La idea de las "Dos Españas" fue un concepto acuñado por Antonio Machado y desarrollado por otros escritores como Santos Juliá, Mariano José de Larra, Jaime Balmes, Marcelino Menéndez Pelayo, Ramiro de Maeztu, José Ortega y Gasset, y también el portugués Fidelino de Figueiredo, que escribió sobre As dues Espanhas. Otros autores, como el historiador Américo Castro, negaron la realidad de tal expresión.
El origen de esta idea surgió tras la aparición de dos mentalidades antagónicas en el siglo XIX. Un sector de la intelectualidad española era conservadora y hasta reaccionaria, cerrada a cualquier tipo de transformación del país; la otra parte era reformista, progresista, que deseaba romper con el régimen establecido. Esta situación dual también la experimentaron casi todos los países de Europa, divididos entre derechas e izquierdas, conservadores y progresistas.
La idea de las Dos Españas evidenció la realidad de una triple fractura, que se abrió simultáneamente a los cambios que supuso la Edad Contemporánea y que llevó al enfrentamiento de 1936. El punto de partida del debate entre estas dos concepciones políticas surgió en las Cortes de Cádiz de 18012, donde se estableció el primer diálogo abierto, sin prohibiciones ni censuras, entre los españoles.
Esa triple fractura se puede expresar en tres pares de conceptos opuestos:
1. DERECHA vs IZQUIERDA
Está ligada a la denominada "cuestión social" del siglo XIX, que a su vez contiene tanto el surgimiento del movimiento obrero como respuesta a la industrialización y que se convierte en una temible lucha de clases (por ejemplo, el pistolerismo de Barcelona entre patronal y sindicatos), como el atraso rural y el "señoritismo" y "caciquismo" que intentaron remediarse con la Reforma agraria.
La debilidad de las clases medias ilustradas o profesiones liberales, incluso la destrucción prematura de una burguesía nacional, se ha venido generando tradicionalmente, como una de las causas de la polarización social y política, y expresada como una característica del carácter español desde que la leyenda negra fijó su estereotipo: el modo de vida hidalgo, el espíritu cristiano viejo, el desprecio por el trabajo, etc. La distinta implantación de socialistas y anarquistas introdujo un elemento más de fragmentación, en este caso, interna al movimiento obrero.
2. CATOLICISMO INTEGRISTA vs ANTICLERICALISMO
Surgió con la descristianización de las capas populares e intelectuales desde el segundo tercio del siglo XIX, coincidiendo con las Guerras Carlistas (matanza de frailes en Madrid de 1834, motines anticlericales de 1835). Se acentuó con la desamortización eclesiástica de Álvarez de Mendizábal. No consiguió pacificarse mediante la aprobación del Concordato de 1851, Continuó contra el Krausismo del último cuarto de siglo XIX, expulsando a los catedráticos que no adaptaron sus enseñanzas a la ortodoxia. Uno de ellos fue Francisco Giner de los Ríos, que prefirió fundar la Institución Libre de Enseñanza.
Esta dicotomía se acentuó a principios del XX, gracia a hechos como la Semana Trágica de Barcelona y Lerrouxismo, expresándose incluso desde algunos gobiernos dinásticos (ley del candado de José Canalejas) y sobre todo los del primer bienio de la II República, especialmente en lo relativo a la enseñanza y la supresión de la Compañía de Jesús.
Incluso la concesión del sufragio femenino en 1932 tuvo detractores desde ambientes progresistas por considerar que las mujeres votarían según la orientación de sus confesores, que originó un enfrentamiento entre Clara Campoamor y Victoria Kent. Agustín de Foxá resumió con ironía que los españoles están condenados a ir siempre detrás de los curas, o con el cirio o con el garrote.
3. CENTRALISMO vs NACIONALISMOS PERIFÉRICOS
Los nacionalismos periféricos están identificados a la defensa de lenguas distintas al castellano pero socialmente con diferentes orígenes:
a. el resentimiento frente a la inmigración y el crecimiento industrial de las ciudades de los pequeños propietarios rurales católicos y carlistas en el País Vasco.
b. la burguesía progresista industrial catalana, organizada durante el siglo XIX en la defensa de una política económica proteccionista opuesta al librecambismo de los exportadores cerealistas castellano-andaluces, hegemónicos políticamente en Madrid.
Paradójicamente, un planteamiento similar de bandos enfrentados se había producido dentro de la misma Castilla siglos antes, desde la Baja Edad Media hasta la Guerra de las Comunidades.
En la mayor parte de los casos, podía ubicarse a las fuerzas políticas y sociales, y a los individuos, en una u otra de las Dos Españas así definidas, aunque para otros casos no estaba tan claro. Por ejemplo, en Vizcaya o Guipúzcoa, muchos católicos eran nacionalistas vascos, e intervinieron en la Guerra Civil en el bando republicano.
Otro caso fue el de Cataluña, donde Lliga Regionalista de Francesc Cambó tenía muy poco que ver con la Esquerra Republicana de Francesc Macià y Lluís Companys (de hecho, de la derecha catalana partieron los apoyos iniciales del general Miguel Primo de Rivera, así como una significativa parte de los de la sublevación militar de Franco), mientras que las izquierdas eran notablemente centralistas y los republicanos pretendieron crear un Estado integral que reconocía las autonomías regionales. La expresión proviene del debate del Estatuto de Autonomía en las Cortes, aprobado el 13 de mayo de 1932, notablemente realista y pragmático, en el que intervinieron Azaña y Ortega, y no se marcaba ningún acento trágico ni excepcional.
Por otro lado, la mayor parte de las agrupaciones y partidos definidos como republicanos, así como la propia masonería, tenían un componente social nada obrero, y más bien cercano a las clases altas o medias.
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