América
no solo fue cosa de hombres, detrás de la aventura de Cristóbal
Colón, estuvo una oleada de mujeres que también probaron suerte a
hacer las Américas, pioneras como Isabel Barreto. Esta aventurera, a
la altura de Magallanes y Orellana, está considerada como la primera
mujer que desempeñó el cargo de almirante de la Armada española, a finales del siglo XVI, durante el reinado de Felipe II. Protagonizó la Expedición a las islas Salomón y las Filipinas.
Isabel
Barreto de Castro nació en Pontevedra, en
1567. Siendo una niña, se marchó con su familia al Virreinato
del Perú, donde conoció al adelantado Álvaro de Mendaña y
Neira, con quien se casó en 1585, en Lima. Como
tantos aventureros, Mendaña deseaba encontrar el mítico País del Dorado.
A finales del siglo XVI, la mayor parte de
América ya había sido descubierta y colonizada, y la búsqueda del
deseado Dorado ya había cesado por el desengaño. Es más, se
había trasladado a islas del océano Pacífico debido a la mitología
inventada por los incas y a la Historia de los Incas escrita
por Pedro Sarmiento de Gamboa. Según los incas, existía en el
océano Pacífico una isla llena de oro y piedras preciosas
llamado Ophir y, para alcanzarlo, Mendaña ya había
organizado varias expediciones.
En
1568, Mendaña descubrió las islas Salomón. Aunque no
encontraron oro, en aquellas islas había hecho fortuna, pues trajeron especias como clavo, nuez moscada y
jengibre. Pero siempre estuvo convencido de que aquel archipiélago eran realmente las míticas minas de oro del rey Salomón. Estaban a varios miles de kilómetros por mar desde América, navegando hacia el oeste, desde las costas de Perú. Eran cientos de islas, sumergidas en un pasado tan legendario como desconocido. Islas que, en cierto modo, tenían un atractivo interés para los marinos del siglo XVI.
El monarca Felipe
II le recibió en su residencia del monasterio de El Escorial y al que había
convencido de volver a las Salomón. Según sus explicaciones, no muy
alejadas de la realidad, había estado a punto de entrar en contacto
con la ignota Terra Australis y, sobre todo, la habitaban
millones de almas paganas esperando ser cristianizadas. También
anotó a modo de inventario que en la isla de San Cristóbal los
ríos eran ricos en oro.
El
matrimonio con Isabel Barreto aportó liquidez a la
ruinosa hacienda de Mendaña que podría, de esta manera, financiar
su nueva expedición. Su objetivo oficial era establecer algún enclave español en aquellas lejanas islas, para impedir que los corsarios
ingleses atacaran las Filipinas o la costa americana del Pacífico.
El
virrey García Hurtado de Mendoza patrocinó una nueva
expedición. De este espíritu aventurero y ante las expectativas
creadas por su marido, Isabel de Barreto se sumó a tan ambicioso
proyecto. Mendaña ya tenía casi 50 años, pero tenía el apoyo de
una esposa veinteañera de carácter muy fuerte, ambiciosa, firme y autoritaria,
quien influyó notablemente en él. De la misma manera, Isabel
Barreto le debía su vocación marinera a este navegante.
La
expedición se componía de cuatro embarcaciones: el galeón San Gerónimo, nave capitana encabezada por Pedro Fernández de Quirós; el galeón Santa
Isabel, capitaneado por Lope de Vega, casado con una de las hermanas de Isabel; el galeote San Felipe, cuyo capitán era Felipe de Corzo; y la fragata Santa
Catalina, con Alonso de Leyva a la cabeza. Transportarían a 380 hombres y unas 90 mujeres y
niños. Isabel Barreto no fue la única mujer a bordo, aunque no
fuese habitual, también marcharon otras y algunos hermanos suyos: Lorenzo, Diego y Luis. El 16 de junio de 1595, partió desde el puerto peruano de Paita.
El
capitán del San Gerónimo y cronista portugués de la expedición era Pedro Fernández de Quirós. Su crónica Descubrimiento de las regiones australes es la principal fuente de información del viaje. Por aquel tiempo, las coronas de España y Portugal estaban unidas bajo el trono de Felipe II, pero este portugués mantuvo constantes enfrentamientos con Isabel Barreto y sus hermanos, con Álvaro de Mendaña, y con el maestre de campo Pedro Marino Manrique. Las desavenencias más notables del cronista las mantuvo con Isabel Barreto, llegando a planear conspiraciones que no triunfaron.
El viaje sufrió continuos infortunios: problemas entre la capitanía y la tripulación, enfrentamientos con los indígenas nativos, peleas entre los mismo españoles, hambre y enfermedades.
El
primer archipiélago que encontraron fue el de las islas
Marquesas de Mendoza, en homenaje al virrey Hurtado de Mendoza,
poniéndoles nombre a las cuatro que divisaron: San Pedro, la
Magdalena (Fatu Hiva), la Dominica y Santa Cristina (Tahuata).
En
la primera isla, La Magdalena, se vieron rodeados por más de 70
canoas pequeñas en las que se embarcaban varios cientos de nativos.
Se produjo un grave enfrentamiento cuando los indígenas trataron de
robar el metal que veían ante sus ojos.
En
la isla Dominica, tuvo lugar otro enfrentamiento entre nativos y
españoles cuando éstos bajaron a hacer la aguada. En Santa
Cristina, los nativos les recibieron amablemente dándoles cocos y
otras frutas.
ISLAS MARQUESAS |
Según
escribió el cronista Fernández de Quirós,
el 28 de julio, una vez atracados en el puerto de la Madre de
Dios:
"... salió a tierra el adelantado y llevó a su mujer Isabel Barreto y la mayor parte de la gente a oír la primera misa que el vicario dijo, a que los indios estuvieron de rodillas con gran silencio y atentos, haciendo todo lo que veían hacer a los cristianos, mostrándose muy de paz. Asentase junto a Doña Isabel, a hacerla aire, una muy hermosa india y de tan rubios cabellos que procuró hacerla cortar unos pocos, y por ver que se recató, lo dejaron de hacer por no enojarla."
La
idílica tranquilidad no duró demasiado tiempo ya que volvieron a
producirse enfrentamientos entre colonizadores y nativos. El relato
de Quirós deja una abundante descripción de los nativos, el
paisaje, los frutos y los animales que poblaban las Marquesas.
Tras
abandonar este archipiélago, la expedición navegó hacia el oeste
pasando por delante de algunas de las islas que posteriormente
formarían parte del archipiélago de las Cook y Tuvalu. Durante la
singladura perdieron la fragata Santa Isabel, en un día de niebla.
ISLAS SALOMÓN |
Con
tan sólo tres naves, arribaron en la isla de Santa Cruz (Nendo), que tiene unas medidas de 45 kilómetro de largo por 25 de ancho. Está ubicada en el
archipiélago de Santa Cruz, rebautizado como provincia de Temotu, que ocupa un total de 836 kilómetros cuadrados en 200.000 de océano. Este archipiélago está situado a unos 400 kilómetros, al sur de las islas Salomón más
septentrionales, las que Mendaña había descubierto 26 años atrás
y que no pudo volver a encontrar ya que se había desviado entre 3 y 5 grados al sur en su navegación. Aquella isla de Santa Cruz sería el escenario de una gran batalla naval entre japoneses y
norteamericanos, en octubre de 1942.
Finalmente, encontró fondeadero en Bahía Graciosa, al occidente de
Lata, la actual capital. Mendaña trabó amistad con el cacique
Malope, intercambiando obsequios. Estaba "ataviado con plumajes azules, amarillos y colorados". Los españoles enseñaron a los
nativos a mirarse a la cara monstrándoles espejos; a cortarse las
uñas con una tijera y a raparse con una navaja barbera. Todo esto
durante cuatro días en que Malope respondía con cocos y otras
frutas y alimentos.
La tripulación ya mostraba síntomas de agotamiento físico y de hartazgo por explorar islas lluviosas carentes de metales preciosos y riquezas prometidas. El
maestre mayor Pedro Marino encabezó un motín de soldados
rebeldes contra Mendaña. Deseaban regresar de inmediato a Perú o seguir buscando las
codiciadas islas Salomón.
Además, en tan solo dos meses de estancia en la isla habían muerto
40 expedicionarios y enfrentado a tribus de nativos hostiles.
La
expedición se dividió entre los capitaneados por el maese mayor y
los partidarios del adelantado. Mendaña, incapaz de tomar decisiones
por enfermar de malaria, delegaba en su esposa Isabel de Barreto, la
verdadera directora de la situación.
ISLAS SALOMÓN |
Isabel
era una soñadora capaz de ajusticiar al rebelde maese de campo y
así aconsejó a su marido sobre Marino:
"Señor, matadlo, o hacedlo matar: ¿qué más queréis, pues os ha venido a las manos? Y si no, yo le mataré con este machete."
Mendaña,
finalmente, organizó un plan con su mujer y sus cuñados para
liquidar a los cabecillas de la revuelta. Así, entró en la choza de Marino y "le dios dos puñaladas, una por la boca y otra por los pechos", rematándolo en el suelo. También recibieron el toque mortal de la espada los seguidores de Marino.
Pero, tras resolver un
problema surgía otro: los soldados rebeldes del maestre Marino
habían asesinado días antes al caudillo Malope, para generar un ataque de venganza de los indígenas contra todos los expedicionarios y regresar cuanto antes a Perú.
La expedición continuaba asentada en la isla, los tripulantes morían por la malaria y el escorbuto, y los que sobrevivían empezaban a sospechar de la figura emergente de Isabel Barreto ante la falta de autoridad de Mendaña. Estos firmaron un escrito exigiendo al adelantado que "les sacase de aquel lugar y les diese otro mejor, o los llevase a las islas que habían pregonado".
Días
más tarde, Mendaña fallecía de malaria. Antes de morir, hacía testamento que fue redactado por el escriba Andrés Serrano. Nombró a
su mujer Isabel Barreto adelantada de las islas Salomón y del Poniente, recibiendo el cargo de gobernadora y el título de marquesa de las mismas. Su
hermano Lorenzo Barreto era nombrado almirante de la expedición y general de las tropas españolas en
Santa Cruz.
Así lo dejó escrito Fernández de Quirós:
"Dejó por heredera universal y nombrada por gobernadora a doña Isabel de Barreto, su mujer, porque de Su Majestad tenía cédula particular con poder para nombrar la persona que quisiese."
Isabel
Barreto no tardaría en asumir junto a sus tres hermanos el control
de la difícil situación provocada por el establecimiento de una
ciudad en un lugar inhóspito, falto de alimentos, constantemente
acechado por los indígenas nativos,
y machacados por la malaria: "Cada
día moría uno, dos o tres de los nuestros."
Lorenzo
Barreto moría unos días después de un flechazo e Isabel tomaba
definitivamente el mando absoluto de la expedición
nombrándose adelantada del mar Océano, gobernadora de la colonia de Santa Cruz, y capitana general y almiranta de la flota de su majestad Felipe II.
Según
Fernández de Quirós, Isabel era:
"De carácter varonil, autoritaria, indómita, impondrá su voluntad despótica a todos los que están bajo su mando, sobre todo en el peligroso viaje hacia Manila."
ISABEL DE BARRETO |
Ante
el difícil enfrentamiento con los nativos, la incapacidad de
establecer un asentamiento estable, el descontento de la tripulación y
un marido y hermano recién fallecidos, Isabel reunió en junta a los
supervivientes y acordaron por mayoría absoluta zarpar hacia las
Filipinas, confiando en la experiencia marinera del piloto Fernández
de Quirós.
Tras
avituallarse con alimentos de la isla, el 18 de noviembre de 1595, partía
apresuradamente la expedición con 7.000 millas náuticas a sus
espaldas. Durante la singladura, dos de las tres naves que zarparon, se
perdieron: la San Felipe y la Santa Catalina.
Isabel Barreto gobernaba la nao capitana San Gerónimo, no parecía dispuesta a rendirse: había que llegar a
Manila como fuera.
La
desnutrición y las enfermedades, especialmente el escorbuto,
diezmaron a la tripulación:
"Apenas había día que no echasen a la mar uno o dos [cadáveres], y día hubo de tres y cuatro."
Y, según su crónica, la crueldad de la
almirante costó el ahorcamiento de varios marineros que
contravinieron sus órdenes. Él mismo expresó su queja de tener que aguantar a aquella mujer que se apoyaba en su cargo para imponer su voluntad bajo pena de acusarlo de desacato:
"No sé qué orden me tenga para que esta señora se aficione a la razón. Debe de entender que yo nací con obligación de servirla y de sufrirla."
De hecho, para él ya era un castigo tener que aguantarla:
"No quiero decir que hice en esta jornada otra cosa buena más de solo sufrir una gobernadora mujer y a sus dos hermanos, y todo estos y más puede el deseo de no ofrecer el nombre del servicio del Rey: que de presente estaba en manos de doña Isabel Barreto."
Durante
los tres meses que duraría la accidentada travesía hasta
el archipiélago de Filipinas murieron 50 personas a bordo.
Varios motines se sucedieron a bordo del barco, pero fueron disueltos
por Isabel Barreto, imponiendo su autoridad al mando con mano de hierro.
La
primera tierra en repostar fue la bahía de Cobos. Y, a principios
de febrero de 1596, avistaron la isla de Corregidor que
protege la bahía de Manila. Entonces, todos aceptaron sus
cargos: almiranta, gobernadora de Santa Cruz y adelantada de las
islas de Poniente.
El
gobernador de Filipinas, Luis Pérez das Mariñas, recibió a lo
que quedaba de la expedición, un grupo de marinos famélicos y esqueléticos. Isabel Barreto fue invitada a una recepción solemne en
el palacio de Manila. No sólo estaban las más altas autoridades,
sino "toda
la gente del mar y otras personas de la ciudad vinieron a ver la nao
por cosa de ver, así por sus necesidades como por venir del Perú y
traer, como se decía, la Reina de Saba de las islas Salomón".
La
entrada de Isabel en el palacio del gobernador fue sumamente
espectacular:
"Entró de noche y fue recibida con aparato de hachas y bien hospedada."
El relato que hizo la
adelantada de su terrible estancia en Santa Cruz y del espantoso
trimestre errante desde que salieron de aquella isla causó asombro sobremanera en la capital filipina.
En noviembre de ese mismo año caso en segundas nupcias con el
general Fernando de Castro, capitán y caballero de la Orden de
Santiago, y primo del gobernador de Filipinas, recientemente nombrado general de la nao de Acapulco encargada de las
comunicaciones entre las Filipinas y el virreinato de Nueva España. A él contagió su sueño de encontrar aquellas islas míticas llenas de riquezas y la tierra austral.
La primera ruta comercial estable entre ambos continentes, conocida como Tornaviaje, había sido descubierta por Andrés de Urdaneta un par de décadas atrás, después de la colonización de Miguel López de Legazpi.
En
1597, ambos organizaron una expedición a bordo del mismo San
Gerónimo, que les llevó primero a Acapulco, en el Virreinato de la Nueva España, y después a
Guanaco, en el Virreinato de la Plata, donde Isabel poseía una encomienda.
Posteriormente, regresaron a Perú. Allí, el nuevo matrimonio reclamó
los derechos de la encomienda que tenía Mendaña en
Guanuco.
Previamente, Fernández de Quirós había logrado del rey Felipe III una Real Cédula que le
otorgaba el derecho a regresar y cristianizar las islas Salomón,
anulando el título que Isabel había recibido de su primer marido.
Fernández de Quirós, como cronista y testigo de la expedición,
denunció ante la Corte los abusos y excesos que Isabel Barreto cometió
con los indígenas y con la tripulación.
Poco
le duró a esta mujer el título de adelantada de las islas del
Poniente y primera y última almiranta de la mar Océano: poco más
de tres meses; el tiempo que tardó la expedición en realizar el
trayecto entre la isla de Santa Cruz y Manila.
Fernando de Castro y ella intentaron recuperar el adelantazgo, incluso llegaron hasta Lima para protestar. Es en este punto donde se pierde la historiografía. Algunos historiadores consideran que regresó a España para reclamar su derechos en la Corte, y que falleció en su Galicia natal. Otros creen que falleció en Perú, en 1612, siendo
enterrada en Castrovirreyna.
No
fue Barreto la única protagonista de aquellos días de choque de
civilizaciones. Sin embargo, fuera del circuito académico apenas han
trascendido sus historias. Una de tantas mujeres que
protagonizaron gestas épicas en el Nuevo Mundo y olvidos legendarios
en el Viejo.
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