La Academia Real de Matemáticas fue fundada en 1582 por el rey Felipe II con sede en el Real Monasterio de El Escorial, para el estudio y la enseñanza de las ciencias exactas, teóricas y prácticas, y materias relacionadas con las Matemáticas, y poner los conocimientos al servicio de España.
Fue un proyecto del arquitecto renacentista Juan de Herrera, y contó con los más grandes genios de la teoría militar de su tiempo como Cristóbal de Rojas o Bernardino de Mendoza, cosmógrafos como Andrés García de Céspedes y Juan Bautista de Labaña, y el matemático Pedro Ambrosio de Ondériz.
En diciembre 1582, el rey Felipe II aprobó la constitución de la denominada Academia Real Mathematica con sede en una de las instalaciones del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial. La real cédula fue aprobada por este monarca durante su estancia en Lisboa, capital del Reino de Portugal perteneciente al Imperio de su Monarquía hispánica y católica. Fue la materialización de un proyecto que empezó el arquitecto renacentista Juan de Herrera dos años antes.
El objeto era el estudio y la enseñanza de las ciencias exactas, tanto teóricas como prácticas, y materias relacionadas con las Matemáticas: Aritmética, Geometría, Geografía, Astronomía, Cosmografía y, muy especialmente, Arquitectura. Pretendía albergar a los mejores geógrafos, astrónomos, arquitectos, ingenieros y, en general, cualquier destacado matemático, con el objetico expreso del poner sus conocimientos al servicio de España.
MONASTERIO DE EL ESCORIAL Y JUAN DE HERRERA |
En octubre de 1583, se aprobaron sus estatutos, iniciando sus actividades con gran cantidad de alumnos. Seguía un programa con una duración de tres cursos minuciosamente preparado por Juan de Herrera, quien además se encargaba de impartir la cátedra de Arquitectura y de coordinar los trabajos. El éxito de la Academia fue muy prometedor, por lo que Felipe II dispuso que los estudios de Arquitectura, que formaban parte del plan general, se diesen por separado para la mejor formación de los futuros profesionales.
Bajo esta institución destacaron los más grandes genios de la teoría militar de su tiempo:
Cristóbal de Rojas fue autor de la Teoría y Práctica de la Fortificación, considerado como el más representativo ingeniero militar entre finales del siglo XVI e inicios del XVII.
Bernardino de Mendoza fue otro ingeniero militar, autor de Teoría y Práctica de la Guerra, publicado en 1595, que fue traducido al alemán, francés, italiano e inglés.
Pedro Ambrosio de Ondériz fue un matemático que tradujo al español La Perspectiva Especularía de Euclides, y que redactó el tratado Uno de Globos.
Andrés García de Céspedes fue cosmógrafo mayor del Consejo de Indias entre 1596 y 1611, y catedrático de la Academia de Matemáticas entre 1607 y 1611.
Juan Bautista de Labaña también fue cosmógrafo mayor de origen portugués durante el reinado de Felipe II.
También fueron profesores Juan Arias de Loyola, Juan Cedillo o el milanés Ferrofino.
La Academia llevó adelante una meritoria labor no sólo docente, sino que además ejecutaba trabajos de fondo de gran altura científica como traducir al español las obras clásicas de matemáticas que solo tenían edición en latín, como estuvo haciendo Pedro Ambrosio de Ondériz, un discípulo del humanista Pedro Simón Abril. Destacó la traducción parcial del famoso De revolutionibus Orbium Caelestium de Nicolás Copérnico por Juan Cedillo Díaz, sin referencia de autoría y bajo el confuso título de Ydea Astronómica de la Fábrica del mundo y movimiento de los cuerpos celestiales. Pero también, se tradujeron obras medievales de Suisseth, Bradwardine y Sacrobosco, entre otros.
La financiación del centro corrió a cargo del Consejo de Indias, que protestó a menudo de tener que pagar a unos profesionales, cuyas tareas no se correspondían directamente con la empresa de América y que desarrollaban su labor en la Corte.
Uno de los principales problemas a los que se enfrentó la Academia fue el de la dotación de sus profesores, que se realizaba con la consabida comunicación a las Universidades Mayores del Reino (Salamanca, Valladolid y Alcalá), que habitualmente desobedecían la demanda real. La otra forma de contratación del profesorado fue la petición a algún experto en la materia que sustituya al catedrático ya en edad de jubilación o tras su fallecimiento. Esto ocurrió con Cedillo, quien sustituyó a García de Céspedes, a su muerte en 1625.
El Colegio Imperial de Felipe IV fue fundado en 1625, fundado como estudios reales, contaba con cuatro cátedras encargadas de las materias científicas y su gestión y funcionamiento se encomendó a los jesuitas que, sin embargo, vieron frustrado su deseo de que tal centro fuera homologado como Universidad.
En 1628, la dirección consiguió que las clases de la Academia de Matemáticas se impartieran en las instalaciones del Colegio Imperial y que el profesorado encargado recibiera el nombramiento de catedrático y cosmógrafo mayor de Indias. La materialización de esta nueva reglamentación se produjo en 1629, cuando fue designado el francés Claude Richard, más conocido como Claudio Ricardo.
En 1636, se dictaron nuevos estatutos y la docencia quedó a cargo de la Orden de los Jesuitas. Durante todo este periodo, el Colegio funcionó como un activo centro intelectual, cuyos responsables, buena parte de una valía indudable, se mantuvieron al día de las novedades científicas que se producían en Europa, aunque buena parte de su producción quedara manuscrita.
La Academia mantuvo un altísimo nivel durante todo el siglo XII y parte del XVIII. Su existencia resultó fundamental para comprender el fenómeno de renovación científica protagonizado por los novatores.
La orden de expulsión de los jesuitas por Carlos III generó la salida de los científicos y docentes de esta institución, lo que generó su clausura final.
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