Hasta el Renacimiento, se sabía que la Tierra era redonda con bastante aproximación del tamaño, pero el océano Atlántico era concebido como un Mare Tenebrosum, límite del territorio occidental en Finisterrae (cabo Finisterre) o las Columnas de Hércules (estrecho de Gibraltar), y fin de la expansión de cualquier civilización bajo el lema Non plus ultra (No hay más allá).
A finales del siglo XV, España y Portugal se habían convertido en las dos grandes potencias náuticas y astronómicas de Europa, desarrollando rutas marítimas por al Atlántico hacia el mar del Norte y la costa Africana occidental.
El Descubrimiento de América, el 12 de Octubre de 1492, fue una hazaña científica y técnica que permitió traspasar unos límites oceánicos y descubrir unos territorios que cambiaron la mentalidad y conocimientos científicos tanto del hombre europeo como del indígena americano. Fue el hallazgo geográfico más importante para la Humanidad.
Desde la Antigüedad, cualquier persona culta sabía que la tierra era redonda, algo evidente desde el siglo IV a.C. con Aristóteles. Un siglo después, Eratóstenes calculó la media esférica, y de ahí la teoría pasó a Ptolomeo, que afinó aún más la medición.
La Iglesia no puso en duda aquella teoría, aunque el Génesis propone una imagen plana de la Tierra según la ciencia mesopotámica. Ya desde el siglo IV, con san Agustín, existieron autores cristianos que defendieron la tesis de la esfericidad de la tierra: san Isidoro de Sevilla en sus Etimologías, hacia el año 600, o Beda el Venerable, a inicios del siglo VIII, y después Tomás de Aquino, completó la teoría de Aristóteles con datos de la astronomía árabe.
En las universidades españolas y portuguesas del Renacimiento se enseñaba que la tierra es redonda y, además, se aceptaba una longitud casi igual a la actual: 40.000 kilómetros por el ecuador.
En las universidades españolas y portuguesas del Renacimiento se enseñaba que la tierra es redonda y, además, se aceptaba una longitud casi igual a la actual: 40.000 kilómetros por el ecuador.
En el siglo XII, el geógrafo musulmán El-Edrisi consideraba al océano Atlántico como:
"Un mar donde nadie sabe lo que hay en él, ni puede averiguarse, por las dificultades que a la navegación oponen las profundas tinieblas, la altura de las olas, la frecuencia de las enfermedades, los innumerables monstruos que lo pueblan y la violencia de sus vientos."
Era llamado Mare Tenebrosum por los cristianos y Mar de las Tinieblas por los musulmanes. Un espacio poblado de animales fantásticos y agresivos que defendían sus aguas hundiendo cuanto barco osaba penetrar en ellas: cíclopes, cinocéfalos, unípodos, hipódopos, grifos, basiliscos, ave fénix, dragones y sirenas. Más allá se encontraban las antípodas y tierras ignotas. Se trataba de supersticiones producto de la incapacidad de los europeos por sortear las duras condiciones de una mar muy diferente al sosegado Mediterráneo, donde la vela aseguraba el movimiento del bote y donde la visión continuada de la costa proporcionaba tranquilidad a la marinería.
La península Ibérica siempre había sido el límite occidental para las invasiones de las civilizaciones que llegaban desde el Oriente cuyo lema podría ser el de "Non Plus Ultra" (No más allá). El cabo Fisterra era considerado como el "fin de la tierra", donde termina la tierra y comienza un mar inexplorable y el estrecho de Gibraltar era conocido como las "columnas de Hércules".
El primer paso en descubrir ese mar de las Tinieblas llegó entre 1341 y 1342, cuando dos barcos de bandera portuguesa redescubrieron las islas Canarias y los archipiélagos de Madeira y las Azores.
A finales del siglo XV, España y Portugal se habían convertido en las dos grandes potencias marítimas y astronómicas de Europa. La Corona de Aragón tenía una intensa experiencia marinera por su dominio del Mediterráneo, y la Corona de Castilla mantenía rutas muy seguras en el Atlántico norte y Canarias. Portugal abrió rutas por las costas occidentales africanas, descubrió el paso del sur hacia Oriente por el cabo de Buena Esperanza, y llegó a la India abriendo la ruta de las especias. Hubo, por tanto, un cambio de mentalidad sobre como había que afrontar el dominio de ese mar inexplorable, cuyos marinos deseaban llegar más allá "Plus Ultra".
La península Ibérica siempre había sido el límite occidental para las invasiones de las civilizaciones que llegaban desde el Oriente cuyo lema podría ser el de "Non Plus Ultra" (No más allá). El cabo Fisterra era considerado como el "fin de la tierra", donde termina la tierra y comienza un mar inexplorable y el estrecho de Gibraltar era conocido como las "columnas de Hércules".
El primer paso en descubrir ese mar de las Tinieblas llegó entre 1341 y 1342, cuando dos barcos de bandera portuguesa redescubrieron las islas Canarias y los archipiélagos de Madeira y las Azores.
A finales del siglo XV, España y Portugal se habían convertido en las dos grandes potencias marítimas y astronómicas de Europa. La Corona de Aragón tenía una intensa experiencia marinera por su dominio del Mediterráneo, y la Corona de Castilla mantenía rutas muy seguras en el Atlántico norte y Canarias. Portugal abrió rutas por las costas occidentales africanas, descubrió el paso del sur hacia Oriente por el cabo de Buena Esperanza, y llegó a la India abriendo la ruta de las especias. Hubo, por tanto, un cambio de mentalidad sobre como había que afrontar el dominio de ese mar inexplorable, cuyos marinos deseaban llegar más allá "Plus Ultra".
PORTULANO DE TOSCANELLI |
En ese ambiente de innovación técnica en la navegación y organización de expediciones marítimas surgió la figura de Cristóbal Colón, quien llegó a Lisboa en 1476. Estuvo convencido de que navegando la esfera terrestre hacia Occidente era posible llegar a las Indias, demostrando la esfericidad de la tierra de forma empírica. El auténtico misterio de Colón no es donde nació, sino más bien por qué estaba tan seguro de poder llegar a las Indias.
Cristóbal Colón poseía cierta información procedente del matemático Paolo del Pozzo Toscanelli, al servicio de la corte portuguesa. Se trataba de la correspondencia y los mapas que, en 1474, el sabio florentino había hecho llegar al rey de Portugal a través de su amigo, el canónigo lisboeta Fernando Martins. Este era una de las grandes eminencias de la época y afirmaba que el camino occidental hacia Cipango estaba salpicado de islas que facilitaban la navegación.
Con unas medidas escritas por el sabio árabe Alfragano, Colón calculó el ecuador: 20.400 millas marinas. Pero Colón se equivocó en el cálculo, pues estaban expresadas en millas árabes (2.000 metros), unidad de medida bastante más larga que la milla latina convencional (1.480 metros) usada en Europa. Con lo que reducía las distancias a un cuarto de las reales, sustrayéndole unos 10.000 kilómetros a la circunferencia terrestre real que son 40.000 kilómetros. Y, con estos equivocados cálculos, Colón intentó llevar a la práctica su teoría. Lo que estuvo en discusión no fue la esfericidad de la tierra, sino la distancia que podía existir entre las costas occidentales de Europa y la isla de Cipango (Japón).
Su pensamiento se vio influenciado por la Historia rerum ubique gestarum del papa Pío II y el Tractatus de Imago Mundi del cardenal francés Pierre d'Ailly, que eran como enciclopedias del saber del momento y que estudió muy detenidamente, pero también por el relato de Juan de Mandeville, El Millón de Marco Polo, clásicos del siglo XIII, cartas de Toscanelli, etc.
Cristóbal Colón poseía cierta información procedente del matemático Paolo del Pozzo Toscanelli, al servicio de la corte portuguesa. Se trataba de la correspondencia y los mapas que, en 1474, el sabio florentino había hecho llegar al rey de Portugal a través de su amigo, el canónigo lisboeta Fernando Martins. Este era una de las grandes eminencias de la época y afirmaba que el camino occidental hacia Cipango estaba salpicado de islas que facilitaban la navegación.
Con unas medidas escritas por el sabio árabe Alfragano, Colón calculó el ecuador: 20.400 millas marinas. Pero Colón se equivocó en el cálculo, pues estaban expresadas en millas árabes (2.000 metros), unidad de medida bastante más larga que la milla latina convencional (1.480 metros) usada en Europa. Con lo que reducía las distancias a un cuarto de las reales, sustrayéndole unos 10.000 kilómetros a la circunferencia terrestre real que son 40.000 kilómetros. Y, con estos equivocados cálculos, Colón intentó llevar a la práctica su teoría. Lo que estuvo en discusión no fue la esfericidad de la tierra, sino la distancia que podía existir entre las costas occidentales de Europa y la isla de Cipango (Japón).
Su pensamiento se vio influenciado por la Historia rerum ubique gestarum del papa Pío II y el Tractatus de Imago Mundi del cardenal francés Pierre d'Ailly, que eran como enciclopedias del saber del momento y que estudió muy detenidamente, pero también por el relato de Juan de Mandeville, El Millón de Marco Polo, clásicos del siglo XIII, cartas de Toscanelli, etc.
De todas ellas extrajo referencias muy concretas sobre parajes bíblicos situados en el fin del Oriente como el Paraíso Terrenal, los Jardines del Edén, Tarsis y Ofir, el reino de Saba, los montes de Sophora, la isla de las Amazonas, que pronto situaría en distintas zonas de las Indias, porque para él allí estaba el extremo de Asia. De Toscanelli recogió Colón todo lo relativo al Gran Khan de Mongolia, a la tierra firme asiática y sobre todo al Cipango (Japón), isla distante 1.500 millas del continente y famosa por su riqueza.
Todas estas informaciones de dudosa veracidad científica hicieron creer a Colón que la Tierra era un cuerpo inmóvil y esférico, que ocupaba el centro del globo cósmico, que tenía forma de pera, un Ecumene habitada por los hombres y dividida en tres continentes: Europa, Asia y África, y un paraíso terrenal ubicado en el océano Atlántico.
Pero el proyecto en la mente de Colón no pudo ponerse en práctica en la Corte de Juan II, ya que los portugueses pretendían llegar a las Indias bordeando las costas africanas, cuando en aquella época cruzar el canal de Suez y navegar por el mar Rojo era un suicidio ante el cerrojo establecido por los otomanos. La apuesta de Colón fue atravesar el Mare Tenebrosum, y llegar a Cipango (Japón) y Catay (China).
Todas estas informaciones de dudosa veracidad científica hicieron creer a Colón que la Tierra era un cuerpo inmóvil y esférico, que ocupaba el centro del globo cósmico, que tenía forma de pera, un Ecumene habitada por los hombres y dividida en tres continentes: Europa, Asia y África, y un paraíso terrenal ubicado en el océano Atlántico.
Pero el proyecto en la mente de Colón no pudo ponerse en práctica en la Corte de Juan II, ya que los portugueses pretendían llegar a las Indias bordeando las costas africanas, cuando en aquella época cruzar el canal de Suez y navegar por el mar Rojo era un suicidio ante el cerrojo establecido por los otomanos. La apuesta de Colón fue atravesar el Mare Tenebrosum, y llegar a Cipango (Japón) y Catay (China).
Aquella aventura en la mente del almirante se materializó en Palos de la Frontera, relevante puerto de la Corona de Castilla que hervía de iniciativas náuticas, como todo el suroeste peninsular, no sin antes vivir un periodo en el monasterio de La Rábida, centro científico con demostrada innovación náutica y cartográfica.
En 1486, la reina Isabel I recogió de nuevo el proyecto y lo sometió a una comisión de expertos en Alcalá de Henares. El veredicto fue que con las medidas reales de la circunferencia terrestre, era imposible llegar en carabela, y además, era altamente costoso.
Pero, a pesar de la opinión de los expertos, Isabel confió en el plan de Colón. Aunque existían certidumbres científicas bastante asentadas, como la medida real de la tierra y la distancia entre Europa y Asia, por otro lado, existía la certidumbre práctica con un cierto éxito ante la posibilidad de que hubiesen tierras intermedias entre ambas costas que no mostraban los mapas por no ser descubiertas aún: el Nuevo Mundo. Y esa posibilidad práctica, que no técnica, fue la que motivó a los asesores de los Reyes Católicos a aceptar la aventura, frente a los dictámenes de los sabios. La voluntad política de los Católicos y la hipótesis de Colón pudo con la sabiduría científica los expertos.
En 1486, la reina Isabel I recogió de nuevo el proyecto y lo sometió a una comisión de expertos en Alcalá de Henares. El veredicto fue que con las medidas reales de la circunferencia terrestre, era imposible llegar en carabela, y además, era altamente costoso.
Pero, a pesar de la opinión de los expertos, Isabel confió en el plan de Colón. Aunque existían certidumbres científicas bastante asentadas, como la medida real de la tierra y la distancia entre Europa y Asia, por otro lado, existía la certidumbre práctica con un cierto éxito ante la posibilidad de que hubiesen tierras intermedias entre ambas costas que no mostraban los mapas por no ser descubiertas aún: el Nuevo Mundo. Y esa posibilidad práctica, que no técnica, fue la que motivó a los asesores de los Reyes Católicos a aceptar la aventura, frente a los dictámenes de los sabios. La voluntad política de los Católicos y la hipótesis de Colón pudo con la sabiduría científica los expertos.
En el mar de los Sagazos, descubren una inmensa extensión de algas que cubría esa parte del océano. Llegaron a pensar que eran aguas bajas y que podían embarrancar, por ello, arrojaron una sonda y comprobaron que se trataban de aguas muy profundas. A pesar de aprovechar siempre el alisio hacia el oeste, también descubrieron que existían vientos hacia el este, de ese modo, supieron que el tornaviaje estaba garantizado.
A principios de octubre, Colón se dio cuenta que sus cálculos estaban fallando y que las islas que esperaba encontrar se habían quedado atrás. Llevaban 1.000 leguas de navegación. El día 10 de octubre, los almirantes Pinzón pusieron fecha de regreso si no encontraban tierra. La expedición hizo historia y en la noche del 12 de octubre de 1492, un sevillano vigía de la Pinta, Rodrigo de Triana, gritó "¡Tierra!", fue el primero en avistar el Nuevo Mundo.
Se trataba de la isla San Salvador perteneciente al archipiélago de las Lucayas (Bahamas). Tras hallar el archipiélago de las Antillas mayores, entre el 28 de octubre y el 5 de diciembre de 1492, las naves se movieron por la costa oriental de Cuba. Colón creyó que esta isla pertenecía a Catay, se vio mucha vegetación y frutos, pero no se vio grano de oro alguno ni noticias de la corte del Gran Khan. Y es que no fue hasta la muerte de Colón cuando se verificó que las tierras descubiertas no eran parte de Asia, sino de un nuevo continente.
MAPA MUNDI DEL PRE-DESCUBRIMIENTO |
Para algunos historiadores, la razón por la cual Cristóbal Colón defendió su proyecto con gran convencimiento es que posiblemente tendría más datos de los que mostraba, y que contemplaba con cierta posibilidad un "pre-descubrimiento" de unas tierras inexploradas. Esta leyenda fue escrita por el cronista fray Bartolomé de Las Casas, fuente primordial, en su Historia de las habladurías y leyendas que en aquél momento había en la isla Española.
Otro cronista, Gonzalo Fernández de Oviedo también recoge la misma leyenda en su Historias General, donde afirmó que el piloto, amigo íntimo de Cristóbal Colón, se resguardó en la casa de éste y allí murió, pero antes le dio información de su viaje e incluso una carta de marear en la que había señalado las tierras que había visto.
Incluso otros cronistas como Francisco López de Gomara y Garcilaso de la Vega recogieron los hechos después de un siglo. Este último es el único que da nombre al piloto: Alonso Sánchez de Huelva, quien le daría detalles bastante ajustados sobre algunas islas y sus naturales, sobre ciertos parajes y, especialmente, acerca de las distancias. Este personaje mitológico a quien se denomina a menudo como el Navegante Desconocido o el Prenauta fue un marino portugués o castellano que, tras una tormenta, acabó recalando con sus naves en las Antillas, siendo el único superviviente. De algún modo logró regresar, y así fue como transmitió su información a Colón antes de morir.
Algunos autores ven como una declaración por Cristóbal Colón sobre este hecho en una carta incluida en el Libro de las Profecías, en torno al 1501, en la que confesaba a los Reyes Católicos que recibió algo que le abrió el entendimiento, un "milagro evidentísimo", refiriéndose a que era posible navegar desde Europa hasta las Indias por poniente. Posiblemente se referiría al momento en el cual conoció a aquel Prenauta que le aportó toda la información de su hallazgo durante sus frecuentes viajes a las islas Madeira, Azores y Canarias entre los años 1477 y 1482.
Ante aquella noticia, Cristóbal Colón se sintió elegido por la Providencia para descubrir aquellas tierras, y, a partir de ahí, comenzó a elaborar su proyecto, sabiendo que la mayor dificultad que iba a tener era cómo articularlo teóricamente para defenderlo ante los mayores expertos del momento: portugueses y castellanos.
Los defensores del "pre-descubrimiento" apuntan también, como evidencia de sus afirmaciones, a la llamada Capitulaciones de Santa Fe, firmada en abril de 1492 por los Reyes Católicos, y en la que se conceden grandes privilegios a Colón sobre lo que estaba por descubrir. En dicho texto se aludo a lo que Colón "ha descubierto", literalmente, y no "lo que descubrirá", como sería lógico. Según estudiosos, no se trataba de un error de escritura, sino la prueba de que Colón había convencido a los monarcas con evidencias de que conocía la existencia de ese Nuevo Mundo.
Desde entonces, muchos autores son los que han pronunciado a favor o en contra de la hipótesis del pre-descubrimiento. Los defensores de esta hipótesis siguen la línea interpretativa basada en que Hernando Colón procuró evitar que se restara protagonismo a la figura de su padre, negando cualquier pre-descubrimiento. Estos, a su vez, defienden dos tipos de hipótesis sobre el pre-descubrimientos:
La primera hipótesis cree en la leyenda del piloto desconocido, que al regresar de Guinea se vio impulsado por alguna tormenta hasta las Antillas. Tras un tiempo allí, regresó, se encontró con Colón, le informó y murió. Aportaría informaciones concretas sobre la localización de las Antillas, la ruta a seguir, las minas de oro, algunos de los puntos geográficos clave e incluso sobre ciertas señales que el pre-descubridor habría dejado en América para que pudiera comprobarse luego su veracidad.
La segunda posibilidad contempla que no fue un piloto anónimo el informador, sino un grupo de indígenas que en un desplazamiento por las islas del Caribe hacia 1482-1483 fueron desviadas hacia el oeste en pleno océano por culpa de una tormenta, donde pudieron encontrarse con Colón e informarle.
Incluso también no hay que descartar la posibilidad de que fuera el propio Colón quien hubiera llegado previamente a América por lo que tendría conocimientos previos. No es aventurada esta hipótesis si se tiene en cuenta la rapidez del primer viaje, la seguridad con que pidió un plazo de tres días a los marineros amotinados o el recorrido insular.
Continuaron las hipótesis, especulaciones y mitos referentes a si realmente fue Colón el primer europeo en alcanzar el Nuevo Mundo. Algunos historiadores consideran que los vikingos precedieron al genovés como lo corroboran los restos hallados en el campamento L'Anse aux Meadows, en la costa noroccidental de Terranova. Incluso antes pudieron llegar los egipcios a América del sur, tal y como demostró el aventurero noruego Thor Heyerdahl en los años 70. El último nombre en unirse a esta lista ha sido Zheng He, el eunuco que, entre 1403 y 1433, exploró al frente de una flota de juncos las costas del sudeste asiático y el este de África.
A principios del siglo XVI ya se encontraban a pescadores cántabros y vascos en las costas de Terranova buscando los caladeros de ballenas y bacalaos a bordo de naves consistentes, sin saber aun cuando llegaron allí por primera vez.
Las hipótesis más arriesgadas incluyen a los caballeros templarios, a quienes algunos atribuyen haber llegado a América. Esta información sobre las tierras del Oeste había pasado a la Orden de Cristo, sucesora del Temple en Portugal, donde el almirante pasó varios años antes de emprender su aventura y donde habría tenido conocimiento de la misma.
El Descubrimiento de América, el 12 de Octubre de 1492, fue una hazaña científica y técnica que permitió traspasar unos límites oceánicos y descubrir unos territorios que, sin lugar a dudas, cambiaron la mentalidad y conocimientos científicos tanto del hombre occidental como del indígena. No es aventurado afirmar que fue el hallazgo geográfico más importante para la Humanidad.
En la costa andaluza se desarrolló una incipiente industria náutica, con perfeccionamiento de naos y carabelas, velas redondas, rectangulares y latinas, cartas de marear, sistemas de proyección, astrolabios y cuadrantes, tablas y almanaques, bitácoras, ampolletas y sondas. Se desarrolló el galeón como nave acondicionada para superar las adversidades atlánticas. Sevilla se convierte en capital portuaria para la navegación y comercio con el Nuevo Continente.
En 1503, se creó la Casa de Contratación de Sevilla, centro de investigación y foco de ciencia, y cátedras como las de Cosmografía, Astronomía, Matemáticas, Geografía e Hidrografía. Se impulsaron expediciones científicas, se estudió el magnetismo terrestre, se perfeccionaron métodos para la determinación de longitudes y latitudes, corrientes atmosféricas y marítimas, cartografía del planeta, bibliografía sobre los nuevos países e información sobre botánica y zoología coloniales.
En la costa andaluza se desarrolló una incipiente industria náutica, con perfeccionamiento de naos y carabelas, velas redondas, rectangulares y latinas, cartas de marear, sistemas de proyección, astrolabios y cuadrantes, tablas y almanaques, bitácoras, ampolletas y sondas. Se desarrolló el galeón como nave acondicionada para superar las adversidades atlánticas. Sevilla se convierte en capital portuaria para la navegación y comercio con el Nuevo Continente.
En 1503, se creó la Casa de Contratación de Sevilla, centro de investigación y foco de ciencia, y cátedras como las de Cosmografía, Astronomía, Matemáticas, Geografía e Hidrografía. Se impulsaron expediciones científicas, se estudió el magnetismo terrestre, se perfeccionaron métodos para la determinación de longitudes y latitudes, corrientes atmosféricas y marítimas, cartografía del planeta, bibliografía sobre los nuevos países e información sobre botánica y zoología coloniales.
Este hallazgo planteó problemas sobre la naturaleza y capacidad de los indios, trato que debía dárseles, protección, legalidad moral de la conquista, derecho de los aborígenes, etc. representó por tanto el derrumbe de la concepción tradicional del Mundo, y se iniciaron enigmas sobre la unidad o variedad de la especie humana, el origen y filiación de las lenguas, emigración de los pueblos, avances en la navegación, forma de la Tierra, origen de los vientos, variaciones del clima, corrientes oceánicas, flora y fauna, etc.
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