CIENCIA DE LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA


Entre 1760 y 1800, España se vivió una Revolución tecnológica y un conato de Revolución industrial. Aparecieron grandes científicos e investigadores como Elhuyar, Jorge Juan, Antonio de Ulloa, Agustín de Betancourt, que se contagiaron del espíritu científico de la Ilustración. Muy significativo fue el hecho de que España fuese el tercer país en abrir una escuela de ingenieros en Europa, fue la Escuela de Ingeniería de Minas en Almadén, en 1771. También hubo un gran desarrollo científico a través de las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País.

CIENCIA DE LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA

Al igual que sucedió en otros reinos de la Europa del siglo XVIII, la Ilustración española tuvo una indudable proyección práctica. Para los reformistas, mirando el ejemplo extranjero, había que incentivar la elaboración y aplicación de nuevos conocimientos susceptibles de ser puestos al servicio de una doble empresa: incrementar el prestigio de la Monarquía española en el concierto cultural europeo y aumentar la producción nacional evitando así la dependencia económica del país al exterior.

Paralelamente a la adquisición de nuevos saberes, debía plantearse el objetivo de la aplicación práctica de los nuevos conocimientos, con la finalidad de acrecentar las habilidades operativas de la Marina y el Ejército.

En los planes de los ministros, por orgullo y por necesidad, España no podía quedar al margen del proceso de modernización científica y tecnológica si no quería seguir siendo una potencia de segundo nivel europeo. Al dominio de la naturaleza también debían aspirar los sabios españoles desterrando la escolástica en beneficio de los conocimientos útiles. Los grupos dirigentes entendieron que era preciso un saber que fuera susceptible de ser aplicado más allá de la especulación.

Por lo tanto, era doble el proceso que se necesitaba abrir: producir ciencia y aplicarla a la mejora de la vida material de los españoles. Ciencia y tecnología fueron un binomio inseparable en las pretensiones de los ilustrados y de los grupos sociales ligados al comercio y a la industria. Y cuando los primeros alcanzaron cotas importantes de poder en el gobierno de la nación intentaron dinamizar, al modo de los que se hacía en Europa, la ciencia española.

Elevación globo Corte Carlos pintura Antonio Carnicero
ELEVACIÓN DE UN GLOBO ANTE LA CORTE DE CARLOS IV

La evolución de la ciencia española fue bastante parecida al del resto de otros países europeos. Desde finales del siglo XVII hasta la aparición del Teatro Crítico de Feijoo en 1726, se desarrolló una primera etapa de leve despegue, en la que si bien no todas las cuestiones científicas y filosóficas podían aún formularse con entera libertad, resulta evidente que empieza a ponerse las bases institucionales que permitieron el desarrollo posterior. Fue una época en la que únicamente el Ejército y la Compañía de Jesús ofrecían garantías en la actividad científica y también en la que se comenzaba a debatir entre la obsolescencia de los viejos esquemas y las nuevas realidades.

Fueron los años de enfrentamientos verbales entre novatores y tradicionalistas que encontraron una evidente repercusión en las Universidades. Nuevos saberes, como la iatroquímica, la geometría o la filosofía natural no aristotélica, comenzaban a ser levemente admitidos a través del escepticismo y el eclecticismo filosófico.

Al mismo tiempo, instituciones de nuevo cuño en las que era posible encontrar conocimientos distintos surgieron a la luz: la Academia de medicina de Sevilla (1700), la de matemáticas para la formación de ingenieros militares de Barcelona (1715) o la de Guardias Marinas de Cádiz (1717).

También fue importante la fundación de seminarios de Nobles, que siguen los pasos del creado en 1725 en Madrid. Esta táctica de creación de organizamos dependientes del poder central estaba encaminada a la posibilidad de disfrutar de corporaciones en las que no tuviesen lugar resistencias conservadoras, que por lo demás hacían de la universidad su principal baluarte.

La segunda etapa se extiende desde los años treinta hasta mediados de siglo. En ella se aprecian elementos de transición ligados al nacimiento de instituciones médicas, como los colegios de cirugía o a la publicación de los resultados de las primeras expediciones de Jorge Juan y Antonio de Ulloa. En este tiempo, el marqués de la Ensenada, Zenón de Somodevilla, pretendió revitalizar la Armada española y con ella las enseñanza y ciencias ligadas a las cuestiones marítimas. Los contactos y el cartesianismo empezaban a mostrarse sin complejos en los escritos de Antonio María de Herrero Andrés Piquer.

Observatorio astronómico Armada Cádiz
REAL INSTITUTO Y OBSERVATORIO ASTRONÓMICO

Con todo, no fue hasta los años cincuenta y sesenta cuando se abrió un tercer período de suma importancia en la actividad científica. Es una etapa fecunda que tendrá el rasgo definitorio de la militarización de la ciencia española y el progresivo predominio de lo experimental. Linneo y Conti, Franklin o Tournefort empezaban a ganar adeptos entre los círculos cultos de la nobleza cortesana o provincial. En filosofía, el eclecticismo acaba por constituirse en doctrina oficial y los jesuitas pasaron a controlar amplias parcelas de poder en la Corte.

Fue una etapa muy fecunda en cuanto a la creación de nuevas instituciones científicas. Se fundaron los Colegios de Cirugía de Barcelona (1748) y de Cádiz (1760). En 1750 se abrieron la Academia de Guardia de Corps de Madrid, la Academia de Artillería de Barcelona y la Academia de Ingenieros de Cádiz. En esta misma ciudad se instaló el Observatorio de Marina tres años después. En 1757 se inauguró la Real Sociedad Militar de Madrid y en 1762 el Colegio de Artillería de Segovia. En 1764, los alumnos del padre Tomás Cerdá en el Colegio de Cordelles de Barcelona constituyeron la Conferencia Físico-Matemática, origen de lo que después sería la Academia de Ciencia naturales, fundada en 1770.

Casi todas las nuevas instituciones científicas eran el resultado de iniciativas miliares. El Ejército y la Armada aparecían con una gran decisión en la apuesta por la renovación científica española, desde luego mucho más que una universidad que continuaba prácticamente anclada. Por último, en esta época comenzó una decidida política se salidas al extranjero a través de viajes programados y de provisión de pensiones a jóvenes científicos o artesanos que fueron a capitales europeas, preferentemente a París, en busca de los más recientes descubrimientos técnicos.

REAL JARDÍN BOTÁNICO DE MADRID

La investigación de aplicaciones concretas a los nuevos conocimientos marcó en buena medida la cuarta etapa, que se extendió entre los años setenta y ochenta del siglo. La enseñanza de las ciencias útiles en instituciones dedicadas a la náutica, en escuelas de bellas artes, dibujo y diseño industrial, en academias militares, en sociedades económicas o en consulados, fueron una constante de este período de la ciencia española. En el mundo de las disciplinas naturales el Jardín Botánico retomó nuevos vuelos, en la medicina el Protomedicato vio reformado su actuación en 1780 al ser dividido en tres audiencias (Medicina, Cirugía y Farmacia). En ese mismo año se creo en Madrid el Colegio de Cirugía de San Carlos, que aseguró una mejor preparación de cirujanos y médicos.

Al mismo tiempo, las autoridades promocionaron las expediciones científicas, lo que reforzó en buena medida los conocimientos de cartografía, hidrografía y astronomía.

Tofiño y Malaspina dieron comienzo a una importantísima serie de expediciones ilustradas. A la investigación y acumulación de los conocimientos botánicos y geográficos se unieron en esta etapa la progresiva consolidación de la Química aplicada a la Minería y la Metalurgia. En 1776 el Seminario de Bergara creó cátedras ligadas a la Química. Los diversos ministerios, por razones variadas, promocionaron estos estudios en los años sucesivos.

En 1787, se creó la cátedra de Química aplicada a las artes, dos años más tarde se fundaba la Real Escuela de Mineralogía y un año después el laboratorio de Química del Jardín Botánico. Incluso en las universidades aparecieron cátedras, como en la de Valencia, mientras que el Colegio de Cirugía de Cádiz también promocionó estas enseñanzas. Finalmente, los años ochenta vieron también cómo el reiterado intento de crear una Academia de Ciencias Naturales en Madrid, proyectada por Jorge Juan y Antonio Ulloa, mientras era ministro Ensenada, conoció la firma del rey a presentación de Floridablanca en 1785.

TERTULIA EN EL REAL SEMINARIO DE VERGARA

En definitiva, una etapa en la que el mantenimiento del imperio americano, el incremento de las fuerzas productivas nacionales (agricultura e industria) y los motivos de carácter sanitario ayudaron a promover la atención de los gobiernos por la ciencia y la tecnología. Y es que la ciencia española vivió bajo el reinado de Carlos III un movimiento de relativo apogeo, en el que las diversas autoridades pasaron a tomarse el avance técnico como una cuestión de Estado que afectaba esencialmente al progreso de toda la nación y a las aspiraciones de fortalecimiento de la Monarquía.

El reinado de su hijo Carlos IV no fue para nada un período de paralización y empobrecimiento de la ciencia. Aunque la iniciativa decreció sin duda, toda la lenta cristalización del proceso institucional no marcó el límite de las posibilidades de la Ilustración. A finales de la centuria y en los primeros decenios del Ochocientos, cuando tantas cosas se encontraban en crisis, los esfuerzos realizados en las décadas anteriores comenzaban a ofrecer resultados en la investigación científico-técnica. Con todo, la Revolución francesa también abrió en el terreno científico un período de desconfianza hacia las nuevas ideas, especialmente las procedentes de Francia.

A pesar de que la Monarquía hispánica y sus instituciones efectuaron una gran labor científica, los resultados científico-técnicos de la España ilustrada no consiguieron el nivel de éxito comparado con los obtenidos por las grandes potencias europeas. Aunque no faltaron individualidades de gran talla, la ciencia española fue más débil institucionalmente que las de otras monarquías. De hecho, este proceso científico y tecnológico dejó entrever cuáles fueron las características principales del desarrollo de la ciencia española dieciochesca: militarización, centralización, utilitarismo y americanismo.

En efecto, los diversos institutos militares de la monarquía tuvieron una actuación fundamental en el progreso científico español, de tal forma que en realidad se efectuó una militarización de la ciencia hispana, motivada esencialmente por cuestiones generales de carácter geopolítico. Los programas de renovación de las fuerzas armadas exigían técnicos cualificados en el terreno de la artillería y la marina. La guerra requería tecnología y ésta precisaba, a su vez, de investigación científica de base. Además, las fuerzas armadas eran las principales demandantes de productos manufacturados y, por tanto, estaban también interesadas en un abundante y barato aprovisionamiento.

Por otro lado, si algo era fácil de manejar por parte del poder real y de sus ministros eran las instituciones militares. La introducción de novedades era allí más fácil que en la universidad. Así que matemáticas, química, astronomía, metalurgia, medicina o náutica fueron en buena medida disciplinas que se cultivaron especialmente en las instituciones militares. La monarquía fue la que más se aplicó en la importancia de profesionales y científicos para la mejora inmediata de problemas prácticos que se iban planteando, política que a largo plazo supuso a veces una subordinación de las inversiones de base.

LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AMERICANA

El progresivo interés de los gobiernos por el desarrollo científico-militar y sus múltiples aplicaciones supusieron en la práctica una relativa centralización de la actividad investigadora. La monarquía pasó a impulsar y controlar instituciones dedicadas al desarrollo de disciplinas científicas concretas de las que a juicio de los gobernantes estaba falto el país. Las academias y colegios cubrieron la triple vertiente de ser centros dedicados a la docencia, a la actividad científico-técnica y a la protección profesional, entidades que, por lo demás, siempre estuvieron tuteladas por los gobiernos. El reformismo fue muy normativo y bastante celoso de guardar las competencias que le permitían asegurar un proceso uniforme y controlado de la actividad científica, por lo demás tan relacionada con la constante aspiración gubernamental al crecimiento de la economía.

Ahora bien, partieran las iniciativas del gobierno o de los particulares (sobre todo de la burguesía comercial), resulta a todas luces evidente que se pretendió dar un sentido eminente práctico a las instituciones científico-docentes: la ciencia debía tener una clara vertiente utilitaria. La química tenía que servir para la metalurgia y para los tintes; la náutica y la astronomía para la armada y el comercio; el diseño y el dibujo para los tejidos, al igual que la geometría; la botánica, la medicina y la farmacia debían procurar adelantos notables en la curación de los enfermos.

Esa necesidad práctica hizo que junto a la ciencia pura se buscara a la aplicada, junto a la conquista de conocimientos la divulgación de los mismos en los diversos centros de enseñanza. Y cuando la difusión tomaba forma escrita, la Imprenta Real tenía un importante papel en el desarrollo textual de algunas ciencias. Casi todo estuvo pensado al servicio de la utilidad: los científicos hispanos partían de las necesidades más inmediatas para girar su vista hacia la investigación. El objetivo preferente fue conseguir buenos técnicos capaces de solucionar problemas concretos aplicando conocimientos. Desde la segunda mitad del siglo, se asistió al triunfo de lo empírico por encima de lo teórico, que pasó a segundo plano aunque no desapareció. Y, según los expertos, no debió de ser extraño a este fenómeno la implantación del eclecticismo como filosofía oficial.

Expedición político-científica Mundo Alejandro Malaspina
EXPEDICIÓN POLÍTICO-CIENTÍFICA DE ALEJRANDO MALASPINA

América se convirtió en un excelente campo de actuación privilegiado. Se efectuó un americanismo de la ciencia española, fenómeno expresado a través del interés que gobernantes y científicos demostraron por aquel continente. Los virreinatos americanos eran parte esencial del plan de reforma ilustrada y todo lo referente a ella interesaba sobremanera.

Las diversas disciplinas y las diferentes instituciones científicas españolas se preocuparon de su agricultura, de su geografía, de sus minas, de su cultura y de su historia. Las secretarías de Hacienda o de Indias, el Jardín Botánico o el Real Gabinete de Historia Natural, por ejemplo, parecieron contribuir a un mismo fin: conocer mejor América para sacarle más adecuadamente sus frutos.

La meta a conseguir fue siempre la misma: explorar más racional y sistemáticamente el gran tesoro que las Indias atesoraban. La ciencia era, en este sentido, un elemento imprescindible en el conjunto de medidas que debían permitir tan importante objetivo de interés nacional. Las expediciones científicas o el viaje ilustrado a las Américas estuvieron en la agenda de los investigadores y políticos españoles.

Con estas características fundamentales, el Siglo de las Luces vio florecer en las diversas disciplinas científicas y tecnológicas una serie de significadas realizaciones que, sin llegar a resultar espectaculares y sin poder comparase con las que se estaban produciendo en los países más avanzados de Europa, sí que produjeron un doble efecto: primero, sirvieron para avanzar en determinadas parcelas concretas del conocimiento; segundo, en términos más generacionales, puede afirmarse que pusieron los fundamentos para que en algunas áreas científicas entraran incipientemente los rudimentos básicos de la ciencia moderna.