BIBLIOTECA REAL DE EL ESCORIAL


La Biblioteca Real del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial fue fundada por Felipe II en 1576. Animado por el espíritu del Concilio de Trento, el objetivo de reunir una amplia colección de libros que albergasen todo el conocimiento científico y humanístico sobre el que basar su defensa de la verdadera fe católica y expandir el Humanismo cristiano en la segunda mitad del siglo XVI.

Organizada por Benito Arias Montano, la Biblioteca Laurentina es una de las más relevantes bibliotecas históricas del mundo que reúne unos excelentes y abundantes fondos bibliográficos: miles de códices y manuscritos de diferentes épocas y culturas, en lenguas latina, griego, árabe y hebreo.

BIBLIOTECA REAL DE EL ESCORIAL

El 10 de agosto de 1557, día de San Lorenzo, las tropas de Felipe II, dirigidas por el general Manuel Filiberto, derrotaron a las francesas de Enrique II en la batalla de San Quintín. Felipe de Habsburgo acababa de subir al trono de la Monarquía hispánica tras la abdicación de su padre el emperador Carlos V. Fue concebido como un triunfo para la defensa del Catolicismo frente a la herejía del Protestantismo. En acción de agradecimiento divino por la victoria de San Quintín y en la línea del deseo de Carlos V de ser enterrado en un monasterio de la Orden de San Jerónimo, Felipe II emprendió la construcción de un monumento a san Lorenzo, ubicado en la villa de El Escorial, en las estribaciones de la sierra de Guadarrama.

Este conjunto debía contener una basílica, un panteón, un palacio, un colegio, una biblioteca, un convento y dependencias con otras funciones. Antes del proyecto del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, el concepto de una gran biblioteca como fuente de todo conocimiento y fuente de prestigio para las autoridades había surgido en la España de mediados del siglo XVI desde un punto de partida ideológico diferente. El informe presentado por Juan Pérez de Castro al rey en 1556 proponía la creación de una gran biblioteca pública en Valladolid, sede entonces de la Corte. Teniendo en cuenta que la promoción de la capital y el monasterio eran objetivos paralelos, es sorprendente que Felipe II considerara la biblioteca como menos que ideal desde el punto de vista ideológico y cultural del estado nación emergente.

REAL MONASTERIO DE SAN LORENZO DE EL ESCORIAL

Al igual que con tantos otros aspectos de la fundación, la estructura final de la biblioteca se derivó de un largo proceso acumulativo que originalmente albergaba un propósito muy diferente. En un principio, el monarca no pretendía crear una biblioteca mixta tanto para el monasterio como para formar parte integrante del monasterio. Pero, en 1564, cuando el número de monjes se duplicó y el número de salas capitulares aumentó en consecuencia, la biblioteca tuvo que ser trasladada del claustro principal donde era solo una sección más del edificio.

Aparte de esta trayectoria, la biblioteca comenzó a desarrollarse por separado del monasterio. Mientras las obras del conjunto escurialense comenzaron en abril de 1563, la sede de la Biblioteca lo hizo en 1579, cuando Felipe II resolvió promover y fortalecer la biblioteca, el seminario y la escuela, animado por el espíritu del Concilio de Trento. Se convirtió en Biblioteca Real, pero con un fuerte énfasis en su aspecto monástico y didáctico, coexistiendo esta misión combinada con su papel como instrumento utilitario de la ortodoxia en manos de los monjes.

La Biblioteca Real está ubicada en la entrada central de la fachada oeste, que es la principal, ocupando las dos plantas que hay justo arriba del pórtico de acceso. Tenía una posición fundamental como lugar de transmisión y memoria de un saber universal, brillante relicario de todos los textos más importantes y más sagrados del mundo, escritas en lenguas cultas y antiguas, crisol de la ciencia y el poder de la Monarquía española. Desde esta localización, la Basílica, la Casa del Rey y la Biblioteca Real expresan la indisoluble unión entre fe, poder y sabiduría, que forman las bases para la Monarquía Católica.

BIBLIOTECA REAL

El conjunto bibliográfico y artístico que forma el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial fue concebido como un himno de agradecimiento al Creador, con varias intencionalidades concretas:

1. la alabanza y adoración a Dios, que se realiza en el centro es la Basílica y el convento de frailes jerónimos que oran permanentemente y atienden el culto divino

2. el estudio de las ciencias humanas encabezadas por la Teología, reina de todas las ciencias, que está reunida en la Biblioteca

3. el enterramiento de los miembros de la Monarquía católica hispánica, en el interior del Panteón

4. la residencia del rey y el asunto de cuestiones sobre su gobernación en unas austeras y sencillas estancias para alojamiento del monarca y salas capitulares, que forman el Palacio

Felipe II sentenciaría en alguna ocasión: "Una choza para el Rey y un palacio para Dios".

Como indica su ubicación, decoración, contenido y, en consecuencia, su papel histórico, la Biblioteca Real no es un anexo del monasterio, sino que es una institución real formando parte del conjunto escurialense. Aunque prestaba un servicio directo al monasterio y al colegio, Felipe II le confirió una importante relevancia. Como vanguardia de la unidad y la ortodoxia de la Cristiandad mundial, era fundamental reunir una amplia colección de libros que albergasen todo el conocimiento científico y teológico desde el que defender la verdadera fe católica y atacar la herejía protestante.

EXTERIOR DE LA BIBLIOTECA REAL

Cuando se fundó la biblioteca, se alzaron voces en contra de la supuesta decoración profana, juzgada inadecuada para un monasterio jerónimo. En respuesta, el padre José de Sigüenza afirmó que la biblioteca era del rey y estaba abierta a todos. Aunque la biblioteca era real, también era utilizada por los monjes, el cauto fraile añadió que los escritos de la Antigüedad estaban llenos de temas propicios para la piadosa meditación.

Tan fue la importancia que tenía la Biblioteca sobre el conjunto monasterial que Felipe II eligió a la Orden de San Jerónimo para guardar las dependencias. Esta siempre fue una orden erudita que conocía perfectamente el valor y la fuerza de los textos antiguos. Su patrón, san Jerónimo, ofreció a la Iglesia la Biblia Vulgata en lengua latina de las Sagradas Escrituras. A estos textos esenciales se fueron añadiendo las obras manuscritas de personalidades especialmente admiradas por Felipe II, como Teresa de Jesús, Luis de Granada y Juan de Ávila, y de otras materias de su interés: Teología, Historia, Astronomía, Cosmografía, Geografía, Arquitectura, Mística, crónicas, genealogías, misales, tratados bélicos, etc.

El origen material de la Biblioteca escurialense estuvo en la colección privada de libros que fueron adquiriendo de los Habsburgos Mayores, Carlos V y Felipe II, durante sus reinados, que era selecta y abundante.

Siempre atento a mejorar los fondos, Felipe II encargaba la adquisición de nuevos libros con frecuencia a sus gobernadores desplegados en los territorios de la Monarquía hispánica y sus embajadores en otras Cortes europeas, como el secretario Juan de Verzosa en Roma. Además, se vio incrementada con las sucesivas donaciones de las bibliotecas privadas que entregaban sus grandes nobles. Otras obras procedían de las bibliotecas catedralicias y conventuales españolas, como las del dominico Alonso Chacón y el jesuita Juan Páez de Castro.

Entonces, el encargado de la librería provisional era fray Juan de San Jerónimo, quien guardaba las primeras remesas de libros en el pequeño convento que tenía la villa de El Escorial.

BIBLIOTECA REAL

Uno de los principales responsables de esta selecta y abundante colección de manuscritos fue el teólogo y biblista Benito Arias Montano, autor de la Biblia Políglota Regia, que fue publicada en 1572, en Amberes. Desde esta ciudad, el gran humanista procuraba la compra y envío a la Corte madrileña de manuscritos antiguos de las más diversas materias; destaca, por ejemplo, una excelente colección de manuscritos antiguos. Pero también trajo tratados relacionados con las ciencias ocultas, la magia y la cabalística.

En 1571, se adquirieron 57 manuscritos griegos y 122 latinos procedentes de la librería de Gonzalo Pérez, padre del consejero real Antonio Pérez, y, un año después, los de Juan Pérez de Castro.

Entre 1573 y 1574, se añadieron los libros donados por Francisco de Rojas y los reunidos en Venecia por el embajador Diego Guzmán de Silva, que incluía valiosos códices. Se incorpora también al catálogo la mayor parte de la importante biblioteca del obispo de Plasencia, Pedro Ponce de León, y los libros de Juan Bautista de Toledo, quien fuera el primer arquitecto de las obras del monasterio.

En 1576, se fundaba la Biblioteca Real Escurialense de Felipe II, tras la llegada de las últimas obras que quedaban en el alcázar de Madrid, sede de su Corte. Entonces, ya contaba con 4.545 volúmenes, de los cuales más de la mitad eran códices y unos 2.000 eran diversos manuscritos. Pero las obras decorativas sobre bóveda, friso y cabeceras no concluyeron hasta 1594.

Aquel mismo año de 1574, llegaba la biblioteca de Diego Hurtado de Mendoza, embajador real en Venecia, la más valiosa que existía en España, entre los que destacaban 853 códices.

Estos excelentes y abundantes fondos bibliográficos requerían una inteligencia rectora que organizase todo ese legado. En 1577, Felipe II, que conocía muy bien a sus súbditos más cualificados, eligió a una de las personas más sabias y cultas de su tiempo: el humanista, biblista y científico polifacético Benito Arias Montano. Desde que recibió el encargo hasta la conclusión de la Biblioteca, en 1592, Arias Montano estuvo cuatro veces en El Escorial, algunos periodos duraron varios años seguidos. Su cometido consistía en la catalogación, clasificación y ordenación de los libros que había guardados y que iban llegando en los siguientes años.

BIBLIOTECA REAL

Para organizar los manuscritos árabes solicitó la colaboración del médico morisco Alonso de Castillo. Suya fue la idea de colocar las esculturas de los seis reyes de Judea sobre la fachada de la basílica. Por último, se encargó de separar de la totalidad un conjunto de libros prohibidos o reservados, de peligroso contenido esotérico: tratados relacionados con las ciencias ocultas, la magia y la cabalística. Estos fueron guardados en otra biblioteca aparte a la que sólo podían acceder el rey y él. Esta fue una práctica habitual hasta bien entrado el siglo XIX.

Así se fundó la Biblioteca Laurentina, un gigantesco proyecto de investigación con unos excelentes y abundantes fondos bibliográficos que formaron una de las mejores y más amplias bibliotecas de la Edad Moderna. Fue posiblemente la que reunió el mejor fondo de códices griegos y la mejor colección europea de manuscritos árabes.

De forma progresiva, las colecciones de libros y de artes decorativas reunidos por ambos monarcas se fueron depositando en las dependencias de El Escorial, que aún estaba en construcción. En ellas se encontraban retratos de personas ilustres, grabados y dibujos, instrumentos de geografía como mapas, globos terráqueos, astrolabios, toda clase de instrumentos matemáticos, monedas, reproducciones o innumerables muestras de plantas, minerales, animales procedentes tanto de Europa como de los virreinatos españoles de América.

Aquellos instrumentos y libros relacionados con las ciencias exactas formarían parte de la Escuela de Matemáticas y Astronomía que se estaba impartiendo bajo la dirección del constructor material de esta institución, el arquitecto Juan de Herrera.

SALA PRINCIPAL DE LA BIBLIOTECA REAL

En 1581, se añadieron los libros de Pedro Fajardo, marqués de los Vélez, unos 500 textos impresos y algunos manuscritos.

En 1591, la biblioteca escurialense se enriqueció con unos mil manuscritos procedentes de la biblioteca del canonista Antonio Agustín, arzobispo de Tarragona.

En 1592, Arias Montano terminó de organizar todos los fondos de la biblioteca. También fue el responsable del primer catálogo.

El año de 1599, tuvo lugar la muerte del fundador Felipe II y de su bibliotecario Benito Arias Montano, ingresando por disposición testamentaria los libros que el humanista había donado a la Biblioteca Real. Entonces, la colección alcanzaba los 14.000 volúmenes, entre los que se contaban 1.000 escritos en griego, 500 en árabe y casi 100 en hebreo. Era la mayor biblioteca privada del mundo.

Tras la muerte de Arias Montano, el teólogo, poeta e historiador José de Sigüenza tomaría la dirección de la biblioteca, llegado a ser rector del Colegio de los Jerónimos y prior del monasterio. Había colaborado en las tareas bibliotecarias junto a Juan de San Jerónimo y Benito Arias Montano. Dejó una valiosa y detallada relación de la fundación y construcción de El Escorial en la tercera parte de su Historia de la Orden de San Jerónimo, publicada en 1605.

Entre los años 1602 y 1614, se fueron añadiendo los libros extraños dedicados a las ciencias ocultas que Felipe II había guardado en su colección privada y casi clandestina. También fueron llegando las obras confiscadas al licenciado Alonso Ramírez de Prado y la importante biblioteca de códices árabes del sultán de Marruecos, Muley Zaydan, unos 4.000 volúmenes requisados por los navíos de Luis Fajardo.

En 1656, el rey Felipe IV donó a la biblioteca unos 1.000 manuscritos, regalo del marqués de Liche, que en su mayoría procedían de la colección de su fallecido tío, en conde duque de Olivares.

En 1671, tuvo lugar un dramático incendio, que causó la desaparición de tesoros bibliográficos, entre ellos más de 2.500 códices árabes.

BENITO ARIAS MONTANO Y JOSÉ DE SIGÜENZA

En el siglo XVIII, fue importante la labor de catalogación realizada por el filósofo y jurista Francisco Pérez Bayer, quien accedió al puesto de bibliotecario mayor en 1783. Aquel catálogo se perdió en un incendio en la Universidad de Valencia, donde se guardaba. Entonces, se inició un proceso de elaboración de catálogos y actualizaciones que ha llegado hasta la actualidad.

Después de la invasión francesa, en 1808, José Bonaparte transfirió esta Biblioteca Real de El Escorial a la Biblioteca Real de Madrid, convirtiéndola en una nueva institución verdaderamente nacional, una vez controlada por el gobierno en lugar de la corona. En 1814, Fernando VI devolvió la biblioteca al monasterio, aunque tuvo algunas protestas de quienes consideraban más ventajoso dejarla en manos de la Corte madrileña.

El 14 de febrero de 1836, un decreto declaró que la biblioteca era propiedad del estado y que estaba sujeta a inspección por parte de la Real Academia de la Historia. Como diría José Quevedo trece años después en su Descripción del edificio, debemos agradecer a este "cuerpo literario y esencialmente conservador" no sólo el mantenimiento intacto de la biblioteca sino también las mejoras e incluso los añadidos.

El decreto de 1847 instruyó a la asociación de capellanes para ocupar y cuidar el monasterio, en sustitución de la suprimida comunidad de monjes. Posteriormente, la biblioteca fue una vez más puesta bajo los auspicios de la corona.

La Biblioteca Real ocupaba las dos plantas por encima del pórtico de acceso principal al interior del monasterio. La planta superior se denominó Librería Vieja, reunía gran cantidad de libros, y estaba decorada con valiosos mapas y otras obras.

En la planta primera se ubica la Sala Principal, y a continuación había otras dos más pequeñas, en el ángulo sur del patio que conduce a la basílica. Estas guardaban los manuscritos latinos, árabes, griegos, caldeos, turcos, indios, persas, chinos, sirios, hebreos, italianos, franceses y españoles: unos 5.000 volúmenes. Las dos salas se decoraban con retratos de hombres ilustres, religiosos, santos, patriarcas y pontífices.

LIBRERÍA VIEJA DE LA BIBLIOTECA REAL DE EL ESCORIAL

La magnífica Sala Principal, en la primera planta, cumple espléndidamente el papel de biblioteca de corte del Renacimiento tardío. Es un rectángulo 54 metros de largo, 9 de ancho y 10 de alto en el punto más alto de su bóveda de cañón con lunetos, y se accede por cinco puertas que dan a la Lonja y otras siete al Patio del Rey.

La amplitud de la sala, los altos techos y todos los elementos que se muestran aportan una armonía al conjunto. La riqueza de las estanterías y la pintura al fresco la convierten en una de las edificaciones más brillantemente resueltas y ejecutadas de su época. Al igual que la biblioteca del Vaticano, ha demostrado ser una creación clásica en su tipo, influyendo en numerosos proyectos.

En contraste con el fresco pavimento de mármol blanco y gris, la bóveda del techo y el friso de los laterales exhiben un maravilloso trabajo decorativo, llenos de fuerza y de colorido mediante frescos de Pellegrino Tibaldi, discípulo de Miguel Ángel. Es un lugar de encuentro entre la pintura renacentista y el Humanismo cristiano de la Monarquía católica. Aquí, por razón del tema, Tibaldi sigue su modelo de manera más colectiva que en otras obras.

El ciclo pictórico comienza desde el lado norte, contiguo al Colegio, en cuya cabecera aparece la Filosofía como personificación femenina, de pie, vestida de matrona y apuntando a ser un globo del mundo entre las figuras de Aristóteles, Platón, Sócrates y Séneca. Debajo de la figura femenina, la sección correspondiente del friso representa la Escuela de Atenas, dividida entre los estoicos y los escépticos. La altura uniforme del friso es de 2,25 metros en toda la sala.

El lado sur opuesto linda con el área del monasterio, cuya cabecera muestra a la Teología, también como personificación femenina sentada majestuosamente con una corona de reina y un halo, apuntando a las Sagradas Escrituras y acompañada de los cuatro Padres de la Iglesia latina: san Ambrosio, san Agustín, san Jerónimo y san Gregorio Magno. Haciendo referencia directa a la causa de la Contrarreforma, el friso representa debajo de esta cabecera es el Concilio de Nicea, presidido por el emperador Constantino, en el que condenó la herejía de Arrio y estableció los artículos de fe.

FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA DE LA BIBLIOTECA REAL

Entre ambas cabeceras se encuentra el techo abovedado, dividido de forma longitudinal en siete secciones pictóricas, que corresponden a las siete Artes Liberales que resumen el conocimiento clásico de acuerdo con la categorización medieval: la Gramática, la Retórica y la Dialéctica, forman el Trivium, y la Aritmética, la Música, la Geometría y la Astrología, forman el Quadrivium. Estas siete secciones de la bóveda tienen una historia ilustrada correspondiente en el friso. Estos comprenden alegorías femeninas de las siete Artes Liberales.

Este doble sistema de una escena principal y una adicional coincide con las características de la bóveda. El diseño aprovecha los lunetos para añadir las figuras de dos ilustres exponentes de cada una de estas actividades intelectuales, situadas a ambos lados de las personificaciones del techo.

Catorce episodios conforman así la gran banda decorativa que discurre bajo la cornisa. Abarca desde las palabras de Egipto y Babilonia hasta las de la Biblia, pasando por la Antigüedad clásica (incluida la mitología) y finalmente el Cristianismo, representado únicamente por Dionisio y San Agustín. Algunos críticos se han sorprendido por el tema inusual. Así, la cuarta sección que trata de la Aritmética se muestra a los gimnosofistas absortos en sus vanos cálculos sobre el alma. También se representa la ubicación de los astros el día de nacimiento de Felipe II, según la carta astrológica de Matthias Hacus, realizada en 1550.

Es un estudiado proyecto 
repleto de referencias en una ambiciosa síntesis simbólica del conocimiento. La Filosofía está al frente de las siete Artes Liberales, y ambas son siervas de la Teología, que como reina de los saberes está en la cima de todas ellas. El arduo y laborioso programa pictórico, formado por 25 frescos, se inició con los trabajos preparatorios en 1586 y finalizó en 1591. El cronista Sigüenza quiso adjudicarse todo el mérito, pero en realidad fue el resultado de una estrecha colaboración entre el pintor Pellegrino Tibaldi, el arquitecto Juan Herrera, el bibliotecario Benito Arias Montano y rey Felipe de Habsburgo, tal y como refleja un boceto de los frescos con anotaciones del propio Herrera. A Arias Montano se le pueden atribuir las fuentes casi exclusivamente paganas y judías de las escenas de los frisos.

Decoración geométrica y grutesca jalonan la estructura de esta notable apoteosis pictórica, que siempre se considera un homenaje a la bóveda de la Capilla Sixtina. Además, las historias representadas en el friso podrían estar inspiradas en dos realizadas en Roma por el estudio Ghirlandaio.

FRESCOS DE LAS ARTES LIBERALES

Como la biblioteca pertenecía tanto al monasterio como al palacio, había una fuerte conexión entre los estudios teológicos y seculares. Este último fue considerado no solo como una búsqueda de conocimiento enciclopédico e investigación científica, sino una necesidad de formación para el ejercicio político.

La identidad del artista que creó las escenas del friso bajo la cornisa es todavía difícil de determinar. Aunque tradicionalmente se han atribuido a Bartolomé Carducho, no existen documentos que lo corroboren. En opinión de algunos expertos como García-Frías, toda la bóveda y ambas cabeceras fueron diseñadas exclusivamente por Tibaldi, pero en los frescos bajo la cornisa colaboró con artistas como Carducho y Tiberio Ronchi.

Las paredes del extenso rectángulo están ocupadas por unas preciosas estanterías de maderas nobles realizadas por José Flecha, Juan Senén y Martín de Gamboa a partir de diseños de Juan de Herrera. Estas piezas de arquitectura parten desde una base de jaspe rojo, con los estantes de duras maderas tropicales en sus colores naturales, los fustes de las columnas son de madera de acana y los capiteles de madera naranja.

En la actualidad, estas librerías están repletas de libros cuidadosamente encuadernados y de amplio tamaño, que miran hacia afuera para que el papel pueda "respirar". Visibles a través de las rejillas de alambre del siglo XVIII, los bordes dorados de las páginas se funden con el espléndido escenario para crear una imagen de cálida solemnidad. Este efecto unificador del dorado se utiliza en la Capilla Mayor, el Panteón y la Biblioteca Real, los tres espacios interiores de mayor contenido decorativo y simbólico del monasterio.

LIBRERÍAS DE LA BIBLIOTECA REAL LAURENTINA

Las cinco mesas de mármol marrón grisáceo dispuestas alrededor de la sala datan de la época de la fundación del monasterio, mientras que las dos mesas octogonales de pórfido fueron realizadas por Bartolomé Zumbigo, hacia 1660. Sobre ellos se exhibía una amplia colección de globos, esferas celestes, mapas, astrolabios e instrumentos, lo que corresponde al papel de la biblioteca como centro de investigación científica. Este carácter científico se presenta en otros objetos como la esfera armilar, construida por Antonio Santucci en Florencia para el estudio de los astros según el sistema ptolemaico, que data de alrededor de 1660.

Importantes piezas de ebanistería son el gabinete de monedas y medallas de finales del siglo XVIII con incrustaciones de ébano y boj, y la pequeña portada barroca de acceso al recinto del monasterio, esta última realizada en 1622. Se mostraban también dos fanales tomados a las principales galeras turcas en Lepanto y enviados por Juan de Austria.

La sala contiene varios retratos reales que son interesantes tanto desde el punto de vista artístico como iconográfico. Desde la fundación de El Escorial alberga un retrato de Felipe II de anciano, posiblemente de Pantoja de la Cruz, durante los últimos años del siglo XVI. Un retrato de Felipe III con armadura lleva la firma de Pantoja con la fecha de 1609. A su vez, encargó el retrato de su abuelo, el emperador Carlos V con armadura, en otra obra de Pantoja de 1608, ahora conocida como copia de una obra perdida de Tiziano.

Para cumplir con las exigencias de lo que se estaba convirtiendo en una serie de retratos dinásticos, el siguiente espacio se reservó para un cuadro de Felipe IV en marrón y plata de Velázquez, ahora en la National Gallery de Londres. Tras su desaparición en las guerras napoleónicas, fue sustituido por un bello retrato de Carlos II, obra característica de Carreño de Miranda fechada hacia 1675.

Finalmente, el retrato del padre Sigüenza fue pintado en 1602, probablemente por Bartolomé Carducho, dejando constancia del que ejerció como cronista de la fundación y que sucedió a Arias Montano como su bibliotecario.

TECHO ABOVEDADO DE LA BIBLIOTECA REAL ESCURIALENSE

Ya sea como biblioteca histórica o como biblioteca-museo, la actual colección de El Escorial comprende 40.000 volúmenes impresos, y un gran número de manuscritos de los cuales 2.000 son árabes, 580 griegos, 72 hebreos y más de 2.000 en latín y otros idiomas. Es famosa por sus manuscritos, muchos de los cuales son iluminados, por sus incunables (libros impresos antes de 1500) y por sus encuadernaciones. Destacan especialmente los libros encuadernados durante el Renacimiento, ya que los programas decorativos de Felipe II se extendieron incluso a este campo. Se conservan mapas, dibujos y grabados en madera y cobre de artistas como Durero y Altdorfer.

Entre los tesoros de la biblioteca se encuentra un ejemplo de iluminación mozárabe: el Comentario a las Revelaciones del Beato de Liébana y el Códice Emiliano del siglo X. Del mismo período, el Códice Virgiliano o Albelda tiene 99 iluminaciones. El Evangelio alemán o Códice Dorado tiene numerosas ilustraciones exquisitas y fue realizado en el siglo XI para los emperadores Conrado II y Enrique II.

El siglo XIII está representado por El Apocalipsis de la Casa de Saboya, el Libro de Dados de Alfonso X el Sabio y dos códices de sus Cánticos con abundante material iconográfico relativo a este período. La Crónica troyana es del siglo XIV. Un Libro de Horas flamenco data del siglo XV y contiene miniaturas en cada página atribuidas a Gerard David. Entre los manuscritos del Renacimiento italiano destaca el Códice Virgilio. Por último, hay que hacer una mención especial a las Antigüedades del portugués Francisco de Holanda.

Uno de los libros del Renacimiento español fue la Historia natural de Indias, escrito por el naturalista Francisco Hernández durante su estudio de la flora y fauna en el Virreinato de Nueva España, por orden de Felipe II, en 1570. Fue la primera investigación naturalista de América. Aquella obra eran diecinueve volúmenes, que además de textos contenía innumerables grabados, dibujos, muestras de animales, minerales plantas, etc. y fueron pasto de las llamas durante el incendio de 1671.


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