Cuando el brillo de Roma se oscureció, los hispano-visigodos recuperaron para Europa el antiguo Derecho romano mediante el cual los súbditos formaban una sola comunidad y revitalizaron la cultura clásica grecorromana cuyo máximo representante fue Isidoro de Sevilla.
Europa
nace cuando el Imperio romano aceptó su cristiandad y se dividió en dos
mitades: la latina y la griega. Por ello, Diocleciano y Constantino estructuraron el territorio según la existencia de diversas nacionalidades
llamadas Diócesis, o
su equivalente germánico Volk,
cuyo significado equivale a "pueblo".
Cinco grandes Diócesis se establecieron en el lado Oeste del aquel Imperio romano dividido: Italia, Galias, Britania, Germania e Hispania. Mientras las Galias, Britania y Germania abandonaron su nombre por el de los Volk germánicos (francos, británicos, teutones, etc.), Italia y España conservaron su nombre debido a su acusada herencia romana. Hispania obtuvo su identidad a través de Roma, cuando a comienzos del siglo IV, fue reconocida como diócesis cristiana, abandonando el helenismo.
Los hispanorromanos habían comenzado a tener conciencia de formar una unidad. No se trataba de una conciencia nacional, porque el concepto de nación moderna no existía aún, pero si se estaba forjando un sentimiento de comunidad en la península Ibérica.
La muerte del emperador Teodosio en el 395 fue un acontecimiento decisivo. Empujados desde el este por los hunos de Atila, sucesivas oleadas de germanos invadieron el Imperio romano cruzando el Rhin y el Danubio. En el 409 d. C., suevos, vándalos y alanos penetraron en el territorio de una Hispania en descomposición interna. Los suevos se extendieron por Galicia, y los vándalos por Bética, ambos pueblos eran germánicos; los alanos que se extienden por Lusitania eran indoarios.
En 409, suevos, vándalos y alanos, empujados por los hunos de Atila, penetraron en la provincia de Hispania. Los suevos se extendieron por Galicia, los alanos por Lusitania y los vándalos por Bética, dentro de una Hispania en descomposición interna.
Y en 414, penetraron también los visigodos, que eran pueblo de unas 200.000 personas que había llegado desde algún territorio litoral al mar Báltico. Poseían un grado de civilización superior al resto de pueblos invasores, de hecho, llegaron a pactar con Roma. No eran un pueblo especialmente belicoso, tan sólo querían asentarse a vivir en tierras, por eso Roma aceptó su asentamiento a ambos lados de los Pirineos a cambio de derrotar a los pueblos invasores que estaban asolando el Imperio.
La condición de pueblo nómada de los visigodos y el predominio de su actividad militar determinaron la estructura social hispano-visigoda, constituyéndose como una superestructura de una nobleza militar de unos doscientos mil bárbaros que se distanciaba de la población autóctona de unos cuatro millones de hispanorromanos.
Al frente de los visigodos estaba el rey Ataúlfo, que sustituyó la legitimidad del Imperio romano y estableció su capital en Barcelona. La idea de los visigodos consistía en mantener las condiciones fijadas en la Lex de hospitalitate, intentando mantener la identidad germánica como el portador del poder.
Eurico intentó ofrecer a la sociedad hispanorromana un sistema jurídico aceptable, codificando y ajustando las leyes del emperador Teodosio II, llamándolas Lex romana visigothurum.
Cinco grandes Diócesis se establecieron en el lado Oeste del aquel Imperio romano dividido: Italia, Galias, Britania, Germania e Hispania. Mientras las Galias, Britania y Germania abandonaron su nombre por el de los Volk germánicos (francos, británicos, teutones, etc.), Italia y España conservaron su nombre debido a su acusada herencia romana. Hispania obtuvo su identidad a través de Roma, cuando a comienzos del siglo IV, fue reconocida como diócesis cristiana, abandonando el helenismo.
Los hispanorromanos habían comenzado a tener conciencia de formar una unidad. No se trataba de una conciencia nacional, porque el concepto de nación moderna no existía aún, pero si se estaba forjando un sentimiento de comunidad en la península Ibérica.
La muerte del emperador Teodosio en el 395 fue un acontecimiento decisivo. Empujados desde el este por los hunos de Atila, sucesivas oleadas de germanos invadieron el Imperio romano cruzando el Rhin y el Danubio. En el 409 d. C., suevos, vándalos y alanos penetraron en el territorio de una Hispania en descomposición interna. Los suevos se extendieron por Galicia, y los vándalos por Bética, ambos pueblos eran germánicos; los alanos que se extienden por Lusitania eran indoarios.
EXPANSIÓN TERRITORIAL DE LAS TRIBUS GERMÁNICAS |
En 409, suevos, vándalos y alanos, empujados por los hunos de Atila, penetraron en la provincia de Hispania. Los suevos se extendieron por Galicia, los alanos por Lusitania y los vándalos por Bética, dentro de una Hispania en descomposición interna.
Y en 414, penetraron también los visigodos, que eran pueblo de unas 200.000 personas que había llegado desde algún territorio litoral al mar Báltico. Poseían un grado de civilización superior al resto de pueblos invasores, de hecho, llegaron a pactar con Roma. No eran un pueblo especialmente belicoso, tan sólo querían asentarse a vivir en tierras, por eso Roma aceptó su asentamiento a ambos lados de los Pirineos a cambio de derrotar a los pueblos invasores que estaban asolando el Imperio.
La condición de pueblo nómada de los visigodos y el predominio de su actividad militar determinaron la estructura social hispano-visigoda, constituyéndose como una superestructura de una nobleza militar de unos doscientos mil bárbaros que se distanciaba de la población autóctona de unos cuatro millones de hispanorromanos.
Al frente de los visigodos estaba el rey Ataúlfo, que sustituyó la legitimidad del Imperio romano y estableció su capital en Barcelona. La idea de los visigodos consistía en mantener las condiciones fijadas en la Lex de hospitalitate, intentando mantener la identidad germánica como el portador del poder.
Eurico intentó ofrecer a la sociedad hispanorromana un sistema jurídico aceptable, codificando y ajustando las leyes del emperador Teodosio II, llamándolas Lex romana visigothurum.
CRUZ VISIGODA - VESTIMENTA DE VISIGODOS |
Finalmente,
el Imperio romano de Occidente se desintegró en el año 476, debido a la fuerza
de las invasiones de los pueblos bárbaros y a su decadencia interna. Los
visigodos se encargaron de recoger su legado: expulsaron al resto de tribus hacia África y a los bizantinos que se habían asentado en la parte sureste peninsular, unificaron el territorio bajo una
misma corona, recuperaron la herencia cultural, se convirtieron al Catolicismo,
establecieron un derecho común, se fusionaron con los hispanorromanos formando
una misma sociedad y forjaron con todo ello un sentimiento de unidad política.
Se produjeron duras luchas entre las tribus germánicas hasta que, en 585, los visigodos se hicieron dueños de la situación, incorporando el territorio que ocupaban los suevos. El rey Leovigildo consiguió unificar políticamente la mayor parte del territorio de la antigua provincia romana de Hispania, con capital en Toledo. El Reino hispano-visigodo era un territorio que se organizaba como un Estado independiente con identidad propia.
Leovigildo permitió la fusión étnica, mediante la legalización de matrimonios mixtos entre godos e hispanorromanos, que generó una mayor cohesión social y estabilidad política que duró hasta la invasión musulmana de 711. Durante este siglo VI, los hispanorromanos impusieron sus modos de ser y de vivir.
Por otro lado, el elemento religioso fue fundamental en el asentamiento y desarrollo del reino. Los visigodos fueron un pueblo creyente en el Arrianismo (doctrina de Arriano), una herejía que había tenido gran importancia en épocas pasadas, y conservaron como una característica más de su personalidad étnica. Sin embargo, la realidad política convenció a los monarcas de la necesidad de una unificación religiosa, que se efectuó por la conversión al rito de Nicea.
El 8 de mayo del 589, el rey Recaredo, hijo de Leovigildo, oficializaba el Catolicismo como religión del reino, en sustitución del Arrianismo. Fue durante el III Concilio de Toledo , considerado como el acto fundacional del reino católico visigodo de España. Recaredo presentó ante la asamblea un texto escrito por él mismo, demostrativo de la acción de la corona, de la nobleza y el clero godo y del pueblo de adjurar del Arrianismo para abrazar la fe católica. Aquellas intensas sesiones de trabajo estuvieron supervisadas por el obispo San Leandro y el abad Eutropio, auténticos promotores espirituales, reunidos junto a 72 obispos.
Las resoluciones aprobadas en el concilio dirigieron la organización religiosa, la estructura estatal y la vida social del pueblo hispanovisigodo. Se reconoció al rey para ocuparse del gobierno y religión. Se concedían funciones conjuntas a obispos y jueces, dejando para los primeros el control e inspección de los segundos sobre su actuación en las provincias administrativas donde trabajaban funcionarios del patrimonio fiscal. Con esta medida se intentaba eliminar la corrupción judicial existente en muchas zonas del reino.
El III Concilio de Toledo dimensionó la estructura del Estado visigodo. Sus decisiones pasaron a ser ley al quedar articuladas y escritas, y resultaban ser de la aprobación real tras publicarse un edicto de confirmación del concilio.
Esta unidad religiosa condujo a una estrecha relación entre la Iglesia y la Monarquía, fortaleciéndose ambas por medio de esta dependencia, y se hizo especialmente acusada en la crisis de la Monarquía. Tras años manteniendo su tradición y sus ideas heréticas, los visigodos terminan adoptando como suyo el patrimonio y legado hispanorromano. La cultura clásica grecorromana acabó triunfando sobre la germánica, el latín se impuso sobre la lengua goda, los visigodos adoptaron todos los usos y
costumbres hispanorromanas.
Se produjeron duras luchas entre las tribus germánicas hasta que, en 585, los visigodos se hicieron dueños de la situación, incorporando el territorio que ocupaban los suevos. El rey Leovigildo consiguió unificar políticamente la mayor parte del territorio de la antigua provincia romana de Hispania, con capital en Toledo. El Reino hispano-visigodo era un territorio que se organizaba como un Estado independiente con identidad propia.
Leovigildo permitió la fusión étnica, mediante la legalización de matrimonios mixtos entre godos e hispanorromanos, que generó una mayor cohesión social y estabilidad política que duró hasta la invasión musulmana de 711. Durante este siglo VI, los hispanorromanos impusieron sus modos de ser y de vivir.
Por otro lado, el elemento religioso fue fundamental en el asentamiento y desarrollo del reino. Los visigodos fueron un pueblo creyente en el Arrianismo (doctrina de Arriano), una herejía que había tenido gran importancia en épocas pasadas, y conservaron como una característica más de su personalidad étnica. Sin embargo, la realidad política convenció a los monarcas de la necesidad de una unificación religiosa, que se efectuó por la conversión al rito de Nicea.
El 8 de mayo del 589, el rey Recaredo, hijo de Leovigildo, oficializaba el Catolicismo como religión del reino, en sustitución del Arrianismo. Fue durante el III Concilio de Toledo , considerado como el acto fundacional del reino católico visigodo de España. Recaredo presentó ante la asamblea un texto escrito por él mismo, demostrativo de la acción de la corona, de la nobleza y el clero godo y del pueblo de adjurar del Arrianismo para abrazar la fe católica. Aquellas intensas sesiones de trabajo estuvieron supervisadas por el obispo San Leandro y el abad Eutropio, auténticos promotores espirituales, reunidos junto a 72 obispos.
Las resoluciones aprobadas en el concilio dirigieron la organización religiosa, la estructura estatal y la vida social del pueblo hispanovisigodo. Se reconoció al rey para ocuparse del gobierno y religión. Se concedían funciones conjuntas a obispos y jueces, dejando para los primeros el control e inspección de los segundos sobre su actuación en las provincias administrativas donde trabajaban funcionarios del patrimonio fiscal. Con esta medida se intentaba eliminar la corrupción judicial existente en muchas zonas del reino.
El III Concilio de Toledo dimensionó la estructura del Estado visigodo. Sus decisiones pasaron a ser ley al quedar articuladas y escritas, y resultaban ser de la aprobación real tras publicarse un edicto de confirmación del concilio.
LA CONVERSIÓN DE RECAREDO, POR ANTONIO MUÑOS DEGRAIN |
A partir de la conversión al cristianismo, alcanzaron extraordinaria importancia política los Concilios de la Iglesia Nacional, que se reunían desde la época romana: Elvira (300), Córdoba (330), Zaragoza (380), Toledo I (397), etc. La serie visigoda de los Concilios de Toledo abarcó desde el III (589) hasta el XVIII (702).
Simples asambleas eclesiásticas en su origen se convirtieron desde el 589 en uno de los órganos fundamentales del Estado. Correspondía al rey su convocatoria y apertura, rodeado de miembros del Aula Regia. Las sesiones comenzaban con la lectura temporal del Tomo Regio (mensaje real), resumen de las cuestiones temporales y espirituales a tratar, y finalizaban con la sanción real de los acuerdos, que de este modo se convertían en leyes civiles. Los concilios no sólo se limitaron a la actividad legislativa, sino también a la confirmación de ciertos actos del rey e incluso la legalidad de la ascensión al trono.
El 5 de diciembre de 633, sesenta y ocho obispos de toda España se reunieron en la basílica de Santa Leocadi para celebrar el IV Concilio de Toledo, auspiciada por San Isidoro de Sevilla. Durante la unión se acordaron nuevas medidas que regulaban la elección monárquica, acordando que la llegada al trono de Sisenando era justa y necesaria, y marcaron las directrices sobre cómo se debería gobernar el Estado visigodo en años venideros.
Este cónclave sirvió para unificar las posiciones defendidas por aristocracia e iglesia, en detrimento del poder del rey que, desde entonces, sufriría un declive ante la abolición de cualquier posibilidad de sucesión dinástica y dejando la elección del rey en manos de nobles y obispos. La Iglesia mantenía cierta autonomía en relación a las decisiones gubernamentales. El Estado visigodo nunca fue teocrático, pero desde el IV Conclio de Toledo, el rey quedaba vinculado a las medidas que se adoptasen en los concilios. En estos podían participar miembros de la alta nobleza, así como grandes terratenientes elegidos por su peso específico en la corte.
En los V y VI Concilios de Toledo, convocados por el rey Chintila, se intentó redefinir la figura del rey con leyes nuevas que prohibían el atentado contra el monarca, aseguraron las herencias para nobles y cargos públicos, así como la seguridad para fieles servidores leales a reyes anteriores.
El VIII Concilio de Toledo fue convocado bajo el reinado de Recesvinto el 16 de diciembre del 653, en la iglesia de los Santos Apóstoles. Se reunieron sesenta y dos obispos y delegados, además de ilustres seglares, principalmente condes, que participaron por primera vez en las decisiones conciliares. La más importantes fue la aprobación del Liber Iudiciorum, una reglamentación estatal de fuerte tradición romana aplicable tanto a visigodos como a hispanorromanos, que significó el abandono de parte de su herencia consuetudinaria y la unión legislativa. Fue, por tanto, un compendio de leyes que afianzaba el proceso de unificación poblacional entre godos e hispanos.
Dos nuevos concilios toledanos se organizaron en el reinado de Recesvinto, el IX fue como un sínodo de la provincia cartaginense, y el X como consecuencia de las disputas entre la monarquía cada vez más fuerte y una iglesia dispuesta a mantener su supremacía.
Por otra parte, la conversión al Catolicismo de los distintos pueblos europeos determinó la vida cultural, así en la península Ibérica se desarrolló durante casi dos siglos una importante corriente, mezcla de la tradición latina con el espíritu cristiano.
Este cónclave sirvió para unificar las posiciones defendidas por aristocracia e iglesia, en detrimento del poder del rey que, desde entonces, sufriría un declive ante la abolición de cualquier posibilidad de sucesión dinástica y dejando la elección del rey en manos de nobles y obispos. La Iglesia mantenía cierta autonomía en relación a las decisiones gubernamentales. El Estado visigodo nunca fue teocrático, pero desde el IV Conclio de Toledo, el rey quedaba vinculado a las medidas que se adoptasen en los concilios. En estos podían participar miembros de la alta nobleza, así como grandes terratenientes elegidos por su peso específico en la corte.
En los V y VI Concilios de Toledo, convocados por el rey Chintila, se intentó redefinir la figura del rey con leyes nuevas que prohibían el atentado contra el monarca, aseguraron las herencias para nobles y cargos públicos, así como la seguridad para fieles servidores leales a reyes anteriores.
El VIII Concilio de Toledo fue convocado bajo el reinado de Recesvinto el 16 de diciembre del 653, en la iglesia de los Santos Apóstoles. Se reunieron sesenta y dos obispos y delegados, además de ilustres seglares, principalmente condes, que participaron por primera vez en las decisiones conciliares. La más importantes fue la aprobación del Liber Iudiciorum, una reglamentación estatal de fuerte tradición romana aplicable tanto a visigodos como a hispanorromanos, que significó el abandono de parte de su herencia consuetudinaria y la unión legislativa. Fue, por tanto, un compendio de leyes que afianzaba el proceso de unificación poblacional entre godos e hispanos.
Dos nuevos concilios toledanos se organizaron en el reinado de Recesvinto, el IX fue como un sínodo de la provincia cartaginense, y el X como consecuencia de las disputas entre la monarquía cada vez más fuerte y una iglesia dispuesta a mantener su supremacía.
WAMBA RENUNCIANDO A LA CORONA, POR RIBERA Y FERNÁNDEZ |
Por otra parte, la conversión al Catolicismo de los distintos pueblos europeos determinó la vida cultural, así en la península Ibérica se desarrolló durante casi dos siglos una importante corriente, mezcla de la tradición latina con el espíritu cristiano.
Este movimiento de restauración cultural recuperó para Europa el antiguo Derecho romano mediante el cual los súbditos forman una sola comunidad, regida a su vez por esa ley hispano-visigoda, que reducía la servidumbre a dimensiones económicas. Era una ley que garantizaba a los campesinos la subsistencia mediante el trabajo de la tierra, aunque tenían que transcurrir todavía varios siglos para que la servidumbre desapareciera.
Cuando el brillo de Roma se oscureció, los visigodos revitalizaron la cultura clásica, adoptando como suyos el patrimonio y legado hispanorromanos. La cultura hispano-visigoda era floreciente, pujante y fecunda, la más refinada de todo Occidente durante los siglos VI y VII. Estaba basada en el mantenimiento de un sistema educativo heredado de las escuelas municipales que implantó el Imperio romano, y que había sido renovado en el siglo V, carente de parecidos en el resto de Occidente. Así pues, se fundaron nuevos monasterios que prosiguieron la labor evangelizadora, y las sedes episcopales organizaron escuelas, convirtiéndose en focos de cultura.
Destacaron los historiadores Paulo Osorio e Hidalcio, el poeta Prudencio, el filósofo Juan de Bíclaro, o el rey poeta Sisebuto. Cabe destacar, por la importancia de las obras conservadas, entre otros a Martín de Braga, Braulio de Zaragoza, Julián y Eugenio de Toledo, Fructuosos de Braga o Valerio del Bierzo.
Otra personalidad representativa de la cultura hispano-visigoda fue Leandro de Sevilla, hermano mayor de Isidoro de Sevilla, cuya obra se ha perdido por completo excepto la homilía De triumpho ecclesiae ob convesionem Gothorum y el tratado De institutione virginum.
San Isidoro de Sevilla fue reconocido como el más sabio de su tiempo. Escribió innumerables obras. Las Etimologías resumen las ciencias y los conocimientos de la cultura clásica, fue traducida por Alfonso X el Sabio. También escribió: Historia de regibus gothorum, vandalorum et suevorum, Chronica, y De Virus illustribus. En sus obras se recogen el "trivium" y el "cuadrivium", división de los estudios de la Antigüedad clásica y que pasó a la enseñanza durante la Edad Media.
Las Laudes Hispaniae constituyen un subgénero muy temprano de la literatura española. En ellos se reivindica la identidad nacional a partir del prólogo con el que Isidoro de Sevilla abre su Historia de regibus gothorum, vandalorum et suevorum (Historia de los reyes godos, vándalos y suevos).
Isidoro cantó las glorias de un pueblo en plena asunción de una existencia política propia. Su Loa a Hispania es una alabanza a la España de los primeros siglos de la Edad Media, que refleja el sentimiento de pertenencia y la identidad común de aquel reino hispano-visigodo, mezcla de la herencia romana, la cristiana y la germánica.
La influencia cultural gótica en la formación de España como nación y Estado fue enorme. Los vestidos visigodos, como el pantalón, la camisa y los zapatos, sustituyeron los vestidos telares romanos e ibéricos y las sandalias. Los balcones y voladizos en las casas los introdujeron los godos. Las reglas armónicas de la música son godas. Nuestro concepto del honor es godo, así como gran parte de nuestra ética. La lengua española está impregnada en su vocabulario, fonética y léxico de palabras góticas. Son palabras de orige gótico: zapato, gorro, galones, templado, daga, machete, garbo, estribo, trampa, trepar, rango, banda, bandera, ganado, heno, Galindo, Gutiérrez (hijo de godo), Godoy, Jiménez, Martínez, Rico, etc.
La filóloga Jurate Rosales ha demostrado que la lengua española ha recibido una influencia del latín vulgar gracias a los godos. Se comprueba en las diptongaciones de la o, a, e largas, en la pérdida de la f inicial, en la palatización de las silabas latinas ki y ti, en el cambio de la k latina por la g española, en la terminación ez de los patronímicos, en la ausencia de t en la terminación de la tercera persona del plural, cambios que son similares a los de las lenguas bálticas.
Codex Revisus, época de Leovigildo:
"Que esté permitida la unión matrimonial tanto de un godo con una romana (Hispanorromana), como de un romano (Hispanorromano) con una goda. Se distingue una solícita preocupación en el Príncipe, cuando se procuran beneficios para su pueblo a través de ventajas futuras; y no poco deberá regocijarse la ingénita libertad al quebrantarse el vigor de una antigua ley con la abolición de la orden, que, incoherentemente, prefirió dividir con respecto al matrimonio a las personas que su dignidad igualaba como parejas en status. Saludablemente reflexionando por lo que aquí expuesto como mejor, con la remonición de la orden de la vieja ley, sancionamos con esta presente ley de validez perpetua: que tanto si un godo una romana, como también un romano una goda, quisiera tener por esposa-dignísima por su previa petición de mano-existía para ellos la capacidad de contraer nupcias y esté permitido a un hombre libre tomar por esposa a la mujer libre que quiera en honesta unión tras informar bien de su decisión y con el acompañamiento acostumbrado del consenso del linaje."
"¡Oh España, madre sagrada y siempre feliz de príncipes y de pueblos! Eres la más hermosa de todas las tierras, habitadas y por habitar, desde Occidente hasta las Indias. Con todo derecho eres ahora la reina de todas las provincias, luminaria de la que se benefician tanto el orbe, la parte más ilustre de la tierra, en la que se regocijan sobremanera y florece espléndidamente la gloriosa fecunda del pueblo godo.
Con gran indulgencia, aunque merecidamente, te enriqueció la naturaleza con notable abundancia de todo tipo de bienes. Eres rica en frutos, copiosa en uvas, alegre en cosechas; te vistes de mieses, los olivos te ofrecen sus sombras, y las vides te sirven como vestido. Tus campos están llenos de flores, tus montes te hacen frondosa, y tus costas abundan en peces. Estás situada en la zona más agradable del mundo; gracias a ello, ni te abrasa el ardor del sol tropical, ni te agarrota el rigor de los hielos glaciares, sino que abrazada por la zona más templada del cielo, te nutres de felices céfiros. Porque, efectivamente, tú haces posible la fecundidad de los campos, el precioso valor de las minas, y cuanto de hermoso tienen los seres vivientes. Y de ninguna manera tienen por qué minusvalorarte esos ríos a los que ennoblece la merecida fama de sus rebaños.
Superas a Alfeo en caballos y al Clitumno en reses, por más que el sagrado Alfeo pueda entrenar a sus veloces cuadrigas por las pistas para hacerse con las palmas olímpicas, y el Clitumno se dedicara en el pasado a ofrecer en sacrificio enormes novillos en el Capitolio. Gracias a tus abundantísimos pastos, no necesitas ambicionar los prados de Etruria, ni rebosantes de palmas, te admiras ante los bosques de Molorco; tampoco sientes envidia de los carros de Élide en la carrera de tus caballos. Tú eres feracísima gracias a tus caudalosos ríos, los torrentes que arrastran pepitas de oro te visten de color amarillo, posees la fuente que engendra la mejor caballería, y te pertenecen los vellones teñidos de púrpura que brillan igual o más que los colores de Tiro. En ti se encuentra la piedra preciosa que brilla en el sombrío interior de los montes y resplandece casi como el sol.
Además, eres rica en hijos, en piedras preciosas y en púrpura; por otras parte, a tu otra parte, a tu gran fecundidad deben existencia numerosos talentos y gobernantes de imperios, eres opulenta para encumbrar príncipes y feliz a la hora de parirlos. Con razón te deseó desde siempre la áurea Roma, cabeza de los pueblos; y, aunque el romano terminara un día poseyéndote gracias a su Romúlea fortaleza, al final el floreciente pueblo godo, tras numerosas victorias por todo el orbe, te robó el corazón y te amó, y goza ahora de ti con segura felicidad entre la pompa regia y el esplendor del imperio."
CONCILIO DE TOLEDO, CÓDICE DE VIRGILIANO |
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