renovar la tradicional celebración del Viernes Santo. Son destacables pintores como Clemente de Torres, literatos como José Vargas Ponce, el marqués de Ureña, y José Cadalso con sus Cartas marruecas, o como Rosario Cepeda y Beatriz Cienfuegos, fundadora de La pensadora gaditana, una publicación considerada como la primera de matriz feminista.
En Cádiz, el capitán Pedro Virgili fundó el Real Colegio de Cirugía, que junto a los de Barcelona y Madrid, supuso una profunda innovación y una adecuada transformación de una ciencia en gran medida al servicio del Ejército y la Armada. Las imprentas lanzaron el Compendio de navegación del gran marino ilustrado Jorge Juan.
Y en esta misma ciudad se construyó el primer observatorio astronómico de España, el mejor complemento que pudo añadir el secretario real Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada, a la Academia de Guardias Marinas. El Observatorio Astronómico de San Fernando fue fundado a propuesta de Jorge, quien pronosticó las exigencias del futuro de la navegación y ante la necesidad de aumentar la exactitud de los instrumentos para medir la posición de las estrellas y sus pasos por el meridiano, es decir, para que los marinos aprendieran la ciencia de la astronomía. Esta institución se reivindicó como faro y ventana de Europa en España, integrada por hombres de acción, no sólo de pensamiento, marinos ilustrados conocedores de los avances científicos de la época.
Y en esta misma ciudad se construyó el primer observatorio astronómico de España, el mejor complemento que pudo añadir el secretario real Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada, a la Academia de Guardias Marinas. El Observatorio Astronómico de San Fernando fue fundado a propuesta de Jorge, quien pronosticó las exigencias del futuro de la navegación y ante la necesidad de aumentar la exactitud de los instrumentos para medir la posición de las estrellas y sus pasos por el meridiano, es decir, para que los marinos aprendieran la ciencia de la astronomía. Esta institución se reivindicó como faro y ventana de Europa en España, integrada por hombres de acción, no sólo de pensamiento, marinos ilustrados conocedores de los avances científicos de la época.
La Academia de Guardias Marinas de Cádiz junto a la Academia de Artillería de Segovia y la Academia de Ciencias de Barcelona aportaron los matemáticos, físicos e ingenieros españoles del siglo XVIII.
De las Academias de Guardias Marinas establecidas en Cádiz, Cartagena y Ferrol surgió una nueva de generación de hidalgos marinos, hombres de ciencia y guerra, que colaboraron muy estrechamente con los secretarios reales Patiño, Ensenada y Floridablanca por restaurar el prestigio internacional de España y mantener sus intereses como gran potencia europea. Unos lo hicieron con la pluma y otros con la artillería, en las Reales Sociedades Económicas, en las exploraciones científicas por los territorios ultramarinos, enriqueciendo los gabinetes de historia natural, etc. Son los Ulloa, Valdés, Malaspina, Alcalá Galiano, Bauzá, Císcar, Churruca, Mutis, Termeyer, etc.
Un pionero en las aventuras científicas y que mejor representa el espíritu ilustrado español del siglo XVIII fue Jorge Juan y Santacilia. Estuvo muy ligado a Cádiz, allí desarrolló su facetas como marino, astrónomo, cartógrafo, matemático e ingeniero. En 1735, fue designado junto a Antonio Ulloa para comandar una expedición conjunta con la Armada francesa, organizada por la Academia de París. Se trataba de una expedición geodésica con destino en el Virreinato del Perú, cuya misión principal era la medición un arco del meridiano a objeto de contrastar las diversas teorías acerca de la forma exacta de la Tierra. Y, efectivamente, gracias a ellos se puede decir que la tierra está achatada por los polos. También efectuaron observaciones científicas, militares y económicas durante sus nueve años de expedición.
A su regreso elaboraron tres admirables obras: Noticias secretas de América, que relata el abandono de las posesiones de ultramar por parte de la metrópoli; Relación histórica del viaje a la América meridional, que reúne informaciones de carácter social y reflexiones críticas, citada hasta por el economista Adam Smith; y Observaciones astronómicas y físicas hechas en los reinos del Perú, que fue la obra científica más importante del siglo XVIII español, demostrando que al menos una minoría estaba instruida en los últimos avances científicos en astronomía y matemáticas.
Pero, su destino principal fue el que desempeñó como capitán de la Compañía de Guardia Marinas de Cádiz y director de su Academia, desde 1752. Cargos de mucha responsabilidad, donde Jorge Juan puso en práctica un ambicioso proyecto de reforma de la institución que afectaba especialmente a la estructura docente de la Academia de Guardias Marinas. Allí implantó las enseñanzas más avanzadas de la época; contrató a profesores competentes y relegó a quienes no consideraba capacitados; mejoró el nivel de las enseñanzas teóricas, potenciando el de las matemáticas e introduciendo el estudio del cálculo inferencial e integral; instauró la realización de certámenes públicos; incrementó el número de cadetes; fortaleció la formación teórica de los alumnos más aventajados para convertirles en buenos oficiales científicos; se amplió la biblioteca e implantó sus nuevos manuales y textos científicos; y se construyeron maquetas de navíos a escala.
En Cádiz, no sólo tuvo tiempo para la enseñanza teórica, sino también para la investigación y el desarrollo de nuevos proyectos, experimentando con cálculos matemáticos la manera de construir navíos ligeros y veloces, sin descuidar su seguridad y resistencia. Las directrices que impuso fueron que el navío se ha de construir con la menor cantidad de madera y herraje posible, pero ha de tener toda la madera y herrajes necesarios para mantenerse firme. Así mismo, estudió la fuerza del mar y del viento, construyendo modelos de naves que remolcaba para comparar sus distintas resistencias, y comprobando con cometas la acción del viento sobre las velas.
En 1753, junto con Louis Godín, Jorge Juan fundó el Real Observatorio Astronómico de Cádiz, dotándolo con los instrumentos que había traído durante su misión secreta en Inglaterra, a los que incorporó otros nuevos. Desde allí, mantuvo correspondencia de sus observaciones con las Academias de París, Berlín y Londres. Fue institución anexa a la Academia para el adiestramiento e instrucción de los cadetes.
Todos estos estudios y proyectos trascendieron en la comunidad científica europea, hasta el punto que, en 1753, el almirante inglés Richard Howe vino a comprobarlo personalmente, quedando sorprendido de la velocidad, maniobrabilidad y buen gobierno de los navíos.
Y para aunar esfuerzos, conocer novedades y cultivar la amistad, reunió a los amantes de la ciencia residentes en Cádiz y sus alrededores y fundó una Asamblea Amistosa Literaria, en 1755, que se juntaba en su domicilio todos los jueves. Formaron parte de la misma amantes de las ciencias y profesores de la Academia de Guardiamarinas y del Colegio de Cirugía gaditano, como el astrónomo francés Luis Godin, el maestro de artillería José Díaz Infante, los maestros de matemáticas Gerardo Henay y José Aranda, el irlandés Diego Purcell, los cirujanos Pedro Virgili, José Plácido de Nájera y Francisco Nueve Iglesias, el profesor de anatomía Francisco Canivell, el matemático José Carbonel Fougasse, Vicente Tofiño, Juan Antonio Enríquez y el marqués de Valdeflores.
Esta institución pretendía que fuese el embrión de una futura Academia de Ciencias y donde él mismo daba cuenta de sus observaciones. Allí, disertando sobre astronomía, artillería, navegación y construcción, surgió la idea de escribir su gran obra Examen Marítimo, publicada en 1771 y traducida al francés, al inglés y al italiano.
FÉLIX DE AZARA Y ALEJANDRO MALASPINA |
Después de la emprendida por Ulloa y Jorge Juan, las expediciones ilustradas más importantes financiadas por la Monarquía fueron las de Perú y Chile bajo la dirección de Hipólito Ruiz y José Pavón, la de Colombia por José Celestino Mutis, la de México por Martín Sessé, la de Paraguay por Félix de Azara, o la que dirigió Alejandro Malaspina alrededor del mundo y que permitió a los naturalistas Luis Née y Antonio Pineda el conocimiento de la flora de América del sur, México y Australia.
José Celestino Mutis fue el gran botánico, matemático y expedicionario gaditano que ha pasado a la historia de la Humanidad por descubrir una riqueza natural americana antes investigada, desde cargamentos de quina a una extraordinaria representación iconográfica de la flora y la fauna del Virreinato de Nueva Granada. Su ilustrada Real Expedición Botánica al Nuevo Reino de Granada, que partió desde Cádiz, también se encargó de radiar las nuevas teorías científicas de Linné y Newton sobre la América española. Sus estudios sobre la quina convirtieron a esta planta en un remedio eficaz contra las fiebres, como el paludismo.
Con el tiempo, Mutis adquirió un gran renombre en los círculos científicos europeos. Mantenía constante correspondencia con los principales investigadores europeos y españoles, entre los que destacó Carlos Linneo, al que envió materiales botánicos. La relación entre Linneo y Mutis se inició a través de los discípulos del naturalista sueco Clas Alströmer: Pehr Löfling, Pehr Osbeck y Frédéric Logié, a quienes Mutis conoció en el puerto de Cádiz cuando se disponía a partir a Nueva Granada. Linneo hijo introdujo en su honor el género Mutisis, ampliando el significado que le dieron los alumnos de Mutis. Este ilustrado gaditano también compartió sus observaciones con los científicos Aimé Bonpland y Alexander von Humboldt. Este último le visitó durante su viaje expedicionario por América en 1801.
La Expedición científica y política de Alejandro Malaspina partió desde Cádiz en 1789 con las corbetas Descubierta y Atrevida y llegó a recorrer el litoral occidental de América, el océano Pacífico, visitar las islas Filipinas, Nueva Zelanda, Australia y el archipiélago de Vavao. Regresó en 1794 con una recopilación física exhaustiva de todas las posesiones de la Corona española, con datos sobre el magnetismo terrestre, observaciones astronómicas, especies animales y vegetales, producción minera, rutas de navegación, y el estado de los virreinatos. Se trató de la cumbre de las expediciones científicas españolas, una hazaña científica digna de ser comparada con la primera vuelta al mundo de Magallanes y Elcano o con la aventura científica de Francisco Hernández.
Por último, a Cádiz llegó de su segundo viaje, en 1813, Francisco Javier Balmis, que llevó la vacuna contra la viruela a grandes territorios de América y las islas Filipinas. Esta Real Expedición Filantrópica de la Vacuna supuso la primera campaña internacional de la historia de la Humanidad para erradicar una enfermedad, inoculó a más de medio millón de personas en los dos hemisferios.
La participación de naturalistas extranjeros en las expediciones reales ha quedado simbolizada en las figuras de dos sabios que perecieron en tierras americanas: el discípulo de Linneo, Pher Loefling, que actualizó en Madrid a los estudiosos españoles, como reflejan las obras de Bernades o Gómez de Ortega, y el compañero de Alexander von Humboldt, Aimé Bonpland.
Por el número y amplitud de todas estas expediciones científicas ilustradas desarrolladas por la corte de Madrid durante el Siglo de las Luces no es de extrañar que el gran científico alemán Alexander von Humboldt reconociera que ninguna otra Monarquía europea había contribuido al progreso de la ciencia tanto como los Borbones españoles.
A principios del siglo XIX, en Cádiz se respiraba un ambiente cosmopolita y liberal, burgués y mercantil. En contraste con otras ciudades ocupadas o alzadas contra el invasor francés, existía un dinamismo, con sus 130 cafés, sus 3 teatros y sus 14 periódicos. Llegaban los individuos más inconformistas de las clases dirigentes del país: burgueses liberales, funcionarios ilustrados, escritores y periodistas intelectuales, etc., pero que resistían a la invasión francesa de la mejor manera posible: aportando sus ideales y valores; algunos de ellos fueron elegidos como suplentes de los diputados cuando las provincias peninsulares o ultramarinas no pudieran enviar a sus representantes.
España rompía con su antiguo Régimen Absolutista y se convertía en la tercera nación del mundo en proclamar un Estado liberal, después de Estados Unidos y Francia. Si al pueblo madrileño le correspondió la épica del 2 de mayo, a la burguesía cosmopolita gaditana se debe el ambiente propicio para que un grupo de diputados se comprometieran a hacer avanzar España a través del derecho y de la soberanía popular.
Aquella Carta Magna fue uno de los grandes textos liberales de la historia que tuvo una gran repercusión exterior, pues sus principios moderados tenían valor de modelo para otros países europeos. El documento constitucional fue traducido en su época al inglés, francés, alemán, portugués e italiano. Algunos de los más célebres eruditos como Guizot o Chateubriand en Francia, Bentham o Lord Byron en Inglaterra, y Von Mohl en Alemania dedicaron especial atención a la elaboración de sus contenidos.
También sirvió de guía ideológica para todos aquellos que buscaban la modernidad y para quienes lideraron los movimientos independentistas de Hispanoamérica y las constituciones de algunos países europeos.
El historiador hispanista Stanley G. Payne resume así la relevancia de aquella Constitución:
La derrota hispano-francesa contra Inglaterra en la batalla de Trafalgar en 1805 y el comienzo de la Guerra de la Independencia española contra la Francia imperial de Napoleón Bonaparte en 1808-1814 pusieron fin al período de la ilustración gaditana, dando paso a la Cádiz prerromántica.
Durante la Guerra de la Independencia, Cádiz fue la ciudad más apropiada para reunir hasta un total de 300 diputados conservadores y progresistas elegidos por las Juntas provinciales para formar las Cortes parlamentaria de 1810. Los escenarios fueron el Teatro cómico de la isla de San Fernando y el Oratorio de San Felipe Neri. Entre los diputados naturales de Cádiz estuvieron Juan Méndez Álvarez de Mendizábal, Vicente Terreno, Santiago Terry, Manuel José Quintana, Alonso Marís de Torres y Guerra, Luis de Gargollo o los hermanos Francisco y Tomás de Istúriz.
Tras años de debate, la Constitución de las Cortes de 1812 se aprobó el 19 de marzo, día de San José, por lo que fue conocido como La Pepa. Aquel día, desde la Iglesia de San Francisco de Neri, el diputado Agustín Argüelles, mostrando el texto constitucional como el que enarbola una bandera o construye un sueño por la libertad, diría al pueblo gaditano:
"Españoles, aquí tenéis vuestra patria."
Así fue relatado por el poeta Quintana, quien lo vivió en primera persona:
"Las Cortes al fin se congregaron en el emplazado día y las lágrimas que arrasaron mis ojos cuando vi desfilar los diputados desde el palacio de la Regencia hasta la iglesia fueron fiel demostración de mi gozo y mi entusiasmo. El paso grande estaba dado, la representación nacional establecida, la libertad restaurada y la tiranía destruida."
Aquella Carta Magna fue uno de los grandes textos liberales de la historia que tuvo una gran repercusión exterior, pues sus principios moderados tenían valor de modelo para otros países europeos. El documento constitucional fue traducido en su época al inglés, francés, alemán, portugués e italiano. Algunos de los más célebres eruditos como Guizot o Chateubriand en Francia, Bentham o Lord Byron en Inglaterra, y Von Mohl en Alemania dedicaron especial atención a la elaboración de sus contenidos.
También sirvió de guía ideológica para todos aquellos que buscaban la modernidad y para quienes lideraron los movimientos independentistas de Hispanoamérica y las constituciones de algunos países europeos.
El historiador hispanista Stanley G. Payne resume así la relevancia de aquella Constitución:
"Fue más juiciosa y razonable que cualquiera creada en la Francia revolucionaria. Fue la gran carta magna liberal europea del siglo XIX y durante dos décadas la más influyente de las redactadas en Europa por los liberales. El nuevo modelo nacional español inspiró a los liberales de Italia, Rusia, América Latina y otros lugares…"Otro historiador, Jaime E. Rodríguez ha señalado que la Carta Magna gaditana:
"sobrepasaba a todos los gobiernos representativos de entonces, como los de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, en otorgar derechos políticos a la vasta mayoría de la población masculina adulta."No es para menos, pues por primera vez en la historia de la humanidad aquel texto propuso que los derechos y libertades de ciudadanía alcanzaran a todos los seres humanos residentes de cualquier territorio español (peninsulares, criollos, mestizos e indígenas), sin tener en cuenta la condición social y el color de la piel.
La derrota hispano-francesa contra Inglaterra en la batalla de Trafalgar en 1805 y el comienzo de la Guerra de la Independencia española contra la Francia imperial de Napoleón Bonaparte en 1808-1814 pusieron fin al período de la ilustración gaditana, dando paso a la Cádiz prerromántica.
El
sueño de aquella constitución primigenia quedó reflejado en el cuadro Juramento
de las Cortes de Cádiz por José Casado del Alisal, que hoy se encuentra en el
Congreso de los Diputados, en el libro Cádiz en la guerra de la Independencia
por Alfonso de Castro, o en uno de los Episodios Nacionales de Benito Pérez
Galdós, quién escribió:
Entre los diputados de aquellas Cortes de Cádiz se encontraba un famoso poeta del reinado de Carlos IV llamado Manuel José Quintana. Se convirtió en el portavoz literario del patriotismo contra los franceses por la belleza de sus discursos políticos y de sus poesías, como esta A España después de la Revolución de Marzo:
Del
tiempo borrascoso
que
España está sufriendo
va
el horizonte viendo
alguna
claridad.
La
aurora son las Cortes
que
con sabios vocales
remediarán
los males
dándonos
liberad
respira
España y cobra
la
perdida alegría
que
ya se acerca el día.
Entre los diputados de aquellas Cortes de Cádiz se encontraba un famoso poeta del reinado de Carlos IV llamado Manuel José Quintana. Se convirtió en el portavoz literario del patriotismo contra los franceses por la belleza de sus discursos políticos y de sus poesías, como esta A España después de la Revolución de Marzo:
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